miércoles, 31 de agosto de 2011

Buena noticia de Argentina


Nos llega una noticia de Argentina que compartimos con nuestros lectores. El grupo Nuestra Señora de la Cristiandad ha realizado la segunda peregrinación a la Basílica de Nuestra Señora de Luján. Nos alegramos por la iniciativa de estos jóvenes y hacemos votos para que el apostolado tradicional se multiplique. Aquí pueden verse algunas fotos.

martes, 30 de agosto de 2011

De Kafka a Maricruz


En la vecina Infocatolica, Maricruz da a entender que ha padecido lo mismo que otros grupos estables que han solicitado la aplicación del Summorum Pontificum. Si fuera cierto, lo que no termina de explicitar esta singular bloguera, lo sucedido nos deja la misma impresión de absurda injusticia que muchos conocemos por experiencia propia o ajena. Copiamos un relato de F. Kafka que nos parece alusivo al caso. 



Ante la Ley
Por Franz Kafka
Hay un guardián ante la Ley. A ese guardián llega un hombre de la campaña que pide ser admitido a la Ley. El guardián le responde que ese día no puede permitirle la entrada. El hombre reflexiona y pregunta si luego podrá entrar. 'Es posible', dice el guardián, 'pero no ahora'. Como la puerta de la Ley sigue abierta y el guardián está a un lado, el hombre se agacha para espiar. El guardián se ríe, y le dice: 'Fíjate bien: soy muy fuerte. Y soy el más subalterno de los guardianes. Adentro no hay una sala que no esté custodiada por su guardián, cada uno más fuerte que el anterior. Ya el tercero tiene un aspecto que yo mismo no puedo soportar'.
El hombre no ha previsto esas trabas. Piensa que la Ley debe ser accesible en todo momento a todos los hombres, pero al fijarse en el guardián con su capa de piel, su gran nariz aguda y su larga y deshilachada barba de tártaro, resuelve que más vale esperar.
El guardián le da un banco y lo deja sentarse junto a la puerta. Ahí, pasa los días y los años. Intenta muchas veces ser admitido y fatiga al guardián con sus peticiones. El guardián entabla con él diálogos limitados y lo interroga acerca de su hogar y de otros asuntos, pero de una manera impersonal, como de señor poderoso, y siempre acaba repitiendo que no puede pasar todavía.
El hombre, que se había equipado de muchas cosas para su viaje, se va despojando de todas ellas para sobornar al guardián. Éste no las rehusa, pero declara: 'Acepto para que no te figures que has omitido algún empeño.' En los muchos años el hombre no le quita los ojos de encima al guardián. Se olvida de los otros y piensa que éste es la única traba que lo separa de la Ley.
En los primeros años maldice a gritos su destino perverso; con la vejez, la maldición decae en rezongo. El hombre se vuelve infantil, y como en su vigilia de años ha llegado a reconocer las pulgas en la capa de piel, acaba por pedirles que lo socorran y que intercedan con el guardián. Al cabo se le nublan los ojos y no sabe si éstos lo engañan o si se ha obscurecido el mundo. Apenas si percibe en la sombra una claridad que fluye inmortalmente de la puerta de la Ley.
Ya no le queda mucho que vivir. En su agonía los recuerdos forman una sola pregunta, que no ha propuesto aún al guardián. Como no puede incorporarse, tiene que llamarlo por señas. El guardián se agacha profundamente, pues la disparidad de las estaturas ha aumentado muchísimo. '¿Qué pretendes ahora?', dice el guardián; 'eres insaciable', 'Todos se esfuerzan por la Ley', dice el hombre. '¿Será posible que en los años que espero nadie ha querido entrar sino yo?' El guardián entiende que el hombre se está acabando, y tiene que gritarle para que le oiga: 'Nadie ha querido entrar por aquí, porque a tí solo estaba destinada esta puerta. Ahora voy a cerrarla'.

lunes, 29 de agosto de 2011

Las críticas a los movimientos (I)


Publicamos hoy un correo de nuestro lector Ludovicus sobre las críticas a los movimientos. 

