a) Como dice un amigo, tomista, antes de comer pescado hay que quitarle las espinas. Eso hizo Santo Tomás con muchas de sus fuentes,
cristianas y no cristianas, depurándolas hasta elaborar una síntesis original,
como la abeja.
b) Fiel a la
Tradición , el Aquinate
supo reconocer el campo de lo opinable. Tiene un texto
esclarecedor: «en aquellas cosas que no pertenecen a la necesidad de la fe,
le fue lícito a los santos opinar de maneras diversas, igual que nos es lícito
a nosotros» (In II Sententiarum, d. 2, q. 1, a. 3.). Siendo Santo
Tomás la lógica personificada, no tuvo problemas en aceptar que otros tuvieran
pareceres distintos al suyo, en cosas que no pertenecen a la necesidad
de la fe.
c) Cabe preguntarse cuál ha sido la actitud de la
Iglesia respecto
del pensamiento de Santo Tomás. Más en concreto, es dable interrogarse si el
Magisterio de la
Iglesia ha asumido
como propias todas y cada una de las sentencias del Santo Doctor, llegando
hasta el punto de elevar al lugar de Magisterio eclesiástico el conjunto de sus
doctrinas teológicas, filosóficas y científicas. Se puede esbozar una respuesta
partiendo de algunos ejemplos conocidos:
1. Inmaculada concepción de la Virgen María (1). Aunque
la exégesis de los textos del Aquinate no es sencilla se puede sostener que no
vio los argumentos a favor de este dogma. Algunos textos, en su materialidad,
lo muestran contrario: «la
Virgen María sí
contrajo el pecado original» (S. Th., III, 27, 2 ad); la «Virgen
fue concebida en pecado original» (In
Sent III, d. 3, q. 1, art. 1, sol. 1); «aunque los padres de la Santísima Virgen estuvieron
limpios del pecado original, la Virgen María lo
contrajo al ser concebida según la concupiscencia carnal y en virtud de la
unión entre hombre y mujer» (S.
Th. loc. cit., ad 4). Numerosos autores de peso afirman que Santo Tomás
no siguió la opinión piadosa (en aquel tiempo) según la cual la
Virgen había sido
inmune del pecado original en su concepción. De acuerdo con un erudito
trabajo del p. Cuervo, OP, se puede concluir que Santo Tomás, si bien no negó
el dogma en el sentido en el que ha sido definido por Pío IX, tampoco lo
afirmó. De modo que si la
Iglesia hubiera
hecho propia la postura del Aquinate con sus reticencias sobre la
Inmaculada no
habría llegado a la certeza necesaria para definirla ex cathedra.
2. Institución de los sacramentos (2). Es una
verdad definida en Trento -contra la doctrina de Lutero- el origen divino de
los siete sacramentos (DzH 1601). Pero el Concilio no definió cómo
Jesucristo instituyó cada uno de los siete sacramentos. Para Santo Tomás,
Cristo instituyó los siete sacramentos en cuanto a su esencia o naturaleza (quoad
substantiam ipsorum), incluso determinando materia y forma, como elementos
constitutivos de los mismos. Pero la
Iglesia no hizo
propia esta explicación de Santo Tomás conocida como de institución
inmediata (o «in individuo»). De hecho otros teólogos sostienen
la doctrina de la institución mediata (o «in specie»):
a) para algunos, Cristo instituyó los sacramentos sólo en su esencia, pero sin
fijar «el signo sacramental» que debe utilizarse (Hugo de San Víctor, San
Buenaventura); b) para otros, Jesús instituyó unos sacramentos «en forma
específica» y otros de «modo genérico» dejando a la
Iglesia el poder
de fijar el signo sacramental (junto con otros, el teólogo tridentino, Tapper).
Estas tres teorías —con matices diversos— se han repetido en diversas épocas,
incluso después de la definición de Trento. Con la fórmula que asumió
Trento: «Salva illorum substancia», el Concilio no ha querido
dirimir la cuestión. El hecho es que los teólogos postridentinos mantuvieron
sentencias distintas. Por ejemplo, Domingo de Soto, Vázquez y Belarmino
defienden la institución inmediata, mientras Pedro de Soto, Juan Eck y,
posiblemente, Suárez, parece que se adscribieron a la teoría de la institución
mediata. Un tomista, como el P. Aniz, no tiene reparos en concluir que: «todas
y cada una de estas posibilidades están dentro de la más completa ortodoxia».
