lunes, 18 de mayo de 2015

Sacerdocio bautismal (1)



La Iglesia del post-concilio está plagada de verdades desquiciadas. Conocida es la cita de Chesterton: “el error es una verdad que se ha vuelto loca”. O, como dice otro aforismo: “las mentiras más peligrosas son verdades medianamente deformadas”. Esto sucede especialmente con el denominado sacerdocio común -bautismal, no jerárquico- que es una dignidad de todo cristiano enraizada en el bautismo.
Una de las más tristes consecuencias del abandono del tomismo en la Iglesia, y su reemplazo por filosofías deletéreas, es la multiplicación de verdades enloquecidas. En este tema, en particular, si no se conocen las doctrinas del Aquinate sobre la participación, la analogía y la distinción, es muy probable, casi inevitable, que se incurra en errores. Hay una perfección participada: el Sacerdocio de Cristo. Y hay sujetos que participan de esa perfección: sacerdotes jerárquicos, que han recibido el sacramento del orden; y sacerdotes comunes, laicos, que no han recibido el sacramento del orden, pero que poseen un sacerdocio bautismal. Entre ambos sacerdocios hay diferencia real, y esencial, no sólo diferencia de razón y de grado; así como, de modo semejante, entre un ángel y un hombre hay diferencia esencial y no sólo de grado en la participación en el actus essendi. Pero, insistimos, sin el tomismo, en éste y en muchos  otros temas, se cae fácilmente en el error.
A partir de hoy publicaremos unas entradas sobre el sacerdocio bautismal que reproducen fragmentos de una ponencia del teólogo dominico Emilio Sauras publicada en 1954. Esperamos que sean de utilidad para mejor conocimiento del tema y prevención de dos errores comunes: la “clericalización” de los laicos, mal fundamentada en el sacerdocio bautismal y tan frecuente en el post-concilio, singularmente en las celebraciones según el Novus Ordo de Pablo VI; y una negación -reactiva y cerril- del sacerdocio común, que malentienda el principio radical de la vocación y misión de los laicos en la Iglesia.
Los que por oficio se dedican al culto y servicio divinos, y los dedicados a los quehaceres ordinarios de la vida, viven muchas veces sin la suficiente solidaridad mutua. El mundo considera al sacerdote como algo extraño a él, y el sacerdote considera al mundo como elemento al que están vedados los principios y los factores sobrenaturales de que él dispone. Y si todo quedara aquí, el mal no sería completo. Pero es que no solamente el sacerdote piensa así; también el laico se siente extraño ante el sacerdote. Con lo que los dos, de mutuo acuerdo, vienen a ratificar el desconocimiento al que hacemos alusión. Esta situación anómala es cada día menos viva y cruel, y es de esperar que llegue, por fin, a desaparecer. 
El hecho de estar en posesión de unos poderes que Cristo reservó para los sacerdotes constituidos en jerarquía ha servido muchas veces para que los fieles nos creyeran en posesión exclusiva de otros que tenemos en comunidad con ellos, y para que nosotros nos lo creyéramos también, a pesar de las enseñanzas explícitas de la teología en contrario. Sería un error de perspectiva atribuir a una sola causa el distanciamiento de que venimos hablando. Son muchas las que han contribuido a crearlo: unas políticas, otras sociales. Pero acabamos de señalar una digna de tenerse en cuenta. Es de carácter doctrinal o teológico. Si los sacerdotes y los laicos no se deciden de una vez a convivir y a comprenderse, es porque previamente se han atribuido en exclusiva cosas que les eran comunes; es porque se han negado a los fieles, atribuyéndolas sólo a los sacerdotes, cosas que eran de todos y en las que encontrarían todos un espléndido punto de contacto; o porque se han atribuido a los seglares en exclusiva cosas en las que los sacerdotes podrían mezclarse. San Pablo no era del mundo, pero vivía en el mundo, con los del mundo, para los del mundo, a fin de llevar el mundo a Cristo. Es un tema de máximo interés el del acercamiento del sacerdote a los laicos (1), pero no es éste el que vamos a estudiar ahora. Ahora vamos a tratar de la consagración laical, con la que los simples laicos adquieren cierta dignidad sacerdotal de tipo común o popular, cuya naturaleza se determinará más adelante, constituyéndose así en algo activo dentro de la Iglesia.
