La repugnancia moderna a un modo racional de
conocimiento religioso -es la segunda clase de dificultad a la cual debemos
responder- es la desviación de un sentido justo. Es verdad que el conocimiento
religioso es más que racional y que un uso inmoderado de la razón, lo corrompe.
Según toda la
Sagrada Escritura, el conocimiento «compromete» a todo el hombre. Es
«connaturalización» con lo que se conoce (lo que expresa el célebre calambur de
Claudel: «connaître» es «co-naître»). Por consiguiente, más que intelectual.
Pero intelectual también, y en muchos aspectos ante todo intelectual, debiendo
satisfacer las exigencias del espíritu. Ahora bien, la modalidad de nuestro espíritu
es racional. Está bien aborrecer todas
las formas de racionalismo sin alma que hace estragos en el campo del conocimiento religioso desde las complicaciones formales de la base
escolástica, hasta el simplismo de un catecismo demasiado rígido o de un integrismo
estúpido y tan agresivo como estúpido. La razón siempre comete un abuso
cuando determina sin tener en cuenta el sentido
actual de las realidades respecto de las cuales abstrae y discurre, pero
cuando lo hace respecto de las realidades
que son espíritu, amor y vida, y que lo son infinitamente, comete una especie
de sacrilegio. Esta no discreción es la señal de una época ingrata. Sin embargo,
«los extremos se tocan», y es quedarse en una adolescencia simétrica (sic), el
poner mala cara al modo inevitablemente racional que para nosotros reviste todo
conocimiento: no se puede exceptuar el de la fe.
La madurez de espíritu respecto de lo sobrenatural
es entrar plenamente en el juego de Santo Tomás cuando aborda la actitud de la
fe. Él constata que el objeto de esta virtud es también la «Verdad Primera»,
absoluta, infinita -es el artículo primero de su Tratado: II-II, q. 1, a . 1-, y las verdades
particulares que detallan las afirmaciones del Credo y las fórmulas dogmáticas -es
el artículo segundo-, y tiene cuidado de señalar explícitamente las conexiones
de estas dos consideraciones.
Dicho de otro modo, en sí misma la Verdad está por
encima de toda concepción y es inefable, pero nosotros no la alcanzamos sino
según las orientaciones precisas que marcan las verdades en las cuales ella se
traduce para nuestra razón, con la garantía de infalibilidad de la Escritura y
de la Iglesia. De inmediato se impone un trabajo del espíritu, propiamente
indefinido, un trabajo de la razón que debe llevarse con rigor, y que en
conjunto tiene que permanecer animado continuamente, por el sentido misterioso
y vivo de lo infinito, que la razón no podría abarcar.
Este trabajo toma múltiples formas. Es una búsqueda que determina auténticamente lo que Dios ha dicho de sí mismo -es la
teología llamada «positiva»-; y una penetración de este dato revelado, gracias
a las analogías que existen entre las
realidades naturales y las sobrenaturales y que nos permiten hacernos alguna
idea de estas según lo que conocemos de aquellas (es aprovechar la «analogía
del ser»); y un relacionar unos con otros todos estos datos sobrenaturales, gracias
a las analogías que los vinculan (…); y una toma de conciencia de las leyes que
ellos dictan a nuestra conducta para que la Verdad no se quede en estado de especulación en nuestros espíritus,
sino que pase efectivamente a nuestras vidas, las rectifique y las transforme
(debemos entonces construir todo un arte cristiano de vivir, lo que se llama
una moral o una espiritualidad).
Las realidades sobrenaturales no nos son
accesibles, a nosotros, animales racionales, más que en conceptos determinados
e incluso en fórmulas. Pero recíprocamente, estas fórmulas y estos
conceptos no son sino letra muerta y aun letra que mata (2 Co 3, 6), si no
están vivificados por el sentido íntimo y sin medida del Misterio divino.
[…]
«Integrismo». Esta palabra apareció en la época del
«modernismo», a comienzos de siglo. Mediante el abuso de la moderna crítica científica, los
«modernistas» exiliaban lo sobrenatural. Ya hemos recordado cómo los
grandes exegetas, filósofos y teólogos Dominicos hicieron justicia a las exigencias
científicas sin atentar contra la integridad de la fe, sino todo lo contrario.
