martes, 29 de marzo de 2011

EL CUARTO ARTICULETE DE DON IRABURU (I)



La Redacción ha decidido glosar el cuarto articulete de Don Iraburu en dos partes. Estamos ante una cortina de humo. 
–A ver por dónde seguimos ahora… Ay, madre.
–Tranquilo. La verdad debe ser afirmada con paz, alegría y fortaleza. Y con paciencia.
Una breve evocación de la historia de la Iglesia en su último medio siglonos ayudará a entender mejor la posición de Mons. Lefebvre, de la FSSPX y de aquellos que hoy están más o menos de acuerdo con ellos.
Una historia de la Iglesia que selecciona los hechos de modo tal que sirvan para favorecer la posición neoconservadora de Iraburu y sus seguidores. Una novela rosa para el período conciliar y posconciliar.
El sagrado Concilio Vaticano IIconvocado por el Beato Juan XXIII, fue una inmensa gracia de Dios para su Iglesia (1962-1965), como todos los Concilios anteriores. En él Nuestro Señor Jesucristo reunió en asamblea eclesial a 2.500 Padres. Fué con gran diferencia el Concilio más numeroso de la historia. Y partiendo de los Concilios anteriores, muchos de ellos dogmáticos, trató con una finalidad predominantemente pastoral y renovadora las grandes realidades de la Iglesia católica.
 Los datos cuantitativos que aquí trae Iraburu pueden impresionar al lector no versado en Teología haciéndole olvidar que ninguna de las novedades del Vaticano II pertenece a la categoría del magisterio infalible. En cuanto a la finalidad pastoral del Sínodo, el pasado y el presente muestran los resultados. ¿Se los quiere ver en todas sus dimensiones? ¿O es mejor refugiarse en el optimismo compulsivo de los baluartes neoconservadores?
Es bien sabido que había entre los Padres conciliares, como en tantos otros Concilios anteriores, tendencias doctrinales y pastorales fuertemente contrapuestasEl grupo liberal, conducido por algunos Cardenales, como Bea, Alfrink, Willebrands, estaba apoyado principalmente por Obispos centroeuropeos y franceses. Y del otro lado, el grupo tradicional, dirigido por Cardenales como Siri y Ottaviani y por el Coetus internationalis Patrum, presidido por el Arzobispo Lefebvre, tenía el apoyo de Italia, España e Hispanoamérica, así como de no pocas Iglesias de reciente nacimiento. El primer grupo era minoritario, pero sumamente organizado y apoyado por teólogos progresistas de renombre y por la prensa mundial. El segundo, poco organizado y mucho menos eficiente en los medios, pero sumamente lúcido y valiente, consiguió sin embargo el apoyo de la mayoría de los Padres. Y en algunos casos fue el Papa Pablo VI el que, con intervenciones personales, «confirmó en la fe» a sus hermanos. Demos gracias a Dios.
El Concilio se promulga finalmente con un gran acuerdo de los PadresTodos los documentos, incluso los más discutidos, como el de la libertad religiosa, son firmados por la Asamblea conciliar, también por Mons. Lefebvre, con unanimidad casi total. Es evidente que todos los Padres conciliares están convencidos de que el XXI Concilio ecuménico guarda plena fidelidad y continuidad con la doctrina de los XX Concilios anteriores. No lo hubieran firmado si no lo creyeran así. Y todos saben bien que si la enseñanza conciliar en alguna cuestión concreta diera lugar a una interpretación dudosa, ésta habrá de dilucidarse ateniéndose siempre a las enseñanzas ya anteriormente establecidas con mayor claridad y firmeza por la Santa Madre Iglesia. Hago notar también que los Padres aprobaron unánimes las enseñanzas del Vaticano II, no las falsificaciones doctrinales que en seguida se difundirían en su nombre.
Iraburu repite aquí el tan trillado como superficial argumento de que Lefebvre firmó los documentos del Vaticano II. Sobran explicaciones sobre el punto, por lo que no lo trataremos.
El consenso entusiasta inmediato al Vaticano II  no dice nada sobre su estatuto magisterial. ¿Pensará el autor que la verdad depende del número? ¿Creerá que la amplia recepción de una doctrina la vuelve ortodoxa?
Cabe anticipar que la falsificación comenzó durante el desarrollo del Concilio y que contó con muy altas complicidades.