Siempre se consideró a los seglares poseedores de elementos activos de santificación personal; pero no siempre se paró suficientemente la atención, al menos en la práctica, en algunos elementos activos por los que, además de hacerse personas santas, se constituyen parte activa de la Iglesia. Es aleccionadora este propósito la anécdota que relata el Cardenal Gasquet, con cuyo recuerdo abre el P. Congar su reciente obra sobre el laicado (2). Un catecúmeno pregunta a determinado sacerdote cuál es la posición de los laicos en su Iglesia; y le responde que ante el altar están de rodillas, y ante el púlpito sentados, en actitud de escuchar. Añade el Cardenal, por su cuenta, que faltaba por señalar la posición de abrir el portamonedas para dar. Recibir los sacramentos de rodillas; escuchar la palabra de Dios sentados; cosas meramente pasivas. Y sólo son activos los fieles cuando se trata de cooperar a la edificación material del reino de Dios, que es lo que se señala en la actitud de abrir el portamonedas. Más mordaz y más despiadada es la frase de Le Roy: "Los fieles desempeñan el papel de los corderillos el día de la Candelaria: se les bendice y luego se les trasquila".
Es muy socorrida la alusión a las definiciones del Concilio de Trento sobre la diferenciación, por derecho divino, de los fieles y los sacerdotes, o sobre la constitución jerárquica de la Iglesia, establecida así por su divino Fundador. Esta doctrina dogmática, tan normal y tan legítima, con la que se da el mentís definitivo a las enseñanzas de algunos autores medievales, llevadas hasta sus últimas consecuencias por los reformadores del siglo XVI, sobre la democracia sacerdotal o sobre el igualitarismo cristiano, se ha interpretado a veces de una manera esquinada e hiriente para la dignidad de los simples fieles. Cual si del hecho de no ser todos igualmente sacerdotes o, lo que es lo mismo, del hecho de que haya sacerdocio jerárquico, deba seguirse que no lo sean todos o que no haya, además, un sacerdocio común. El pueblo fiel dejó de ser considerado por algunos como pueblo, para ser considerado como masa, sin personalidad, apto solamente para recibir, cosa meramente pasiva.  
Para llegar a estas conclusiones fueron necesarios muchos olvidos. El primero y más fundamental, el de la Escritura. San Pablo habla del cuerpo místico, en el que, dice, hay partes diversas. Activas todas ellas. Uno es cabeza; otros, miembros destacados; otros, miembros débiles, pequeños o escondidos, pero miembros que hacen algo. Adviértase que el Apóstol los considera activos en cuantos miembros o en cuanto parte de la Iglesia. Los fieles son Iglesia y hacen Iglesia.
El segundo olvido fué el de la Tradición, tan impresionantemente unánime y abundante cuando atribuye a los laicos la dignidad del sacerdocio real, de que hablan San Pedro, en su Primera Epístola, y San Juan, en el Apocalipsis. Cuya naturaleza explican los Padres y los teólogos de maneras diversas, por cuya existencia admiten, como veremos luego.
Y el tercer olvido, el del sentido de las definiciones tridentinas, con las que no se niega el sacerdocio real de los cristianos, sino que se proscribe la doctrina protestante sobre el igualitarismo sacerdotal y sobre la inexistencia de la jerarquía.
Temen algunos autores que, si hablamos del sacerdocio real de los fieles, bordeemos el protestantismo o caigamos en él. O, cuando menos, demos ocasión a que se interprete nuestra doctrina en sentido protestante. No hay tal peligro si las cosas se esclarecen bien desde el principio. No tuvieron tal peligro quienes siempre lo enseñaron, empezando por los Apóstoles, que nos hablan del sacerdocio común de los cristianos; siguiendo por los Padres y teólogos, cuyo testimonio unánime ha sido recogido en la obra del P. Dabín (4); y terminando por Pío XII, que lo enseña explícitamente en la Encíclica Mediator Dei, como tendremos ocasión de ver más adelante. 
