Jesucristo es también en cuanto hombre, Rey de todas y cada una de las sociedades civiles en concreto existentes.
Esta afirmación se acomoda mejor
con el sentido humano y político de los vaticinios mesiánicos.
Y vale para ella el argumento de
la excelencia debida a la humanidad que se une hipostáticamente al Verbo.
También viene exigida por aquel
"todo poder" que ha sido dado a Jesucristo Mt. 28,18.
Es defendida por teólogos como
Sto. Tomás y Suárez (30).
Y es enseñada por el Papa Pío XI
en la Carta En
cíclica Quas Primas tratando ex profeso de la realeza de Cristo:
"Crasamente por lo demás erraría
(textualmente: "turpiter ceteroquin erret qui...") el que desposeyese
a Cristo hombre de la soberanía de cualesquiera cosas civiles, ya que tiene del
Padre el derecho absoluto sobre la creación de tal suerte que todo depende de
su voluntad" (31).
Tal realeza la posee sin embargo
tan sólo en el derecho o como se dice, en acto primero, pero por su ex presa
voluntad no quiere que pase al hecho, al ejercicio o al acto segundo.
Esta dignidad regia no la
transmitió a la Iglesia ,
de modo que el Romano Pontífice no la posee ni siquiera en el derecho. (32).
Estas afirmaciones podemos comprobarlas en
todo el relato de los evangelios donde Cristo aparece siempre despreciando tal
suerte de poderes.
El milagro de la multiplicación de
los panes produce un gran entusiasmo popular, sin embargo:
"Jesús, entendiendo que iban a venir para arrebatarle
y hacerle Rey, se retiró de nuevo al monte él sólo" (Io. 6, 15).
Y dice a Pilato: "Mi Reino no
es de este mundo" (Io. l, 36) refiriéndose a lo más propio de su dignidad
regia y a la única trascendencia
práctica.
Por otra parte, reconoce la
autoridad constituida, al aprobar el tributo al César: "Pagad pues al
César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios" (Mt. 22, 21).
Y los judíos no lograron poder
persuadir a Poncio Pilato, que ejercía cuidadosa vigilancia sobre la Palestina de que Jesús
era un agitador político anti-romano, como le acusaban.
Después de haberse Jesús afirmado
en efecto como Rey, debió sin duda Pilato ver que no había en el acusado
ninguna pretensión política peligrosa para la autoridad imperial de Tiberio a
quien representaba ya que intentó libertar a Jesús con motivo de la amnistía de
la Pascua y
luego pretendiendo satisfacer a los judíos con la "admonitio" de los
azotes.
El género de Reino que
reivindicaba Jesús, el Reino de la verdad no preocupaba en lo más mínimo a
Pilato que responde encogiendo los hombros: “¿Qué es verdad?" (Io. 18,38).
Por esto "Salió Pilato otra
vez a fuera y les dice: Ved, os le traigo afuera para que conozcáis que no
hallo en él delito alguno" (Io. 19,4).
Más adelante el mismo Jesús
reconoce como legítima la autoridad del funcionario romano: "No tuvieras
potestad alguna contra mí si no te hubiera sido dada de arriba" (Io. 19,
11).
Y Pilato cede a las exigencias de
los enemigos de Jesús acompañando su claudicación con el simbólico gesto de la
ablución de sus manos (Mt. 27,24).
Por todo lo cual continúa el Papa
Pío XI, después de las palabras anteriormente citadas:
"Sin embargo mientras vivió en la tierra, se abstuvo
por completo de ejercer tal dominio, y como despreció en otro tiempo la
posesión y administración de las cosas humanas, así las concedió entonces y
concede ahora a sus poseedores. Tratándose de lo cual, muy bellamente se dijo:
"No arrebata las cosas perecederas el que da los reinos celestiales".
(Hymn. Crudelis Herodis, in Off. Epif.)
Jesucristo en cuanto hombre es por
titulo especial legitimo Rey de los judíos.
Tal afirmación está del todo
acorde con las expresiones usadas con los vaticinios mesiánicos: el Mesías es
Rey y Rey de los judíos como descendiente carnal de David (Jer. 23,5) del cual
hereda los derechos a la monarquía judaica (33).
Son válidas asimismo en su grado
las razones de la dignidad debida a la humanidad de Jesucristo, judío según la
carne, y la de la plenitud de poder que 61 mismo testifica haberle sido dada
por Dios.
Herodes era en efecto un Rey
ilegítimo de los judíos, ya que se trataba de un gentil y puesto por los
gentiles.
Tuvo, con todo, un pequeño grupo
de partidarios, entre los judíos, los llamados herodianos.
Los más fanáticos e intransigentes
pensarían seguramente más bien en algún descendiente de los Macabeos: eran los
"zelotes".