Conviene tener en cuenta, por otra parte, que en la historia de la Iglesia el Concilio Vaticano II es el único que ha producido como documento final un grueso libro de 700 o 1.000 páginas. Y en un escrito tan sumamente largo no faltan ciertos textos nacidos como resultantes de fuerzas conciliares duramente contrapuestas. Esta circunstancia real, y el uso de un lenguaje a veces más literario y retórico que teológico y preciso, da lugar a algunas expresiones confusas, imprecisas e incluso falsas, si se toman en su literalidad y fuera de contexto –lo que no debe hacerse– (Reforma o apostasía 24), y que necesitan ser aclaradas en actos posteriores del Magisterio apostólico, como así ha sucedido, concretamente en discursos pontificios y Encíclicas postconciliares. En seguida vuelvo sobre esto.
La falsificación de las doctrinas del Vaticano II comenzó durante su misma celebración, y se multiplicó grandemente en el postconcilio. La minoría liberal aludida, a través de muchos teólogos progresistas y con la complicidad de casi toda la prensa mundial, difundieron durante el Concilio y aún más después de él una versión neo-modernista de los documentos conciliares, que muchos católicos –sin haber leído los textos conciliares o habiéndolos leído– recibieron como la auténtica doctrina conciliar. De hecho, teólogos como Küng y Schillebeeckx, teniéndose a sí mismos por los teólogos realmente fieles al Vaticano II, difundieron en su nombre no pocas herejías.
Durante el desarrollo del Concilio, renombrados peritos conciliares, comenzaron a publicar las falsificaciones. Lo que silencia Iraburu es que se trató de peritos designados por los mismos padres conciliares. Omite mencionar, asimismo, que sus publicaciones recibieron el nihil obstat de los obispos, padres conciliares, y que en muchas iglesias particulares llegaron a desempeñar el papel de interpretación auténtica.
El error radical de Mons. Lefebvre y de sus seguidores fue acusar al Concilio Ecuménico Vaticano II y a los Papas que le siguieron como causantes principales del resurgimiento muy fuerte, sobre todo en el Occidente descristianizado, de un neomodernismo extremo, que difunde en el pueblo cristiano justamente lo contrario de lo que el Concilio ha enseñado: «Roma ha roto con la Tradición, ha caído en la herejía y en la apostasía»…
El error radical de Iraburu es tomar expresiones extremas de una biografía para exponer una posición doctrinal. Textos desconectados de las circunstancias vitales que los explican.
El método correcto sería que Iraburu fundase sus críticas en escritos doctrinales y no que los tomase de una obra biográfica. Podría utilizar, por ejemplo, las “dubia” que Monseñor Lefebvre presentó a la Congregación para la Doctrina de la Fe. Y para ponerse al día, debería consultar el libro de D. Álvaro Calderón “La Lámpara bajo el Celemín” (Ed. Río Reconquista, Buenos Aires, 2009), que es representativo de la posición de la Hermandad San Pío X.
Es cierto que los errores y horrores habidos dentro de la Iglesia después del Concilio, sobre todo en el Occidente descristianizado, fueron y son innumerables. Muchos de ellos han sido señalados y combatidos en este mismo blog Reforma o apostasía, todavía inacabado. Señalo a continuación entre paréntesis el número de algunos artículos de este blog.
Pero acusar al Concilio Vaticano II de esos enormes males es una gran falsedad, una calumnia, y es una ofensa al Espíritu Santoque asistió con su luz y su gracia al Papa y a los 2.500 Padres conciliares, como había ayudado en los XX Concilios anteriores. Muchas veces es falso el adagio post hoc, ergo propter hoc: esto ha sucedido después de aquello, luego aquello es causa de esto.
Iraburu previene contra una falacia conocida genéricamente como post hoc, en virtud de la cual se afirma una relación causal a partir de una coincidencia o sucesión temporal. Pero olvida otra regla complementaria: el abuso no prohíbe el uso. Que sea más o menos frecuente la confusión entre sucesión temporal y causalidad no prohíbe la indagación acerca de la causas. La denominada demostración quia, parte del efecto para remontarse a la causa. Negarse a la indagación acerca de las causas es poco científico.
Es falso acusar al Concilio auténtico de ser la causa de su falsificación. Pero también es una falacia cubrir las posibles deficiencias de los textos conciliares con la cortina de humo de sus falsificaciones más burdas. Cuando no se quiere afrontar un problema es fácil echar culpas a los demás: a los modernistas que falsifican el Concilio y a los tradicionalistas que lo critican con amargura.