Pero los espíritus simplistas, endurecidos, que
se llamaban a sí mismos «integristas», reaccionaron con un rechazo de toda
crítica válida, acusando de herejía a todo el pensamiento cristiano vivo,
confundiendo la tradición con las formas que el pensamiento cristiano ha tomado
en el pasado por influencia de concepciones erróneas (por ejemplo la
interpretación del primer capítulo del Génesis como si se tratara de 6 días de
24 horas...). En su Carta Pastoral de 1947 Augeo declinación de la Iglesia, el cardenal Suhard ha caracterizado así el
profundo vicio del integrismo: «No hay que confundir la integridad de la
doctrina con el mantenimiento de su
ropaje pasajero»
Fuente: Pie RÉGAMEY, OP. UNA ORDEN ANTIGUA EN EL MUNDO ACTUAL: LOS DOMINICOS, ps. 29-30; 152.
Fuente: Pie RÉGAMEY, OP. UNA ORDEN ANTIGUA EN EL MUNDO ACTUAL: LOS DOMINICOS, ps. 29-30; 152.
10 comentarios:
Considero profundamente desafortunada la citafrase citada del cardenal Suhard. Con el trabajo y los siglos que ha costado "vestir" la doctrina, es decir dotarla de expresiones adecuadas, que la expresen con justeza y no la tergiversen o la disminuyan, me parece una frivolidad despachar las "fórmulas" como "ropaje pasajero". A mayor abundamiento después de la débacle a la que asistimos, cuando se ha probado a expresar la doctrina en nuevos términos, comprensibles para el "hombre contemporáneo".
La cosa no es tan simple.
"Et d´abord, il ne faut pas confrondre l´integrite avec le maintien de son revetement passager..." (p. 96) decía el cardenal Suhard en su caracterización de un integrismo doctrinal que confunde el depósito revelado con un sistema teólogico que le sirve tan sólo como medio de explicación.
En "la carta pastoral que el Cardenal Suhard publicaría poco tiempo después, ´Essor ou declin de l'Eglise´tienen Cabida todos los tópicos del progresismo católico, naturalmente, tratándose de un cardenal, dentro de la ortodoxia" [Fdez. de la Cigoña]
PEDRO HISPANO: Viendo lo que supuso históricamente la fijación de términos como "consubstancial" esa afirmación de Suhard es frívola. Dígase otro tanto de transubstanciación.
La palabra y el pensamiento que expresa no son algo puramente convencional de modo que cambiando de palabras se pueda seguir pensando lo mismo. Hay una relación entre ambas que dejo para otro el calificar pero que en cualquier caso excluye las más que previsibles arbitrariedades que la tesis de Suhard puede provocar.En LA OCULTACIÓN DE ESTA RELACIÓN NECESARIA PALABRA Y PENSAMIENTO creo se funda la manipulación del lenguaje: cambiar el lenguaje para cambiar la mentalidad. Y sin que los "cambiados" se aperciban de lo que les estan haciendo.
Ustedes perdonen pero esta expresión:
"la interpretación del primer capítulo del Génesis como si se tratara de 6 días de 24 horas..."
más que a "integrismo" suena a un poquitín de "incultura", no les parece?
Los progresistas modelan el Depósito de la Fe según sus apriorismos. El primero, la inversión antropológica. Después, como consecuencia inevitable, el subjetivismo, el relativismo y los optimismos antropológico y escatológico.
No les molesta ningún sistema teológico en concreto sino todos los sistemas teológicos que no acaten esos apriorismos. No se trata de una simple manía, de un "vicio" personal menor. El integrismo es un gran pecado mortal contra el primer mandamiento tanto por su naturaleza, libido dominandi, como por su objeto, la destrucción de la Tradición. Tanto más cuanto quien lo ejerce tiene autoridad y potestad jerárquicas.
