Siendo ésta una bitácora iniciativa de “filo-lefebvrianos”, de acuerdo a los calificativos que hemos recibido desde el principio, siempre hemos tratado de indagar a qué se refieren con ello. Del Padre Iraburu no hemos tenido más que evasivas refiriendo al primero de sus escritos donde da una definición lo suficientemente vaga como para poder incluir en ella desde sedevacantistas hasta el mismo Papa Benedicto XVI. Siendo así de equívoca, la definición iraburiana no nos sirve y sólo es útil con fines ideológicos a los de su “partido” para pegar a quienes disientan con ellos sin ser progres.
“— Eres un filo-lefebvriano.” Y Santas Pascuas. No hay más debate. A lo sumo se puede responder con un terminante: “— Y tú más.” ¿Se entiende?
Ahora bien, el filo-iraburiano infocatólico José Miguel Arráiz, con la verborragia que lo caracteriza para la utilización de epítetos se ha despachado con una definición de su cosecha en un comentario al Coronel Kurtz.
A continuación, nos permitimos hacer algunas correcciones ortográficas, y hacemos la glosa de sus afirmaciones.
Del contexto de mi afirmación se puede entender perfectamente a quiénes me refiero con sectores cercanos al lefebvrismo (filo-lefebvrianos) como aquéllos que comparten en mayor o menor medida estas posiciones:
¿Qué tan “mayor”, qué tan “menor”? La ambigüedad es siempre útil cuando se trata de construir un “muñeco de paja” al cual convertir en chivo expiatorio. Habiendo despreciado en varias oportunidades la metafísica de Santo Tomás de Aquino, suponemos que el Sr. Arráiz no conoce el principio de participación y, por lo tanto, no sabe que todo ente participa en algún grado del Ente mismo. Por lo tanto, es cuestión de grados (cf. 4ª vía del Aquinate) y esa “mayor o menor medida” es decisiva. Nos explicamos: no es lo mismo decir que todos los Papas fueron pusilánimes, que tal Papa lo fue, que tal otro tuvo o tiene actitudes pusilánimes, o que aquel otro tuvo o tiene silencios u omisiones que podrían indicar pusilanimidad.
Un viejo principio escolástico dice que el distinguir es de sabios. Ver la realidad en blanco y negro sin percibir los grises que de hecho existen no es algo de lo que estar demasiado orgulloso.
1. Aquéllos que creen que la Misa del Novus ordo es o inválida u “objetivamente ofensiva a Dios”.
Difícilmente un lefebvriano (y menos aún sus “filos”) pueda decir que la Misa nueva es inválida cuando el mismo arzobispo Lefebvre dijo en numerosas oportunidades lo contrario. Pero, al mismo tiempo que hizo esta afirmación en declaraciones solemnes, como cartas a los Papas o deposiciones ante la Curia, también sostuvo que esta Misa, al mismo tiempo que válida, era deficiente. Análogamente, uno puede ser un padre legítimo, pero puede ser un mal padre. ¿Tan difícil de entender es esta diferencia?
2. Aquéllos que creen que el Concilio Vaticano II es cualitativamente diferente de los concilios anteriores, o inválido, o intrínsecamente herético, o un concilio con pensamientos con “ambigüedad modernista” o una corrupción o “evolución” de la doctrina católica dogmática, como opuesta al consistente desarrollo (Newmaniana, Vicenciana o Tomista), tal que no es vinculante a los católicos y puede ser no obedecido.
Aquí tenemos ya, como apilonadas, un montón de afirmaciones de relativa validez. Vayamos por partes.
Difícilmente un lefebvriano dirá que el Vaticano II fue un concilio “inválido o intrínsecamente herético”, cuando Lefebvre mismo participó en él y suscribió todos sus documentos.
Ahora bien, que el Vaticano II fue un concilio “cualitativamente diferente” lo han dicho los Papas. Está todo en el discurso inaugural del beato Juan XXIII y a él remitimos:
“Una cosa es la substancia de la antigua doctrina, del ‘depositum fidei’, y otra la manera de formular su expresión; y de ello ha de tenerse gran cuenta —con paciencia, si necesario fuese— ateniéndose a las normas y exigencias de un magisterio de carácter predominantemente pastoral.”