La apostasía del Occidente rico se inicia mucho antes del Vaticano II, con el Renacimiento, el protestantismo, la Ilustración, el liberalismo, la Revolución francesa, la masonería, el catolicismo liberal, el modernismo, el comunismo, la revolución sexual, mayo de 1968, y se acentúa fuertemente cuando las naciones de Occidente, habiendo alcanzado una prosperidad y riqueza estables, y ya en gran parte recuperadas de los enormes estragos producidos por la II Guerra Mundial, deciden «adorar a la criatura, en lugar de al Creador, que es bendito por los siglos» (Rm 1,25). Y al paso de los años, esta apostasía secularista se difunde más o menos por las otras Iglesias hermanas del mundo.
Ya desde entonces se inicia el derrumbe de no pocas Iglesias del Occidente rico. La inmensa mayoría de los bautizados se mantienen lejos de la Eucaristía, lejos, pues, de Cristo y de la Iglesia. Ya la gran mayoría de los matrimonios católicos admite la anticoncepción sin problemas de conciencia, y la practica siempre que lo estima conveniente. Ya en estas naciones apenas hay vocaciones. Ya los pensamientos y caminos del mundo son los pensamientos y caminos de la mayor parte de los bautizados. Todos éstos son datos ciertos, objetivos, comprobables. Pero atribuir al Concilio Vaticano II este arruinamiento tan grave de la Iglesia en Occidente es un enorme error.
Iraburu imputa a sus contradictores lo que no sostienen. Los efectos pueden obedecer a múltiples causas concurrentes y  señalar una de ellas no es lo mismo que dar una explicación monocausal.
Los errores modernos de los últimos cincuenta años no se han derivado de los textos conciliares. Miren, por ejemplo, los errores reprobados por la Congregación de la Fe mediante severas Notificaciones –Küng, Schillebeeckx, De Mello, Vidal, Haight, Sobrino, etc.– y nunca hallarán fundamento para ellos en textos del Vaticano II. Éstos y tantos otros maestros del error se autocalifican con desvergüenza como los teólogos verdaderamente fieles «al Concilio»; pero curiosamente no lo citan nunca: se atienen al «espíritu del Concilio», que no está «editado» todavía, y que consiste solo en sus propias ideas. Por el contrario, los escritores católicos tradicionales, es decir, los católicos, no hemos cesado de citar miles de veces durante medio siglo los textos del Vaticano II y las encíclicas de los Papas postconciliares.
No albergamos dudas de que existe un conjunto de interpretaciones heterodoxas tan ajenas a los textos conciliares aprobados que pueden considerarse una falsificación. Lo denominamos para-concilio.
Pero Iraburu usa el para-concilio como cortina de humo. Un planteamiento demodé, puesto que la Santa Sede considera legítima la crítica seria y constructiva de los textos del Concilio mismo. Se reconoce, además, que hay pasajes mal formulados y poco claros, como ha dicho recientemente Monseñor Guido Pozzo.
Además, al concentrar la atención en la heterodoxia dura la desvía de la heterodoxia blanda de amplísima difusión: las lecturas semi-ortodoxas, nebulosas, la heterodoxia criptógama (los errores están más en lo que se silencia que en lo que se dice), etc. Heterodoxia blanda que goza de notable aceptación entre los obispos y que también se promueve desde unos movimientos eclesiales neoconservadores que Iraburu elogia con fruición y jamás critica en su bitácora.
La hermenéutica de la continuidad tradicional de la doctrina católica viene a ser un tema central de la predicación de Benedicto XVI desde el comienzo mismo de su pontificado (22-XII-2005, 26-V-2009). Y en ella había ya insistido Juan Pablo II, concretamente en la ocasión muy grave del motu proprio Ecclesia Dei (2-VII-1988).
¿Qué entiende Iraburu por hermenéutica de la continuidad? Lo ignoramos. Nos gustaría saber si se trata de algo ya realizado y a disposición de toda la Iglesia o de un proceso que recién se inicia.
Desde su condición de teólogo Iraburu podría responder algunos interrogantes fundamentales sobre el Vaticano II: ¿cuál es su verdadera naturaleza magisterial? Su pastoralidad  -de la cual se debe precisar su noción- ¿qué relación guarda con su posible su carácter dogmático? ¿Se concilia con él? ¿Lo presupone? ¿Lo contradice? ¿Lo ignora? ¿Es posible definir como dogmático al Vaticano II? ¿Y luego remitirse a él como dogmático? ¿Fundar sobre él nuevas afirmaciones teológicas? ¿En qué sentido? ¿Con qué limitaciones? ¿Se trata de un "acontecimiento", en el sentido de los profesores de Bolonia, que rompe los vínculos con el pasado, e instaura una era nueva en todos los aspectos? ¿O todo el pasado vive otra vez en él "eodem sensu, eademque sententia”?
A suivre...