Se trata de un pecado que, para conseguir sus fines, necesariamente, lleva aparejada la Revolución. La Revolución y la Tradición conviven igual que el fuego y el dióxido de carbono. Sin oxígeno, sin confianza en el don divino del alma para conocer lo que le rodea, no puede arder la llama de la Fe, que se convierte en un simple sueño, en una idea. Allí donde triunfan la Revolución y su madre, la inversión antropológica, se apaga la Fe.
Un sedevacantista puede estar equivocado en este o en aquel otro aspecto, pero un progresista está equivocado en todo, porque sus apriorismos le llevan a construir y habitar un templo fantasmagórico que sólo existe en su mente/espíritu. Un templo en el que, irremisiblemente, muere la Fe.
El integrismo, más que un fenómeno religioso, es un fenónemo social: es una ideología.
Su opuesto, el modernismo, tal vez no lo sea, por parecer de otra especie. Más que un fenómeno social es un hecho religioso: una herejía.
El primero huele a seco por dentro, el segundo a demasiado sensible por fuera. Ambos con el hombre como centro, aunque ambos lo nieguen.
Por eso, aunque esté vacío por dentro y recluído a la arenga, al no ser religioso, sino ideológico, no llega a ser per se fariseismo. Acusar de fariseo a todo ultramontano insoportable es un error común por lo parecido a simple vista. Pero el ultramontano no necesariamente siente orgullo religioso o fariseismo.
Es un error intelectual y una identificación y gusto de grupo social, como a los abuelos les gusta jugar a las bochas con unas u otras reglas.
Heidi.
Por un lado este discurso va contra todo aquel que afirma que puede tener un conocimiento directo e inmediato de Dios en esta vida. Aún en las más profundas etapas unitivas de la mística la comunicación de Dios se da a través de especies en el entendimiento. Unos (sobre todo los escotistas) afirmarán que hay una comunicación directa de Dios con el alma en la gracia, mientras que Santo Tomás dirá claramente que la gracia es un accidente del alma.
Por otro lado el discruso va contra la reducción que acontece al quedarse en la deleitación de la especie conocida de Dios y su desarrollo formal en lugar de en la causa de la misma, que es el Dios insondable y el misterio que supone.
El tema es profundo en teología y no va meramente de progresismo e integrismo, aunque los dos errores quedan delimitados en el discurso. El progresismo pensará que tiene a Dios operando dentro de ellos: un cierto Espíritu carismático que les habilita para desarrollar como quieran la doctrina y la vida en Dios. El integrista pensará que la comunicación de Dios consiste en los términos inteligibles que dan forma a la doctrina y en una vida moral ceñida a un mero obrar humano donde se mantiene el concepto gracia como mera formalidad.
Como siempre será muy fácil decir que la virtud está en el justo medio. Pero hay que decir algo más.
La triste y paradójica conclusión es que ambas posturas son posiciones propias de la inmanencia y que más que ponerse en vía de conocimiento de Dios desde dentro y desde fuera del hombre (via interna y externa) lo que hacen es apropiarse del mismo Dios y negar la neceseria negatividad que ha de darse en el conocimiento de Dios. O sea olvidan la via negativa.
Lo que conocemos de Dios es mera analogía y para nada el mismo Dios o expresión adecuada suya más alla de decir como no es Dios, evitando así los excesos de estas dos posturas: la integrista y la progrsista. El sano realismo cristiano siempre considerará que puede razonar sobre Dios y encerrar en conceptos la revelación, pero afirmará que esto no es Dios. Siempre comprenderá el misterio de la vida moral del hombre, que aún tras una vida de ardua virtud puede destruir toda esa obra con un solo acto de voluntad y nada puede en ella sin la primacía absoluta de la gracia.
Es curioso observar como el protestantismo nos ha mostrado los dos excesos, el integrista y el progresista, en el desarrollo de sus sectas. Esto es la muestra histórica de a donde llega la inmanencia que estaba ya en Lutero, heredada de la escolástica decadente via escotismo y nominalismo.
El integrismo magisterial (el magisterialismo) de los neocones tiene mucho de ambas posturas también, mostrando claramente de quienes son hijos.
Miles:
Me parece un comentario muy clarificador. Queda muy bien expuesto el parentesco -que no identidad- al que tanto se alude entre integristas y progresistas.
Publicar un comentario