Reproducimos a continuación el siguiente artículo del Dr. Fraga, publicado originalmente en el periódico El Cóndor de Morón, que nos remitiera un amigo y colaborador de este blog.
John Henry Newman y Joseph Ratzinger, no obstante haber vivido en siglos diferentes (s. XIX el primero, XX-XXI, el otro) pueden ser considerados “contemporáneos” en la Fe, conforme la formidable afirmación del P. Leonardo Castellani: “fe es hacerse uno contemporáneo de Cristo”.
Las semejanzas y el paralelismo son, por lo demás, evidentes: varones de profunda fe y dilatada cultura, sustentadas ambas en la vida intelectual universitaria.
“Se asemejan en el mismo tipo de experiencia de la fe”, dijo el P. Lombardi y añadió que hay en ellos una misma similitud de fe y cultura y, a la vez, “una sintonía profunda de sensibilidades”.
Esta concordancia me lleva a enfocar tan solo ahora en esta nota un aspecto doctrinal en común: la conciencia.
La conciencia puede ser contemplada en su sentido moral, en su significación ética o en su dinámica espiritual y, en cualquiera de estos niveles, soporta en nuestros días una agresión teórica y una compulsión práctica.
Hablo en este sentido del relativismo intelectual y moral, cada vez más generalizado que se manifiesta ya en el colapso relativista de la conciencia, tanto como potencia, como en cada uno de sus actos.
En rigor, es la primacía de la inteligencia la que está en crisis, habiendo perdido ésta su brújula rectora, que es tanto como decir el orden natural y necesario de su conocimiento: SER-CONOCER-PENSAR (E. Gilson).
La inmanencia, al colocar el “pensamiento humano” como fuente exclusiva de toda cognoscibilidad no solo ha conmovido la adhesión espontánea del entendimiento al ser, sino que también ha desquiciado la jerarquía natural del orden práctico: ENTENDER-QUERER-SENTIR (Theodor Haecker).
Y la conciencia se establece y desarrolla, precisamente, en el orden del ser y del obrar, que sigue al ser.
Temas comunes y conexos de Newman y Ratzinger son: la relaciones entre la Fe y la razón, la racionalidad del acto de fe y la primacía de la recta conciencia, bien ilustrada por la fe, bien en la búsqueda de la verdad.
En el prólogo a la edición alemana de “Apologia pro vita sua” (probablemente la obra más acabada de Newman) escribe Ratzinger: “para nosotros, en aquel tiempo, la enseñanza de Newman sobre la conciencia llegó a ser una base importante del personalismo teológico, cuyo diseño se nos ofrecía equilibradamente…”.
Este diseño se expresa en la triple dimensión de la conciencia señalada por Newman: a) dimensión metafísica o constitutiva, b) dimensión epistemológica o norma metodológica de conocimiento inmediato y c) dimensión ética o ejecutora de la acción.
En su “Carta al Duque de Norfolk” (1875) destaca la naturaleza moral de la conciencia y su no oposición entre ella y la voluntad, reafirmando, por lo tanto, la heteronomía bíblica frente al autonomismo kantiano.
Newman, recordémoslo, es un converso del anglicanismo que llega a la Iglesia Católica (“la casa común”, tal como él la llama) después de recorrer un prestigioso magisterio en la Universidad de Oxford, a la que siempre amó por ser su “alma mater”.
En este contexto, vale decir, en la oposición que encontró entre sus conciudadanos ingleses a raíz de su conversión, debe situarse el debate con Glandstone, destacado parlamentario que, como la inmensa mayoría de los políticos de su época no toleró las condenas pontificias a los errores liberales y, particularmente, la de la proposición octogésima a la que, a renglón seguido, aludiré.
En verdad, no se admitió la existencia de un magisterio de la verdad en un siglo que se consideró como el apogeo de las luces y del progreso que llevarían, sin embargo, (hoy lo sabemos bien), primero al más aterrador ateismo combativo que vieran los siglos y después al agnosticismo indiferentista de nuestros días.
Así pues, con ocasión de la encíclica “Quanta cura” (1864) del Papa Pío IX (y de su apéndice o “Syllabus”), y como consecuencia del ataque dirigido a dicho documento por parte de Mr. Glandstone en el Parlamento británico, defiende Newman la necesaria existencia del magisterio pontificio, pero distingue entre sus diversos niveles y grados de adhesión, resaltando la hermenéutica de los textos en el sentido de lo que hoy llamaríamos su semiología o contexto comunicacional.
Así, sostiene Newman las proposiciones (ochenta proposiciones condenadas) del “Syllabus” deben interpretarse “en el contexto en el que han sido formuladas” y, por ello, si bien la “Quanta cura” es un documento con “autoridad dogmática”, el “Syllabus” es un prontuario de diversos errores confeccionados por un compilador anónimo que, sin embargo, por el “imprimatur” pontificio merece obediencia.
