lunes, 18 de mayo de 2015

Sacerdocio bautismal (1)



La Iglesia del post-concilio está plagada de verdades desquiciadas. Conocida es la cita de Chesterton: “el error es una verdad que se ha vuelto loca”. O, como dice otro aforismo: “las mentiras más peligrosas son verdades medianamente deformadas”. Esto sucede especialmente con el denominado sacerdocio común -bautismal, no jerárquico- que es una dignidad de todo cristiano enraizada en el bautismo.
Una de las más tristes consecuencias del abandono del tomismo en la Iglesia, y su reemplazo por filosofías deletéreas, es la multiplicación de verdades enloquecidas. En este tema, en particular, si no se conocen las doctrinas del Aquinate sobre la participación, la analogía y la distinción, es muy probable, casi inevitable, que se incurra en errores. Hay una perfección participada: el Sacerdocio de Cristo. Y hay sujetos que participan de esa perfección: sacerdotes jerárquicos, que han recibido el sacramento del orden; y sacerdotes comunes, laicos, que no han recibido el sacramento del orden, pero que poseen un sacerdocio bautismal. Entre ambos sacerdocios hay diferencia real, y esencial, no sólo diferencia de razón y de grado; así como, de modo semejante, entre un ángel y un hombre hay diferencia esencial y no sólo de grado en la participación en el actus essendi. Pero, insistimos, sin el tomismo, en éste y en muchos  otros temas, se cae fácilmente en el error.
A partir de hoy publicaremos unas entradas sobre el sacerdocio bautismal que reproducen fragmentos de una ponencia del teólogo dominico Emilio Sauras publicada en 1954. Esperamos que sean de utilidad para mejor conocimiento del tema y prevención de dos errores comunes: la “clericalización” de los laicos, mal fundamentada en el sacerdocio bautismal y tan frecuente en el post-concilio, singularmente en las celebraciones según el Novus Ordo de Pablo VI; y una negación -reactiva y cerril- del sacerdocio común, que malentienda el principio radical de la vocación y misión de los laicos en la Iglesia.
Los que por oficio se dedican al culto y servicio divinos, y los dedicados a los quehaceres ordinarios de la vida, viven muchas veces sin la suficiente solidaridad mutua. El mundo considera al sacerdote como algo extraño a él, y el sacerdote considera al mundo como elemento al que están vedados los principios y los factores sobrenaturales de que él dispone. Y si todo quedara aquí, el mal no sería completo. Pero es que no solamente el sacerdote piensa así; también el laico se siente extraño ante el sacerdote. Con lo que los dos, de mutuo acuerdo, vienen a ratificar el desconocimiento al que hacemos alusión. Esta situación anómala es cada día menos viva y cruel, y es de esperar que llegue, por fin, a desaparecer. 
El hecho de estar en posesión de unos poderes que Cristo reservó para los sacerdotes constituidos en jerarquía ha servido muchas veces para que los fieles nos creyeran en posesión exclusiva de otros que tenemos en comunidad con ellos, y para que nosotros nos lo creyéramos también, a pesar de las enseñanzas explícitas de la teología en contrario. Sería un error de perspectiva atribuir a una sola causa el distanciamiento de que venimos hablando. Son muchas las que han contribuido a crearlo: unas políticas, otras sociales. Pero acabamos de señalar una digna de tenerse en cuenta. Es de carácter doctrinal o teológico. Si los sacerdotes y los laicos no se deciden de una vez a convivir y a comprenderse, es porque previamente se han atribuido en exclusiva cosas que les eran comunes; es porque se han negado a los fieles, atribuyéndolas sólo a los sacerdotes, cosas que eran de todos y en las que encontrarían todos un espléndido punto de contacto; o porque se han atribuido a los seglares en exclusiva cosas en las que los sacerdotes podrían mezclarse. San Pablo no era del mundo, pero vivía en el mundo, con los del mundo, para los del mundo, a fin de llevar el mundo a Cristo. Es un tema de máximo interés el del acercamiento del sacerdote a los laicos (1), pero no es éste el que vamos a estudiar ahora. Ahora vamos a tratar de la consagración laical, con la que los simples laicos adquieren cierta dignidad sacerdotal de tipo común o popular, cuya naturaleza se determinará más adelante, constituyéndose así en algo activo dentro de la Iglesia.
Siempre se consideró a los seglares poseedores de elementos activos de santificación personal; pero no siempre se paró suficientemente la atención, al menos en la práctica, en algunos elementos activos por los que, además de hacerse personas santas, se constituyen parte activa de la Iglesia. Es aleccionadora este propósito la anécdota que relata el Cardenal Gasquet, con cuyo recuerdo abre el P. Congar su reciente obra sobre el laicado (2). Un catecúmeno pregunta a determinado sacerdote cuál es la posición de los laicos en su Iglesia; y le responde que ante el altar están de rodillas, y ante el púlpito sentados, en actitud de escuchar. Añade el Cardenal, por su cuenta, que faltaba por señalar la posición de abrir el portamonedas para dar. Recibir los sacramentos de rodillas; escuchar la palabra de Dios sentados; cosas meramente pasivas. Y sólo son activos los fieles cuando se trata de cooperar a la edificación material del reino de Dios, que es lo que se señala en la actitud de abrir el portamonedas. Más mordaz y más despiadada es la frase de Le Roy: "Los fieles desempeñan el papel de los corderillos el día de la Candelaria: se les bendice y luego se les trasquila".