30 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Por qué Iraburu llama "sagrado" al Concilio Vaticano II?

Anónimo dijo...

Porque es el nombre oficial en latín.

En Iraburu puede ser una forma de darle mayor valor del que realmente tiene y así impresionar a sus palmeros.

Anónimo dijo...

Ludovicus dijo,

Iraburu condenado por Iraburu:

http://www.es.catholic.net/foros/viewtopic.php?f=33&t=16566

Walter E. Kurtz dijo...

Muy bueno, Ludovicus.

Se demuestra nuevamente que el abate Iraburu escribió a pedido puesto que no condice con su sentir ni con las cosas que ha escrito antes o, incluso, lo que ha dicho en sus propios comentarios a sus polémicos posts recientes.

¿Qué hay detrás de todo este esfuerzo pírrico por "legitimarse" ante...?

Anónimo dijo...

..ante ¿la masa? ¿el poder? ¿la conveniencia? ¿los kikos?....

Hermenegildo dijo...

Yo creo que la clave de todo esto es que el P. Iraburu, por su edad, pertenece a una generación de sacerdotes que vivió el Concilio durante su juventud.
De estos sacerdotes no podemos esperar una visión imparcial y críticamente constructiva del Concilio, ya que para ellos se trata del acontecimiento eclesial que ha marcado sus vidas sacerdotales. Ellos no entenderían sus largos años de magisterio al margen de Vaticano II, que fue acogido por los sacerdotes jóvenes del momento como "la más alta ocasión que vieron los siglos", igual que Miguel de Cervantes se refería a la batalla de Lepanto.
Humanamente, es comprensible que esta generación de sacerdotes se aferre al Concilio con tanta fuerza.

Anónimo dijo...

Sin dudas tiene mucho de apología de la propia vida.

Hermenegildo dijo...

En mi comentario anterior, donde dice "largos años de magisterio", léase "largos años de ministerio".

Martin Ellingham dijo...

Nos encontramos, pues, curiosamente—y tal vez por primera vez en la historia—, con proposiciones doctrinales promulgadas por el más alto magisterio de la Iglesia, que declara expresamente no querer haberse más que como un magisterio auténtico no infalible.

Esto puede extrañar a quien coloque este Concilio de un modo unívoco con los anteriores. Con ello se cometería un grave error de criteriología teológica. Este Concilio, como en general todos los demás, no solamente propone su doctrina, sino que declara su propia intención al proponerla. Debe ser, por lo tanto, entendido según su propia criteriología."

(...) Una grave reserva que futuros historiadores tendrán que presentar contra este Concilio consistirá precisamente en que habiéndose propuesto de un modo tan abiertamente claro unos fines pastorales, y esto por los Sumos Pontífices bajo quienes se desarrollaba, luego los órganos administrativos y directores del mismo permitieran que las intervenciones en el aula y las intromisiones de ciertos peritos fueran tan excesivamente dirigidas hacia cuestiones que los teólogos acaban de plantearse o que estaban evidentemente inmaturas para ser introducidas, ni siquiera como indicaciones, en el texto conciliar. Con ello más bien se oscurecían los fines pastorales." (Comentario de la BAC al Vaticano II de 1966).