De modo que si la
Iglesia hubiera
asumido la opinión de Santo Tomás favorable a la institución inmediata,
las doctrinas de la institución mediata no podrían ya
considerarse ortodoxas. Sin embargo, no lo ha hecho, y la cuestión permanece
abierta al debate teológico.
3. La materia del sacramento del Orden (3). Para Santo
Tomás, la única materia esencial del sacramento del Orden es la entrega de los
instrumentos. Así, lo único esencial para el diaconado y para el
episcopado es la entrega del libro de los Evangelios, con las palabras que la
acompañan; y para el presbiterado, la entrega del cáliz con el vino y de la
patena con la hostia (cfr. In Sent, d. 24, q. 2, a. 3). Sin embargo, la
Iglesia enseña que
la única materia de las sagradas órdenes del diaconado, presbiterado y
episcopado es la imposición de manos (cfr. Pío XII, Sacramentum Ordinis).
De modo que si la
Iglesia hubiera
asumido con carácter definitivo la totalidad de la teología
sacramentaria del Aquinate en lo relativo al sacramento del Orden, no podría
enseñar autoritativamente una sentencia opuesta, como de hecho lo hace.
4. Moralidad del préstamo con interés (4). Santo
Tomás sostiene que el préstamo es esencialmente gratuito, razón por la cual considera
un pecado exigir interés (cfr. S.Th. II-II, q. 78,a 2 ad 1; q. 62, a.4).
No hay en el mutuo un título intrínseco que justifique el
cobro de intereses. Pero sí puede haber títulos extrínsecos al
mutuo, que hagan legítimo exigir interés, de los cuales Santo Tomás sólo
admitió el daño emergente. La
Iglesia , tiempo
después, siguió un criterio más amplio que el del Aquinate, pues a partir
de la Vix pervenit de Benedicto XIV, aceptó los
títulos extrínsecos en general (lucro cesante, daño emergente, riesgo del
capital, interés legal, etc). En 1830, el Santo Oficio declaró admisible el
interés fijado por ley civil, en contra del parecer de Santo Tomás (cf. S. Th.
II-II, q. 78,
a . 1 ad 3), y finalmente el CIC de
1917 (c. 1543) admitió el interés legal con tal que no sea excesivo.
5. Desarrollo
del embrión humano (5). En la obra de Santo Tomás se contienen referencias
a fuentes médico-biológicas como Aristóteles, Galeno, entre otros autores. En
el Comentario al III Libro de las Sentencias (d.3, q.5, a.2) dice: «La
concepción del hombre acaba a los 40 días y la de la mujer a los 90, como dice
Aristóteles en el Libro IX De los Animales (De Histor. Animal., H 3, 583b 2-5).
S. Agustín añade todavía otros 6 días para completar el cuerpo del hombre, y en la
Carta a Jerónimo
los distribuye así: “En los primeros 6 días el semen se parece a la leche; 9
días después se convierte en sangre; 12 días después se consolida; 18 días
después se forman los rasgos perfectos de los miembros; y en el tiempo restante
hasta el momento del parto aumenta el tamaño”». No tenemos noticia de que
alguna vez la
Iglesia haya
enseñado sobre el aspecto científico de la concepción humana. Y si el Magisterio hubiera tenido en cuenta este
dato científico -obsoleto y falso, a la luz de los modernos descubrimientos de la embriología y la genética- seguramente habría sido como fundamento de
alguna disposición de tipo prudencial o disciplinar.
Cabría mencionar otros ejemplos, en los cuales se verifica que Santo Tomás cambió de parecer a lo largo de
su vida: distinción real entre memoria intelectiva y entendimiento; ciencia adquirida
de Cristo; mociones divinas previas a la gracia de justificación; etc. En estos
casos, habría que preguntarse si la
Iglesia asume
las opiniones sucesivas del Aquinate, aunque sean contradictorias, o si se
decanta sólo por una opinión, y en base a qué criterio lo hace. Pero nos extenderíamos
demasiado sin necesidad. Los ejemplos demuestran que la Iglesia no incorporó en su Magisterio esas opiniones del Angélico.
d) El Magisterio eclesiástico reconoce a Santo Tomás una muy
importante autoridad doctrinal (v. sección III, aquí) a tal punto que el card.