Es muy socorrida la alusión a las definiciones del Concilio de Trento sobre la diferenciación, por derecho divino, de los fieles y los sacerdotes, o sobre la constitución jerárquica de la Iglesia, establecida así por su divino Fundador. Esta doctrina dogmática, tan normal y tan legítima, con la que se da el mentís definitivo a las enseñanzas de algunos autores medievales, llevadas hasta sus últimas consecuencias por los reformadores del siglo XVI, sobre la democracia sacerdotal o sobre el igualitarismo cristiano, se ha interpretado a veces de una manera esquinada e hiriente para la dignidad de los simples fieles. Cual si del hecho de no ser todos igualmente sacerdotes o, lo que es lo mismo, del hecho de que haya sacerdocio jerárquico, deba seguirse que no lo sean todos o que no haya, además, un sacerdocio común. El pueblo fiel dejó de ser considerado por algunos como pueblo, para ser considerado como masa, sin personalidad, apto solamente para recibir, cosa meramente pasiva.  
Para llegar a estas conclusiones fueron necesarios muchos olvidos. El primero y más fundamental, el de la Escritura. San Pablo habla del cuerpo místico, en el que, dice, hay partes diversas. Activas todas ellas. Uno es cabeza; otros, miembros destacados; otros, miembros débiles, pequeños o escondidos, pero miembros que hacen algo. Adviértase que el Apóstol los considera activos en cuantos miembros o en cuanto parte de la Iglesia. Los fieles son Iglesia y hacen Iglesia.
El segundo olvido fué el de la Tradición, tan impresionantemente unánime y abundante cuando atribuye a los laicos la dignidad del sacerdocio real, de que hablan San Pedro, en su Primera Epístola, y San Juan, en el Apocalipsis. Cuya naturaleza explican los Padres y los teólogos de maneras diversas, por cuya existencia admiten, como veremos luego.
Y el tercer olvido, el del sentido de las definiciones tridentinas, con las que no se niega el sacerdocio real de los cristianos, sino que se proscribe la doctrina protestante sobre el igualitarismo sacerdotal y sobre la inexistencia de la jerarquía.
Temen algunos autores que, si hablamos del sacerdocio real de los fieles, bordeemos el protestantismo o caigamos en él. O, cuando menos, demos ocasión a que se interprete nuestra doctrina en sentido protestante. No hay tal peligro si las cosas se esclarecen bien desde el principio. No tuvieron tal peligro quienes siempre lo enseñaron, empezando por los Apóstoles, que nos hablan del sacerdocio común de los cristianos; siguiendo por los Padres y teólogos, cuyo testimonio unánime ha sido recogido en la obra del P. Dabín (4); y terminando por Pío XII, que lo enseña explícitamente en la Encíclica Mediator Dei, como tendremos ocasión de ver más adelante. 
Si por el hecho de no faltar quienes interpreten heréticamente una tesis tuviéramos que dejar de hablar de ella, no haría falta acudir al cálculo de probabilidades para saber cuánto tiempo sería necesario transcurrir hasta que no pudiéramos hablar de nada en teología. Porque errores los ha habido en todo. ¿Y hemos de dejar de hablar de todo? (5).
No, y menos del tema que estamos iniciando. Porque, aparte el respaldo de la Escritura de la Tradición unánime y de la autoridad reciente de Pío XII, hay otros motivos de carácter social y religioso. Aludíamos al principio al distanciamiento que se ha advertido en tiempos todavía recientes, y que, aunque disminuido, todavía se advierte hoy entre el clero y los laicos. Y decíamos que una de sus causas está en el abandono de la doctrina teológica que dignifica a los simples fieles al hacerles participar de una dignidad que ellos consideraban como exclusiva de los sacerdotes. Se les había condenado a un amorfismo religioso; a un no ser nada activo en la construcción del reino de Dios o en la constitución de cuerpo místico de Cristo. Y el abandono de la doctrina teológica según la cual son algo, son pueblo y no masa, se tuvo precisamente cuando se despertaba en el mundo la conciencia social que hacía advertir a los hombres cómo hay en ellos mucho de positivo y de afirmativo cuando, juntamente con quienes mandan, constituyen una sociedad. A este despertar de la conciencia social respondieron algunos teólogos, desviados intérpretes de las decisiones tridentinas, ahogando, con un instinto inoportuno y anacrónico, todo intento de dignificación social del cristiano que no fuera el de la virtud, con la que se dignifica ante Dios. Y pretiriendo prácticamente la dignificación social que le dan los diversos caracteres sacramentales por los que y con los que, como veremos luego, se constituye miembro de Cristo sacerdote. 
No es extraño, pues, que se produjeran el desconocimiento y el distanciamiento varias veces recordados. Con perjuicio de los propios sacerdotes y con perjuicio de los fieles también. Y, en definitiva, para detrimento de la Iglesia, que con unos y otros se edifica ; y del Cuerpo místico de Cristo, que se integra por los dos. A fuerza de creer que los fieles no tienen en la Iglesia otro quehacer que arrodillarse ante el altar y sentarse ante el pulpito, y, si a mano viene, acudir con sus limosnas a las necesidades de los demás, se ha llegado en muchos casos a la situación lamentable de un sacerdocio sin pueblo; de una liturgia espléndida, pero sin la plegaria de una comunidad que la participe; de un tesoro catequístico y doctrinal admirable, pero ignorado o desconocido y, por lo tanto, no vivido. Era natural que llegaran estas situaciones cuando se empezó por enseñar que se trataba de cosas en las que sólo los sacerdotes tenían quehacer, y no los fieles. 
Se oye hablar a veces del peligro que encierra un movimiento de dignificación de los fieles en el sentido al que ahora nos referimos. Hablar de un sacerdocio real, o de un apostolado que ejercer, puede producir en el hombre de la calle el vértigo de las alturas. Pensará que es más de lo que es y hará lo que no es de su competencia. Quizá suceda así, pero no se puede establecer sobre esto ningún criterio inapelable. Existirá tal peligro; pero nosotros pensamos que el peligro mayor no es el de creerse demasiado sacerdotes, sino el de creerse demasiado laicos. Ya está bien de laicismo y de absentismo; y es hora de que penetre en la conciencia del pueblo fiel su carácter de elegido y de consagrado. 
La teología cuenta con elementos positivos para justificar y explicar esta consagración… 