Con motivo del acto de los neocatecumenales en Madrid al cierre de las JMJ, se ha suscitado un fuerte debate respecto de los alcances de las críticas a los neomovimientos. Algunos señalan que tales críticas resultan inoficiosas, habida cuenta del respaldo con que contarían en la jerarquía católica, manifestado en la presencia de un centenar de obispos y las constantes referencias laudatorias del magisterio pontificio.
Otros arguyen que considerar enemigos a los integrantes de estructuras eclesiales aprobadas por ese magisterio denota desobediencia e incluso soberbia diabólica al pretender saber más que los pastores. Otros, en fin, sugieren que el motivo de tanta oposición es la envidia y el pecado de quienes impugnan los frutos innegables del Espíritu, que se evidencia en tantas conversiones, rescates de la droga y del suicidio, etcétera.
Habrá que explicar nomás los motivos de nuestra posición frente a los neomovimientos, que no es enemistad hacia los miembros, ni hacia los neomovimientos en sí, sino a las derivas sectarias y heteropraxis de los mismos. Esto es importante, porque en estas estructuras los miembros, sus cuitas pasadas, su presente redento suelen aducirse como "rehenes" de la estructura fallida. Bombardear dicha estructura conlleva herir a los miembros, parece ser la falacia.
En primer lugar, dejar claro un principio doctrinal-moral: las consecuencias no justifican ni santifican ningún instrumento. Los adventistas, los mormones, los testigos, pueden ostentar miles de personas rescatadas de la droga y del suicidio, sin que por ello sus estructuras queden justificadas en lo más mínimo. Aún en el caso de que en estas sectas la gente se acerque a Dios, deberá ponerse en la cuenta de la acción directa y misteriosa de la gracia, no de las estructuras. El Espíritu Santo no se vale de las estructuras fallidas como instrumento, al menos qua fallidas, en cuanto fallidas, diga lo que diga cierta teología posconciliar. Si acaso, serán ocasión de conversión, no causa, ni siquiera instrumental, como puede ser ocasión de conversión una enfermedad o el mismo pecado. Etiam peccata. La consecuencia no justifica los medios. El fin no justifica los medios, ni los miedos.
Lo que justifica una estructura social, cualquiera sea, es su ordenación al bien común, a través de relaciones intersubjetivas sanas tanto desde la perspectiva natural como sobrenatural. Dicho de otro modo, una sociedad, cualquiera sea, se juzga por la conformidad de sus relaciones humanas con la razón y la fe. Nada más. Será sana, desde el punto de vista natural, una estructura en que los miembros, en primer lugar, sean respetados como personas morales libres y autónomas psíquica, social y económicamente, se estimule el ejercicio de la razón crítica, en la que no exista manipulación ni coerción, ni se fomente la inmadurez psíquica, ni el culto al líder, etcétera.  Será sana, desde el punto de vista de la fe, la estructura que no suplante a la Iglesia universal, que respete íntegramente las fuentes de la Revelación, Escrituras y Tradición, que mantenga el orden de prelación jerárquica de las verdades de fe, que no genere idiosincrasias particulares al margen de la tradición católica, etcétera. Esta sanidad sobrenatural no es suplida por la aprobación canónica, es intrínseca y debe ser corroborada y corregida permanentemente, a través de un control eficaz de la autoridad que ha  brillado por su ausencia, como lamentablemente se ha constatado en las últimas décadas.
¿Cuál es el peligro de una estructura fallida desde el punto de vista natural? Pues la reproducción del patrón sectario, que responde a tendencias patológicas de la psiquis humana y de la sociología de las organizaciones, de cualquier organización por más católica de nombre que sea. Un fundador con tendencias narcisísticas y con miembros con baja autoestima son una invitación permanente a la reproducción de tendencias sectarias, para peor con una licencia de corso por el añadido de la nota de "católica" a la organización. Las similitudes que surgen con sectas no católicas constituye inmediatamente un escándalo tanto para el observador creyente como para el escéptico. Al final, todo parece dar en lo mismo. Ahora bien, una estructura social fallida genera víctimas, produce o agrava patologías psíquicas. Dolor en los miembros pues, dolor que puede ser santificante -de nuevo la ocasión de la gracia- pero que no es lícito inferir gratuitamente. La gracia no puede ser excusa para lesionar lo natural.
¿Cuál es el riesgo de una estructura sectaria a la luz de lo sobrenatural? En primer lugar, el antitestimonio referido, que lleva a identificar modos sectarios con la praxis  católica. Se llega a pensar que ser católico es buscar el éxito a rajatabla; o que consiste en justificar todas las acciones del fundador; o vivir en un estado de permanente acriticismo, de embobamiento alegre y conformista; o preterir la familia a los fines de la organización, etcétera. En segundo lugar, los famosos "rebotados". Ex miembros que al salir de las organizaciones, sufren el efecto de acople entre la "fe" tal como la han recibido de la organización y la verdadera fe, y tiran el agua sucia de la bañera con el bebé adentro. Infidelidad pues, odio a la Iglesia, y los innúmeros males de la apostasía, agravados por la acusación de los de adentro de "resentimiento".
¿Qué hacer?  Pues lo dejamos para otro artículo. En principio, no propiciamos ninguno de los dos temperamentos viciosos: ni la destrucción de los movimientos, en un acto similar al de la bañera, ni seguir en una actitud pasiva donde la falta de control permite absurdos que saltan a ojos vista y que producen irrisión en los increyentes. La virtud está en el medio, y se llama control de la autoridad, abnegación de los fundadores, sobre todo de particularismos e idiotismos inútiles, y renuncia de los miembros a querer ser distintos. Y en todo, mucha fe, pero también mucha razón. Mucha razón.
Seguiremos...