No hay en ellos ningún ataque a la conciencia personal, antes al contrario, una protección de ésta ante los incontenibles avances del error que es el veneno mortal de las inteligencias.
El magisterio papal no es, propiamente hablando, una “ciencia” teológica, aunque se sirva de la teología para la formulación de sus asertos y postulados.
La “teología es una ciencia muy especial”, tanto en sus métodos, formas de argumentación y lenguaje y, por esto mismo, resulta una “ciencia paradojal” (RF), en la línea de Pascal.
En tanto ciencia se sujeta a los principios ordinarios de cada ciencia pero, advierte Newman que solo los Apóstoles gozaron de “inspiración”, en tanto que la Iglesia (la sucesión apostólica) goza de “assistentia” (certeza negativa) y “en el proceso de definir la verdad es humana, está sujeta a error (ya que) lo que la Providencia ha garantizado es sólo que no habrá error en el paso final, en la definición o dogma resultante…”.
Si se tiene presente el extraordinario revuelo que la proposición 80° (condenada) había provocado en las elites ilustradas de la época (“el romano pontífice puede y debe reconciliarse y transigir con el progreso, con el liberalismo y con la civilización moderna”) puede comprenderse la irónica y flemática acotación de Newman a los temores (inútiles) de Mr. Glandstone: “es posible, así lo deseo, que en el futuro se dé con alguna manera de combinar la libertad que es inherente a la nueva estructura de la sociedad, con el principio de autoridad inherente al antiguo orden, sin necesidad de hacer concesiones al progreso y al liberalismo”.
“Fair play!”, le pide al parlamentario y, para el caso de tener que hacer un brindis de sobremesa acota: “beberé ¡por el Papa!, con mucho gusto, pero primero ¡por la conciencia!, después por el Papa”.
Y Ratzinger en su precioso opúsculo “Elogio de la conciencia” (“la verdad interroga al corazón”) agrega que, al fin y al cabo, el primado del Papa y toda su obediencia radican en la conciencia, toda la autoridad pontificia no está contrapuesta a la conciencia sino más bien basada y garantiza en y por ella (donde se alude expresamente al brindis de Newman).
Ratzinger advierte que el sujeto encuentra en Newman una atención que en el ámbito de la teología católica no recibía desde san Agustín, pero justamente lo está en la línea de san Agustín y no en la línea del subjetivismo de la modernidad.
Cuando fue creado cardenal, Newman confesó que toda su vida había sido una lucha contra el liberalismo y el subjetivismo y Ratzinger recuerda que la conversión de Newman no fue una elección dictada por el gusto personal o por necesidades subjetivas, SINO POR LA CONVICCIÓN DE LA VERDAD Y LA ADHESIÓN DE LA CONCIENCIA.
Newman ha destacado el primado de la verdad por sobre la bondad y el consenso, observando que para Tomás Moro la conciencia no fue expresión de obstinación subjetiva o de terco heroísmo, sino obediencia a la verdad conocida y amada.
La modernidad ha rechazado aún la misma idea de verdad (“¿qué es la verdad?”, preguntaba ya el moderno Pilatos) y la ha sustituido por la idea del progreso inevitable.
Cuando la primacía ya no es de la verdad, el predomino lo tiene la mera praxis y la técnica se convierte en el criterio supremo.
La conciencia está “vocada” o llamada a la verdad y cuando predomina la dura técnica desaparece la conciencia, se obnubila, se ofusca y termina por negarse a sí misma, por aniquilarse.
Los escolásticos distinguieron entre “conciencia” y “sindéresis” entendiendo por tal, conforme el criterio de Tomás de Aquino, tanto la “íntima repugnancia al mal”, cuanto la “íntima atracción hacia el bien”.
Ratzinger prefiere el término platónico de “anámnesis” como testimonio de la ley divina en la conciencia, según san Pablo en Rom. 2, 14-15: “cuanto exige la ley está escrito en sus corazones (en el de los gentiles), tal como resulta del testimonio de su conciencia”.
O, como afirma san Agustín: “al juzgar no sería posible decir que una cosa es mejor que otra sino se nos hubiera impreso un conocimiento fundamental del bien” que, añado yo, debe ser orientado, sostenido y educado.
De aquí la “anámnesis” o recuerdo primordial de lo bueno y de lo verdadero, en su amplitud platónica y existencial.
Esta potencia es para Ratzinger un sentimiento interior que nos interpela e inclina a la verdad, en cuyo momento emerge la segunda dimensión escolástica: “conscientia” (conocimiento) de donde deriva el juicio y la decisión, más que como un “habitus” como un “actus” o suceso que se ejecuta.
Este “actus”, según santo Tomás, se divide en tres elementos: a) reconocer, b) testificar y c) juzgar, entendido todo como una estructura que concluye desde lo intelectivo en una operación de la voluntad.