Anónimo dijo...

Ludovicus dijo,

Efectivamente Hermenegildo, algo de eso hay.
Pero lo que sorprende de Iraburu es lo lejos que ha llegado en el filolefebrismo, eso sí, procediendo como el niño de sor Juana Ines de la Cruz, que "pone el coco/y luego le tiene miedo".
En los escritos de Reforma y Apostasía critica duramente a la "Autoridad Apostólica" (así, formulado en forma ambigua le cabe a todos) por consentir las herejías, por no reprimir, por no velar por la fe... Llega a reproducir una velada crítica a Pablo VI, que sostenía que había sido elegido Papa para "sufrir" antes que gobernar.
Las críticas son fuertes, pero solapadas.
Curiosamente, en un moralista rígido como él, que llega a criticar los atuendos de playa "decentes" de las madres de familia vestidos con buena intención por mor del "pudor", ni una palabra sobre las heteropraxis litúrgicas pontificias y sus efectos devastadorres sobre el "pudor" de los fieles. Y, en general, el tema litúrgico no lo conmueve demasiado. En eso es un cura conservador típico de los sesenta.
Lástima que se meta con los que son más francos que el. Debería respetarse y respetar, y seguiría siendo respetable.

Anónimo dijo...

Supongo que con eso te expulsan definitivamente. Demoledor, Ludovicus. Puedes decir algo más de la crítica a los atuendos? Dónde?

Longinus dijo...

El padre Iraburu nació en una camada donde el concilio no era santo, sino "sacrosanto". Toda su vida giraba a los tópicos nuevos, es decir, lo "aggiornaron". Y era un orgullo, un gusto, haber pertenecido a esa generación. Y por disciplina eclesiástica tienen que defenderlo a rajatabla. Eso por un lado. Y por otro lado, que el hambre aprieta y no encuentran patrocinadores. Y por hambre, uno es capaz de vender a sus hijas, a su abuela o a sus principios. Tienen que convencer que defienden la ortodoxia, para despúes pasarle la charola al cardenal Rouco y congéneres, para mantener el bote flotando. Es lo malo de vivir del "invento". Para mercenarios y meretrices, el dinero no tiene moral, no importa de donde venga. Y perdónenme, voy al baño a volver el estógamo.

Anónimo dijo...

L´osservatore dijo:

Por favor, lean esto.

"Comentario de P. Carlos Buela:

Mi adhesión a sus conceptos, que en mis trabajos ya había destacado como herejías lefebristas. Un gran abrazo desde el exilio, querido Padre.
------------
JMI.- "Aunque pase por valle de tinieblas, nada temo, porque Tú vas conmigo".
También el Señor está con nosotros en el exilio.
Un abrazo y
oremus ad invicem!
27/03/11 7:37 PM

Anónimo dijo...

Es Karloncho o una joda?

Anónimo dijo...

L´osservatore dijo:

No es joda. Vaya a Infocatólica, y compruebe.

Aunque, demasido exilio parece que no tiene.

El muy ladino.

Anónimo dijo...

Ludovicus dijo,

no, el mensaje es una joda, me consta. La contestación de Iraburu no.

Anónimo dijo...

L´osservatore dijo:

ja ja ja. Muy bueno.

Anónimo dijo...

Como bien recuerda Jean Madiran, las disposiciones del CVII fueron aplicadas por los obispos que participaron en él, tácitamente o activamente, fue el legislador el que aplicó la ley. En esto tienen razón los progres cuando apelan al "espíritu del concilio".

Si Bugnini es el encargado por Pablo VI de aplicar Sacrosanctum Concilium, se inventa una misa que poco tiene que ver con lo que pide la letra del documento, y aun así, Pablo VI promulga la nueva misa, no tenemos más remedio que aceptar que la nueva misa responde a los deseos del legislador.

Entonces, el problema sí es el CVII.

Siderúrgico

Anónimo dijo...