La casa de David había perdido su
esplendor había sido absorbida en la masa del pueblo sin significación
aparente.
Había llegado el momento en el que
como habla profetizado Isaías (11, 1) del tocón inadvertido de lo que antes
había sido el majestuoso árbol de la familia de David, retoñaría una rama
fragante de savia que había de des plegarse en flor (34).
Tal fue Jesús naciendo de María,
descendiente de David y desposada legítimamente con el artesano José, descendiente
asimismo de la real familia davídica (35).
Jesús en efecto es llamado
"hijo de David" en el evangelio por unos ciegos aprobando él con su
acción tal calificativo (Mt. 9,27; Mc. 10,48 ; Lc. 18,39).
También consta por el evangelio
que los judíos esperaban realmente el Mesías como hijo de David:
"Hallándose reunidos los fariseos, interrogóles Jesús
diciendo: ¿Qué os parece del Mesías? ¿De quién es hijo? Dícenle: De David"
(Mt. 22, 41-42)
El ángel que anuncia a María su
maternidad mesiánica llama a David "su padre", refiriéndose a Jesús:
“Este será grande y será reconocido como hijo del altísimo
y le dará el Señor Dios el trono de David su padre" (Lc. 1,32).
Y S. Pablo con su vigor habitual,
habla de Jesucristo como de “el que nació de la estirpe de David según la
carne" (Rom. 1, 3).
Cuando Jesús entra por última vez
en Jerusalén cumpliendo la profecía de Zacarias:
"Alégrate grandemente, Hija de Sión, canta con
júbilo, Hija de Jerusalén, mira a tu Rey que viene a ti justo y salvador. Es
pobre y monta en una asna, y sobre el jumentillo de asna" (9,9).
La turba le recibe agitando ramas
de árboles Y tendiendo a su paso sus propios mantos, exclamando al mismo
tiempo:"¡Hosanna al Hijo de David!" (Mt. 21, 4-9. 15-1).
Los mismos argumentos aducidos en
la cuestión anterior prueban "a fortiori" que Jesús no quiso tampoco
que sus derechos reales pasasen al ejercicio; y tampoco fueron, en forma alguna,
transmitidos.
Sobre el palo vertical de la cruz
fue fijado el "titulus" de la condena de Jesús: "Había también
por encima de él una inscripción, escrita en letras griegas, latinas y hebreas:
Este es el Rey de los judíos" (Lc. 23,38).
Los judíos sin embargo protestaron
ante Pilato de la inscripción: "No escribas el Rey de los judíos, sino que
él dijo Rey soy de los judíos". Pero Pilato les responde con desprecio:
"Lo que he escrito, escrito esta (lo. 19, 21-22).
Como canta un himno antiguo de la
liturgia de Viernes Santo: "Regnavit a ligno Deus". En efecto, aquel
"titulus" puesto por las autoridades romanas para indicar la causa de
aquella ejecuci6n declaraba literalmente la Realeza judaica de Jesús, la Realeza universal sobre todos
los pueblos por el uso de todos los idiomas del mundo entonces conocido, y el
mismo Jesús coronado de espinas, bajo la púrpura de su propia sangre,
proclamaba con la desnudez de su cuerpo y con sus brazos extendidos una realeza
más alta, sublime, trascendental: su Realeza espiritual sobre las almas de
todos los hombres.
__________
(30) De Regim Princ. c.22 s.; Opera
Onmia, Vivés, París,1870, t. 18, p. 466 y ss.
(31) Quas primas AAS. 17 (1925)
600.
(32) Nada tiene que ver con esta
dignidad real de Jesús el derecho papal a la independencia política y posesión
del Estado Pontificio: le compete al Papa como cosa sumamente conveniente para
el libre ejercicio de su soberanía espiritual y de su derecho divino-positivo
de inmunidad civil. Ni tampoco simplemente con el llamado poder indirecto sobre
lo temporal, del que se ha tratado en la nota 26. Véase sobre los orígenes de
los Estados Pontificios: Schnürer, G. La Iglesia y la civilización occidental en la Edad Media , M'adrid,
1955, p. 445 ss.
(33) Véase el Ps. 86 y 131.
(34) Véase también Is. 4, 1; 6,13;
10, 19;11, 16; 53,2; Ier. 3 3; 30, 7 etc. Y principalmente Ezequiel 22 - 24.
(35) Véase las genealogías de Jesús
que traen San Mateo y San Lucas. Según algunos las dos son genealogías de José
y basta su paternidad "legal" de sólo padre "putativo", para
que Jesús reciba de su padre José el ser vástago de la propágine de David y heredero
del mismo. Así Schmaus Teología dogmática , Madrid, 1959 p. 190. Véase sin embargo
en Suárez cómo la procedencia de David le viene a Jesús no de su padre adoptivo
sino de María: Misterios de
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