viernes, 15 de mayo de 2015

La burbuja francisquista sigue desinflándose

El efecto inmediato de la elección de Francisco en la prensa argentina, católica o no, fue una impresionante ola de entusiasmo masivo. La cantidad de elogios entusiastas y obsecuentes al pontífice argentino ha sido abrumadora. Los críticos, permanecían en silencio o eran censurados. Sin embargo, lentamente, esta epidemia de entusiasmo francisquista ha comenzado a ceder y se pueden leer cada vez más voces críticas. Y no, como dice Fazio, por las exigencias del discurso bergogliano, sino principalmente por dichos y gestos cada vez más demagógicos.
Reproducimos hoy un artículo que ilustra cómo la burbuja entusiasta comienza a desinflarse, incluso por parte de personas que tienen poco que ver con el tradicionalismo católico.

Con un Papa cosi…

Me gusta revisar diariamente cuanto menos las primeras páginas de los diarios del mundo; en esa mi rutina, me topo en primera plana del Corriere Della Sera, este titular: “Con un Papa cosi potrei tornare cattolico”.
Esto lo dice el tirano cubano Raúl Castro, convertido en paradigma de la decencia, la apertura y la impunidad… Por cosas así no me gusta Bergoglio, me resulta el retrato de ese argentino pedante, teatrero, amoral que ha conducido a ese país magnífico a lo que es hoy… No me gusta Bergoglio como Papa, con sus debilidades izquierdosas, su doble moral y su caradurimo.
Caradurismo que ondea al recibir exultante a Raul Castro, un asesino, un tirano con más de 56 años en el Poder, ungido como “Jefe de Estado” por su gran hermano, porque para Fidel Castro, Cuba es su hacienda y deja de caporal a quien se le da la gana.
Y frente a ese titular que les refiero, sentí perplejidad, sentí rabia, y sobre todo una chocante sensación de irrespeto que no me calo ni de Bergoglio ni del carnicero Raúl Castro.
Con esa cara de borracho consuetudinario, el pequeño de los Castro patea no solo a los cubanos, nos patea a los católicos cuando con esa sonrisa del hampón que todo le ha salido bien dice: “…he leído todas las intervenciones del Papa, si esto sigue así volveré a la iglesia. Podría empezar a rezar a pesar de que soy un comunista”. A su lado se relame el que en ningún momento dedica un recuerdo a las decenas de jóvenes cubanos llevados a los paredones de fusilamiento y asesinados por éste que ahora –medio siglo después- se da el lujo de seguirse cagando en sus almas y en sus agónicos gritos de ¡Viva Cristo Rey!
Bergoglio va a Cuba, y en esa mazmorra se sentirá en casa. No verá a la disidencia, molestos personajes que no merecen el tiempo de un “Papa cosi…”. Bergoglio va a Cuba y quizá en un trío de oración, él, Raúl Castro y el infame colaboracionista Ortega Alamino, den gracias a un Dios manoseado e irrespetado por esa “Teología de la Liberación” que se inventaron en la KGB -como lo recuerda Javier Lozano  editor de Libertad Digital-  para destruir la Iglesia desde dentro, afirmación de Ion Mihai Pacepa, general de la inteligencia soviética que convenientemente cita. “Teología de la Liberación” que ya Bergoglio se ha encargado de resarcir de vetos y rechazos dentro del poder vaticano, porque simplemente, él es parte de ese plan, de ese cometido…
Una hora de encochinamiento bajo la mirada cómplice del primer ministro italiano Matteo Renzi que como a Hollande le importa un cuerno la libertad, la democracia, la justicia de ese pobre pueblo cubano al que ahora prostituirán más pero dentro de un “Concierto internacional” ávido de llegar a la isla mártir porque saben que hasta de un hueso se roe algo… Bergoglio, Obama, Renzi, Hollande incapaces de censurar el paraíso de la pedofilia turística del Caribe, de pedir justicia por los miles de cubanos asesinados y perseguidos por ese comunista cínico y burlón que le dice a ese Papa cómplice: “Usted es jesuita y yo también fui a una escuela jesuita”. Papa cómplice que se presta para que este asesino recuerde que al cura brasileño frai Betto -hoy flamante embajador de Brasil en Cuba- lo persiguió, encarceló y torturó la dictadura militar de su país, dictadura que duró 20 años (1964 – 1985) y que lo dejó vivo, cosa que no pueden decir los jóvenes cubanos que no quisieron plegarse al comunismo, que no puede decir Oswaldo Payá y Harold Cepero por nombrar algunos de los más de cien mil muertos que tienen en su haber Fidel y Raúl Castro.
Un Papa cosi… que le sabe a fruta que bajo la regencia del tirano menor, en la sufrida Cuba y en el lapso comprendido desde el 1 de agosto de 2006 al 15 de diciembre de 2013, hayan ocurrido 166  muertes y desapariciones de disidentes Que la detención arbitraria de críticos del régimen militar cubano se haya incrementado en los últimos años, dando pavorosas cifras como la de 2013 con 6.424 detenciones despóticas y 6.602 en 2012, frente a 4.123 en 2011 y 2.074 en 2010. Pero Bergoglio prepara viaje a Cuba, no se perdonaría ir al “Cruel Imperio” aunque por ahora lo gobierne el “Pana” Obama y no hacerles los honores a esos dos asesinos suertudos que un mundo de cómplices celebra.
“Con un Papa cosi…” y a pesar de él, igual sigo siendo católica pero no practicante de una liturgia amoral, perversamente relativista y cómplice. “Con un Papa cosi…” y un tirano convertido en gran demócrata disculpándome y con profundo asco y dolor tengo que decir que por sus burlas ¡Vaffanculo!
Tomado de:


domingo, 10 de mayo de 2015

Correo de un lector sobre "salesianizar" la tradición


Permítanme compartir con uds. algunas reflexiones al hilo de la publicación del post "Salesianizar laTradición", por la que les felicito y que considero muy oportuna. Son fruto de mi experiencia como sacerdote durante doce años en una diócesis española. Supongo que uds. ya saben todo esto, pero si les pueden servir a alguien más que a mí, estaré contento.
