viernes, 9 de marzo de 2018

Animus noster

No es admisible dar a las expresiones del Magisterio sobre Santo Tomás un sentido que la Iglesia no les atribuye, porque no puede atribuírselo sin contradicción consigo misma y con la norma instituida por Cristo. El siguiente texto puede aclarar mejor algunas ideas de la entrada anterior:
«La Iglesia docente tiene como garantía de verdad y rectitud no «un teólogo», ni de los primeros tiempos del cristianismo, ni de la Escolástica, ni de los tiempos modernos, sino el "Depositum fidei" contenido en las fuentes de la revelación y la asistencia del Espíritu Santo. Por ello, la Iglesia no puede tener la voluntad, y no la tiene, de variar en algo esta norma, instituida por el mismo Cristo, y sustituirla por otras normas. Por esta regla mide finalmente la Iglesia la doctrina del Santo Doctor, como la de cualquier otro Doctor de la Iglesia. La doctrina de un teólogo o filósofo cualquiera, en lo que toca a la fe, tiene según la concepción de la Iglesia, como única norma definitiva, no la doctrina de Santo Tomás, sino la doctrina de la Iglesia, y esta doctrina de la Iglesia está medida por la norma establecida por el mismo Cristo. No es admisible científicamente dar a las expresiones de la autoridad eclesiástica sobre Santo Tomás un sentido que la Iglesia no les atribuye, porque no puede atribuírselo sin ponerse en contradicción consigo misma y con la norma instituida por Cristo […] Cuán insana y ajena a la realidad es la pretensión de llevar las escuelas teológicas y filosóficas a una uniformidad y absoluta nivelación. La diversidad de concepciones en distintas escuelas es una compensación y contrapeso de la limitación y parcialidad del conocimiento humano que necesariamente aparece aún en los mayores ingenios. La pretendida nivelación es un empobrecimiento y no un enriquecimiento de la Filosofía y la Teología. La verdad en sí es ciertamente sólo una, y allí donde hemos abarcado plenamente el ser de las cosas, sólo puede haber una concepción verdadera. Pero cuando nuestro conocimiento es un continuo esfuerzo en torno a la verdad, ninguna escuela, por mucho que ella lo afirme, tiene una concepción completa de la verdad; no hay que torcer ni impedir los conatos que desde diversos aspectos y por diversas escuelas se hacen por llegar al último núcleo de verdad objetiva, sino aprobarlos, aconsejarlos y fomentarlos. Santo Tomás es el más poderoso guía e iluminado maestro en la Teología y Filosofía cristiana, no sólo por sus obras y eximio saber, sino también por las expresas declaraciones de los Papas; pero sobre él está el Magisterio de la Iglesia como norma última y universal en materias de fe y costumbres» (Pelster, F. La autoridad de Santo Tomás en las escuelas y ciencias eclesiásticas. En rev. Estudios eclesiásticos, Vol. 27, Nº. 105, 1953, págs. 143-166).
La aprobación que la Iglesia ha dado al tomismo nunca ha significado que éste sea impuesto de tal forma que otros sistemas católicos deban ser considerados como excluidos, implícitamente reprobados o como errores tolerados. De hecho, así como hay una historia de los pronunciamientos del Magisterio sobre la autoridad doctrinal de Santo Tomás, también la hay respecto de los teólogos de otras escuelas (San Agustín, San Buenaventura, Duns Scoto, Suárez, etc.), aunque sea menos conocida. 
Explicaba F. Canals Vidal que la «recomendación de la doctrina de Santo Tomás no puede entenderse en un sentido de tal modo exclusivo que venga a negarse la positiva estima, la garantía de ortodoxia, y la alabanza y recomendación, tributada a otros autores aprobadísimos […] ¿Quién podría negar aquella reputación en la Iglesia -para citar un ejemplo eminente- al patriarca de la "escuela franciscana", el Seráfico Doctor San Buenaventura?» Si la recomendación del tomismo excluyera a otras escuelas católicas divergentes, tendríamos que concluir que toda opinión de San Buenaventura que no esté en consonancia con las de Santo Tomás es peligrosa para la fe o heterodoxa sin más. Así, «San Buenaventura, tan prudente, llegó a escribir que es “una locura” sostener la unidad de la forma substancial, como afirmaba Santo Tomás». Tal exclusivismo, no se compagina con el nombramiento de San Buenaventura como Doctor de la Iglesia, ni con las numerosas alabanzas que le han tributado los Pontífices (ver aquí, página 77 y ss.).
Pío XII, autor de la Enc. Humani generis, volvió a ocuparse de estos temas en el discurso Animus noster (17 de octubre de 1953), pronunciado en la Universidad Gregoriana tres años después de la Encíclica, ante un auditorio compuesto por los más destacados profesores de la Compañía de Jesús. El contenido del discurso aclara algunos pasajes de la Encíclica y reafirma aspectos de la doctrina católica que hemos expuesto en la entrada anterior. 
Dejamos en nuestro estante de scribd una traducción de Animus noster precedida de una introducción del p. Hellín para los interesados en profundizar el tema.