Un lector de nuestra bitácora nos envía el siguiente texto de J. L. López
Aranguren (más información ver aquí). Autor cuya lectura no recomendamos. Pero que, en las líneas que siguen, acierta y ofrece complemento importante de los textos de Castellani y Bouyer que publicamos antes.
«…el ortodoxo, al
luchar contra la herejía, acepta su propio terreno. Mas, por otra parte, se ve
conducido, empujado a adoptar la posición contraria a la del hereje, a formular
la antítesis de la herejía, a hacer afirmaciones de puro carácter polémico.
La verdad deja de considerarse contemplativamente para ser estudiada defensiva,
apologéticamente (en el primario sentido de esta última palabra). El ortodoxo
se convierte de este modo en contra-reformador. Así, por ejemplo, la Iglesia postridentina
se ha visto forzada por la unilateralidad fideísta e interiorizante de la Reforma , a poner el
acento, como escribe von Balthasar, sobre las "obras" y la
"institución". Reaparece con ello otra vez, por lo menos en cierta
medida, la "teología del no" de que antes hablábamos, y se rompe el
perfecto equilibrio de la vida cristiana.
El resultado de este doble proceso […] es que aun salvándose, por supuesto, la ortodoxia,
porque las puertas del Infierno no pueden prevalecer contra la Iglesia , se estrechan las
perspectivas teológicas y se empobrece la verdad cristiana en cuanto
vivida. A causa de esta insoslayable vinculación de la ortodoxia
contra-reformadora a la herejía correspondiente, se produce durante épocas
enteras el oscurecimiento de verdades absolutas, el paso temporal a segundo
plano de jirones de realidad, el descuido de lo que queda entre las dos partes.
En el caso que a nosotros nos ocupa ahora, el de la Contrarreforma , los
ejemplos que podrían traerse son varios. El de la Biblia es quizá el más
visible. Por reacción contra el unilateral biblicismo de los protestantes, el
católico se ha visto privado en la práctica, hasta hace pocos años, de la
directa y frecuente lectura de la Palabra de Dios. Análogamente, por reacción
contra el principio protestante del sacerdocio general de los fieles, el laico
católico ha carecido, durante siglos, de la participación activa en el culto
divino y, en general, en los asuntos de la Iglesia , esa actuosa
participatio de que habla Pío XI. La debilitación de la idea del Corpus
Ecclesiae mysticum durante toda la época contra-reformadora del
catolicismo, es otra muestra de lo mismo. Debilitación solamente, no, claro es,
pérdida, pues que se trata de una realidad esencial al catolicismo.
[…] sería
imperdonable que fuésemos injustos con la Contrarreforma. Es verdad
que el contra-reformador, a causa de su misma actitud, está condenado a vivir
el cristianismo parcialmente. Pero esta limitación no es culpa suya, sino que
viene dada por la situación espiritual —defensa, controversia, lucha—, en que, sin quererlo, se ve forzado a vivir
religiosamente. ¿Remedio a su alcance? Únicamente humildad y paciencia.
Nada se puede hacer sino esperar que alguna vez se cierre el período; pero como
la historia no se acaba, entonces se abrirá otro nuevo. He aquí el misterio de
la historicidad de nuestra religión. No sólo el contra-reformador, todo cristiano está condenado a vivir su
religión de manera incompleta, y tiempo vendrá en que a nosotros, católicos de
hoy, se nos haga este mismo reproche. Pues el cristianismo es demasiado grande
para que pueda ser realizado en su plenitud por ninguna época, por ningún
hombre.»