¿Por qué firmó Mons. Lefebvre los documentos del Concilio? Disculpe la ignorancia.

Un ignorante

Walter E. Kurtz dijo...

Por lo mismo que los demás miembros del Coetus, por obediencia. Y, además, porque ellos (a diferencia del 99% de los católicos) conocían el texto de las Acta Synodalia (27 tomos en latín, nunca traducidos a lengua vernácula), con las notas al pie aclaratorias y explicatorias de los textos conciliares. Por ejemplo, allí dice claramente, en boca del Card. Bea, que la Dei Verbum, aunque se diga "constitución dogmática", no debe interpretarse en sentido escolástico, sino pastoral.

Como bien explica San Alfonso, Homo apostolicus, la pastoral se encarga del cuidado de almas, especialmente la confesión, la dirección espiritual, la asistencia de los moribundos, el examen de candidatos al sacerdocio, etc., y en segundo término la predicación. Como decían los manuales de Teología, la pastoral comienza donde las ciencias teológicas culminan y aplica sus conclusiones al cuidado de las almas.

Nunca pensaron los Padres Conciliares más sinceros que un Concilio declarado pastoral por S.S. Juan XXIII, iba a terminar modificando de facto (y, luego, de jure a través del "trabajo" postconciliar de la Santa Sede y los Episcopados nacionales) la Sagrada Tradición de la Iglesia.

Longinus dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Redacción dijo...

Longinus:

Aquí no aceptamos calumnias ni condenamos por sospechas por más antipático que nos caiga un personaje.

Anónimo dijo...

Disculpe Coronel pero no entiendo. ¿Cómo "por obediencia"? ¿No estaban de acuerdo y firmaron? ¿Está bien firmar algo que pensaban era erróneo o más bien que contradecía la Tradición y el Magisterio anterior? No piense que soy tonto. De verdad no entiendo y quisiera entender.

El mismo ignorante

Anónimo dijo...

La firma es un reconocimiento de que se trató de un acto auténtico. El reconocimiento de que se trata de de un concilio y no de un conciliábulo.

Longinus dijo...

A mí me es inverosímil el padre Carlos Buela, me da la misma, pero informaciones aparecieron sobre sus conductas y el mismo dice que está en el "exilio". Lo removieron de su cargo. Una de las fuentes:
http://chatdecafe.wordpress.com/2010/06/05/el-ive-y-el-fundador-carlos-buela-parte-1/

Y no soy calumniador, ya lo había leído en La Cigueña de la Torre. No me calumnies tú a mí.

Longinus dijo...

Otro link, con razones diversas. Bien no andaba el hombre.

http://www.aciprensa.com/noticia.php?n=29885

Cipitria dijo...

Iraburu se retira del debate; esta entrega última es la demostración fehaciente de ello.

Primero lanza ataques contra los filo-lefebvrianos, no sin antes de hacer una distinción entre éstos, que no son miembros de la fraternidad fundada por Mons Lefebvre y los miembros de la FSSPX

Segundo.Las crítica argumentadas a su artículo son muy numerosas y desde todos los frente: católicos en plena comunión. Comunidades de Ecclesia Dei, sacerdotes amantes del usus anquior, seglares. Sólo excepcionalmente hay alguna salida de tono.

Tercero. Iraburu, incapaz de hacer frente a tanto argumento, cierra enseguida los comentarios

Cuarto.En su último artículo comienza su retirada, que desea hacer conservando cierta honra, para lo cual no duda en cambiar la orientación inicial de sus artículos. Ahora lo que ataca son las consagraciones episcopales efectuadas por Mons Lefebvre, a la vez que reconoce las posiciones de los filo-lefebvrianos; es decir, para? mantenella y no enmaendalla?, puro acto de vanidad, en apriencia, ataca el acto de Lefebvre, sin advertir a nadie y sin despeinarse un pelo, que los filo-lefrbvreianos nunca han defendido ese acto, sino algunos argumentos teológicos de Mons, Lefrebve- reléanse, sino, los comentarios a Iraburu-

Dicho de otra forma: Reconoce los argumentos de los filo-lefebvreianos, pero achaca a éstos lo que no hacen: a saber, afirmar que las consagraciones de Lefevbre estaban justificadas.