Si por el hecho de no faltar quienes interpreten heréticamente una tesis tuviéramos que dejar de hablar de ella, no haría falta acudir al cálculo de probabilidades para saber cuánto tiempo sería necesario transcurrir hasta que no pudiéramos hablar de nada en teología. Porque errores los ha habido en todo. ¿Y hemos de dejar de hablar de todo? (5).
No, y menos del tema que estamos iniciando. Porque, aparte el respaldo de la Escritura de la Tradición unánime y de la autoridad reciente de Pío XII, hay otros motivos de carácter social y religioso. Aludíamos al principio al distanciamiento que se ha advertido en tiempos todavía recientes, y que, aunque disminuido, todavía se advierte hoy entre el clero y los laicos. Y decíamos que una de sus causas está en el abandono de la doctrina teológica que dignifica a los simples fieles al hacerles participar de una dignidad que ellos consideraban como exclusiva de los sacerdotes. Se les había condenado a un amorfismo religioso; a un no ser nada activo en la construcción del reino de Dios o en la constitución de cuerpo místico de Cristo. Y el abandono de la doctrina teológica según la cual son algo, son pueblo y no masa, se tuvo precisamente cuando se despertaba en el mundo la conciencia social que hacía advertir a los hombres cómo hay en ellos mucho de positivo y de afirmativo cuando, juntamente con quienes mandan, constituyen una sociedad. A este despertar de la conciencia social respondieron algunos teólogos, desviados intérpretes de las decisiones tridentinas, ahogando, con un instinto inoportuno y anacrónico, todo intento de dignificación social del cristiano que no fuera el de la virtud, con la que se dignifica ante Dios. Y pretiriendo prácticamente la dignificación social que le dan los diversos caracteres sacramentales por los que y con los que, como veremos luego, se constituye miembro de Cristo sacerdote. 
No es extraño, pues, que se produjeran el desconocimiento y el distanciamiento varias veces recordados. Con perjuicio de los propios sacerdotes y con perjuicio de los fieles también. Y, en definitiva, para detrimento de la Iglesia, que con unos y otros se edifica ; y del Cuerpo místico de Cristo, que se integra por los dos. A fuerza de creer que los fieles no tienen en la Iglesia otro quehacer que arrodillarse ante el altar y sentarse ante el pulpito, y, si a mano viene, acudir con sus limosnas a las necesidades de los demás, se ha llegado en muchos casos a la situación lamentable de un sacerdocio sin pueblo; de una liturgia espléndida, pero sin la plegaria de una comunidad que la participe; de un tesoro catequístico y doctrinal admirable, pero ignorado o desconocido y, por lo tanto, no vivido. Era natural que llegaran estas situaciones cuando se empezó por enseñar que se trataba de cosas en las que sólo los sacerdotes tenían quehacer, y no los fieles. 
Se oye hablar a veces del peligro que encierra un movimiento de dignificación de los fieles en el sentido al que ahora nos referimos. Hablar de un sacerdocio real, o de un apostolado que ejercer, puede producir en el hombre de la calle el vértigo de las alturas. Pensará que es más de lo que es y hará lo que no es de su competencia. Quizá suceda así, pero no se puede establecer sobre esto ningún criterio inapelable. Existirá tal peligro; pero nosotros pensamos que el peligro mayor no es el de creerse demasiado sacerdotes, sino el de creerse demasiado laicos. Ya está bien de laicismo y de absentismo; y es hora de que penetre en la conciencia del pueblo fiel su carácter de elegido y de consagrado. 
La teología cuenta con elementos positivos para justificar y explicar esta consagración… 

