viernes, 27 de mayo de 2016

¿Dialogar con napoleones?

Ayer decía un amigo que dialogar con quien se cree Napoleón es una pérdida de tiempo, a menos que uno tenga por profesión ocuparse de la salud mental del interlocutor. Y esto es verdad, pero no todos los napoleones del mundo están bajo tratamiento; algunos ponen mucho empeño en difundir sus disparates bajo la cobertura de un discurso “ortodoxo”. En atención a sus potenciales víctimas, algo podemos hacer desde nuestra bitácora.
Hemos comentado otras veces sobre la ley del péndulo: por combatir un error se cae en otro de signo opuesto. Así, por ejemplo, por combatir el subjetivismo puede caerse en un objetivismo mecanicista que suprime la función de la conciencia.
Para explicar mejor este tema podemos partir de un ejemplo (tomado de Santo Tomás, con algunas modificaciones menores):
Ticio no cree en la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Se encuentra ante el Santísimo Sacramento expuesto y otras personas lo invitan a realizar un acto de adoración. Ticio comienza a preguntarse si puede hacerlo, porque no cree que Dios esté presente bajo las especies sacramentales.
Alguno podría argumentar que es un dogma de fe propuesto por la autoridad infalible de la Iglesia que Cristo está presente en la Eucaristía; que la adoración es un acto objetivamente bueno; por tanto, Ticio debe creer y adorar... Y que darle más vueltas al asunto sería un planteamiento subjetivista, liberal, etc.
Pero Santo Tomás pensaba de otro modo: quien por error invencible no cree, peca creyendo y adorando. Mientras subjetiva e invenciblemente considere que su conciencia es verdadera, no puede obrar en contra. Si el dictamen de su conciencia le prohíbe creer y adorar, no debe hacerlo (cfr. S. Th., I-II, 19, 5; I-II, 19, 6; De veritate, 17, 4).
Todo esto es claro en el plano de la relación de Ticio con Dios. La cuestión puede complicarse cuando Ticio entra en relación con los demás seres humanos Porque el hombre es un ser social por naturaleza y el cristiano es un ser eclesial. Muchas veces su conducta externa tiene proyección sobre otros. Y en tales casos la autoridad, sea política o eclesial, tiene derecho a prevenir e incluso sancionar el daño social que causa la proyección externa de un error religioso. Aunque también puede tolerarla, para evitar males mayores.
En fin, todo esto se resume en una fórmula breve pero fecunda en sus consecuencias: la conciencia invenciblemente errónea excusa ante Dios pero no ante los hombres.

3 comentarios:

Johannes dijo...

Desde el punto de vista de la autoridad, por otra parte, hay dos reglas básicas a tener en cuenta:

1: "No está permitido hacer el mal para obtener un bien." (Cat. 1756 y 1789).

2: La expuesta en el artículo: una persona debe seguir el dictamen de su conciencia (Cat. 1790).

Puede ser útil recordar que la segunda regla tiene una fuente de autoridad mucho mayor que la del Catecismo o S. Tomás: S. Pablo en el capítulo 14 de la carta a los Romanos, el cual trata de la actitud hacia el cristiano imperfectamente formado (el "débil en la fe") que consideraba que comer ciertos alimentos era pecado. En ese capítulo, S. Pablo enuncia explícitamente la regla en cuestión:

"Bien sé, y estoy persuadido de ello en el Señor Jesús, que nada hay de suyo impuro; a no ser para el que juzga que algo es impuro, para ése si lo hay -."

"¡Dichoso aquel que no se juzga culpable a sí mismo al decidirse! Pero el que come dudando, se condena, porque no obra conforme a la fe; pues todo lo que no procede de la buena fe es pecado." (Rom 14,14.22b-23).

Por lo tanto, si alguien que cree en Dios actúa contra el dictamen de su conciencia, ofende a Dios, lo cual es el mayor mal, el mal moral. De modo que si la autoridad lo obligase a actuar contra el dictamen de su conciencia, estaría procurando directamente un mal moral. Como no es lícito hacer el mal para obtener un bien, se infiere que la autoridad no debe obligar a alguien que cree en Dios a actuar contra el dictamen de su conciencia.

En particular, dado que la conciencia recta indica, a alguien que cree en Dios, la necesidad de glorificarlo y darle gracias (Rom 1,21), la autoridad no debe impedir que alguien dé culto a Dios del modo acorde al dictamen de su conciencia.

Nótese que lo dicho no se opone a que la autoridad exilie, ponga en prisión o incluso ejecute a esa persona, si su conducta de acuerdo a su conciencia fuese gravemente nociva al resto de la población como para justificar tal medida.

Nótese también la referencia a "alguien que cree en Dios" en los párrafos anteriores. Esto excluye no solamente a los ateos sino a los politeístas, y en general a todos aquellos que no crean en el Ser Absoluto, Quien decide nuestro destino eterno en base a nuestra relación con Él, ha dispuesto una Ley moral para nosotros, y es ofendido por la violación de esa Ley. Confieso que no tengo claro si el respeto al dictamen de la conciencia debería incluir a los panenteístas (*) reencarnacionistas, para quienes actuar contra el dharma implica acumular mal karma y trae como consecuencia reencarnarse en roles poco deseables.

(*) O ateos, en el caso del budismo theravada.

Martin Ellingham dijo...

Johannes:

Es claro que coaccionar a alguien para que obre contra el dictamen de su conciencia es inducirlo a pecar.

El problema que tiene la autoridad -que también es una persona, con una conciencia que puede ordenarle hacer algo para tutelar bienes comunes- es que no puede determinar si el sujeto errado lo está de buena o mala fe subjetiva. Debe ser muy prudente antes de coaccionar. Pero muchas veces deberá actuar en atención a los datos exteriores con los cuales cuenta. Así como a un enfermo gravemente contagioso se lo pone en cuarentena para que no contagie a los demás.

Saludos.

Juan P: dijo...

Newman se apoyaba en esos textos de Santo TOMÄS.

Pero algunos dicen que Newman era liberal:

“The purpose of his treatise is to support subjectivism and liberty of conscience by establishing a subjective mode of assenting to truth, which cannot be experienced by other men in exactly the same manner”

http://www.traditioninaction.org/bkreviews/A_028br_Newman.htm