domingo, 28 de agosto de 2011

Espiritualidad laical: desenvolvimiento personal en el deber de estado


Continuamos con con la publicación de textos de Sertillanges. 
Todo aquello que sirve a Dios, nos sirve, nos eleva también a nosotros. Si es verdad que es doloroso y humillante el ser esclavo de las gentes, también lo es que siempre es muy bueno y fortalecedor el ser esclavo de un trabajo, cuando éste es oportuno y según el orden debido.
Un poeta declaraba que lo que más estimulaba su numen, no era lo que ordinariamente se llama inspiración, sino más bien la necesidad de concluir una vez que emprendía la obra, una vez que tiraba los dados de la suerte. Lo mismo ocurre con los dados de la Providencia que se hallan extendidos ante nosotros; si después de leer el resultado, lo aceptamos con valentía serena, tendremos una ocasión estupenda para nuestro desenvolvimiento y nuestro progreso.
Todo empleo tiene su rendimiento en el cual es en lo que ordinariamente se piensa, y lo que únicamente se procura obtener. Pero la realidad sobrepuja siempre nuestros intentos: pues lo divino es rico. Si confronto con los movimientos de mi ser íntimo lo que intento realizar en el trabajo, veo que en cierto modo no viene a ser otra cosa que un perfeccionamiento. El alma sobrepasa al empleo; éste podrá desfigurar mi vida íntima, puesto que se interpone entre el público y yo, pero no será capaz de aniquilarla.
¿Qué consuelo puede haber mejor para el caso en que el rendimiento es aparentemente nulo o en que se ha obtenido —si es que esto puede llamarse obtener— precisamente un resultado contrario al que se pretendía? Pero, ¿qué digo? Aún así ha salido ganando si, mediante el esfuerzo generoso realizado para vencerse a sí mismo con ocasión de lo exterior consigue un aumento de dignidad y de valor moral.
Por lo demás, la tierra se niega con frecuencia a dar al labrador todo lo que de ella espera; sin embargo, pocas veces se arrepentirá éste de haberla trabajado. Lo que por una parte se pierde, se gana por otra. La naturaleza no es ingrata. Ahora bien, si esto ocurre en la naturaleza, en lo sobrenatural hay que decir que es imposible concebir la riqueza que esperamos; en este orden, la nada vale infinito, lo insignificante produce lo inmenso, y los valores negativos se tornan positivos por la acción de Aquel que «llama a lo que es y también a lo que no es».
No me refiero aquí en absoluto a la recompensa; hablo de formación. En el fondo son idénticas; pero puede ocurrir que no se piense en las futuras floraciones. Esta semilla de inmortalidad que tenemos y que se confunde con nuestra persona moral, se desarrolla, mejor que en parte alguna, en el deber de estado, independientemente de cualquier acción y de toda eficacia visible: «¿No es verdad —dice M. Jacques Madaule— que los días en que estamos abrumados por las ocupaciones nos llega a cada uno de nosotros un momento en que sentimos de repente que todo eso no tiene en realidad importancia alguna, que no llegamos a lo esencial, que nos quedamos en la superficie?» Así es, en efecto. Sin embargo, el fondo de las cosas nos espera siempre; está esperando que lo asgamos, o mejor, que nos dejemos asir por él, porque solamente nos llevará cuando en verdad nos posea.
Por lo demás, es preciso conceder que en el deber de estado, la quietud del espíritu y el equilibrio del alma exigen un cierto éxito a los propios ojos y una satisfacción de los demás. Pero no olvidemos que el éxito depende de la fidelidad que pongamos en la obra y de la importancia que le demos. Formándose, se adquiere fe; teniendo fe, se forma uno. Hay en ello sus más y sus menos; pero en general el fracaso es debido casi siempre a la irreflexión, al olvido o al descuido de las condiciones esenciales que exigen los actos; y es que se deja al azar, a la «probabilidad», lo que de por sí exige un esfuerzo perseverante si se quiere sacar partido. Naturalmente tendemos a querer obtener efectos sin poner antes las causas. Por un mínimum de semilla queremos un máximum de cosecha, y aun ese poco lo regateamos en lugar de sembrar en abundancia. Sin embargo, no lo entiende así la naturaleza cuando no nos complace, elogiando de este modo a la moralidad aun en sus leyes y dando con ello una lección a nuestra pereza. También reciben ahí su lección nuestra imprudencia y nuestras pasiones, porque no solamente queremos el bien sin que nos exija esfuerzo, sino que también pretendemos evitar los peligros sin aventurar nada. Lo mismo que ocurre al enfermo que se aferra en llamar al médico y no quiere comenzar por sujetarse a las más evidentes prescripciones de la higiene. En ambos casos puede adivinarse qué cambios puede obrar una entrega al deber de estado que no favorezca menos la represión de las pasiones que la práctica de la valentía.
Un escritor contemporáneo escribía sin ambages: «No he tenido por qué preservar mi pluma; ella ha sido la que me ha preservado a mí». Delacroix escribía también en su diario: «La pintura comodona es la pintura de un comodón». Y luego se felicitaba de haber encontrado su bienestar donde menos lo pensaba: en su quehacer diario. A la larga —y así lo apunta Delacroix también— dificultades, preparaciones o retoques fastidiosos y hastío, todo se desvanece por sí mismo. Según Baudelaire, «la obra más larga es la que no se comienza por falta de decisión», y en su Princesse lontaine leemos este verso: «Se termina por amar el punto al que se boga».
Nosotros bogamos hacia Dios sobre la barca de cada día en la que El nos colocó. Y lo hizo por amor: si nosotros bogamos también por amor, terminaremos amándole más.