Entonces ¿Cuál es el pecado de los filo-lefebvrianos, según Iraburu? ¿ Afirmar que el Concilio es confuso y contiene algunos errores? No, porque Iraburu también lo reconoce: Veamos lo que él mismo dice:

Reconoce que el Concilio pastoral debe de estar sujeto a la Tradición

“Y todos saben bien que si la enseñanza conciliar en alguna cuestión concreta diera lugar a una interpretación dudosa, ésta habrá de dilucidarse ateniéndose siempre a las enseñanzas ya anteriormente establecidas con mayor claridad y firmeza por la Santa Madre Iglesia.”

Sin embargo, no se atreve a citar esas cuestiones concretas.

Reconoce que el concilio Pastoral contiene expresiones confusas y has falsas.

“en un escrito (Concilio Vaticano II) tan sumamente largo no faltan ciertos textos nacidos, como resultantes de fuerzas conciliares duramente contrapuestas. Esta circunstancia real, y el uso de un lenguaje a veces más literario y retórico que teológico y preciso, da lugar a algunas expresiones confusas, imprecisas e incluso falsas, …y que necesitan ser aclaradas en actos posteriores del Magisterio apostólico”

Nada dice, sin embargo, sobre cuáles son esas confusiones y errores ¿ No serán acaso el ecumenismo, la libertad religiosa, la colegialidad..?

Reconoce errores después del Concilio

“Es cierto que los errores y horrores habidos dentro de la Iglesia después del Concilio, sobre todo en el Occidente descristianizado, fueron y son innumerables”

Reconoce que algunos han denunciado esos errores y horrores dentro de la Iglesia, aunque dice que no lo suficiente y cita entre otros a Von Hildebrand, Messori, Ricardo de la Cierva, Siri, Ottaviani ¿ pero Sr. Iraburu estos que cita son precisamente, entre otros muchos, los filo lefbvrianos a los que siguen los españoles y no cesan de citar? ¿En qué quedamos, han denunciado lo suficiente o poco? ¿Si es poco, por qué desea usted callarlos?

¿Entonces cual es el pecado de los filo lefebvrianos? Según Iraburu, son cismáticos porque justifican la consagración de Obispos realizada por Lefebvre; sin embargo eso nunca lo han reconocido los filo lefebvrianos ¿ entonces? Esta claro: el pecado de los filo lefebvrianos es no ser filo Iraburianos, y como son muchos y algunos incluso preparados, Iraburu prepara su salida con bombas de humo, para intoxicar y no dar el brazo a torcer.

Cipitria dijo...

....Continuación..
Si Iraburu hubiera planteado el debate como en este artículo, los comentarios hubieran sido muy distintos, pues se hubiera centrado sobre la definición de cisma. Pero dudo que Iraburu tenga la altura intelectual para haber aguantado la profundidad de argumentos.

En fin, por los gritos que daba tan encumbrado monte en su alumbramiento, nadie esperaba, el parto de un asustadizo ratoncito;
nos tiene acostumbrados últimamente, porque todos esperábamos más de su reforma o apostasía sobre la política.

A los que huyen, puente de plata; reconozcamos sus pasados servicios.

Padre Iraburu ¿ Por qué este lío que usted ha montado?

Longinus dijo...

Cipitria: ya han enseñado el juego los neocons, quieren que todo el mundo obedezca, obedezca y obedezca, no importa que las órdenes sean contradictorias, porque éste año ha estado cuajado de novedades , siempre tendiendo a daño para las almas: Asís, turbobeato y los libros de Joseph Ratzinger, que dicen que no son dogma de fé, pero cómo escandalizan!!

Iseppo dijo...

Sí, pero además es una obediencia "a según qué". Si la Santa Sede investiga a Maciel, el Papa debe estar desinformado. Si los obispos japoneses quieren encausar a los neocatecumenales, es porque son infieles al Santo Padre "que --según ellos-- apoya a los movimientos". Si Roma envía un comisario a uno de estos institutos, es porque los obispos son envidiosos de las "vocaciones" del movimiento primaveral. Y así siempre. Hacen auto-bombo de obediencia pero, en el fondo, es una obediencia "de cafetería".