23 comentarios:

Anónimo dijo...

En wanderer alguien posteó que la bendición del papa por parte de los pentecostales y protestantes podría justificarse con este punto del catecismo:

1271 El Bautismo constituye el fundamento de la comunión entre todos los cristianos, e incluso con los que todavía no están en plena comunión con la Iglesia católica: "Los que creen en Cristo y han recibido ritualmente el bautismo están en una cierta comunión, aunque no perfecta, con la Iglesia católica... justificados por la fe en el bautismo, se han incorporado a Cristo; por tanto, con todo derecho se honran con el nombre de cristianos y son reconocidos con razón por los hijos de la Iglesia Católica como hermanos del Señor" (UR 3). "Por consiguiente, el bautismo constituye un vínculo sacramental de unidad, vigente entre los que han sido regenerados por él".

Es esto así? Estoy muy confundido.
Gracias!

Ricardo

Anónimo dijo...

HABRÁ 1 DIA Q EN VEZ D HABER PASTORES ALIMENTANDO LAS OVEJAS,HABRÁ PAYASOS ENTRETENIENDO LAS CABRAS

La Iglesia de Luis A. Henríquez...

Anónimo dijo...

Se agradece que traten un tema tan mal entendido en la Iglesia hoy.

Resulta chocante que un teólogo sensato y tan cercano a nosotros en el tiempo describa un estado de la opinión en la Iglesia de entonces (1954) tan opuesto al de hoy... y tan opuesto al que se manifestaría en el Concilio, solo 5 años después. Si este dominico no se engañaba, lo que hacía falta subrayar entonces era que había alguna participación de los fieles en el munus sacerdotal de la Iglesia, cosa que al parecer negaba la mayoría. ¡Qué mudanzas!

Esto me lleva a una idea que también me ha sugerido la frase citada de Chesterton: «El mundo moderno está poblado por las viejas virtudes que se han vuelto locas». Y es que a semejanza del campo moral, donde la virtud siempre es un término medio entre exceso y defecto, en lo doctrinal las verdades de fe siempre son un arduo y delicado equilibrio entre dos (o más) extremos. Y por tanto la catequesis, por rudimentaria que sea, debe evitar ser «de sentido único», incluso en aquellas materias en que parece —o nos lo parece— que el error solo existe de un lado.

En los últimos tiempos, y especialmente bajo el juampablismo, ha proliferado en la Iglesia esa clase de predicación apologética, de agere contra, que cree que todo vale contra el error del momento y llega a inducir al error contrario, con resultados desastrosos. ¡En el frágil equilibrio de la verdad católica siempre hay un error contrario! Esa idea de que «contra el progre nunquam satis» (o contra el escéptico, el descreído, el insumiso a la jerarquía, o el maniqueo de turno, pintado con brocha gorda).

Hay que exponer siempre todos los aspectos, pues aunque hubiésemos captado el sentido del error epocal (gran presunción: tener el carisma de discernir los signos de los tiempos), aún así no todas las mentes cojean del mismo pie.

Terencio dijo...

Por qué hay tradis q dicen q el sacerdocio común es del Vat. 2º?

Walter E. Kurtz dijo...

Porque no estudian, sino que repiten slogans.

Anónimo dijo...

REDACCIÓN:
Pido disculpas por el off-topic, pero he encontrado un artículo muy interesante sobre el sedevacantismo. Lamentablemente está en inglés. Sería excelente si lo pudieran comentar y/o traducir.
http://gloria.tv/media/vpheBmTfRbx
Saludos,
C.D.W.

Redacción dijo...

C.D.W.:

Parece que el artículo que nos comenta tiene las mismas fuentes y llega a las mismas conclusiones que nuestras entradas.

Un punto interesante es que el autor aclara mejor que nosotros de qué modo algunos sedevacantistas han tergiversado a Bellarmino.

