Ha sido ampliamente difundida la idea de que la época con la que
se asocia a Santo Tomás, la mal llamada “Edad Media”, fue un tiempo lúgubre,
oscuro: tenebroso. Mil años de oscuridad iluminados sólo por las hogueras de la
Inquisición, dicen. Período desgraciado si los hubo… Pues bien, es hora de
terminar de una vez con esta tremenda injusticia. No se trata tampoco de
idealizar al Medioevo como si hubiera sido una suerte de paraíso en la Tierra.
Pero tampoco fue el averno, como muchos pretenden. ¿Por qué, entonces, tanto
empeño en demonizar a este período histórico? Los motivos son ideológicos. Y su
refutación se encuentra con precisión y detalle en la obra monumental de un
sinnúmero de historiadores de la talla de Rubén Calderón Bouchet, Règine
Pernoud o Daniel Rops.
Entre las múltiples acusaciones que se le lanzan a esta época está
la de haber sido un tiempo triste. Por ejemplo, en un artículo de divulgación
académica, la filósofa mexicana Paulina Rivero Weber sostiene que tanto para
los griegos como para el cristianismo, la risa era considerada algo deleznable.
La autora hace tal afirmación basándose en lecturas tendenciosas y
descontextualizadas de Platón, Aristóteles y las Sagradas Escrituras, dejando
de lado muchos otros textos que fácilmente echan por tierra su tesis. Asimismo,
en la afamada obra de Umberto Eco “El nombre de la rosa”, se presenta esto
mismo —a saber: para el cristianismo la risa es pecado— con la fuerza que pudo
darle la pluma brillante del gran escritor italiano.
Pero la verdad de la milanesa, amigos, es otra. Pues en el
Medioevo los pecados capitales no eran siete como en nuestros días, sino ocho.
¿Qué cuál era el octavo? El octavo pecado capital era la tristeza. Y el saber
distenderse y recrearse de manera ordenada era considerado una virtud. ¿Y quién
dijo eso? Lo dijo Santo Tomás de Aquino, siguiendo a Aristóteles y a su Ética a
Nicómaco. En efecto, puede encontrarse todo un tratado de la “sana diversión”
en el pensamiento del Aquinate. El nombre de esta virtud es eutrapelia. Y como
cada virtud natural, tiene dos vicios contrapuestos. Por un lado, la agroikía:
falta de distensión y recreación. Lo que hoy llamaríamos un amargado; por otro
lado, la bomología: el bromista desubicado, que hace chistes fuera de contexto.
El inmaduro que toma todo en para el chiste.
El gran escritor argentino Hugo Wast, en su genial tratado sobre
la escritura, hace una mención de la eutrapelia. Y propone a la literatura como
una de sus formas. Esto se extiende a todas las artes. Tanto la producción como
la contemplación, el gozo artístico, son actividades eutrapélicas. Así ocurre
con los deportes: jugar un partido de fútbol es beneficioso no sólo para el
cuerpo, sino también para el alma. Pues esta, al igual que el cuerpo, necesita
recrearse y distenderse. Esto lo sabían bien los medievales. Lo sabían y lo
vivían. De ello dan cuenta investigadores del CONICET como Silvia Magnavacca o
Carlos Aristarita, quienes han publicado artículos en el diario Página/12, en
el que defienden a este período luminoso. Y se preguntan “cómo podemos llamar oscura a una Edad que amó tanto
la vida, que considera un pecado bajar los brazos ante ella”. Esto, sumado a la mayor proliferación de santos en la
historia, no dista mucho del paraíso en la Tierra: ese que perdimos por el
pecado, ese al que aspiramos llegar —por la gracia de Dios— a través de la
virtud.
Pablo Grossi
SITA Argentina
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3 comentarios:
Juan Manuel de Prada ha escrito hace poco un artículo del mismo tenor cuestionando a Ecco y su novela.
¡Muchas gracias por compartirlo en esta bitácora!
=)
Aclaración: el estilo respeta las condiciones del blog en el que fue publicado originalmente, a saber: menos formal/académico, y más ameno para un público no habituado a contenido filosófico.
http://movil.religionenlibertad.com/articulo_rel.asp?idarticulo=47933
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