Se ha escrito bastante sobre la manipulación por medio del
lenguaje. Una táctica de manipulación frecuente es el empleo de palabras talismán. Se considera tales a
ciertos términos que a lo largo de la historia se han cargado de prestigio, de
un prestigio tal, que nadie en ese momento se atreve a ponerlas en tela de
juicio (en el siglo XVII, la palabra orden,
en el siglo XVIII, la palabra razón,
en el siglo XIX, la palabra revolución,
en el siglo XX y comienzos del XXI, la palabra talismán por excelencia libertad). También son palabras talismán
en uso diálogo, consenso y no discriminación.
La contracara de la actitud respecto de estas palabras
prestigiadas es la logofobia.
Término que empleamos aquí no en el sentido de trastorno psíquico, sino más bien como síntoma
de una forma un tanto superficial de criticar ideas. En el catolicismo, la logofobia parece hija de la
manualística, tal como la describiera L. Bouyer:
“…los manuales de filosofía de los
seminarios, que todavía ayer, como quien dice, concentraban toda la
atención de los seminaristas durante los primeros años de estudio; con
ellos quedaremos suficientemente edificados. En ellos se presentaba a
Descartes, Leibniz, Kant, Hegel, Bergson, etc., como una caterva de
cretinos malhechores, que con un solo silogismo, o a lo más con un
sorites, se podían liquidar sin más. ¿Marx? El hombre con el cuchillo
entre los dientes. ¿Freud? Un viejo verde. ¿Blondel o Le Roy? Modernistas
de una perversidad muy particular, pues persistían en seguir siendo católicos,
aunque ponían en tela de juicio que los únicos razonamientos adecuados
debieran formularse en bárbara o baralipton... Yo he visto y oído con mis
propios ojos y mis propios oídos –y la cosa no es muy vieja– a un profesor
de universidad pontificia, en un congreso internacional de apologética,
demostrar que personas como Gabriel Marcel, que pretendían haber llegado a
la fe por el camino del existencialismo, sólo podían ser hipócritas.
(Recuerdo también, a Dios gracias, los rugidos de furor con que Étienne
Gilson acogió tal estupidez. Se le dejó hablar porque nadie en aquella
docta asamblea conocía a santo Tomás tan bien como él, pero de ahí a inclinarse
ante sus razones había gran trecho.)”
La lectura manualística se aplica muchas veces a las condenas
de la Iglesia
y así se genera logofobia. Se
rechazan de modo emotivo e irracional palabras,
sin preocuparse demasiado por precisar su contenido lógico ni su referencia a la realidad.
Recuerdo ahora del caso de un amigo que le tenía fobia a la denominación
pro-vida en uso por grupos católicos
que se oponen al aborto. Hay que reconocer que la expresión no es la más precisa. Si se tratara
de un uso académico, desde la
Filosofía del Derecho habría que hablar de grupos pro-defensa-del-derecho-subjetivo-natural-de-la-persona-humana-inocente-a-la-conservación-de-la-vida-física. Premisa de la cual se sigue la oposición a la
despenalización y legalización del aborto, entre otras cosas. Pero el sintagma
que expresa esta premisa es largo y para abreviarlo se podría emplear una sigla tan disonante como DSNPHICVF... De manera que por una convención del
lenguaje, lo razonable es usar pro-vida,
hasta tanto se encuentre una expresión más precisa y eufónica.
10 comentarios:
A mi me esta dando logofobia la palabra "discernimiento"
Por el discernimiento de espíritus de San Ignacio?
Otra palabra transformada en talismán es "amor". Todo lo que importa es el amor, dicen en el mundo y también casi todos en la Iglesia hoy, sin jamás definir qué es y alejándolo del verdadero sentido cristiano de ágape/caritas. "Amor" sería cualquier inclinación, simpatía, atracción, obsesión o tara, y como en esos sentidos todos "aman" algo/alguien, nadie es pecador ni puede ser juzgado o condenado.
La que se está volviendo talismás es la palabra "misericordia"
Pocho
No, por el uso que le da alguno de los discípulos de San Ignacio
De acuerdo con la crítica a la logofobia, pero el ejemplo de la palabra "provida" no me parece bien traído. Siempre hubo un término mucho más preciso que el de provida: antiaborto. Pero dicha palabra fue rechazada por creerse que los "anti-" resultaban antipáticos y se impuso como talismán la de "provida", en la creencia de que al definirnos de manera positiva atraeríamos la buena suerte. Además de lo absurdo de invocar tal creencia nuevaerista para evitar el término más preciso, se ignoró que "provida" era precisamente un término que venían usando las ligas neomalthusianas en su batalla a favor del aborto, y que no lo usaban por casualidad sino siguiendo una tradición que arrancaba por lo menos desde Nietzsche y su "partido de la vida".
Favila:
No sé en España, pero por aquí pro-vida parece tomado del “pro-life” de los norteamericanos, contrapuesto al “pro-choice” de Roe v. Wade. La estrategia es contraponer un talismán (“libertad”) a otro (vida).
Saludos.
Sin duda fue un calco del término norteamericano. Por otra parte, creo que el "pro-life" estadounidense precede históricamente al "pro-choice", aunque ambos surgieron en el contexto de Roe v. Wade. Procuro no tener fobia a las palabras, por lo que no me importa que alguien se defina como provida. Eso sí, considero que el movimiento provida está profundamente averiado y habría que someterlo a un análisis crítico. Pero comprendo que es otro tema.
En relación con esta entrada y algunas anteriores, hay quienes piensan que por usar la expresión "soberanía del pueblo", la Constitución de la República Argentina se tiñe automáticamente de una injusticia invalidante, que la torna ilegítima, con efectos expansivos por sobre todo su articulado. No prestan atención a si dicha expresión cambia o no cambia la justicia (o falta de justicia) de las diversas normas jurídicas y declaraciones contenidas en el texto constitucional, ni tampoco a si efectivamente dicha expresión tiene un correlato real en el gobierno del país o si más bien se trata de un pretendido fundamento ideológico "para la gilada".
¿Qué diferencia real causa en el gobierno de la Argentina tener o no tener esa expresión en su texto constitucional? Antes bien, piensan que la expresión es directamente operativa por estar allí escrita. Algo así como si yo dijese que la pantalla que estoy mirando fuese un auto de Fórmula 1 y por lo tanto pretendiera usarlo para correr una carrera en el autódromo: "abracadabra".
Dicha expresión constitucional es ciertamente desgraciada, pero, como usted bien dice, carece de efecto automático.
Si la Constitución Nacional es mala (mala era la de 1853, con las reformas la han dejado pésima), es por todo lo demás, aun haciendo abstracción del positivismo pactista y la disputa más teórica que práctica sobre su conveniencia, procedencia y filosofía subyacente.
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