Ruffini ha contado hasta 80 pontífices que lo alabaron máximamente y lo
tuvieron como maestro de estudios. Pero de la enseñanza de la Iglesia,
unida al sentir de los teólogos, se concluye que nunca se ha elevado a
la categoría de Magisterio eclesiástico la totalidad del
pensamiento del Aquinate, esto es todas y cada una de las sentencias del Santo.
e) A lo anterior hay que agregar una precisión metodológica de
capital importancia. En la
Teología católica
existen diversos lugares teológicos, que son las fuentes de este saber, como la
Escritura , la
Tradición , el
Magisterio, etc. El célebre dominico Melchor Cano, OP, enumeró y
jerarquizó diez lugares; y en su sistematización
la autoridad de los teólogos escolásticos ocupa el séptimo
lugar.
El Magisterio ha puesto a Santo Tomás por encima de los demás
teólogos escolásticos (cfr. Pío XII, Enc. Humani generis) reconociéndole así una primacía entre los doctores. Pero, en
tanto el Magisterio no se apropie de elementos doctrinales tomasianos,
elevándolos de categoría mediante una «asunción eminente», estos elementos se
mantienen en su lugar teológico correspondiente. Con mayor precisión lo
explicaba el dominico Schultes:
I. «Una doctrina por el hecho de ser sostenida por Santo Tomás, no es de fe que
deba ser aceptada ni material ni formalmente». II. «La doctrina de Santo Tomás
no tiene tal autoridad, que deba ser considerada como teológicamente cierta».
III. «La doctrina de Santo Tomás en materia de fe y de costumbres puede y debe
ser sostenida con seguridad, con un asentimiento simple, incluso dejando a un
lado la sentencia contraria de otra Escuela u otro Doctor». Y Pío XII: «no hay que mezclar sin distinción la doctrina católica y las
verdades naturales relacionadas con ella y aceptadas por todos los católicos con
los esfuerzos hechos por los eruditos para explicarlas, ni con los elementos
propios y las razones peculiares en que se diferencian los diversos sistemas
filosóficos y teológicos que se encuentran en la Iglesia […]
Ninguno de esos sistemas o métodos constituye una puerta para entrar en la
Iglesia ; mucho menos es
lícito afirmar que sea la única puerta. Ni aún del más santo y más ilustre
doctor se ha valido nunca ni se vale ahora la
Iglesia como
de fuente original de verdad. Considera, sí, como grandes doctores a Santo
Tomás y a San Agustín y les tributa grandes elogios» (cfr. Animus
noster). Porque la
Iglesia tiene por garantía de la verdad no a un teólogo, por
más eminente y santo que sea, sino el depósito
de la fe; y por esta regla -con la asistencia del Espíritu Santo- mide
la doctrina de todos sus doctores, incluido el Angélico.
f) Por todo lo dicho, sería un grave error considerar el sistema de Santo Tomás como fuente de la
Revelación , elevar la
totalidad de su contenido al lugar teológico de Magisterio eclesiástico
(infalible o mere auténtico) o juzgarlo como el único
capaz de explicar y defender el depósito de la fe. Podemos ser muy amigos de Tomás, pero debemos ser más amigos de la
verdad.
_______
(1) Cuervo Sola, M. Por
qué Santo Tomás no afirmó la Inmaculada. En: Revista Salmanticensis [aquí]
(2) Aniz, C.. Introducción y notas al Tratado de los
sacramentos en genera de la SUMA TEOLOGICA DE SANTO TOMAS DE AQUINO, ed. Bilingüe
de la BAC , vol. XIII, pp. 108-109.
(3) González Rivas, S. La
materia del sacramento del orden. En:
Revista española de derecho canónico [aquí]
(4) Widow, J.A.. La ética económica y la usura. [aquí].
(5) Izquierdo Labeaga, J. Santo
Tomás, ¿maestro de Bioética? [aquí]