No es admisible dar a las expresiones del Magisterio sobre Santo Tomás un sentido que la Iglesia no les atribuye, porque no puede atribuírselo sin contradicción consigo misma y con la norma instituida por Cristo. El
siguiente texto puede aclarar mejor algunas ideas de la entrada
anterior:
«La Iglesia docente tiene como
garantía de verdad y rectitud no «un teólogo», ni de los primeros tiempos
del cristianismo, ni de la
Escolástica, ni de los tiempos modernos, sino el "Depositum fidei" contenido en las fuentes de la revelación y la
asistencia del Espíritu Santo. Por ello, la Iglesia no puede tener la voluntad, y no la
tiene, de variar en algo esta norma, instituida por el mismo Cristo, y
sustituirla por otras normas. Por esta
regla mide finalmente la
Iglesia la doctrina del Santo Doctor, como la de
cualquier otro Doctor de la
Iglesia. La doctrina de un teólogo o
filósofo cualquiera, en lo que toca a la fe, tiene según la concepción de la Iglesia, como única norma
definitiva, no la doctrina de Santo Tomás, sino la doctrina de la Iglesia, y esta doctrina
de la Iglesia
está medida por la norma establecida por el mismo Cristo. No es admisible
científicamente dar a las expresiones de la autoridad eclesiástica sobre
Santo Tomás un sentido que la
Iglesia no les atribuye, porque no puede atribuírselo sin
ponerse en contradicción consigo misma y con la norma instituida por
Cristo […] Cuán
insana y ajena a la realidad es la pretensión de llevar las escuelas teológicas
y filosóficas a una uniformidad y absoluta nivelación. La diversidad de
concepciones en distintas escuelas es una compensación y contrapeso de la
limitación y parcialidad del conocimiento humano que necesariamente aparece aún
en los mayores ingenios. La pretendida nivelación es un empobrecimiento y no un
enriquecimiento de la
Filosofía y la Teología.
La verdad en sí es ciertamente sólo una, y allí donde hemos
abarcado plenamente el ser de las cosas, sólo puede haber una concepción
verdadera. Pero cuando nuestro conocimiento es un continuo esfuerzo en torno a
la verdad, ninguna escuela, por mucho que ella lo afirme, tiene una concepción
completa de la verdad; no hay que torcer ni impedir los conatos que desde
diversos aspectos y por diversas escuelas se hacen por llegar al último núcleo
de verdad objetiva, sino aprobarlos, aconsejarlos y fomentarlos. Santo Tomás es
el más poderoso guía e iluminado maestro en la Teología y Filosofía
cristiana, no sólo por sus obras y eximio saber, sino también por las expresas
declaraciones de los Papas; pero sobre él está el Magisterio de la Iglesia como norma última
y universal en materias de fe y costumbres» (Pelster, F. La autoridad de Santo
Tomás en las escuelas y ciencias eclesiásticas. En rev. Estudios eclesiásticos,
Vol. 27, Nº. 105, 1953, págs. 143-166).
La aprobación que la Iglesia ha dado al tomismo nunca ha significado que éste sea impuesto de tal forma que
otros sistemas católicos deban ser considerados como excluidos,
implícitamente reprobados o como errores tolerados. De hecho, así como hay una historia de los pronunciamientos del Magisterio sobre la autoridad doctrinal de Santo Tomás, también la hay respecto de los teólogos de otras escuelas (San Agustín, San Buenaventura, Duns Scoto, Suárez, etc.), aunque sea menos conocida.
Explicaba F. Canals Vidal que la «recomendación de la doctrina de Santo Tomás
no puede entenderse en un sentido de tal modo exclusivo que venga a negarse la
positiva estima, la garantía de ortodoxia, y la alabanza y recomendación,
tributada a otros autores aprobadísimos […] ¿Quién
podría negar aquella reputación en la Iglesia -para citar un ejemplo eminente-
al patriarca de la "escuela franciscana", el Seráfico Doctor San
Buenaventura?» Si la recomendación del tomismo excluyera a otras
escuelas católicas divergentes, tendríamos que concluir que toda opinión de San Buenaventura
que no esté en consonancia con las de Santo Tomás es
peligrosa para la fe o heterodoxa sin más. Así, «San
Buenaventura, tan prudente, llegó a escribir que es “una locura” sostener la
unidad de la forma substancial, como afirmaba Santo Tomás». Tal exclusivismo, no se compagina con el nombramiento de San Buenaventura como Doctor de la
Iglesia, ni con las numerosas alabanzas que le han tributado los Pontífices (ver aquí, página 77 y ss.).
Pío
XII, autor de la Enc. Humani generis, volvió a ocuparse de estos temas en el discurso Animus noster (17 de octubre de 1953), pronunciado en la Universidad
Gregoriana tres años después de la Encíclica, ante un auditorio compuesto por los más destacados profesores de la Compañía de Jesús. El contenido del discurso aclara algunos pasajes de la Encíclica y reafirma aspectos de la doctrina católica que hemos expuesto en la entrada anterior.
Dejamos en nuestro
estante de scribd una traducción de Animus
noster precedida de una introducción del p. Hellín para los interesados en profundizar el tema.