-"Es más fácil salir del error que de la confusión", (frase atribuida a Francis Bacon en relación al método científico). Aplicada al tema que nos ocupa, podríamos hacer una comparación diciendo que el que está en el error en un momento dado nota que su esquema de ideas religiosas con relación a la Iglesia, a los sacramentos, etc., está cojo, le falta algo, y no sabe qué es. Sin embargo cuando llega el momento dado, sabe reconocer su error cuando la gracia reconviene y madura su alma por medio de alguien que se lo hace ver-por ejemplo, un protestante devoto que llegue a convencerse de que el libre examen lleva a la extinción de la sociedad eclesiástica (entendida como agrupación visible y temporal de los fieles) y en el plano moral, a alejarse de los Mandamientos (por aquello de "peca fortiter, crede fortiter"). Esto que referido a la herejía protestante no se suele discutir, encuentra un escollo casi insalvable en los ámbitos católicos ordinarios no tradicionales.
En cambio, el que se encuentra confuso parece creer que está en la verdad y no encuentra puntos débiles o inatacables. Todo está bien, todo hay que verlo desde el lado positivo y providencialista (se suele argumentar, sobre todo en relación a la crisis de la Iglesia, que "todo es para bien", todo es obra del Señor, Dios escribe derecho con renglones torcidos, etc) y, aun cuando esta actitud pudiera tener alguna base en las recomendaciones de san Pablo en 1Cor 13 (el amor todo lo puede, todo lo aguanta, todo lo disculpa, etc), parece, intentado hacer un análisis imparcial, un optimismo desmesurado y un providencialismo maximalista. O, siendo menos elegantes, no deja de ser un tipo distinto de fanatismo.
-Sin duda, estaremos de acuerdo en que el error engendra el fanatismo, pues la falta de un principio explicativo satisfactorio a una laguna de fe (en el caso protestante que hemos puesto, la no creencia en la institución divina de la jerarquía eclesiástica), lleva a llenar ese vacío exagerando aspectos contrarios o colaterales (hipertrofia de la Palabra de Dios y del sacerdocio común frente a la Eucaristía, mera reunión de fieles, etc...). Ahora bien, a la hora de discutir o rebatir con un protestante sabemos de lo que estamos hablando. Podemos establecer una polémica objetiva sobre la institución de la Eucaristía, de la Jerarquía eclesiástica, de los sacramentos y de las traducciones de la Sagrada Escritura. Hay hechos, datos y problemas que se limitan a cada tema y uno se puede ceñir a eso. Tendremos más o menos éxito en el debate pero sabemos que es así, aun cuando no lo sepamos expresar bien. en el caso del católico no conectado con la Tradición pero "conservador", piadoso, quizá, de buena fe, que cree tener la fe y disciplina de la Iglesia de siempre y que no es consciente de los cambios sustanciales que ésta ha operado desde el post concilio, el debate se vuelve paradójicamente más difícil. Nos daremos cuenta de que tras una breve alusión a la crisis de la Iglesia, tras un comentario quizás desenfadado por nuestra parte, o tras una queja con fundamento (por ejemplo, los comentarios frívolos del Papa Francisco acerca de los gays, o las opiniones más recientes sobre el coito del sr. Obispo Munilla), formamos un muro infranqueable de cerrazón en aquella persona con la que a lo mejor hasta entonces estábamos en perfecta armonía y a la que queríamos hacer un bien (hacerle llegar la verdad de la doctrina católica en su integridad, etc.). Vemos cómo de repente hemos ganado casi un enemigo; que la desconfianza cae sobre nosotros desde ese momento. Vemos cómo cualquier comentario puede hacer saltar la chispa y empezar discusiones amargas. La susceptibilidad aparece y nuestro amigo/a se siente incómodo con nuestra presencia o nos mira de repente como si fuéramos extraños. Ya no nos conoce. ¿Qué ha pasado? ¿Acaso le hemos ofendido de manera tan grave? ¿O es que somos los que queremos difundir la Tradición peores que los pecadores públicos, con quienes se tiene mejor trato que nosotros en razón de la misericordia? Puede ser que al principio nos asalten estas y más dudas, o que incluso nos venga a la cabeza el pensamiento de que quizá, después de todo, no vaya a ser que estemos equivocados y lo nuestro sea una ideología, como con frecuencia se nos achaca, sobre todo porque gran parte de las discusiones vienen por los principios de aplicación de una política católica frente a la política parlamentaria liberal conservadora, con la que no suelen tener problema nuestros interlocutores.
-Ah, pero hemos de pensar que a lo mejor precisamente ése es el "sino" de nuestra condición tradicional: la cruz de sufrir en la Iglesia y por parte de la mayoría de la gente de Iglesia la no comprensión, la desconfianza, el considerarnos como cuasi enemigos e incluso la "inmisericordia". A Cristo quisieron despeñarle sus propios paisanos de Nazaret; aún sabiendo lo que iba a pasar no por eso dejó de echarles en cara su falta de fe. Así el católico tradicional se ve rechazado al recordar y echar en cara la falta de fe de la doctrina y de la disciplina actual, aun cuando lo haga con la mayor delicadeza y caridad posibles. Y pienso que de esto no podemos escaparnos. Hay que reconocer que somos diferentes. Que la Iglesia nos ve como un cuerpo extraño. Punto.
-"A quien mucho se le da, mucho se le exigirá", en frase del Evangelio y , así como Dios Nuestro Señor nos ha concedido esta gracia tan grande de conocer la Tradición y -más grande todavía- de comprenderla, más se nos exige en el plano moral de vivir las virtudes del cristiano con los católicos liberales y de aceptar, citando al personaje del cura loco del P. Castellani, esta "vida-que es lucha perdida-continua derrota" . Y aquí está -creo yo- el meollo de la cuestión de "salesianizar" la Tradición. A una doctrina más excelsa corresponde también una moral más excelsa. Y para esto -hemos de reconocerlo- no vale cualquiera, ni valen las soluciones fáciles del celo amargo. Exige una caridad, paciencia, constancia, prudencia, una fortaleza y un dechado de virtudes tan grande que sólo se puede alcanzar con el combate por el esfuerzo constante y generoso de la santificación personal quizá en un grado más alto que el comúnmente admitido para simplemente poder salvarse. Quizá la mejor muestra de caridad hacia quien se encuentra en la confusión es orar por su alma, desearle todo bien, y saber decir un lacónico "eso no es así" sin más respuesta cuando debamos defender ineludiblemente el honor de Dios. In patientia vestra posidebitis animas vestras.

