viernes, 12 de junio de 2015

Ecosofía (y 3)


V.— La vuelta a la naturaleza
La reacción contra este estado de cosas postula el retorno a la naturaleza.
Pero aquí surgen dos nuevas cuestiones: la ambigüedad de la vuelta a la naturaleza, si reducimos el concepto al orden de la animalidad y la superficialidad de ciertos retornos infecundos. Respecto a la primera escribe Thibon: "La 'naturaleza' está a la orden del día. En todas partes se elevan voces autorizadas que denuncian los daños y las contaminaciones y nos invitanal salvamento y a la protección de la naturaleza; y este vocablo encubre lo mejor y lo peor, las más diversas conductas que van desde la vida al aire libre, desde la higiene elemental, desde la alimentación no falsificada, hasta el nudismo y la libertad sexual. . . Tal ambigüedad no se abolirá jamás. La vuelta absoluta a la naturaleza es una quimera., pues equivaldría a la reabsorción del hombre en la animalidad. Pero una separación excesiva de la naturaleza produce, a la inversa, efectos igualmente nefastos, pues compromete el espíritu en la ruina del equilibrio animal, tal como se comprueba demasiado a menudo ante los pensamientos utópicos y Ja conducta aberrante de tantos intelectuales desencarnados"(7).
La vuelta a la naturaleza sería el retorno a esa situación que añora Rousseau, esa manera de vivir simple, uniforme y solitaria, ese universo en el cual los únicos bienes del hombre son "la comida, una hembra y el reposo", ese estado en el cual el hombre no piensa, pues "el estado de reflexión es un estado contra natura y el hombre que medita es un animal depravado"; en cambio la sociedad transforma al hombre en esclavo, se vuelve débil, temeroso, rastrero y su manera de vivir muelle y afeminada acaba por enervar a la vez su fuerza y su coraje ( 8 ) .
Pero lo que importa aquí es la influencia de estas teorías en la mentalidad y en la conducta de tantos contemporáneos y esto es lo que señala Paulo VI: "la espontaneidad parece ser el derecho fundamental de la acción humana. Triunfa Rousseau. La espontaneidad se ha fomentado, en primer lugar, por las exigencias de la conciencia personal; sin percatarse muchas veces que la conciencia psicológica ha prevalecido sobre la conciencia moral, privando a ésta de su visión sobre la obligación intrínseca y extrínseca que la debe guiar; y ahí la explosión de una libertad ciega, de un instante pasional, de una delincuencia desenfrenada; de ahí, en suma, la abdicación de la voluntad inteligente y verdaderamente responsable" (4 de marzo de 1976).
El texto de Thibon y cierta crítica del Papa alcanzan a ciertas manifestaciones del ecologismo "parcial" que confunden la libertad del hombre con el libre despliegue de su espontaneidad y la degradan así a un nivel animal.
La segunda cuestión se refiere a muchos "retornos" superficiales e infecundos de los hombres de nuestro tiempo.
Porque las "huidas" los fines de semana de la gran ciudad, los viajes, las excursiones, el turismo, no permiten un conocimiento verdadero y por lo tanto la restauración de los vínculos perdidos; no permiten la "asimilación", que requiere una personal, paciente y esforzada tarea, como aquella que realiza el campesino al roturar la tierra y que le permite penetrar en sus secretos.
Con referencia a los fugitivos hebdomarios y a los apresurados turistas, ansiosos de conocer muchas cosas en poco tiempo, de "hacer" países en días, escribe Marcel de Corte: "Basta verlos deambular el domingo en el campo o al borde del mar para comprobar que la naturaleza les es radicalmente extranjera. . . ¿Cómo creer que pueden dejar una traza en las almas esos lugares donde las gentes no hacen más que pasar?"(9).
Se plantean pues en este campo dos grandes problemas: el de la degradación de la naturaleza física, rota su armonía y el de la adecuada reinserción del hombre en una naturaleza recompuesta, como tal y no como mero animal.
