viernes, 2 de febrero de 2018

La «victoria» de Newman sobre los «ultramontanos»


Hay discusiones estériles que implican una considerable pérdida de tiempo. Sobre todo cuando el interlocutor se maneja con apriorismos, se niega a profundizar el tema acerca del cual disputa y argumenta en base a una «logofobia» superficial. Así sucede, por ejemplo, con el término «ultramontano» en una bitácora «sedevacantista montaraz» de los Estados Unidos. Que no vamos a citar porque no queremos promover sus errores.
Para evitar equívocos respecto del «ultramontanismo» hay que meterse un poquito en la historia del Vaticano I. Conocer algo de las distintas posiciones que se expresaron en los debates conciliares y realizar el ejercicio mental de comparar los textos aprobados con esquemas, borradores y enmiendas, que no recibieron el voto favorable de los padres conciliares. La conclusión a la cual arriba la historia de la teología -y cualquier lector bien dispuesto- es que hubo opiniones teológicas que no llegaron a convertirse en actos del Magisterio conciliar. Por tanto, no es honesto hacer pasar tales opiniones como integrantes de lo enseñado por el Vaticano I.
Los textos de las definiciones dogmáticas del concilio tuvieron una formulación precisa que no se apropió de las tesis personales de algunos de sus participantes. Así lo señalaba el p. Ford: «…el arzobispo Manning, el principal “azote” de la mayoría en el concilio, pudo sentirse un poco decepcionado con los términos moderados y restrictivos del texto final, aunque aparentemente esto hizo poco para suavizar su punto de vista de que el Papa es infalible por sí mismo en todos actos legislativos y judiciales. Desafortunadamente, la tendencia de Manning a maximizar la infalibilidad parece haber sido más influyente en las presentaciones teológicas posteriores que la postura más moderada de su compatriota y colega el cardenal Newman». Otro ejemplo de esta tendencia maximalista se encuentra en la moción presentada por el mismo Manning solicitando que se definiera como dogma que los estados de la Iglesia son de derecho divino.
Estas tesis pueden considerarse como opiniones teológicas mejor o peor fundadas. Puede admitirse que, en tanto no sean opuestas a los dogmas definidos, conformen una corriente o escuela legítima dentro de la Iglesia. Pero lo que no era aceptable en el siglo XIX, ni tampoco puede aceptarse hoy, es aquello que Newman describió como: «este violento partido ultra, que quería elevar sus opiniones al rango de dogmas y sobre todo destruir toda escuela de pensamiento diferente del suyo».
Para evitar discusiones estériles en lo que respecta a nuestra posición, entendemos por «ultramontanismo» una corriente que extralimita la infalibilidad y el primado más allá de lo definido por la Iglesia, y que Newman caracterizaba con dos notas: 1ª. Dogmatización indebida de las propias opiniones; 2ª. Exclusión de otras escuelas teológicas diferentes aunque ortodoxas.
Con estas aclaraciones, aprovechamos para transcribir algunos párrafos que permiten conocer mejor el pensamiento del b. J. E. Newman en sus circunstancias. 
«En cuanto a Newman mismo, criticó la proclamación del dogma de la infalibilidad como hecha sin causa determinada y urgente, y expresó sus recelos ante el enorme poder, sin freno, puesto en manos de un hombre. Para él, la definición constituía un peligro práctico, un acontecimiento innecesario y perturbador para los católicos, que alienaría a otros cristianos. Desde su conversión, Newman había aceptado la infalibilidad pontificia como una opinión teológica. Aunque a veces había estado dispuesto a conceder, a efectos de discusión, que el papa no era infalible, en ocasiones manifestó claramente que creía en la doctrina misma. Una de las defensas más interesantes de la infalibilidad fue escrita por Newman el año en que fue definida. Consiste en comentarios y cuestiones anotadas al margen de un panfleto, en el que se sostenía que la teoría del ultramontanismo era "tan ciertamente falsa como es verdad que la tierra se mueve". Por temperamento era anti-ultramontano. Como resultado de su correspondencia con Acton, combatió las opiniones extremistas de los ultramontanos sobre la infalibilidad. Mientras afirmaba su lealtad y aceptaba la doctrina de la infalibilidad, condenó "este violento partido ultra, que quería elevar sus opiniones al rango de dogmas y sobre todo destruir toda escuela de pensamiento diferente del suyo". Newman defendió el valor y la necesidad de la especulación libre e independiente. El objeto de la infalibilidad debía consistir en resistir o controlar las extravagancias, no en debilitar la libertad o el vigor del pensamiento humano.
En su trabajo On consulting the Faithful in Matters of Doctrine (1859), discutiendo el papel de los laicos en la preservación de te verdad dogmática, sostuvo que después del concilio de Nicea, ellos defendieron la tradición católica, mientras los obispos toleraron el arrianismo.
