miércoles, 26 de octubre de 2016

Bouyer: Occidente y Oriente (y3)

Si pasamos ahora a la oposición entre las formas de pensamiento salidas del helenismo romanizado combinado con el cristianismo bíblico y las del Extremo Oriente, debemos comenzar por observar la dualidad, y aun la multiplicidad, sin duda irreductible, de estas últimas. Para atenernos a lo esencial, hay que distinguir entre las que  provienen de la India y las que se han desarrollado en China. El hinduismo ha conocido múltiples filosofías, que coinciden en oponer a las apariencias, al mundo de la ilusión en perpetuo devenir, una realidad suprema en la que se borran las diferencias. Pero eso no les impide diferir profundamente en sus concepciones sobre esta realidad. Esto es tan cierto que no es fácil decir si el budismo primitivo, descendiente del hinduismo, no es más que una forma depurada de su oposición fundamental, o si es por el contrario una apertura fuera de su universo mental exuberante y confuso. En otros términos, el nirvana al cual aspira su liberación ¿es el ser sin forma, una pura nada juzgada preferible a todo ser, o bien (como lo interpreta el filósofo cristiano Soloviev) una tentativa heroica por escapar hacia una trascendencia desconocida hasta entonces en el pensamiento tradicional de la India? Ningún indianista se atrevería hoy a pronunciarse decididamente por una u otra de estas posibles respuestas. Todo lo que se puede afirmar, es que estos diversos pensamientos originarios de la India, pasen o no por ortodoxos, parecen igualmente opuestos no sólo al activismo del extremo occidente moderno, sino también al ideal de transfiguración del cosmos por el Espíritu divino al que desemboca la línea más contemplativa del cristianismo bajo su forma que consideramos como oriental.
Las orientaciones fundamentales del pensamiento chino son muy diferentes, aunque son igualmente muy diversas entre sí. El taoísmo parece representar una especie de panteísmo muy especial, en el que las tendencias dualistas y monistas se encuentran paradójicamente reconciliadas, en una especie de vitalismo cósmico, de misticismo naturista. El confucianismo es, por el contrario, esencialmente un humanismo, racionalista y social, pero que ha sabido desarrollar una moral de relaciones personales que parece dejar muy atrás los más bellos logros de la ética postsocrática antes de Cristo. El budismo chino a su vez ha sintetizado estas dos orientaciones tan diferentes de la más antigua civilización china, no reteniendo apenas del budismo indio más que su ascesis de desprendimiento universal y su moral de la piedad. Es quizás ante todo en las mejores producciones del arte Song donde se revelan las asombrosas posibilidades de contemplación religiosa del mundo, enriqueciendo un humanismo a la vez realista y refinado que el alma china conservaba pero sólo desarrolló a impulsos de una doctrina extranjera, cuyo sentido primitivo debía en cambio modificar hasta hacerlo incognoscible. Nos encontramos aquí ciertamente en presencia de una riqueza de pensamiento y de experiencia humana que, por lejos que estén de las diversas conclusiones del pensamiento y de la experiencia grecolatina cristianizada, parecen más capaces de armonizarse con dicho pensamiento y experiencia que ninguna de las formas del pensamiento indio. Parecen sobre todo susceptibles de prestarse a nuevas expresiones de la actitud esencialmente positiva frente a la creación y a la humanidad concreta que es inherente al cristianismo, mucho más fácilmente que la filosofía religiosa de la India. Ésta, sin embargo, no es menos capaz de enriquecer prodigiosamente nuestra metafísica, por la numerosa variedad de sus meditaciones ontológicas. Pero no parece que pueda ser nunca cristianizada en tanto permanezca encerrada en su desdén por la historia y la persona.
Fuente:

Bouyer, L. Diccionario de teología. Barcelona, 1974.

3 comentarios:

Lord Drinian dijo...

Muchísimas gracias por el texto de Bouyer;
un autor relevante al que lamentablemente
las editoriales españolas han ninguneado,
sobre todo en sus textos capitales.
Le agradecería si nos indica la fuente
de donde ha etomado esta cita.
Saludos en el Señor

Anónimo dijo...

Fuente:
Bouyer, L. Diccionario de teología. Barcelona, 1974.

Lord Drinian dijo...

Muchas gracias por la cortesía