sábado, 27 de agosto de 2011

Cuando los jóvenes cantan a los ancestros y la tierra

A veces, en este perro mundo, suceden o se entera uno de cosas que le hacen saltar de júbilo. No cambian nada fundamental, es cierto, pero son signos, destellos, señales… de que un día las cosas pueden realmente cambiar.
Y para que nuestros lectores también puedan sentir este gozo y esta esperanza, nos complace dar a conocer (a quienes aún no lo conocieran) el trabajo creativo del grupo musical de Quebec denominado Dégénération, nombre escogido, sin duda, para mejor combatir a esta última... (“¡Ah, bah! ¡Es sólo música!", exclamarán los amargados de siempre.)
 La canción que aquí interpretan (probablemente la más famosa de su repertorio) lleva por título Mes Aïeux (Mis Antepasados). La reivindicación del pasado frente a la futilidad del presente, la defensa del arraigo a la tierra, de la identidad, de las tradiciones: tal es el tema de la canción compuesta con un ritmo trepidante y que —esto es lo extraordinario— aclaman en un concierto miles de jóvenes. Unos jóvenes que nada tienen que ver, por supuesto, con el polvoriento espíritu carca que todo lo enmohece.
¿No se lo creen? Pasen y vean.


Tomado de El Manifiesto. 


viernes, 26 de agosto de 2011

Surfing JMJ


Para anticiparnos a posibles críticas debemos decir que nos parece un gran bien que en las JMJ se administre el Sacramento de la Penitencia en confesionarios provistos de la rejilla fija.

No nos gusta, en cambio, la peregrina inspiración arquitectónica que busca hacer un confesonario que se parezca a una tabla de surf, síntoma de lo que Romano Amerio llamó la "juvenilización de la Iglesia". Nos disgusta porque el confesionario no sólo es como una prolongación del sigilo sacramental, que guarda la intimidad de los penitentes mediante la rejilla, sino también un medio para simbolizar el carácter sobrenatural de la confesión y el gran misterio de la misericordia divina.