Ahora bien, ¿que algo sea “cualitativamente” distinto (predominantemente pastoral sobre la manera de formular la expresión de la doctrina) lo convierte en malo, bueno, etc.? No necesariamente. Pero sí nos dice bastante sobre la interpretación de sus postulados, especialmente en cuanto Magisterio.
Que los textos contengan ambigüedades es obvio puesto que han admitido y seguirán admitiendo interpretaciones radicalmente distintas. Cuando los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI se han referido a que estos textos deben ser interpretados a la luz de la Tradición admiten esta ambigua redacción.
¿Esta ambigüedad es algo intrínsecamente malo? De vuelta, no necesariamente. Desde siempre, textos conciliares necesitaron precisiones, delimitaciones y (hasta) correcciones. El Credo de Nicea debió ser completado en Constantinopla y, varios siglos después, en Florencia. No es una novedad. Lo que sí es una novedad es que se cierre el debate sobre estos textos, haciéndonos creer que está todo bien. Si estos concilios de la antigüedad necesitaron precisiones, enmiendas, reediciones, etc., ¿qué lo hace tan especial al Vaticano II para no necesitarlas?
¿No será que para muchos es conveniente mantener eternamente una serie de textos magisteriales ambiguos bajo los cuales protegerse en uno u otro sentido?
3. Aquéllos que creen que el Vaticano II en sus textos magisteriales es la raíz y causa central de la presente crisis modernista, y no las malas interpretaciones de los mismos.
Nos remitimos a lo dicho arriba.
4. Aquéllos que creen que el pontificado de Juan XXIII, Pablo XI y Juan Pablo II son cualitativamente diferentes de sus predecesores, o que ellos conscientemente (o incluso inconscientemente) presiden sobre la destrucción de la tradicional fe católica.
En general, la historia de la Iglesia nos enseña que todos los pontificados han sido “cualitativamente diferentes” unos de otros. Mucho más luego de un concilio. Los Papas posteriores a Trento ejercieron su magisterio de modo “cualitativamente” distinto que la forma de hacerlo sus predecesores. Del mismo modo, los Papas posteriores al Vaticano I alentaron una cuasi-veneración papal desconocida hasta ese entonces al mismo tiempo que alentaban una verdadera explosión de las congregaciones educativas y misioneras e, incluso, del apostolado seglar.
Ahora bien, que los Papas post-Vaticano II “presiden sobre la destrucción de la tradicional fe católica” es una afirmación ligera. En casos concretos, sí, “lefes” y “filos” podrán debatir acerca de “ciertos ‘gestos’… [que] nos causaron profundo desagrado”, para citar a Don Iraburu. Es más, podrán exponer públicamente el “profundo desagrado” que les causó. Del mismo modo que más de una vez el director de InfoCatólica se ha indignado públicamente por el silencio del Episcopado o de la misma Roma ante hechos aberrantes protagonizados por sacerdotes, religiosos, obispos o grupos laicales.
A veces, “lefes” y “filos” podrán dar a estos “gestos”, a aquellos silencios, a estas otras omisiones o a estas palabras imprudentes “una interpretación benigna”, para seguir citando la doctrina iraburiana. Aunque, puede ser que, a la larga, recuerden aquel refrán sobre las buenas intenciones y el camino del infierno.
5. Aquéllos que creen que el ecumenismo o la noción de libertad religiosa, o la salvación fuera de la Iglesia, propiamente entendida a la luz de la Sagrada Tradición –como promulgada y desarrollada especialmente por el Vaticano II– es una radical innovación no presente en la previamente recibida tradición católica.
