Hay personas que se escandalizan con la tolerancia. Esta consiste, según la clásica la definición, en la “permisión negativa del mal”. Vale decir que el sujeto tolerante no impide la realización de algo malo, aunque podría hacerlo. ¿Cómo se puede justificar que no se evite el mal? Es la pregunta que algunos se hacen con mucha inquietud. Sin embargo, Dios tolera; y los hombres, también.
1. Dios
tolera el mal. ¿Cómo es posible que siendo Dios omnipotente y sumamente
bueno permita que sucedan males en el universo? ¿Por qué si Dios puede impedir
los males no lo hace? Esta es una dificultad grande para aceptar la verdad de la
Providencia Divina. Y
un pilar del agnosticismo y del ateísmo, a tal punto que Santo Tomás la
considera una de las principales objeciones contra la existencia de Dios. Claro
que hay una respuesta, que no podemos reproducir en esta entrada por razones de espacio. Tal vez haya que
agregar un dato de experiencia a tener en cuenta en el trato con los demás:
para quien sufre intensamente el mal, las explicaciones racionales muchas veces
no son suficientes. Objetivamente lo son; pero la alteración que provoca el
padecimiento hace difícil que el sufriente pueda trascender a su situación; de
modo que hasta tanto se serene el ánimo, y la persona se deje ayudar por la
gracia, puede suceder que le cueste mucho ver a un Dios amoroso detrás de la
permisión del mal.
¿Por qué Dios tolera el mal? Responde el Aquinate: “para que no
sean impedidos mayores bienes o para evitar males peores” (S. Th. II-II, q. 10,
a. 11).
2. La
Iglesia tolera
el mal. Hay muchos males morales que se toleran dentro de la
Iglesia por
parte de las autoridades eclesiásticas, que sin embargo tienen el poder de
impedirlos. Existe una tradicional distinción entre pecado y delito. A lo largo
de toda su historia la
Iglesia ha
practicado la tolerancia con muchos de sus hijos bautizados, absteniéndose de
emplear sanciones contra ellos y confiándolos a la justicia divina.
La autoridad eclesiástica no debe impedir toda falta siempre y en
cualquier circunstancia. Esto lo saben los párrocos, que en algunos casos no pueden
impedir sacrilegios, porque la ley les prohíbe denegar un sacramento. Y por
supuesto también los obispos y los papas. En el ámbito canónico la tolerancia tiene una importante esfera de aplicación.
3. Los padres
toleran el mal. Ciertamente
hay padres permisivos. Pero también los buenos padres se ven muchas veces en la
necesidad de tolerar malos comportamientos de sus hijos. Si quisieran impedir
todo mal acabarían en una asfixia sobreprotectora. Lo mismo sucede en otras
sociedades como una escuela, un club, una asociación civil o una sociedad
comercial. No se puede impedir todo lo malo porque puede resultar
contraproducente.
4. Los estados
toleran el mal. Dice Santo Tomás (S. Th. II-II, q. 10,
a. 11)
que el “gobierno humano proviene del divino y debe imitarle”. Si Dios
tolera, los gobiernos también toleran. En efecto, aclara el santo casi
inmediatamente que “en el gobierno humano, quienes gobiernan toleran también
razonablemente algunos males para no impedir otros bienes, o incluso para
evitar peores males”.
¿Qué males sociales se pueden tolerar en una comunidad política?
El principio general es: los que exija el bien común. Ni más, ni menos. La decisión,
en cada caso, es de tipo prudencial. En efecto, la ley humana no manda todos
los actos de cada una de las virtudes sin los que son referibles al bien común
(S. Th. I-II, q.96, a.3); pretende inducir a la virtud no de manera
repentina sino gradual por eso no impone a los imperfectos las obligaciones que
sólo podrían cumplir los perfectos, y tampoco prohíbe todos los vicios sino los
más graves y nocivos para la comunidad (S. Th. I-II, q.96, a.2; ad.2).
Los escolásticos posteriores aplicarán los principios del Angélico
a otros supuestos. Así Suárez, menciona el caso de algunas injusticias en los
contratos. Vitoria y Soto se refieren a conductas aberrantes de los aborígenes
americanos. Los reyes cristianos de España toleran desórdenes importantes en
América. Con el correr de los siglos la doctrina de la tolerancia tendrá una
elaboración más sistemática y será asumida expresamente por el magisterio eclesiástico de los siglos XIX y XX.
La tolerancia se articula con el principio de doble efecto de modo
que para tolerar se requiere causa proporcionada a la gravedad de la conducta
permitida. Siempre habrá de conciliarse con otros elementos para que no sea
cooperación ilícita al mal y no implique falta de los deberes del propio oficio
del gobernante. La prudencia indicará cuál de las diversas opciones prácticas
disponibles será la mejor en concreto. Y con esta determinación prudencial del
grado de tolerancia surgirá el bien
común posible en cada sociedad, pues
las leyes para ser justas deben ser posibles de cumplir, física y moralmente,
para el común de los súbditos, como lo recuerda Santo Tomás con remisión a San
Isidoro de Sevilla (S. Th. I-II, q.95, a.3).
2 comentarios:
Lewis decía, con su habitual sentido del humor, que un mundo en el que Dios corrigiese a cada momento los resultados de los abusos de la libertad de los hombres, obligando a que todos sus actos fueran buenos, sería algo realmente grotesco. El palo tendría que volverse blando cuando quisiera usarse para golpear a alguien; el cañón de la escopeta se haría un nudo cuando fuera a ser utilizada para el mal; el aire se negaría a transportar las ondas sonoras de la mentira; los malos pensamientos del malhechor quedarían anulados porque la masa cerebral se negaría a cumplir su función durante ese tiempo; y así sucesivamente.
Si Dios tuviera que evitar cada uno de esos actos malos, o castigarlos de inmediato, toda la materia situada en las proximidades de una persona malvada estaría sujeta a impredecibles alteraciones.
Gracias por esta entrada. Creanlo o no me ayuda como padre.
Juancho.
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