Bien señala De Corte: "De jardinero que era en otro tiempo, el hombre se ha transformado en pirata que explota a fondo el suelo, los árboles y la hierba, despilfarra los recursos minerales, puebla de máquinas su existencia, poluciona el aire y las aguas, falsifica su comida y deforma el rostro de la tierra. El contacto del hombre y de la naturaleza, directo, intuitivo, instintivo, semejante a una onda espiritual, ha sido abolido. El hombre no abraza más a la naturaleza como el amante a su bien amada, la viola como a una desconocida. No la fecunda, la esteriliza" (10).
El pirata debe volver a ser jardinero, pero con clara conciencia de que la plenitud humana requiere el respeto al orden natural físico y el ajuste al orden natural moral y de que la ruptura de los vínculos qtie lo unían con la naturaleza es paralela a la quiebra de los lazos que lo unían con los otros hombres en los cuadros orgánicos de las instituciones naturales.
VI.— La actitud ante la naturaleza física.
Hoy se discute la actitud del hombre respecto a la naturaleza física y asistimos a muchos diálogos entre sordos.
Abel Posse, en un artículo titulado "Del paraíso terrenal a la conferencia de Río de Janeiro", sostiene que "hemos alcanzado el sombrío privilegio de destruirnos y, como Sansón, derribar las columnas del templo, que es la Tierra"; la culpa la atribuye a cierta tecnología: "Armamento nuclear y bacteriológico, intoxicación de la biosfera. Recalentamiento. Agujero de ozono. Deforestación criminal: cien especies animales y vegetales desaparecen cada día• . . la destrucción del mundo la estamos obteniendo con la tecnología comercial, salvaje... Es como si nos hubiesen saqueado el palacio de fantasía de nuestras infancias: nacimos cuando era posible la jungla de Salgari y envejecemos en un desierto de asfalto, rock sudoroso y patético y chabacanerías de neón". Signo de este desierto es la Exposición Universal de Sevilla: "una orgía de materiales innobles, un millonario y efímero universo de plástico, lonas, tubos pintados, máquinas de utilería y mamparas rebatibles y descartables. . . Es simplemente la Exportada, un gigantesco decorado tipo Disneylandia, pero sin Pato Donald... es la exposición del vacío espiritual de nuestro tiempo... es el producto de quienes no ven en el universo más que un descomunal bostezo de un Dios ausente".
El problema es el porvenir. Por eso señala Posse que en la conferencia de Río que tiene "un inmanente contenido religioso y teológico, que tal vez los diplomáticos todavía no analizaron debidamente", "se empezará a entrever quién manejará el futuro: o los estadistas capaces de una visión orgánica del desarrollo'y- de lá calidad de vida o esas fuerzas ciegas que están maleando el desarrollo en una pesadilla que se vuelve paradójicamente antihumana" (11).
Ante esto Alvin y Heidi Toffler, en un artículo titulado "El lobby de los tenófobos" sostienen que hay que distinguir entre las tecnologías y que el mundo de hoy necesita más ciencia y tecnología, todo lo cual compartimos; pero luego comienza una diatriba contra los ecologistas fanáticos y falsos cuyo deseo oculto es hacer revivir "los estilos de vida medievales y aun primitivos, como una alternativa frente a la modernidad".
El problema de este matrimonio gira en torno de qué entienden por "natural" y cuál debería ser la actitud de quienes marchan bajo "las banderas verdes" para ser coherentes con sus prevenciones respecto a la tecnología. Un breve texto lo aclara: "la primera tecnología transformadora fue inventada por. . . quien plantó la primera semilla, iniciando así la revolución agrícola y la Primera Ola de cambio social. Nada hay más "contranatural” que la agricultura, por cuanto es un modo de compeler a la naturaleza a obedecernos" (12).
O sea que lo natural sería lo inculto, lo agreste, lo salvaje. Y lo coherente sería recoger entre las malezas los frutos silvestres. Esto es claro, pero falso. El Génesis nos dice que Dios dejó al hombre en el jardín de Edén, para que lo labrase y cuidase. El pecado le agrega una nueva nota y hace que la relación del hombre con la tierra sea difícil: "maldito sea el suelo por tu causa; con fatiga sacarás de él el alimento todos los días de tu vida. Espinas y abrojos te producirá. Y comerás la hierba del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan" (3, 17/9).