Puede ver esta entrada y algunos comentarios:
http://info-caotica.blogspot.com.ar/2013/11/los-problemas-del-automatismo-de_21.html

Anónimo dijo...

yo lo profundicé y no me parece que repitan slogans...

Anónimo dijo...

Ustedes, en todo caso, gustan de estudios que interpretan las cosas en tono modernista.

Martin Ellingham dijo...

Anónimo:
Vos no podés profundizar por una sencilla razón: no te da el cerebro para profundizar nada que no sea tu ombligo. No leíste el estudio completo, ni las entregas siguientes, ni el trabajo de Dabin; ignorás la Escritura, los Santos Padres, la Escolástica y la Mediator Dei...
Y sinceramente que vos digas que el estudio de Sauras es "modernista" es un signo más de tu condición: sos un pelotudo... ¿Te queda claro o te lo repito? PE LO TU DO...
Que te garúe finito. No gasto más pólvora en chimangos.

Anónimo dijo...

Muchas gracias redacción por leer y contestar mi mensaje. Cotejaré ambos artículos.
Saludos y felicitaciones por vuestra notable y erudita bitácora.
C.D.W.

Anónimo dijo...

REDACCIÓN:
Me disculpo nuevamente porque no sé donde poner el comentario. He cotejado los artículos de Siscoe con los excelentes estudios de esta bitácora, y me parece que hay un punto muy interesante que recalca el primero (y que sería, de ser efectivo, el tiro de gracia contra el sedevacantismo): indica que aún para la postura de Belarmino (pérdida ipso facto) es necesaria una "declaración" de culpabilidad por la iglesia, no bastaría por ende la simple convicción personal de los fieles respecto a la herejía (el autor señala, además, que habrían dos diferentes, una de culpabilidad y otra de privación de cargo) y el autor cita en su apoyo al canonista Smith (mencionado también por Uds. en un comentario).
El argumento parece notable, y no lo había leído hasta el momento. Creo que es un verdadero aporte.
Saludos.
C.D.W.

Redacción dijo...

CDW:
Hay un supuesto en la tesis de Bellarmino: la herejía debe ser formal, no sólo material, para que suceda la pérdida del pontificado como consecuencia. Al parecer, en el pensamiento de Bellarmino, según lo que Ud. apunta, la admonición previa y la sentencia de culpabilidad sería necesaria para que la herejía sea formalmente delictiva. Lo cual es una suposición totalmente razonable, ya que de lo contrario no hay certeza jurídica para nadie: ni para el papa imputado de herejía (que puede serlo sólo materialiter) ni para el resto de la Iglesia que no puede determinar su relación jurídica con el pontífice en base a meras convicciones subjetivas. Retomamos un ejemplo que ya pusimos al tratar acerca del sedevacantismo práctico: si no se puede conocer con certeza jurídica la nulidad de un matrimonio (hecho simple) sin sentencia de la Iglesia; mucho menos cabe alcanzar dicha certeza para el delito de herejía papal con pérdida automática del pontificado.
La diferencia entre Bellarmino y los tomistas (más Suárez) es sólo acerca del momento temporal en el cual se produce la pérdida del pontificado. Para el santo doctor, sería en el momento en que se lo declara culpable (p.ej. 10 de marzo); para los tomistas, en cambio, el momento en cual se declara que se ha operado la pérdida del pontificado después de una deliberación y sentencia de un concilio imperfecto (p. ej., 20 de abril).
Ciertamente, si se sigue la sentencia de Bellarmino, los actos realizados entre el 10 de marzo y el 20 de abril no serían pontificios. Es un dato importante, pero no tanto como se supone.
Lo animamos a traducir –total o parcialmente- el trabajo de Siscoe y si lo desea, colocaremos su traducción en nuestro estante de scribd.
Saludos.

Redacción dijo...