En fin, parece que estamos ante un síntoma más de la juvenilización eclesial anticipada por Tonneau (en traducción de, el Brigante):
El hombre clásico, enamorado de la razón, tendía a la sabiduría, pues la sabiduría no hace sino realizar a la perfección el voto de la razón, que es el de descubrir y de realizar el orden. El sabio es el que ve y pone todas las cosas en su lugar, en su rango, en relación con el conjunto del universo y con las causas primordiales. El hombre de hoy ha perdido el gusto de la sabiduría: ha colocado su ideal en otro lugar. No solamente idolatra la juventud, sino que comparte las flaquezas espirituales de una adolescencia inadaptada y abortada. Para los médicos, los psicólogos y los moralistas de la antigüedad y para los educadores que, hasta no hace demasiado tiempo, seguían los preceptos de la pedagogía clásica, la juventud era un período de crisis, de preparación (...). En el niño y en el adolescente se educaba al hombre eterno.
Hoy, excepción hecha de algunos círculos conservadores, el esfuerzo va dirigido a desarrollar en el niño y en el joven precisamente sus rasgos característicos. La juventud ya no es una edad preparatoria para la vida adulta, sino que constituye una edad perfecta en su género. Se trata de que consiga todas sus promesas. Más aún: muchos modernos –más o menos derivados de Rousseau y del romanticismo– han elevado esta “edad perfecta en su género” al rango del ideal, de un estado privilegiado del que no se sale sin incurrir en decadencia. La misma idea de que pueda existir un progreso humano en el paso de la juventud a la madurez y de ésta a la vejez, parece una antigualla. Un fenómeno semejante señala un cambio en el orden de los valores antropológicos."
Fr. Jean Tonneau O.P Loi et éducation chrétienne, en "Prudence chrétienne", 1948. Pp. 172-3.

jueves, 25 de agosto de 2011

Persuasión coercitiva


Con ocasión de los comentarios vertidos en defensa de Carmen Hernández, nos parece importante recordar dos notas de la persuasión coercitiva:

"Peyoritivización" y denigración de disidentes: El carácter despectivo con el que es teñido todo lo ajeno al movimiento y la denigración constante de los que lo abandonaron o no desearon ingresar, es también un elemento clave para el reforzamiento constante de ese sentimiento de elegidos y privilegiados, a la vez que va generando fobias hacia el posible abandono del movimiento en cuestión.

Respuestas simplistas y maniqueas: Toda pregunta que el sujeto a influenciar pudiere hacer, son evacuadas con respuestas simplistas, reduccionistas, que no llevan más de veinte palabras y, en consecuencia, son fácilmente memorizables. Estas respuestas también se caracterizan por su fuerte contenido maniqueo y dialéctico, dividiendo radicalmente al mundo en dos: todo lo bueno está dentro del grupo, y todo lo malo, fuera de él."




miércoles, 24 de agosto de 2011

Expertos intérpretes de la realidad



Como todos sabemos, el Papa ha venido a España tres veces durante su pontificado. Un verdadero récord que muy pocas otras naciones pueden darse el lujo de ostentar.

Nuestro portal amigo, tanto en las entradas de sus blogueros más entusiastas como en la presentación de las noticias especialmente selectas por su director, nos ha explicado que eso se debe a "la especial predilección que siente Benedicto XVI por España" (cita aquí, pero passim en todo el portal en los últimos meses). Es más, según esta cita tomada al azar, esa predilección se "ha demostrado".

Por eso, nos llaman la atención las declaraciones que hizo ayer el Rvdo. P. Federico Lombardi, S. I., director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede y que, por lo menos, han sido difundidas por medios de prensa  hispanoamericanos. Por ejemplo, AICA de los obispos argentinos y la peruana ACI Prensa.

El padre Lombardi admitió "que España es el país al que Benedicto XVI fue con más frecuencia" pero explicó que la Iglesia en España facilitó la venida del Santo Padre porque "tuvo la buena voluntad y la capacidad de organizar dos grandes acontecimientos de interés general de la Iglesia, que podrían haberse realizado en cualquier otro país".

     Para el sacerdote es "un exceso hablar de una predilección por España a partir de estos tres viajes porque dos fueron ocasiones de carácter general".

     "Quiero dejar en claro que el Papa quiere ver a toda la Iglesia, a todos los países", indicó y agregó que si algún español se siente privilegiado, se trata de un dato "subjetivo" porque "el Papa quiere ver a todos y hacerse presente dándole su contribución a toda la Iglesia en el mundo".
     "Lo que tenemos son circunstancias que se presentan y facilitan su presencia", agregó.
Este cura Lombardi debe ser un filo-lefebvriano...