Ubicado por Dios en la cúspide de la creación visible, el hombre recibe de Dios un mandato: labrar y cuidar por eso la agricultura es natural y no contranatural.
Pero hay varias maneras de realizar la agricultura; como señala Pablo Hary "una es con la mira puesta en el beneficio líquido inmediato. Otra es hacerla hipnotizados por la técnica. Una tercera manera es haciendo uso del buen sentido sin olvidar que la colaboración con el Creador es aquí más estrecha que en otros casos".
No se trata de renegar de la técnica sino de usarla y subordinarla al buen sentido evitando el uso imprudente de insecticidas y fertilizantes. También afirma Hary que "desarticular el orden natural y los equilibrios maravillosamente entrelazados de un organismo vivo es fácil. Pero es peligroso, y aun a veces tentador tomar el riesgo si se opta por transferir el pasivo negativo de la operación a las generaciones venideras cobrando el beneficio inmediato"(13). A este egoísmo el autor opone el respeto por la naturaleza y la solidaridad entre las generaciones.
Las claves de esta agricultura que completa la Creación nos las señala John Seymour: "el verdadero agricultor procurará aprovechar su parcela, no explotarla. Deseará mejorar y conservar el 'modelo' de la tierra: la fertilidad. Observando la naturaleza, aprenderá a cultivar un solo producto o mantener una sola especie animal en un mismo lote de tierra fuera del orden natural de las cosas. Deseará, pues, nutrir a los animales y las plantas de su tierra para asegurar la supervivencia de las más amplia variedad posible de formas naturales, cuya interacción recíproca comprenderá y fomentará. Dejará incluso en su finca algunas zonas incultas, donde puedan medrar formas de vida silvestre. Donde cultive, tendrá siempre en cuenta las necesidades del suelo, estimando los animales y las plantas por los efectos beneficiosos que puedan causar a la tierra. Advertirá, ante todo, que si interfiere la cadena de la vida (de la cual forma parte) se pone él mismo en peligro, porque perturba el equilibrio natural" (14).
Como la naturaleza no es simple sino muy compleja, todo operar sobre ella debe ser cuidadoso y cauto; a veces ella se ríe de las previsiones humanas y los resultados de una acción que no tenga en cuenta todas las circunstancias pueden ser opuestos a lo esperado. Una anécdota de Saint-Exupéry en la Patagonia es ilustrativa al respecto: un campo podía albergar y criar un borrego por hectárea, pero en realidad en cien hectáreas no se podía producir más que 85 borregos porque los lobos mataban el resto. La solución del problema era matar a los lobos. Pero, estupefactos, los criadores advirtieron que en lugar de los cien borregos descontados por las cien hectáreas, el rendimiento bajó a 65. ¿Qué había sucedido? Que los lobos se alimentaban de borregos y de gran número de guanacos. Extinguidos los lobos, los guanacos habían proliferado tan rápido que habían hecho estragos en las filas de los borregos; problema imprevisible, porque en la época de los lobos los guanacos eran tan pocos que no podía concebirse que atacasen jamás a los borregos. Y concluye su reflexión: ¿Cuál será el guanaco de la era del maqumismo? No lo sabemos.
VII.— El cuidado del lugar físico.
El hombre de hoy debe tomar conciencia de que debe cuidar su lugar físico y usar las técnicas apropiadas; pero a la vez que debe poner en su lugar a la "razón racionalista" que aliada con la técnica desorbitada lia logrado: desnaturalizar a la naturaleza y deshumanizar al hombre; uniformar lo variado y distinto; dar la espalda a los grandes valores de la naturaleza creada: estabilidad, ritmo, vida, armonía.
Debe ponerse a la escucha de la naturaleza, entender su mensaje viviente y advertir que "tiene sus misterios y que posee un lenguaje universal que comunica sabias enseñanzas".