P.S.: Hay una trampa adicional en la manera en que algunos usan a Bellarmino. El santo habló de hereje manifiesto (=manifestum). ¿Cómo traducir el término? Lo más adecuado, siguiendo a los mismos bellarminianos, es traducir por “notorio” de acuerdo con los términos del CIC 1917. El p. Serviere en su libro sobre la teología de Bellarmino (1909) tradujo “manifestum” por “declarado”, dándole un sentido canónico más preciso. Si tradujo declarado, quiso significar, la necesidad de una sentencia de culpabilidad.

Anónimo dijo...


he encontrado 3 artículos recientes en inglés sobre el tema en cuestión, dos de Siscoe y uno de Salza. Por la lectura superficial que he hecho de ellos y tal como Uds. señalan, la posición de Bellarmino no excluiría la intervención de la Iglesia en la declaración del crimen (de herejía). Establecida, entonces, la herejía formal por la autoridad (en otras palabras si se cumplen los requisitos), el castigo (la pérdida del cargo) operaría de inmediato, "aún" antes de esta segunda sentencia.
Voy a comenzar la traducción de los tres artículos para vuestra página.
Saludos.
CDW.
P.S: Mi inglés es muy básico, asi que creo que me demoraré un tiempo.

Redactor dijo...

Nosotros hicimos la traducción de uno de Salza y la publicamos en el blog.

Anónimo dijo...

los artículo son:
1) Bellarmine Against Suarez?
Another Critical Error in the Sedevacantist Thesis
de john Salza (año 2014)

2)Bellarmine and Suarez on the Question of a Heretical Pope.
de Siscoe (año 2014)
y
3) Robert Siscoe and John of St. Thomas Respond to Fr. Cekada
(2014)
trataré de traducirlos pronto.
Saludos.

Redactor dijo...

Son artículos interesantes. Y coinciden con lo que dijimos sobre el requisito de que el delito sea notorio (en sentido jurídico, no vulgar). A ningún teólogo escolástico se le hubiera pasado por la cabeza prescindir de este requisito de certeza jurídica que da la notoriedad.

Anónimo dijo...

en tanto los traduzca, me comunicaré con la redacción.
Saludos.
C.D.W.

Anónimo dijo...

le dan muchas vueltas a las cosas
bergoglio no es papa

Anónimo dijo...

Ejemplo de que Bergoglio es hereje pertinaz.

Su herejía del 28 de octubre del 2013: Jesús no es un Espíritu. Es una persona, un hombre como nosotros, pero en la gloria.

Esta forma de pensar, perversa, la repite el 19 de mayo del 2015:

«Pablo y Jesús, los dos, en estos pasajes realizan una especie de examen de conciencia: “Yo he hecho esto, esto, esto”».

http://www.osservatoreromano.va/es/news/la-importancia-de-decir-adios

Como Jesús no es Dios, no es un Espíritu, no tiene el entendimiento divino, no conoce todas las cosas eternamente, se equivoca, tiene que hacer un examen de conciencia, es una persona humana, es un hombre pecador como nosotros, que antes de subir a la gloria tuvo que arrepentirse de sus pecados, decir adiós con un examen de conciencia.

Bergoglio es siempre pertinaz, terco en sus ideas. No puede salir de ellas. No se arrepiente de sus herejías. Las manifiesta de muchas maneras

https://josephmaryam.wordpress.com/2015/05/24/no-hay-vuelta-atras/

Anónimo dijo...

ahí lo tienen al asqueroso metanselo bien en el culo

http://2.bp.blogspot.com/-t41cZvx4rLY/VU-qw_XFfyI/AAAAAAAAE5E/p-VrNaBb1tk/s320/carnaval-papa-1-g1.jpg

Anónimo dijo...

https://youtu.be/PxHhBVlvzdQ
minuto 14:57
el sexo es como una oración.....#&$viejo verde endorfinoico
encima justifica al obispo colombiano soez...
y uds no son muy diferentes a el