Saludos. 

viernes, 8 de mayo de 2015

Crímenes de los “buenos”



En el pasado dedicamos una entrada al honesto testimonio del sacerdote jesuita John Cuthbert Ford, que siendo norteamericano, pro aliado y contemporáneo a la segunda guerra mundial, no dudó en condenar duramente acciones intrínsecamente malas perpetradas por los aliados, como los bombardeos masivos. Y lo contrastamos con las tonterías del cura bloguero José A. Fortea sobre la personalidad de Winston Churchill.
Ya es conocido por muchos el criminal bombardeo de Dresde. Y también se ha escrito bastante sobre las violaciones cometidas por las tropas soviéticas.
Reproducimos en esta entrada parte de un artículo periodístico sobre las 860.000 violaciones que sufrieron las alemanas de parte de tropas aliadas. Una investigación adjudica unas 190.000 a los soldados norteamericanos. Los “buenos” de la Segunda Guerra Mundial, según la novela rosa que algunos liberal-católicos todavía difunden…
Las alemanas sufrieron 860.000 violaciones de los aliados
- Elfriede fue forzada a los 14 años por soldados de EEUU
- Hay un caso documentado de una niña de 7
- Se sabía de los abusos de los rusos tras la II GM, pero menos de los de los americanos
- Una investigación les adjudica 190.000 violaciones. Y recoge testimonios
"No había agua corriente y mi madre y yo habíamos salido a buscar agua con cubos. Al llegar al puente, los soldados americanos dijeron que mi madre debía pasar, pero que yo tenía que esperar allí. Mamá hizo ademán de volver atrás, pero la empujaron y la obligaron a atravesar el puente. Ella miraba hacia atrás sin perderme de vista, pero no podía hacer nada". Así relata Elfriede Seltenheim el momento en que las tropas de los aliados occidentales, que habían ocupado su pueblo en Ostbrandenburg, la arrancaron del seno de su familia.
Tenía 14 años en aquel mes de febrero de 1945. Una fotografía tomada unos días antes, a modo de celebración del final de la II Guerra Mundial, la muestra con una tímida sonrisa y dos trenzas doradas que caen sobre sus hombros. Desde allí fue trasladada a un barracón en el que los soldados estadounidenses la violaron innumerables veces, día y noche, durante cuatro semanas.
"No recuerdo haber gritado ni una sola vez. Estaba aterrada", dice. A sus 84 años, recuerda los hechos mientras limpia sus manos, una y otra vez, en la cobertura que protege el reposabrazos del sillón en el que repasa sus recuerdos. Cuando regresó a casa no se habló jamás del asunto, ni jamás desde entonces se le ha ocurrido reclamar ningún tipo de reconocimiento o indemnización. "Algo quedó muerto en mí", trata de explicar ahora. "Perdí la sonrisa para siempre. Después perdí las lágrimas. Y le voy a decir una cosa: se puede vivir sin sonreír, pero no se puede vivir sin llorar".
Setenta años después del final de la II Guerra Mundial sigue sin hablarse en voz alta en Alemania sobre las mujeres y niñas violadas por las tropas de ocupación. La familia de Elfriede, como muchas otras, sentía terror a la llegada de las tropas rusas porque entre pueblos y ciudades viajaban rápidamente las historias sobreviolaciones sistemáticas del ejército rojo. Los soldados americanos, sin embargo, fueron recibidos como liberadores y la propaganda ha dejado marcada en el ideario colectivo alemán la imagen del "amigo americano" como un soldado de ocupación que no cometió crímenes de guerra. La investigación de la historiadora alemana Miriam Gebhardt, cambia esa versión de la historia.
'Es sólo el prinicipio'
Gebhardt, que por primera vez pone cifras a las violaciones masivas, calcula 860.000 en los meses posteriores al fin de la guerra. Al menos 190.000 de ellas fueron perpetradas por soldados americanos. "Pero estas cifras son sólo la punta del iceberg. La cifra oscura seguramente es muy superior al doble porque muchas mujeres y niñas prefirieron no hablar nunca de ello por vergüenza", explica, al tiempo que señala que la publicación de su libro, Cuando llegaron los soldados, es "sólo el principio".
"Durante la primavera de 1945 las tropas americanas tomaron uno a uno los pueblos y ciudades de Oberbayern. En la mayor parte de ellosno encontraron resistencia alguna e incluso eran recibidos con banderas americanas en las calles, de forma que se instalaban en el ayuntamiento y después los soldados pasaban casa por casa. Efectuaban un primer registro en busca de combatientes o de armas y, una vez comprobado que estaban a salvo, comenzaban el pillaje. Se apropiaban de relojes, bicicletas, radios, gafas de sol, joyas y cualquier objeto que les gustase como souvenir. Después violaban a mujeres y niñas antes de marcharse". Así lo recuerda Charlotte W., que entonces tenía 18 años y que durante toda su vida ha asegurado que fue escondida a tiempo por sus padres.
"Esas mujeres han fingido que no ocurrió o han guardado silencio durante décadas por vergüenza. Es un síntoma común en la mayor parte de víctimas", explica Gebhardt, cuyo objetivo con esta investigación es propiciar un reconocimiento para estas mujeres y para su sufrimiento, hasta ahora ignorado por las autoridades alemanas y por su- puesto por los responsables.
La mayor parte de las violaciones las llevaron a cabo soldados rusos, un aspecto más documentado en la Alemania occidental. Pero nada se sabía hasta el momento de las tropelías cometidas por los americanos. "Yo misma me he sorprendido por la dimensión de estos crímenes", admite la historiadora. Estas violaciones se prolongaron hasta 1955, cuando la región por fin recuperó su soberanía. Durante ese periodo de tiempo, 1.600.000 soldados estadounidenses estuvieron en territorio alemán.
Ni la administración alemana, inexistente, ni las tropas de ocupación llevaron registro de las violaciones. La mayor parte de las pruebas documentales las ha encontrado, explica, en los informes que realizó la Iglesia. El arzobispo de Múnich y Frisinga, ante lo que estaba ocurriendo en silencio, pidió a los sacerdotes llevar unregistro puntual sobre las actividades de los ejércitos extranjeros en la región y sus efectos sobre las comunidades. A estos registros que se conservan en Múnich pertenecen, por ejemplo, las anotaciones de Michael Merxmüller, párroco del pueblo de Ramsau, que el 20 de julio de 1945 escribió: "Ocho niñas y mujeres violadas, algunas de ellas en presencia de sus padres".
El 25 de ese mismo mes, el padre Andreas Weingand, de un pueblo al norte de Múnich, escribía: "Lo más triste durante su paso fueron las violaciones de tres mujeres: una casada, una soltera, y una niña virgen de 16 años y medio. Todas cometidas por soldados americanos fuertemente embriagados".
El padre Alois Schiml de Moosburg escribió el 1 de agosto de 1945: "Por orden del gobierno militar, una lista de todos los residentes y sus edades debe ser clavada en la puerta de cada casa. Como resultado de este decreto, (...) 17 niñas y mujeres (...) han debido ser llevadas al hospital, tras haber sido objeto de abusos sexuales repetidos".
La víctima más pequeña registrada en estos documentos fue una pequeña de siete años que contrajo una grave enfermedad venérea. La mayor, una mujer de 69 años.
"A menudo las tropas americanas pedían a las autoridades locales personal femenino, grupos de mujeres de 15 en 15, supuestamente para atender en las tareas de secretariado o cocina. Era un tipo de trabajo forzoso que a menudo encubría violaciones indiscriminadas. Los grupos de mujeres rotaban, eran sustituidas cada 15 días y cuando volvían a casa guardaban silencio incluso con sentimiento de culpa", describe la investigadora.
Además proliferaban las escapadas nocturnas en busca de mujeres indefensas. "Una noche llamaron a la puerta, eran siete soldados americanos armados. Exigieron que les preparasen comida y después violaron a mi abuela y a mi madre. Mi primo lo vio todo, pero nunca habló de ello. Mi madre y mi abuela tampoco", relata Maximiliane, que creció sin saber que era hija de uno de aquellos desalmados. "Comencé a sospechar cuando, ya universitaria, quise hacer un viaje de estudios a EEUU... A mi madre aquello la desestabilizó por completo y después de varios meses y de mucha tensión, mi primo me contó lo que había detrás de todo aquello".
Los soldados se vendían información, unos a otros, sobre en qué casas había mujeres y niños indefensos. "Lo que más me ha chocado todos estos años, desde que supe lo ocurrido, es que mi madre aceptó, sencillamente. En su concepción de las cosas, ellapertenecía al bando de los perdedores de la guerra y de alguna forma debía aceptar eso como un castigo. Nunca habló de ello", lamenta Maximiliane
Fuente:


domingo, 3 de mayo de 2015

Moeller: teología y literatura


Charles Moeller (1912-1986) es conocido universalmente por los seis volúmenes de su magna obra Literatura del siglo XX y cristianismo (1953-1993). A lo largo de ellos el teólogo belga reflexiona sobre las tres virtudes cristianas teologales -la fe, la esperanza y el amor-, subrayando cómo las características de estas actitudes fundamentales del hombre frente a Dios se manifiestan -a menudo implícitamente- en los hombres de hoy. Su obra es un extenso diálogo con literatos contemporáneos. De modo análogo a Guardini, deja hablar a los textos mismos, en cuanto son voces del hombre real. Moeller escucha y reflexiona sobre lo que esas voces revelan, sobre lo que dejan entrever y sobre aquello a lo que no aluden, aunque era de esperar que lo hicieran. En suma, el autor confiesa que desea entablar «un diálogo con los hijos de mi tiempo», con el fin de «llegar a la antigua y siempre nueva verdad de Dios» (I, Prefacio). Porque paradójicamente, ya desde el primer volumen -«El silencio de Dios»- el diálogo con Moeller tiene un carácter esencialmente teologal; él sabe mostrar que hablan de Dios incluso quienes desean no hacerlo.
También al igual que Guardini, Moeller piensa y escribe ante todo como teólogo (cfr. I, Introducción, VII). Indudablemente el autor ha dedicado ingente tiempo y esfuerzo a la lectura y comprensión de los autores que elige tratar; pero la tarea que más le ha preocupado ha sido seleccionar algunos de sus textos y concebir un esquema temático original donde situarlos, un esquema redaccional que desvele las referencias a la incredulidad y a la fe, a la desesperación, a la utopía y la esperanza cristiana, a los amores humanos y al descubrimiento del Amor de Dios por parte de sus hijos perdidos. Moeller no cae en la tentación tan humana, ya denunciada por Claudel, de «explicar» los relatos literarios: se limita a utilizarlos como testimonios vivos y especialmente lúcidos. Él está convencido de que tal lucidez es el efecto propio que puede alcanzarse en literatura mediante el don creador. Luego, a través de esos testimonios, Moeller es capaz de verificar las realidades de la fe -en el sentido de hacerlas más verosímiles-, mostrando su vigencia, a menudo paradójica, en el hombre concreto. Así -sólo por poner un ejemplo-, puede afirmar de la obra Jean Barois de Roger Martin du Gard: «Pocas novelas permiten ver tan bien como ésta que los tres aspectos de la fe [sobrenatural, libre y razonable] se sostienen mutuamente» (II, Introducción, XII) (4). Los Capítulos conclusivos de cada uno de los volúmenes que integran esta gran obra muestran de forma palpable cómo el diálogo con la literatura puede enriquecer la reflexión teológica. Moeller expone en ellos la fe católica sobre las virtudes teologales, pero ahora es capaz de ilustrar esa fe, no sólo con los testimonios literarios que ha ido pacientemente recogiendo y ordenando, sino también con la visión de conjunto que obtiene acerca de los autores analizados. «El mundo sobrenatural de la gracia -afirma, así, hablando de la fe- nos baña por todas partes. Malegue demuestra que nos llega por mil canales invisibles: la red de causas segundas es la que emplea Dios para hablarnos» (II, Conclusión, 1). Obsérvese cómo Moeller utiliza aquí el potencial de universalidad antropológica que caracteriza a los clásicos literarios -ya sean antiguos o modernos- para proporcionar cierta verificación experienciable de un misterio cristiano; porque el «Dios vivo (...) no dejó de dar testimonio de sí» (Hech 14,15-17), ni deja hoy de darlo ya que «quiere que todos los hombres se salven» (1 Tim 2,4).
La gran literatura producida en el último siglo sirve también para evitar desorientarse ante espejismos que se han convertidos hoy en tópicos culturales. Uno de ellos es la pretendida «complicación» del hombre moderno al cual debe dirigirse la evangelización: «El hombre -puede afirmar Moeller con rotundidad- es siempre un niño, un hijo de la tierra, un hijo del cielo. Por mucho que quiera dárselas de vivo y de travieso, su madre (Dios, su Creador) sabe muy bien que, bajo esas apariencias de perdonavidas, se oculta un hombrecito que busca desesperadamente el regazo materno. Joyce y Mann han arrojado viva luz sobre esta verdad» (II, Conclusión, II). La literatura, en fin, ilumina aquellas condiciones de la situación humana histórica que el teólogo ha de tener en cuenta para que su discurso resulte más significativo; por ejemplo, el reflejo del Amor divino que debe observarse en la generosidad humana: «Los personajes de James que procuran entregarse, se hallan entre los más bellos que ha creado. Se olvidan de sí para darse a los demás. La caridad de que estos personajes son vivo testimonio es una primera aproximación a este amor en cuya virtud el hombre se abre a Dios» (ibídem). Otra de las circunstancias actuales que la viva inteligencia de Moeller advierte como muy relevante para la comprensión teológica del hombre es su interés por el carácter solidario -eclesial- de la salvación: «Para los testigos que vamos a interrogar, esperar es aguardar un acontecimiento que interesa a todos los hombres, a todos al mismo tiempo. Sin haberse puesto de acuerdo, superan la definición individualista y estrecha de ciertos catecismos» (IV, Introducción, II).
En definitiva, Moeller está convencido de que la literatura puede ser, en manos de la teología, una instancia reveladora y un vehículo de salvación. Las certezas que busca las alcanza sobre todo mediante la confrontación de textos de ficción literaria: la convergencia de los testimonios «muestra la verdad del cristianismo» y así el lector puede llegar a «la mañana pascual» (I, Conclusión, IV). La literatura se utiliza en esta obra «por vía de contraste, de aproximación o de testimonio positivo, para nutrir el sentido pascual» (1, Introducción, V). El descubrimiento de Cristo resucitado -¡Cristo vive!- es siempre el principio obligado de la vida cristiana (5). Ya en Humanismo y santidad Testimonios de la literatura occidental (1946), Moeller se propuso comparar a través de textos literarios los valores humanos con aquellos específicamente cristianos. Entonces hacía patente su voluntad de realizar esta tarea con absoluta seriedad: las conclusiones teológicas que extrajera no podían ser meras digresiones extrínsecas, sino que debían brotar del sentido profundo de los textos mismos (cfr. Introducción). En Sabiduría griega y paradoja cristiana (1951) adelantaba su meta un paso más: se trata de poner de manifiesto la radical incidencia de la fe cristiana «en la representación del hombre en la obra de arte», lo cual originó una nueva forma de humanismo. Y añadía: «Esta renovación aporta valores humanos auténticos, los únicos auténticos. Dichos valores pueden interesar a todos los hombres, pues se han encarnado en las obras de arte» (Introducción). Su metodología consiste ahora en comparar las ideas y valores propios de la literatura grecorromana con los de algunos escritores cristianos; se centra para ello en tres temas esenciales de la antropología: la maldad, el sufrimiento y la muerte. Contrastando los mitos literarios pre-cristianos con los «mitos cristianos» -es decir, con las narraciones de escritores que han respirado más o menos personalizadamente el «buen olor de Cristo» (2 Cor 2,15)-, Moeller consigue así de una forma plástica y muy convincente mostrar la originalidad de la revelación cristiana y su incidencia -a menudo inconsciente, pero no por ello menos real- en lo más hondo de la vida humana. La literatura es empleada, pues, como propedéutica de la fe, como praeparatio evangelica (6).

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(4) Pero -y ello prueba su honradez inrelectual- afirmará también la pobre calidad literaria de buena parte de esta novela: «Desgraciadamente, las descripciones de la conversión (del protagonista) son radicalmente falsas, como hechas desde el exterior» (ibídem). Ahora bien, cuando una obra de ficción resulta susceptible de suscitar las sospechas del lector acerca de su coherencia o acerca de lo que podría denominarse su veracidad antropológica, entonces dicha novela carece de eficacia para orientar la vida real del lector (dimensión pragmática).
(5) «Estos novelistas se encuentran con el drama del sufrimiento y de la muerte del hombre y del mundo, y descubren, por una notable profundización en la noción de providencia, su significación oculta, la de una marcha hacia la alegría pascual (...): Dios interviniendo en el drama del hombre, individual y cósmico, y conduciéndolo, por medio de la pedagogía del sufrimiento, hacia la mañana de la pascua. Es Jesucristo, el Dios vivo de las Escrituras y hombre como nosotros, el que aparece en el horizonte de la literatura moderna»: Mentalidad moderna y evangelizaci6n (1955), Barcelona 1964, p. 40.
(6) Cfr. también, El hombre moderno ante la salvación (1961), Barcelona 1969. En esta obra Moeller se muestra algo escéptico sobre la capacidad de la literatura moderna para desvelar o apuntar aspectos esenciales del misterio cristiano, concretamente sobre la naturaleza de la salvación: «Las aproximaciones literarias no pasan de ser, por su contenido, humanas, demasiado humanas. Las incidencias teológicas parecen periféricas. Ciertos elementos parecerán demasiado destacados por el reflector, mientras que otros que brillan en el zenit de la Biblia quedarán demasiado en la sombra» (Prólogo). A nuestro parecer, este escepticismo revela dos elementos: 1) la diferencia esencial entre literatura profana y literatura inspirada por Dios; sólo esta última es palabra de salvaci6n; 2) la dificultad hermenéutica que existe para unir una narración literaria y una verdad salvíífica. 