Debe defender el paisaje, pues "un paisaje deteriorado es el triste reflejo de una sociedad enferma".
Y para sanar esa sociedad enferma defender el desarrollo armónico de la vida en su totalidad sobre la Tierra. Como señala Heim, "es decir, nuestra cuna, luego nuestra cama, el aire y el agua, el suelo donde duermen las semillas, el bosque donde canta la fauna y el porvenir donde brilla el sol"(15).
Y defender nuestros cursos de agua como el río Reconquista que nuestra Secretaría de Recursos Naturales y Medio Ambiente quiere entubar: "la solución más práctica consiste en entubarlo y convertirlo en el caño maestro de una cloaca". Las palabras de la ingeniera Alsogaray fueron refutadas por anticipado por el arquitecto paisajista Ricardo de Bary Tornquist en un trabajo donde se opone al entubamiento del arroyo Napostá con argumentos de valor general: "uno ya está acostumbrado a ese tipo de aberraciones que consisten en aniquilar o suplantar con hormigón y mampostería, los regalos que nos brinda la naturaleza... Se argumenta que el Napostá está degradado; sería mejor decir: lo han degradado; ¡está enfermo porque lo envenenan! A los enfermos no se los mata ni se los entierra vivos, lo normal es curarlos. ¿Por qué el dinero que se invertirá en sepultarlo vivo no se emplea en impedir, por las buenas o por las malas, que la gente lo envenene? ¿Hay intereses creados?... Sonarán trompetas de gloria el día que se levanten esas infames lápidas, y que los arroyos enterrados vivos resuciten a la luz del sol, a cielo abierto tal como el Supremo Creador los hizo, sus márgenes bordeadas de árboles y flores, su murmullo dialogando con el canto de los pájaros... " (16).
Para defender estos valores algunos ecologistas, sin ser políticos profesionales, ingresan en las lides electorales. Como lo dijo hace años Brice Lalonde en Francia: "No nos equivoquemos. La política no es cosa de nuestro dominio; nosotros nos esforzamos en reconciliar la ciudad con el niño, la calle con el árbol frutal, la computadora con el jardín, la vida con el sueño". Pero para reconciliar la ciudad con el niño, la calle con el árbol frutal, la computadora con el jardín y la vida con el sueño, todo junto, no bastan los reclamos del ecologismo político de nuestros días, parcial e insuficiente.
Contra el hombre "máquina" es bueno recuperar la dimensión biológica del ser humano.
Contra la casa entendida como suma de piezas es bueno recuperar el sentido viviente de la morada y sus relaciones con el medio.
Contra la ciudad que crea alrededor del hombre un medio de vida nuevo que embota la capacidad de sentir, es bueno recuperar la facultad de aprehender la naturaleza física, de poder comprender las fuerzas que se disimulan bajo las cosas. Pero todo esto no basta. Porque el hombre no es un mero ser biológico, porque su morada recibe su pleno sentido cuando constituye el hogar de una familia, portadora de los "humildes honores de las casas paternas", porque la ciudad es el ámbito perfectivo del hombre todo, como ser biológico, político y contemplativo. Por ello escribe Saint-Exupéry: "mi meditación me parecía más importante que el alimento y la conquista. Porque me había nutrido para vivir, había vivido para conquistar y había conquistado para retornar y meditar y sentir mi corazón más vastos en el reposo de mi silencio. He aquí la verdad del hombre. Existe por su alma" (17).
VIII.— El estudio de la morada.