Sobre el ecumenismo y la bendita “libertad religiosa” se ha hablado tanto, que ya cansa. Baste decir que, difícilmente, un “filo-lefebvriano” no concuerde con los límites que respecto de lo primero ha puesto Juan Pablo II en Ut unum sint y, respecto de lo segundo, el entonces Card. Ratzinger (refrendado por el Papa) en Dominus Iesus. El problema es que una gran porción del episcopado mundial y un número altísimo de fieles no lo creen y sostienen, en las palabras, a veces, o con los actos, casi siempre, que todas las religiones son iguales y que son caminos válidos para acercarse “a la divinidad”. Y su sustento —dicen— es la declaración Dignitatis Humanae del Vaticano II, los encuentros interreligiosos de Asís, etc.
De nuevo, como dicen en América, ¿quién tiene la culpa? ¿el cerdo o quien le da de comer?
6. Aquéllos que creen que la Iglesia Católica institucionalmente hablando puede actualmente alejarse de la verdadera fe (defectibilidad). Esto incluye nociones conspiratorias de que la Iglesia podría substancial e institucionalmente ser infiltrada por movimientos como la masonería, nuevo orden mundial, secularismo radical o humanismo, elementos protestantes, etc.
No entendemos bien a qué concepto teológico se refiere con lo de “Iglesia católica institucionalmente hablando”. ¿Acaso la que es “casta y meretriz”? ¿Aquélla en la que el “humo de Satanás” se ha infiltrado?
Que la Iglesia, en cuanto está formada por hombres, pueda verse infiltrada por elementos o doctrinas extrañas no es nada nuevo ni debería escandalizarnos. ¿O vamos a creer que media Europa cristiana se hizo protestante de la noche a la mañana en el siglo XVI sin que antes se viese “infiltrada” por malas doctrinas? ¿O, históricamente, no hubo maniqueos, arrianos, monofisitas, pelagianos… albigenses, valdenses, lolardos… falsos conversos, marranos… jansenistas, molinistas… ilustrados, católicos liberales, modernistas?
Desde que el mundo es mundo ha habido conspiraciones y complots. Al menos sabemos con seguridad de un discípulo que portaba la bolsa y entrego a su maestro y de un pueblo que fue instigado por sus sacerdotes para gritar por Barrabás.
Esto no significa caer en la paranoia del conspiracionismo, pero tampoco adoptar posiciones cándidas o ingenuas por temor a “saber demasiado”.
7. Aquéllos que juegan al cisma, a la desobediencia, al juicio privado en nombre de la “Tradición Católica”, por lo que terminan jugando con la verdadera Tradición y construyendo una pseudo-tradición basada en su propia manera de pensar (las tradiciones humanas a que hace referencia la Escritura), inmune a cualquier desarrollo posterior, por decir, a 1958.
Difícilmente personas que constantemente están argumentando de por qué no están en cisma y pidiendo que no se diga más que hay cisma, pueden “jugar” a ello.
Por otro lado, como ya ha sido por demás explicado aquí y en otros sitios, la obediencia, como toda virtud moral, está como en medio de dos extremos. Por lo que se puede pecar por defecto, pero también por exceso. El grado de bondad de la obediencia dependerá de su justicia. Todos somos responsables de nuestros actos, ante Dios no sirve aquello de la “obediencia debida”.
Juzgar utilizando la Tradición como referencia ha sido lo que siempre han hecho los teólogos, ya desde los tiempos Patrísticos. Es más, la Tradición es una de las pruebas de la Teología Dogmática: la existencia de una tradición constante desde los tiempos apostólicos ha sido siempre condición necesaria, aunque no suficiente, para afirmar un dogma. Esto no tiene nada de “juicio privado” en cuanto se haga con método y buena fe: es decir, no basta afirmar que tal o cual Padre de la Iglesia lo dijo o lo hizo, si esto no se desprende del “quod ubique, quod semper, quod ab omnibus” de San Vicente de Lerins; es decir, justamente lo contrario de lo que han hecho los sostenedores de la Comunión en la mano, la Misa versus pópulum, etc. Precisamente han sido ellos con este supuesto arqueologismo los que han roto de manera revolucionaria el lento y pausado “desenvolvimiento (o develamiento) de la doctrina cristiana”, como dijo el beato cardenal Newman (recordamos que el “evolucionismo” de los dogmas que sugiere Arráiz fue condenado por la encíclica Pascendi).