En 1866 Newman escribió unas General considerations, against the possibility or probability of defining the Pope's infallibility, en que expresa su creencia en que podría ser definida la infalibilidad pontificia, pero ni siquiera menciona algunas de las dificultades históricas. En las discusiones sobre el folleto de P. Le Page Renouf, Condemnation of Pope Honorius (1868), admitió la infalibilidad como una opinión teológica probable, no como una certeza dogmática. Una doctrina como la infalibilidad puede envolver limitaciones o condenaciones. Si se probara que Honorio cometió herejía, se podría mostrar sin dificultad, que el papa había actuado violando algunas de las condiciones teológicas, como la de consultar a sus naturales asesores. En su última carta, Newman repite que él siempre defendió la infalibilidad como la opinión teológica más probable en medio del conflicto de los argumentos históricos. Una vez definida, admitió el nuevo dogma y con su Carta al duque de Norfolk disipó gran parte de la confusión que reinaba en Inglaterra. Tal es el contenido esencial del trabajo de J. Derek Holmes.
Coincide con él Johannes Artz, quien subraya que Newman era partidario de la doctrina de la infalibilidad mucho antes de que el concilio Vaticano I decidiese sobre ello, pero adversario de su definición. Ya en 1864, en su Apología, expone la infalibilidad de la Iglesia casi como un postulado de la razón, herida por el pecado original. Aquí no habla de la infalibilidad del papa, sino de la de la Iglesia. Pero Newman acentuó siempre en sus cartas, que el contenido de la definición de 1870 nunca le creó dificultades, porque ella correspondió a su convicción personal de antes. Pero ¿por qué era contrario a la definición solemne de la infalibilidad pontificia? Porque no la creía necesaria. No existía ningún peligro que conjurar. Para los ritualistas, que tendían hacia la Iglesia católica, sería un golpe mortal. Además crearía dificultades políticas a los católicos ingleses y se establecería un precedente en la Iglesia: declarar de fe un nuevo dogma sin una causa determinada y urgente.
Newman criticó el método utilizado en la definición de demasiado precipitado. "No nos han dejado tiempo". La definición de la Inmaculada fue preparada lentamente y no en secreto. Todo el mundo lo sabía. Ahora hemos sido sorprendidos. Corren demasiado a prisa. No estamos todavía maduros para una definición de la infalibilidad pontificia. "Todo tiene un tiempo, pero los ultras tienen prisa". Se toma la fe demasiado fácilmente. "Hay en Italia e Inglaterra muchos altos eclesiásticos que piensan que la fe es tan fácil como la obediencia, es decir, hablan como si no supieran lo que es un acto de fe. Un alemán que vacila, puede tener más espíritu de fe, que un italiano que se traga todo". Aquí hay que recordar la frase de Newman sobre aquellos a quienes todas las mañanas, durante el desayuno, les gustarla enterarse por el The Times de un nuevo dogma. Hasta el final esperó que la infalibilidad no sería definida en el Vaticano I. "Si de hecho sucede, la acepto… Sin embargo hasta entonces la tengo por imposible". Después de la decisión del 18 de julio, Newman pensó que no se podía poner en duda la unidad moral del concilio y que Pío IX quiso conseguir más de lo que se expresó en la definición. "Lo digo sin vacilación, que Pío IX, según todas las apariencias, quiso decir mucho más, es decir, el concilio debía decir mucho más de lo que dijo, pero un poder más alto lo impidió... Apenas se puede dudar de que en el concilio había hombres que deseaban una definición amplia. Y la definición que de hecho tuvo lugar es, en su moderación, una victoria de aquellos obispos que consideraban inoportuna toda definición". Un concilio posterior aportará los necesarios complementos. Papas futuros declararán su propio poder y lo delimitarán claramente. Hizo suya la concepción de Molina, según la cual "las definiciones de los concilios posteriores son ordinariamente más claras, completas y exactas que las de los anteriores". Para él, la dirección de Dios y la Providencia están muy por encima de todos los concilios. En las cartas de dirección espiritual se repiten afirmaciones como ésta: "Tenga V. un poco de fe. Dios cuidará. Hay un poder en la Iglesia más fuerte que todos los papas, concilios y teólogos: es la divina promesa que vela por cada autoridad humana contra su voluntad e intención". Quizá esto es lo más importante que Newman tenía que decirnos, comenta Artz.
A pesar de su amistad, en la cuestión del Vaticano I Newman y Döllinger se separaron. Newman rechazó la concepción de Döllinger, de que el concilio no fue libre. Según el pensador inglés, el simple método histórico-crítico nunca puede conducir a la inteligencia de las definiciones dogmáticas. De hombres como Döllinger decía: "Nos parece que ellos esperan de la ciencia histórica más de lo que ella es capaz de ofrecer". Los casos de Honorio y Virgilio los interpretó rectamente como faltas personales, que nada tenían que ver con las definiciones ex cathedra. Ni más ni menos que las opiniones privadas de Juan XXII, que más tarde retractó.
Tomado de:
GOÑI GAZTAMBIDE, J., Un decenio de estudios sobre el Vaticano I (1960-1969). In Rev.: Salmanticensis, volumen 19, n.º 2 (1972), pp. 446 y ss.

1 comentario:

Platense dijo...

Qué sano, Newman. Y qué barrocos, los "ultra".-