Por Roberto de
Mattei.
Como todos los
acontecimientos históricos, también el Concilio Vaticano II ha tenido sus
sombras y sus luces.
Dado que en estos días se evocan sobre todo las luces, permítaseme
recordar una vasta zona de sombra: la fallida condena del comunismo. Eran
los años ’60 y aleteaba un nuevo espíritu de optimismo encarnado por Juan
XXIII, el «Papa bueno», Nikita Kruscev, el comunista de rostro humano, y John
Kennedy, el héroe de la «nueva frontera» americana. Pero eran también los años
en los que se levantaba el muro de Berlín (1961) y los soviéticos instalaban
sus misiles en Cuba (1962). El imperialismo comunista constituía una
macroscópica realidad que el Concilio Vaticano II, el primer «concilio
pastoral» de la historia, iniciado en Roma el 11 octubre de 1962 y clausurado
el 8 de diciembre de 1965, no habría podido ignorar.
En el Concilio hubo un encuentro entre dos minorías: una pedía renovar la
condena del comunismo, la otra exigía una línea «dialógica» y abierta a la
modernidad, de la que el comunismo parecía expresión. Una petición de condena
del comunismo, presentada el 9 de octubre del 65 por 454 Padres conciliares de
86 países, ni siquiera fue transmitida a las Comisiones que estaban trabajando
sobre el esquema, provocando con ello el escándalo.
Hoy sabemos que, en agosto del 62, en la ciudad francesa de Metz, se había
llegado a un acuerdo secreto entre el cardenal Tisserant, representante del
Vaticano, y el nuevo arzobispo ortodoxo de Yaroslav, monseñor Nicodemo, el
cual, como se ha documentado tras la apertura de los archivos de Moscú, era un
agente de la KGB. Sobre la base de este acuerdo las autoridades eclesiásticas
se comprometieron a no hablar del comunismo en el Concilio. Esta fue la
condición que pidió el Kremlin para autorizar la participación de observadores
del Patriarcado de Moscú en el Concilio Vaticano II. (Véase: Jean Madiran, L’accordo di Metz, Il Borghese, Roma
2011). Un apunte de mano de Pablo VI, conservado en el Archivo Secreto
Vaticano, confirma la existencia de este acuerdo, como lo he documentado
en mi libro Il Concilio Vaticano II.
Una storia non scritta (Lindau,
2010). Otros documentos interesantes han sido publicados por George Weigel en
el segundo volumen de su imponente biografía de Juan Pablo II (L’inizio e la fine,
Cantagalli, 2012). De hecho, Weigel ha consultado fuentes como los archivos de
la KGB, del Sluzba Bezpieczenstewa (SB) polaco y de la Stasi de Alemania del
Este, extrayendo documentos que confirman cómo los gobiernos comunistas y los
servicios secretos de los países orientales penetraron en el Vaticano para
favorecer sus intereses e infiltrarse en las más altas esferas de la jerarquía
católica. En Roma, en los años del Concilio y del postconcilio, el Colegio
Húngaro se convirtió en una filial de los servicios secretos de Budapest. Todos
los rectores del Colegio, desde 1965
a 1987, escribe Weigel, debían ser agentes adiestrados y
capaces, con competencia en las operaciones de desinformación y en la
instalación de micrófonos espías. El SB polaco, según el estudioso americano,
trató incluso de falsificar la discusión del Concilio sobre puntos peculiares
de la teología católica, como el papel de María en la historia de la salvación.
El director del IV Departamento, el coronel Stanislaw Morawski, trabajó con
una docena de colaboradores expertos en mariología preparando una
pro-memoria para los obispos del Concilio, en la que se criticaba la concepción
«maximalista» de la Bienaventurada Virgen María que tenían el cardenal
Wyszynski y otros prelados.
La constitución Gaudium et Spes,
décimo sexto y último documento promulgado por el Concilio Vaticano II, quiso
ser una definición completamente nueva de las relaciones entre la Iglesia y el
mundo. En ella, sin embargo, faltaba cualquier forma de condena del
comunismo. La Gaudium et Spes buscaba el diálogo con el mundo
moderno, convencida de que el itinerario recorrido por él, desde el humanismo y
el protestantismo, hasta la Revolución francesa y el marxismo, fuera un proceso
irreversible. El pensamiento marxista-ilustrado y la sociedad de consumo por él
alimentada estaban en vísperas de una profunda crisis, que manifestaría los
primeros síntomas de allí a pocos años, en la Revolución del 68. Los Padres
conciliares podrían haber realizado un gesto profético desafiando la modernidad
en vez de abrazar su cuerpo en descomposición, como sucedió. Pero hoy nos
preguntamos: ¿Eran profetas quienes denunciaban la brutal opresión del
comunismo en el Concilio, reclamando su solemne condena, o quienes
sostenían, como los artífices de la Ostpolitik, que convenía llegar a un
compromiso con la Rusia soviética, porque el comunismo interpretaba las ansias
de justicia de la humanidad y sobreviviría al menos uno o dos siglos mejorando
el mundo?
El Concilio Vaticano II, ha afirmado recientemente el cardenal Walter
Brandmüller, presidente emérito del Pontificio Comité para las Ciencias
Históricas, «habría escrito una página gloriosa si, siguiendo las huellas de
Pío XII, hubiera encontrado el coraje para pronunciar una repetida y expresa
condena del comunismo». Sin embargo, esto no sucedió y los historiadores
tendrán que anotar como una imperdonable omisión la fallida condena del
comunismo de parte de un Concilio que pretendía ocuparse de los problemas del
mundo contemporáneo.
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Roberto de Mattei. Il Giornale, 9 octubre 2012
Fuente: tradiciondigital.es
3 comentarios:
Los historiadores por un lado eso y por el otro los teólogos preguntarse por el defecto de forma conciliar y lo que implica el que no hubiera una libertad plena de los padres conciliares para tratar los asuntos relativos a la fe.
Se hizo presente el cesaropapismo ruso-ortodoxo agravado por el comunismo
Las cosas que leí que pasaron en ese concilio quienes lo dirigían me recuerda a los políticos en Argentina en estos momentos, como si usaran las mismas técnicas. Bah... se llevan todo por delante y hacen lo que se les canta.
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