En la entrada anterior vimos que San Agustín mencionó la actitud de los cristianos ante el emperador Juliano el apóstata. Reproducimos unas páginas del historiador J. Lortz que nos dan una aproximación al perfil biográfico de Juliano y sus modos de atacar a
1. El paganismo no había muerto.
Tradiciones antiquísimas no desaparecen sino poco a poco. Especialmente esos
núcleos sociales en los que tales tradiciones suelen estar más arraigadas, las
antiguas familias nobles, aún estaban adheridas a la vieja religión, bajo la
cual había surgido la gloria del imperio. No se debe olvidar que bajo Teodosio
(† 395), que constituyó a la nueva fe en religión del Estado (§ 23), aún eran
paganos la mitad de los súbditos del imperio.
También determinadas profesiones
fueron centros de resistencia a la cristianización. Para los sacerdotes y los
maestros superiores (también los artistas) estaba en juego su existencia.
Justamente aquí demostró el nuevo Estado (en parte también por necesidad) una
singular falta de lógica, que, por otro lado, trajo consecuencias ventajosas
para el patrimonio cultural del Medievo: las más célebres escuelas superiores y
la casi total instrucción de las clases más elevadas fueron dejadas en manos de
maestros paganos (8) y
durante cierto tiempo continuaron siendo provistos los cargos sacerdotales
paganos. El esplendor sin igual de las obras culturales del paganismo siguió
ejerciendo su maravillosa fuerza de atracción.
Del mismo
modo que la eventual persecución sangrienta del paganismo contribuía por otra
parte a provocar una resistencia más tenaz, así también las funestas escisiones
ocasionadas por las herejías en el cristianismo (§§ 26 y 27) disminuyeron por
otro lado su fuerza interna y su prestigio externo.
2. El paganismo recibió en el
siglo III, especialmente entre las personas cultas, nuevo esplendor, renovada
fuerza de atracción y un verdadero robustecimiento interior por medio del neoplatonismo(9). Se
trata de una filosofía religiosa idealista o también de una religión
filosófica, la última gran creación del genio griego. Reinterpretando y
profundizando la antigua religión popular pagana, se logró otra vez un
renacimiento real del paganismo. Su mayor éxito en concreto fue ganarse al
emperador Juliano (también san Agustín pasó por este sistema).
3. Juliano
el Apóstata (361-363). La
brutalidad homicida que empaña la imagen de Constantino el Grande fue heredada
por sus tres hijos. Arrastrados por el miedo a sus competidores, igual que su
padre, eliminaron a sus parientes varones, excepto sus dos primos más jóvenes,
Galo y su hermano Juliano. Cuando Constancio fue soberano absoluto, mandó matar
también a Galo, al que él mismo primeramente había nombrado César, mientras que
a Juliano, a instancias de la emperatriz, le fue perdonada la vida y pudo
continuar su actividad en el servicio monástico eclesiástico, donde se le había
confinado. Es comprensible que esta obligada profesión le hiciese no sólo
antipática, sino hasta odiosa la religión a la que aquélla iba unida, la
religión profesada por el asesino de su padre. Y, viceversa, pudo parecerle más
simpática la religión pagana que aquél había perseguido. Además, el trajín de
los obispos arrianos de la corte, así como la desunión de los cristianos, no
hubo de causarle buena impresión.
Sin embargo, la causa principal de
su distanciamiento del cristianismo (que por lo demás sólo conocía en la
viciada forma del arrianismo) fue el influjo pagano de
sus maestros. En particular el neoplatónico Máximo despertó su entusiasmo,
siendo aún estudiante, por la antigua filosofía. A los veintidós años abjuró
secretamente del cristianismo y se hizo iniciar en los misterios eleusinos.
Llegó su hora cuando Constancio lo hizo César y lo envió a la Galia. Allí hizo cosas
tan sobresalientes que sus tropas lo proclamaron Augusto. La lucha contra el
odiado Constancio se hizo con ello inevitable. La muerte de éste, ocurrida
antes del desenlace bélico, convirtió a Juliano en soberano absoluto.