Por todo lo expuesto es preciso que la ecología recupere su sentido etimológico, sea fiel a sus raíces griegas: oikos y logos, abarque en su plenitud el estudio de la casa, de la morada. Es verdad que la ecología como ciencia particular aparece como parte de la biología y su ámbito se extiende a estudiar todos los seres vivos en relación con su ambiente; que luego surge la ecología humana destinada a estudiar, en forma específica, las relaciones del hombre con su contorno y con las demás especies biológicas y que finalmente nace la ecología social como rama de la sociología cuya indagación se dirige al habitat humano, a estudiar las influencias del contorno, de las condiciones ecológicas en los grupos humanos, sin embargo es preciso aclarar que la ecología se refiere a muchos problemas que trascienden lo meramente biológico, planteando cuestiones morales, jurídicas, filosóficas y teológicas, como la reproducción, la inseminación artificial, la fecundación in vitro, la explosión demográfica, la eugenesia, la relación entre la población humana y la producción de alimentos; las consecuencias de la explotación indiscriminada de algunas especies y la quiebra del equilibrio ecológico consiguiente, etc.
Si por el desarrollo del lenguaje y el uso cotidiano del término, fuera muy difícil la recuperación de su sentido etimológico, queda la posibilidad de adoptar el nuevo término "ecosofía" que, desde sus orígenes, incluye en forma expresa no sólo el ambiente natural sino también el ambiente humano abarcando en forma completa e indagado desde ángulos diversos y complementarios.


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(7) THIBON, Gustave: "El equilibrio y la armonia", Ed. Rialp, Madrid, 1978, pags. 87 y 90.
(8) ROUSSEAU, Jean Jacques: "Discours sur l'origine et les fondements de l'Inégalité parmi les hommes", en Petits chafs-d' oeuvre de J. J. Rousseau, Ed. Firmin Didot, Paris, 1864, págs. 52, 53 y 56.
(9) "L'homme contre lui même", Nouvelles Editiones Latines, Paris, 1962, pág. 16
(10) Ob. cit. pág." 15.
(11) "La Nación", Bs. As. 1-6-92 pág. 7 y 24-7-92 pág: 9.
(12) "La Nación", Bs. As. 23-8-92, Sección Cultura, pág. 1. Lo más interesante del artículo es el análisis del papel que pueden desempeñar las tecnologías de la "tercera ola" en el proceso de desconcentración y mejoramiento ecológico.
(13) "Agri-cultura y "Completar la creación", en "La Nación", Bs. As., 4-12-85 y 29-9-87. En el primer artículo el autor recuerda a sus antepasados europeos cuyos contratos de arrendamiento llevaban una cláusula de rigor que obligaba a cultivar la tierra como "buen padre de familia", entregándola tan fértil como había sido recibida. Agrega que "ese respeto por la naturaleza y esa solidaridad entre clases sociales y entre generaciones, era una modalidad enraizada en los corazones, en las mentes, en el subconciente, sembrada en los comienzos de la cristianización de Europa". Luego propone cambiar "la mentalidad utilitaria inmediatista a lo Adam Smith por una mentalidad solidaria a lo Carlomagno. Lo cual no significa volver atrás sino volver a la buena senda". Conf. del autor, "Monasterios agrícolas y cultura", en Prudentia Iurls, Bs. As., 1984, XIII, pág. 104 y ss.
(14) "La, vida en el campo", Ed. Blume, Barcelona, 1979, pág. 8.
(15) Prefacio al libro de Raehel Carson, "Le printemps silencieux", Ed. Pion, Paris, 1968, pág. 10.
(16) "La degradación del arroyo Napostá", en "La Nueva Provincia", Bahía Blanca, 3-5-87, pág, 8. El autor figura ejemplar en la defensa del entorno humanizado también refuta las simplificaciones del matrimonio Toffler y nos propone una sentencia como criterio para gobernar la acción en este campo: "Los modelos de desarrollo son creados por economistas. A veces, se anteponen intereses económicos a una visión futura, lo que implica un error y una irresponsabilidad hacia las generaciones venideras. 'Primun non nocere: ¡Primero, no dañar!' Jamás el desarrollo debe significar la destrucción del medio... Los arquitectos-paisajistas, que conocen la vida y la naturaleza, no rechazan el progreso ni proponen el retorno al primitivismo: se limitan a decir que cada hombre y cada etapa exigen un marco para su existencia, que tiene que ser, a la vez, eficiente y bello".

(17) "Citadelle", XXI, en Oeuvres, Ed. Gallimard, París, 1965, pág. 682.

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