Tomado de:
Odero, J.M. Teología y literatura. Pp. 131 y ss.

martes, 28 de abril de 2015

Nos vamos de Infovaticana


Nos enteramos de la “expulsión” de Wanderer. Por decisión unánime de los tres redactores, y en solidaridad con el amigo Caminante, a partir de hoy dejaremos de reproducir nuestras entradas en Infovaticana.
Nobleza obliga, debemos decir que no hemos padecido censuras ni presiones en ese sitio. El director de Infovaticana siempre ha sido respetuoso y cordial. Pero la única manera que vemos de expresar nuestro desacuerdo con la “expulsión” del amigo es retirarnos del portal.

lunes, 27 de abril de 2015

Biografía de Leonardo Castellani


Versión digital de la detallada biografía escrita por Sebastián Randle “Castellani (1899 – 1949)”
Finalmente, he aquí la versión digital de la primera mitad de la biografía del P. Castellani (más conocido como “el ladrillo verde) que escribiera Sebastián Randle.
La versión digital que aquí ofrecemos para que lo descargue quien quiera, en el formato de su elección, contiene las 293.651 palabras de su versión impresa, más las 60.294 palabras de sus 1658 copiosas citas.
¡Gratis! Para divulgar entre los amigos, para descargar  mientras aguardamos la aparición de la segunda parte (1949 – 1981) que el autor promete para fines de año.

P.S.: para leer el libro desde un ordenador se debe instalara un lector de archivos .mobi, aquí.

sábado, 25 de abril de 2015

Celo amargo y sana psicología

«Tenemos demasiado fácilmente un celo amargo, como lo decía de manera magnífica Dom Marmion ayudado por san Benito: El celo amargo es un celo sincero y generoso, pero que quiere siempre imponer sus ideas a los otros, que no tolera la contradicción y que quiere hacer plegar los otros a sus propias concepciones absolutamente, de manera absoluta, en todos los dominios. ¡Hay un dominio de la fe, evidentemente, pero finalmente hay, sin embargo, una manera de hablar, hay una manera de concebir las cosas!
¿Y luego qué es el verdadero celo? Si verdaderamente usted está convencido que tiene la verdad, el verdadero celo consiste en tomar los medios para procurar que su interlocutor venga a la fe, a la que usted está convencido que es verdadera fe. Debe pues tomar todos los medios. Pero el medio mejor no es enviarlo a pasear, darle con el pie por detrás. ¡Claro que no!
¡Pero algunos hacen esto! ¡Ellos no le dan con el pie por detrás pero sí les escupen a la cara o casi, los insultan! Y no debe ser así. No quiero criticar a tal uno o a tal otro, sino que a todos les pido tomar esto con cuidado, un poco por ustedes mismos. Siempre lo necesitamos, porque tenemos evidentemente esta tendencia: alguien dice lo contrario de lo que decimos y respondemos: "¡Es esto, es esto, es un progresista, es un integrista, es un modernista!" ¿Evidentemente tendemos a hacer esto, pero cree que es el medio de convertirlo? Pues no.
¿Usted va a hacer esto con sus fieles? Sus fieles son unos pecadores, habrá  pecadores públicos en sus parroquias, habrá gente que se conduce mal. Entonces, ¿usted va a tomar un palo luego para ir a golpearlos y a decirles: "¡Salgan de aquí!"? ¡Claro que no! Trate de convertirlos, de tomar los medios para convertirlos, pero no tomar medios violentos, no tener este celo, este orgullo, este desprecio de la persona, este desprecio de la gente. Luego esta falta de psicología, esta falta de sana psicología. No es con esto que se convierte a la gente. Escuchemos, tratemos de tener paciencia, veamos, intentemos de colocar una palabra.
Las personas confían; ven que se les habla con calma, pausadamente, y entonces confían. Hablemos así. Ustedes no son todos doctores de Israel; tampoco son los que tienen los grados más elevados; ¿quién será capaz de excomulgar a los que no piensan como él? ¡Tengan pues un poco de caridad! »
Mons. Marcel Lefebvre, Écône, conferencia del 28 de junio de 1975
Tomado de:
http://vasquesconceta.blogspot.com.ar/2014/01/palabras-del-fundador-que-muchos-olvidan.html

