A mediados del siglo XIX surgió
una novedad: la «devoción al papa». Diferentes factores contribuyeron a crear
un clima propicio para este surgimiento: el desarrollo de los transportes, que
facilitan el peregrinar a Roma, «ver» al papa y apreciar su personalidad. Pío
IX era muy popular a causa de su sencillez y cordialidad. El mundo
católico le tenía especial simpatía, por los sufrimientos derivados de la amenaza constante a su poder temporal y el peligro inminente de una
invasión de Roma. Para muchos fieles contemporáneos, era un mártir y un santo.
De esta forma se fue
desarrollando, especialmente en Francia, una «devoción al papa» cuya
importancia no puede desestimarse. En torno a la imagen de un papa, que
era «algo más que un papa», se definió el ideal del papado y se desarrolló esta
devoción, que no tardaría demasiado en manifestar sus excesos y peligros. Así
se llegó a hablar de una «presencia real de Cristo bajo las especies
pontificias», entre otras exageraciones.
La «mística ultramontana» que
alimentaba esta devoción, rechazaba las matizaciones. Se obstinaba en no
comprender el desorden de una exaltación «apasionada» del pontífice. Apoyada en
la polémica, asimilaba al papa a un personaje de la esfera divina -por ejemplo:
«es Pedro y tiene al Verbo»-; y así corría el peligro de comprometer la causa
del mismo Dios, oscureciendo el verdadero significado de dogmas como la
infalibilidad y el primado, tal como agudamente lo hizo notar Butler.
Vale la pena enumerar algunas manifestaciones de aquella «devoción al papa» (*) :
1) Se aplicaban al pontífice reinante
palabras de la Escritura:
a) De San Pablo (Hebreos VII, 26): «es el sumo sacerdote que nos
convenía: santo, inocente, incontaminado, apartado de los pecadores, encumbrado
sobre los cielos».
Títulos atribuidos a Cristo por el Apóstol.
b) Del Libro del Éxodo (XV, 2): «Pío IX que representa a
mi Dios en la tierra: Él, mi Dios, yo le
glorifico, el Dios de mi padre, a quien exalto».
2) Se retocaban himnos litúrgicos
para alabar al papa:
a) En la secuencia de Pentecostés Veni Sancte Spiritus, el Espíritu Santo era reemplazado por el
Papa:
A Pío IX, Pontífice-Rey:
Padre de los pobres,
Dador de las gracias,
Luz de los corazones.
Consolador óptimo,
Desde el cielo, envía un rayo de tu luz.
b) En una paráfrasis del himno de Nona, Rerum Deus tenax vigor, Dios era sustituido
por Pío IX:
Oh Pío, tenaz vigor de toda cosa,
Que inmóvil en Ti mismo permaneces.
3) Y se hablaba del pontífice con
expresiones como las siguientes:
- «Vicediós de la
humanidad»;
- «cuando el papa medita, es Dios quien piensa en él» (La
Civiltà Cattolica);
- «El Verbo encarnado que se continúa» (Mons. Bertaud);
- «“tres encarnaciones del Hijo de Dios”: en el seno de
una Virgen, en la Eucaristía y en el anciano del Vaticano» (Mons. Mermillod);
- «La infalibilidad del Papa es la infalibilidad del mismo
Jesucristo»;
- «Pedro es aquí abajo el vicario y la prolongación de la Persona
de Cristo» (Mons. Baunard).
Para Butler, algunas de estas
expresiones rozaban la blasfemia. Ratzinger, las calificó de «harto discutibles». Lo cierto es que, sumadas
a una comprensión extralimitada de la infalibilidad y el primado, contribuyeron
a fomentar una «papolatría» que por diversos caminos ha logrado sobrevivir hasta el presente. Aunque el calamitoso pontificado de Francisco parece estar poniéndola en crisis.
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(*) Las tomamos de los libros de Butler y Aubert citados en entradas anteriores.
2 comentarios:
Por añadir algún dato al excelente artículo, la novedad quizás resida no tanto en la aparición de esas exageraciones, sino en su generalización y aceptación extendida. En textos del s. XV, cierto que en un contexto de polémica contra el conciliarismo, encontramos ya afirmaciones tales como Vocemus ergo dominum nostrum Papam, Deum in humano corpore hospitantem.
La semilla estaba plantada, la fértil tierra del s. XIX hizo que germinara con fuerza, por desgracia.
José.
Santa Catalina de Siena, en el 1300 ya adolecía de esa devoción cuando decía del Papa que era el dulce Cristo en la tierra. O con expresiones devotas como : "Aquél que se aleja del Papa o atenta contra él es un insensato, pues el Papa es quien tiene las llaves de la Sangre de Cristo crucificado. Por eso, aunque fuese un demonio encarnado, no debo levantarme contra el, sino humillarme siempre e implorar esa sangre de su misericordia..."
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