Ahora bien, lo que más nos llama la atención, no es tanto el mesianismo de nuestro portal amigo, sino algunas frases que se le escaparon al Cardenal Arzobispo de Madrid y Presidente de la Conferencia Episcopal Española, su eminencia Antonio María Rouco Varela:
«los sentimientos de veneración y nobleza propias de un pueblo de bimilenaria tradición cristiana la sociedad española, sus autoridades, extraordinariamente generosas ... la inmensa mayoría de los españoles: ¡el pueblo de España!» 
«cuya principal seña de identidad histórica, ¡de su cultura y modo de ser!, es la profesión de la fe cristiana de sus hijas e hijos en la comunión de la Iglesia Católica»
Si éste es el sentir de toda nuestra C. E. E., nos tememos que nuestros señores obispos viven en estado de coma...

martes, 23 de agosto de 2011

Perplejos

Varios de nuestros más conspicuos conspiradores lectores, nos solicitan una lectura sobre la JMJ. Pensamos que no es demasiado pertinente al hilo de los documentos que hemos venido insertando o de los diversos comentarios que se han vertido sobre el particular, ya en éste como en otros blogs. Pero, para contentar a unos y otros, ahí va.


Comenzaremos por el final. Nos asaltan serias dudas sobre si entonar un Te Deum porque el acontecimiento haya concluido, o un compungido Miserere. Viendo como ha terminado el evento, optamos por éste último. 

Porque el final de la JMJ es muy representativo del problema de fondo estos eventos. ¿Qué final es ése? Pues el festival representado por toda la cosa neocatecumenal. Con unos obispos escuchando impertérritos y sin sonrojarse como Kiko Argüello confiesa públicamente que Dios le manda enviar misioneros a China; cómo Kiko aparece como un profeta inspirado de los últimos tiempos dando las orientaciones pertinentes a las autoridades eclesiásticas. Incluso a algún tradi redimido (¿le recuerdan acompañando a don Castro Mayer en las consagraciones episcopales de 1988?), con un semblante de satisfacción escuchando las barbaridades habituales proferidas por Kiko Argüello en este tipo de encuentros: http://www.youtube.com/watch?v=Woo5PK_I2m8 (minuto 30.29). 

¿Habremos de mostrar pública adhesión a las revelaciones de Kiko Argüello del mismo modo para que el control de calidad eclesiástico nos homologue como fieles católicos? De vergüenza ajena. Pero no demos más cancha al grupo cuasi-sectario neocatecumenal.

Y vamos hacia una valoración de la JMJ. 

Hay dos modos de afrontarla. Uno de ellos es abstraer los diversos elementos de la JMJ y hacer una especie de catálogo de situaciones y entrar a valorarlas. Hemos visto algunas imágenes realmente sorprendentes: ñoñerías, compra de licores para botellones místicos, algunos jóvenes en actitudes lúbricas, etc. Sin duda que nos llaman la atención, pero para el que esto escribe, tal no es el problema de la JMJ. 

En la Vigilia del sábado por la noche, la cadena de televisión que retransmitía tal acto, hablaba de la “lluvia del Espíritu”, y el “viento del Espíritu”. Si seguimos con la interpretación sobrenaturalista de los fenómenos meteorológicos, habría que apuntar algo sobre los desperfectos que impidieron hacer un reparto masivo de la comunión como en JMJs anteriores. Pero esto, no; fue un simple accidente.

El problema es el planteamiento de fondo de la JMJ: ¿Se trata de una operación de márketing? Más concretamente: ¿Se quiere dar, por parte de la Conferencia Episcopal, una imagen de la Iglesia, como pujante, joven y sin problemas? 

Intentemos responder a esto: si la respuesta es “sí”, estamos ante una situación grave, pues ello querría decir que los jerarcas de la Iglesia española son conscientes del erial crítico en que se mueve el catolicismo español, no únicamente en sentido numérico, sino en sentido cualitativo, en donde los contenidos de la fe católica son obviados o puestos en duda por parte de los escasos fieles que acuden a las parroquias los domingos. En esta situación, se trataría de dar una “imagen” que permitiese seguir manteniendo un cierto “status” sociopolítico, tratando de dar una impresión de capacidad de presión social y política. Sería grave. 

Pero más grave sería que la respuesta a la pregunta planteada sea “no”. En caso de que no sea una operación de marketing, nos encontraríamos con que realmente los obispos españoles (y por extensión europeos) no son conscientes de la situación real de la Iglesia, en los términos a los que nos hemos referido unas líneas antes. Situación más grave pues posterga sine die la necesidad de “meter el bisturí” en la situación eclesial actual, y en donde estos baños de masas les siguen obnuvilando como si se tratara de una especie de “opio episcopal”, que les abstrae de la gravísima situación real del día a día de la Iglesia.