domingo, 19 de abril de 2015

La figura militar en la Iglesia



No pocas instituciones religiosas han asumido en la historia la figura de ejército. La más conocida es la compañía de Jesús que llama General a su superior. El fenómeno es más antiguo pero creo que se puede decir que a partir de la compañía e inspiradas en ella, varias instituciones religiosas, asumieron en el fondo la misma noción. A partir del Concilio Vaticano II con la nueva realidad de los movimientos eclesiales y la renovación que generaron, la figura cobró nuevo valor. Pero, como todo en la vida, vino carne con hueso. Revisemos un poco la lógica de esta figura.
Hablemos primero de la carne. Es indudable que las virtudes clásicas de la vida militar son necesarias y valiosísimas: disciplina, valor, entrega, servicio, capacidad de renuncia. No pocas de las grandes historias morales de la humanidad están vinculadas al heroísmo bélico. La guerra justa es una noción válida. La defensa de la patria es un deber que el mismo Santo Tomás de Aquino incluye en la virtud de la piedad. Y esta defensa puede llevar a la guerra. Que hoy la guerra sea un monstruo que destruye todo y que por lo tanto sea casi imposible juzgar sobre su legitimidad, es un problema delicado que lo dejo a los expertos.
Podría seguir con la carne pero me preocupa más el hueso. En primer lugar, todo ejército tiene sentido en la guerra. Para ella es creado y para ella se prepara. Todos sus rituales se refieren a lograr la victoria sobre un enemigo. De esto se sigue que uno necesariamente debe tener enemigos, de lo contrario, su existencia se hace inútil y ridícula. La idea de distinción del enemigo es fundamental. El enemigo esalguien que me amenaza, alguien juzgado inmediatamente por sus malas intenciones. Con el enemigo pues, no se debe dialogar ni tratar de comprenderlo. El enemigo debe ser eliminado.
En segundo lugar, el ejército tiene necesariamente que uniformizar a la tropa. Esto requiere que todos piensen y se muevan igual. La disciplina debe ser férrea y no permitir la creatividad en su sentido más amplio. No ocurre lo mismo con la jerarquía. Los generales, si bien han sido criados en parte como tropa y obedecen un reglamento, pueden aplicar su criterio propio en la dirección de la tropa. Esto hace que ellos sean como los expertos que sí tienen panorama mientras que la tropa permanece siempre ciega.
Este segundo aspecto determina la forma militar de obediencia. La clásica expresión “sin dudas ni murmuraciones” busca hacer que el cuerpo del ejército tenga a los soldados como células uniformes que cumplen una función para la supervivencia de todos.
Estos dos últimos aspectos implican que los generales se conviertan en una cúpula que necesite delsecreto militar. Se filtra la información para evitar que llegue a la tropa de manera libre y espontánea. Este secreto es parte de la estrategia para ganar la guerra y no pocas veces implica el espionaje y la pena capital a los traidores. A su vez requiere también la propaganda que es el fruto final del filtro informativo. La propaganda intenta dar una buena imagen del ejército desechando como habladurías cualquier información contraria o crítica. Favorece que la crítica sólo pueda venir de fuera. Usualmente el ejército no es autocrítico porque la cúpula considera que nadie sabe lo que ella sabe. Y cuando una verdad es evidente, simplemente la niega y la interpreta como traición.
La figura militar en la Iglesia tiene indudables bases bíblicas, desde el Antiguo Testamento en el que se narran varias guerras que Dios libra con y por su pueblo, hasta la idea del combate espiritual expresado especialmente en San Pablo en un famoso texto. Existió por lo tanto desde los albores del cristianismo pero cobró mucha mayor fuerza en las cruzadas, cuando dejó de ser figura para convertirse en realidad justamente por el contexto de la guerra contra los musulmanes. Era la idea de la guerra santa, que requería un ejército de santos. No pretendo juzgar a la ligera esas coyunturas históricas tan delicadas y complejas. A mí en esa historia me encanta la actitud de San Francisco de Asís, un gran cruzado. Y lo digo aunque no pocos amigos historiadores puedan levantar una ceja ante mi ingenuidad. En fin, esa es otra discusión, por ahora sólo intento reflexionar desde la fe sobre una figura extendida que puede ser mal entendida como lo van demostrando algunos dolorosos hechos actuales de la historia de la Iglesia.
No tengo nada en contra de la figura militar siempre y cuando sea la de San Pablo, que precisa muy bien de qué guerra se trata, con qué enemigos se combate y cuáles son las armas. El enemigo no puede ser otro ser humano. No en sí mismo. El enemigo es espiritual, es el demonio con el que efectivamente no se debe dialogar y cuyas intenciones son siempre perversas. Las armas son las de la luz: la fe, la esperanza, la caridad. El mismo Ignacio recoge esta figura paulina en las dos banderas, Scupoli en el combate espiritual, Scaramelli otro tanto y así, muchos otros escritores espirituales que escapan a mi conocimiento y recuerdo de ignorante. La astucia de serpiente unida a la mansedumbre de la paloma tiene sentido en la caridad. Nunca debería producir crueldad, indiferencia u odio a los demás. El cristiano tendrá siempre enemigos, hasta entre sus más cercanos, pero él jamás será un enemigo, si no que tratará de ser un amigo. Jesús venció al demonio intentando hasta el último instante que Judas se haga su amigo.
No tengo nada contra la figura militar siempre y cuando no se lea todo desde ella. Y sobre todo si se entiende que como figura es sólo una cara de un poliedro de otras figuras que la mitigan y la completan en la comprensión de la experiencia eclesial que es cada fundación y que a su vez tiene su fundamento en el Amor. Y si se tiene muy en cuenta que al hablar de la Iglesia, el Concilio Vaticano II no usó jamás la figura del ejército. Y no por corrección política sino porque Cristo mismo no lo hizo. Él no hizo de sus discípulos una tropa si no una Iglesia. Un rebaño. Dijo: construcción, casa, familia, esposa, cuerpo y pueblo pero nunca milicia, legión, ejército, tropa, bastión, fortaleza ni alguna otra referencia militar. No negó que hubiera una guerra, pero distinguió muy claro dónde se libraba: “Mi Reino no es de este mundo”, “mete la espada en su vaina, quien a espada mata, a espada muere” (esto me hace pensar, entre otras cosas, en tantas "campañas" y acciones "estratégicas" en contra de algo que, usando no pocas veces la manipulación, pretenden tener éxito sin darse cuenta de que justamente la agenda la dictan los "enemigos").
No tengo nada contra la figura militar siempre y cuando en ella se reconozca siempre que la guerra es básicamente vencer al mal con el bien y que en esta victoria todo fruto es de la gracia. Es decir que se sepa siempre explícitamente que es Él quien vence con, en y por nosotros, porque primero Él quiso hacerse de los nuestros por Su santa Voluntad. No tengo nada mientras se entienda que la vida es lucha por amar más, y eso no puede ser lucha contra otros seres humanos. 
Si no se mitiga con una auténtica prudencia eclesial, la figura de ejército puede ser muy peligrosa para una institución católica (congregación, orden, movimiento, parroquia, cofradía, asociación pía, club, hermandad, blog, collera, mancha, etc.). Terminará enredada en la búsqueda de enemigos, en el eficientismo, en la competencia con otros, y al final, atrapada como una mosca en una telaraña de comportamientos mundanos que nada tienen que ver con el Evangelio. Terminará en fin, exactamente igual a los que quiso combatir: sedienta de poder y olvidada de las personas concretas. Algo de eso es lo que he podido ver en estos días romanos. Y cómo duele.
Fuente:



http://roncuaz.blogspot.com.ar/2010/07/la-figura-militar-en-la-iglesia.html

miércoles, 15 de abril de 2015

La verdad, de donde viene


Santo Tomás amó de manera desinteresada la verdad y la buscó allí donde pudiera manifestarse, poniendo de relieve al máximo su universalidad. Es por ello que el p. Rousselot apunta:
«La convicción de que la inteligencia es en nosotros la facultad de lo divino funda la afirmación de su exclusiva y total competencia. Ella nos obliga también a ver en su ejercicio la más alta y más amable de las acciones humanas. Toda verdad es excelente, toda verdad es divina, Omne verum, a quocumque dicatur, a Spiritu sancto est. La verdad debe ser buscada obstinadamente, acogida con avidez, retenida y poseída con toda serenidad. Debemos considerar como adquirida y definitivamente justificada toda proposición deducida de un raciocinio cierto: es el radicalismo lógico. Debemos reposar con confianza en el sí que le dice al ser, en el mundo real, la razón especulativa: es el objetivismo intelectual. Pero la inteligencia “que es su acto” es la medida y el ideal de toda intelección. Toda crítica del conocimiento encuentra, pues, su explicación última, en la teoría de la intelección divina. Esta es la mayor medida de su simplicidad».
Ya hemos dedicado una entrada para hablar del origen divino de toda verdad, pues las verdades creadas son participaciones de la Verdad increada, que es su causa primera en el orden de la eficiencia y de la ejemplaridad. Un personaje que intenta comentar en nuestra bitácora –no se publican sus comentarios, porque actúa como troll obsesivo- ha objetado la traducción habitual del a quocumque dicatur. El argumento es tan endeble, que no merecería más que silencio de nuestra parte. No obstante, dado que es cierto que el adverbio quocumque se traduce literalmente por “a donde quiera que”, “a cualquier parte que”, hay que decir que la verdad no es un cosa física que se encuentre en un “lugar”, sino algo propio de los juicios, que son actos espirituales de las personas. Por tanto, de acuerdo con el sentido de la frase del Aquinate, el “lugar” de la verdad es la persona, y más precisamente la inteligencia de la persona que formula una proposición verdadera. Por ello es más fiel al sentido genuino del dictum tomasiano traducir “toda verdad, dígala quien la diga, viene del Espíritu Santo” como hacen todas las traducciones que conocemos; o bien, emplear la fórmula más arcaica de Hilario Abad de Aparicio, quien en 1880 tradujo: “todo lo verdadero, sea quienquiera el que lo diga...”. Suponemos que el troll de marras no va acusar al traductor del siglo XIX de modernismo, o de juanpablismo, pero con personalidades desequilibradas nunca se sabe. 
Ofrecemos a nuestros lectores un artículo completo del De Veritate de Santo Tomás, en el cual se encuentra la célebre sentencia Omne verum. Para leer y meditar con atención.