Juliano, siendo emperador, apostató también públicamente. Se adhirió
al paganismo y se propuso seriamente hacerlo renacer.
4. Juliano era lo bastante inteligente como para no provocar una persecución
sangrienta, ya que los mártires sólo hubieran favorecido a la Iglesia.
Sin embargo, llegó a
haber martirios, debido al furor de la plebe pagana, al capricho de ciertos
gobernadores y a la ira del emperador contra cristianos particulares. No menos
vituperable es el modo ambiguo, insidioso y mezquino con que Juliano
trató de conseguir subrepticiamente de los cristianos la adoración externa de
los dioses so pretexto del culto debido al emperador.
Privó al cristianismo y a la Iglesia de todos los privilegios de que habían
gozado desde Constantino y que, evidentemente, tanto habían favorecido su
desarrollo. También trató de debilitar espiritualmente a la Iglesia , prohibiendo que
en las escuelas cristianas se enseñara el patrimonio cultural del paganismo.
Promovió todo lo que pudiera hacerle competencia a la Iglesia , fuesen sectas
cristianas, fuese el judaísmo o el paganismo.
Fijó su atención principal en
revivificar el paganismo. Su trabajo fue en este sentido un reconocimiento
indirecto de la superioridad del cristianismo, al mismo tiempo que demuestra la
seriedad moral con que se dedicó a dicha tarea. Lo que él perseguía era un
paganismo cristianizado. En los templos paganos, tras su reapertura, debía
oficiar un sacerdocio con altas exigencias de pureza, piedad, instrucción y
amor al prójimo; el culto debía restaurarse con gran pompa y ser más fecundo
religiosa y moralmente mediante la predicación, y otro tanto debía cuidarse la
caridad. La orden dada por Juliano de
reconstruir el templo de Jerusalén y promover el judaísmo en general fue una
tentativa consciente de reducir ad absurdum las
profecías cristianas. El mismo participaba todos los días en el sacrificio
pagano y trató también de activar sus planes como orador y escritor.
5. El ensayo de Juliano no
pasó de ser un episodio. Ya en el año 363, apenas cumplidos los treinta y dos
años, entró en guerra contra los persas. Nadie es capaz de imaginarse las
inmensas dificultades que hubieran podido acarrear al cristianismo las
«magníficas cualidades» del Apóstata, como dice san Agustín. Pero su aparición es sumamente instructiva para
conocer la situación histórica de la
Iglesia en aquel tiempo. Nos permite de un solo golpe de
vista descubrir claramente los peligros que bajo aquellas condiciones
religioso-culturales acechaban a la
Iglesia.
Incluso en el caso de Juliano,
nada nos autoriza a ver en él solamente lo erróneo y negativo y pasar por alto
lo positivo. Como César de las Galias, levantó nuevamente esta provincia con
medidas prudentes y justas, y como emperador implantó la austeridad, la
justicia y la objetividad en la administración y legislación del imperio. Que a
pesar de estos valores y de estas al menos parcialmente acertadas medidas no
lograse imponer su criterio ni sofocar al cristianismo, demuestra mucho mejor
la fuerza de la Iglesia
de Cristo que si ésta hubiera tenido que resistir a un nuevo Nerón.
Fuente:
http://www.mercaba.org/IGLESIA/Historia/LORTZ/20_33.htm
2 comentarios:
Magnífica entrada. Aunque toda apostasía es perversa en sí misma, hay una diferencia entre apostatar para abrazar un "cristianismo sin Cristo" y apostatar para abrazar ideologías subversivas y depravadas. El primero es el error del que busca lo que da Cristo pero estando ciego al propio Cristo; el segundo es el error del que apetece lo esencialmente anticrístico. Por eso, ¿cuántos hombres con anhelo espiritual se están perdiendo a causa de esta iglesia de lo políticamente correcto?
Católico gibelino
GASTON a CATOLICO GIBELINO:"¿cuántos hombres con anhelo espiritual se están perdiendo a causa de esta iglesia de lo políticamente correcto?". Incalculables. ¡Que Dios acorte esta prueba terrible!
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