En el encuentro con Kiko Argüello se dice que hubo doscientos cincuenta mil participantes; si la participación en la JMJ fue de un millón y medio, nos situamos en el aproximado veinte por ciento de participación neocatecumental en la jornada. Lo que nos indica hacia dónde vamos: se renuncia a ver los problemas reales de la Iglesia, en una situación de crisis extrema, y los obispos se entregan de manera complaciente y sin problemas al discurso delirante de don Argüello. 

Para preocuparse.

lunes, 22 de agosto de 2011

El «éxito» de las JMJ.


Desde la mentalidad barroca se intenta enfatizar que la Iglesia es una sociedad visible, tan exterior como España, Francia e Italia. Se desea que lo sobrenatural sea lo más visible posible. Y se reduce lo mistérico a ideas claras y distintas.

El precio de esta mentalidad es hacer de la Iglesia una comunidad humana, tal vez demasiado humana. Para una mentalidad barroca, las JMJ serían un éxito superlativo. Ni los indignados, ni los frikis, ni el calor, ni los excesos de los jóvenes, podrían empañar semejante apoteosis de la cantidad. Los números cantan, dos millones son abrumadores, por más que las formas externas no sean las del siglo XVII.

Lo más importante de la Iglesia, sin embargo, es la presencia de Cristo, que llama hacia él a sus miembros, que participan de la gracia. Ese don divino, corazón íntimo, Misterio, que se manifiesta a través de los sacramentos y de la estructura exterior. Desde esta perspectiva, el éxito en convocar multitudes tiene un valor instrumental: se subordina a la acción de la gracia.

¿De qué nos alegramos? Sobre todo, del bien sobrenatural que tiene primacía, pues hay más gozo “…por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse” (Lc. XV, 7). Además, en general, por todos los bienes implicados en las intenciones de Terzio, en la medida en que se hayan logrado.

¿No hay nada criticable de las JMJ? Claro que sí. No tenemos por qué negar la realidad. En entradas sucesivas, Deo volente, volveremos sobre el tema. 

domingo, 21 de agosto de 2011

Sentido del humor



No cabe duda de que la vida moderna con sus prisas y agobios no favorece a desarrollar el sentido del humor. El buen humor parece más propio de otras épocas más tranquilas donde florecían el género de las zarzuelas o las comedias teatrales. Este tiempo nuestro es más proclive al estrés, a las ansiedades, a los nervios rotos, y estas disposicio­nes de ánimo no son compatibles con esa paz inte­rior de donde brota el buen humor. Sin sentido del humor la vida desemboca en tragedia
Los grandes problemas, a veces, deben ser resueltos con una sonrisa. El buen humor es la panacea para muchos males propios de la convivencia. Reírse a tiempo de una pequeña contradicción es haber dado con la mejor solución para superarla. La risa impide que magnifiquemos los hechos adversos y les demos más importancia de la que en realidad tienen
Una buena pedagogía debería enseñarnos a no tomar muy en serio muchas de nuestras acciones. La mayoría de las cosas tienen la importancia que nosotros queramos darles, y con frecuencia les damos una entidad superior a la suya. Es un princi­pio de sabiduría saber aquilatar la realidad en su medida justa, darle el valor debido. De esta forma, no habrá sorpresas que nos decepcionen, no estare­mos fracasando constantemente. Es verdad que el sentido del humor en parte nos viene dado por nuestro temperamento, pero depende de nuestra decisión temporal el que sepamos convertirlo en un elemento primordial a la hora de interpretar la vida.
 No es fácil adoptar esta postura, porque un requisito sine qua non para que crezca el buen humor es la paz interior, y este tipo de paz es difícil de adquirir porque depende de la posesión de valores espiritua­les, para cuya obtención se necesita del factor tiem­po. Siempre tropezamos con los valores morales, porque son en ellos donde a fin de cuentas se resuelve la vida humana. No hay otras recetas para hacer de la convivencia fuente de felicidad. El buen humor es una consecuencia y no puede darse sin la causa de donde procede. Y esta causa es -como hemos dicho- la paz interior.

sábado, 20 de agosto de 2011

Espiritualidad laical: la intimidad divina en el deber de estado


Continuamos con con la publicación de textos de Sertillanges. 

Siendo un culto, el deber de estado nos pone en contacto con el ser a quien de ese modo adoramos con nuestra actividad y a quien servimos, por así decirlo, por medio de un poder: el poder de nuestras obras. El Sacerdote palpa a Dios con sus manos, y podemos decir que, sacramentalmente, lo crea. Pues bien, el fiel se «hace uno» con el Sacerdote, es decir, se une a Dios, al Sacerdote y a la comunidad cristiana. Y en consecuencia, el que trabaja allá lejos —sea hombre o mujer— en casa o en el campo, en la fábrica o en el despacho, está siempre unido a ellos y a Dios desde el momento que supo orientar y dirigir su trabajo hasta convertirlo en un rito.
No irán al cielo únicamente aquellos que pasaron su vida tendiendo escaleras para subir por ellas. El Sacerdocio es grande; pero todo viviente puede participar de él con tal que lo quiera; precisamente no fué a los clérigos a quienes fueron dirigidas estas magníficas palabras: «Vosotros sois linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido para pregonar el poder del que os llamó de las tinieblas a su luz admirable.»
Nuestro Dios se vale del espíritu de nuestra vida para atraernos hacia El; a través del modo y ocupaciones de nuestra vida El viene a nosotros con el fin de realizar con nosotros todo aquello que hemos de realizar, en conformidad con su providencia. Su cielo se halla tan cerca del Altar como de la pala, del yunque o de la rueda de un molino. Lo que aproxima es el amor. De la misma manera que el horizonte está equidistante de cualquier punto de la tierra, cada instante de trabajo o de oración puede estar en la misma relación que todo lo demás respecto de lo eterno.
Lo que primeramente es necesario para que se establezca y se haga más íntimo nuestro contacto con Dios en el trabajo es que sintamos la presencia de Dios. Presencia significa aquí pensamiento; si no pienso en Dios, lo alejo, y aunque El siempre esté conmigo, yo no estaré con El. Es preciso además que nuestra voluntad se adhiera a la suya, y esto de dos modos: negativamente, no admitiendo nada que sea malo; positivamente, aceptando nuestro destino, nuestro obrar presente y nuestro porvenir que señalará nuestra fidelidad y nuestra confianza.
El trabajo exige de nosotros un acto de fe, un acto de sumisión filial, un acto de adoración, un acto de amor, Tarea pequeña —puesto que siempre lo es— pero sublimada por un gran corazón; tarea insignificante, pero ejecutada con el sentimiento de que, para nosotros, nada en el mundo la iguala. Tal es el deber de estado, ya e por él se cumple el deseo que Cristo nos convida a expresar con El: «Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo Bien examinadas las cosas, solamente una situación me conviene: la mía. Y después de ponderar todas las circunstancias a la luz de la eternidad, comprendo que, en este momento, solamente una acción coopera a mi salvación y a la gloria de Dios en su universo: la que yo realizo. Si así no fuera, ni sería posible realizarla. Pero desde el momento en que se la hace con recta intención o como necesaria, es buena. Su valor viene a ser en cierto modo, infinito, puesto que en ese instante en que se hace representa al «querer» infinito. Todo aquello que intentase usurpar el lugar de este querer infinito, sería un enemigo, constituiría una interposición entre Dios y yo; y no tengo por qué lamentarme de que sea un enemigo, aunque éste sea lo que sea: una hazaña moral, una conquista del apostolado, un heroísmo, o un martirio, teniendo con ello siempre la seguridad de haber hecho o de hacer aún así lo que era preciso.
¡Oh, qué bueno es sentirse de esta manera en la mano de Dios, unido a su corazón y colaborando en su obra inmensa y oculta! Es más, la pequeñez de la tarea engendra una dulzura especial! ¡Ved, Dios mío, cómo levanto una paja por amor vuestro! Sé muy bien, que algún día la veré brillar transfigurada en el Templo invisible. Efectivamente; también vuestro universo está hecho de briznas, vuestro océano de gotas y todos los Niágara de hilillos de agua. La grandeza está hecha con orden. El verdadero precio del universo es su caminar a la perfección. Yo también, Señor, por vuestra gracia camino a la perfección, y en consecuencia, también yo, si os amo, si os obedezco, voy según ese orden.
¡Gloria al trabajo por el cual Dios está con nosotros y nosotros con Dios! ¡Gloria a los pequeños sucesos, que nosotros provocamos o a los que nos adaptamos, si es que están orientados a su verdadero fin, si es que nos lanzan a la corriente de la Providencia para que en ella nademos sin desviarnos, sin prisas, sin presunción, sin violencia, sin impaciencia, y sin temor, como si fuéramos un ola más!
Nuestra vida tiene un fin; pero también cada uno de sus actos tiene el suyo: unirnos a Aquel que está ya presente en el tiempo con toda la magnificencia y alegría de su eternidad, unirnos a Aquel que ya es nuestro.