Sin embargo, recordémoslo siempre, el hombre es una totalidad (“totus homo”), esa operación que nace del entendimiento y mueve a la voluntad es también una “emoción” o “sentimiento”, en el sentido de Haecker en su “Metafísica del sentimiento”.
La conciencia, entonces, desde la fecunda objetividad de la verdad penetra en la interioridad del hombre moviéndole a aceptar gozosamente la verdad, es decir, amándola y, por ello, su rechazo genera la culpa: descuido de mi propio ser que me hace sordo a la voz de la verdad y a sus sugerencias interiores.
Ratzinger sintetiza bellamente: “al escalar las alturas del bien, el hombre descubre cada vez más la belleza que se oculta en la ardua fatiga por alcanzar la verdad y descubre también que justamente en la verdad se encuentra su redención”.
En este plano la conciencia aparece como la voz de Dios en nosotros. Pero la conciencia no es un oráculo, sino un órgano (Spämann, cit. por Ratzinger) y como tal tiene que crecer, formarse y ejercitarse.
Para llegar a ser lo que ya es por sí mismo el hombre necesita la ayuda de los demás: la conciencia necesita de formación y educación, puede atrofiarse y arruinarse y, consiguientemente, ser falseada y hablar de una manera distorsionada y desfigurada.
Con todo dramatismo Ratzinger señala que “el silencio de la conciencia puede convertirse en una enfermedad mortal de todas las civilizaciones” y, por esto mismo, “la conciencia incluye una obligación, a saber: el deber de cultivarla, formarla, educarla… el derecho de la conciencia es obligación de formarla. Para nosotros esto significa que el Magisterio eclesial tiene la responsabilidad de la recta formación de la conciencia…”.
He aquí una inexplicablemente olvidada exégesis de la Declaración “Dignitatis humanae” (Vaticano II) sobre la libertad religiosa. Esta declaración tiene una introducción muchas veces olvidada y que conviene en su meollo transcribir, toda vez que la libertad religiosa que se proclama “se refiere a la inmunidad de coacción en la sociedad civil” y el Concilio deja íntegra “la doctrina tradicional católica acerca del deber moral de los hombres y de las sociedades para con la verdadera religión y la única Iglesia de Cristo”.
Benedicto XVI (Ratzinger) enseña en “Caritas in veritate” que “la libertad religiosa no significa indiferentismo religioso y no comporta que todas las religiones sean iguales…”, tema también sostenido en el documento pontificio “Dominus Iesus” (año 2000) respecto de la necesidad de la Iglesia para la salvación, así como la interpretación de que la fórmula “subsiste en” (usada por el Concilio) se refiere exclusivamente a la Iglesia Católica.
“Dignitatis humanae” somete la conciencia a la ley eterna o plan de la divina Sabiduría y a la ley natural o participación de la ley eterna al hombre y, por ello mismo, el Concilio destaca que “cada uno tiene la obligación y, en consecuencia, también el derecho de buscar la verdad en materia religiosa, a fin de que, utilizando los medios adecuados llegue a formarse prudentemente juicios rectos y verdaderos de conciencia”, y ya que el hombre conoce por su conciencia los dictámenes de la ley divina y está obligado a seguirla “no se le puede forzar a obrar contra su conciencia”.
Para alcanzar un obrar meritorio de su conciencia es menester garantizar en su misma naturaleza la libertad psicológica y es ese “derecho a la inmunidad” el que permanece aún en aquellos que no cumplen la obligación de buscar la verdad y adherirse a ella, tema éste de no fácil compaginación con la literalidad de los documentos pontificios de Pío IX, aunque no necesariamente con los de Pío XII que preanuncian ya en sus radiomensajes de Navidad la posición pastoral del Vaticano II, tal como ha sido reiteradamente sostenido por destacados autores.
Las enseñanzas eclesiásticas constituyen una totalidad que debe ser interpretada a la luz de lo que se ha llamado con verdadera exactitud la exégesis de la continuidad, contemplando tanto sus aspectos específicamente doctrinales, cuanto su significación técnicamente jurídica y su encuadramiento político y social en sus respectivos tiempos históricos.
Newman ha sido el gran revalorizador de la conciencia en el siglo XIX y mérito suyo ha sido contemplarla según sus diversos servicios pastorales y apostólicos, del mismo modo que Ratzinger, ajenos ambos a la presión negativa de la variable opinión pública o mediática.
Con todo, el servicio que concitó su primer amor y mayor nostalgia fue la vocación universitaria, una “educación centrada en la ciencia por sí misma, pero libre de todo indiferentismo gracias a su conexión con la teología (José Morales) destacando siempre, no obstante, la ciencia como saber autónomo, tal su Oxford.
En su celda de Birmingham se conservan su toga de “fellow” y su capelo cardenalicio. “Saber es una cosa y obrar es otra”, tal su síntesis magisterial o, más bien y mejor, su lema de cardenal, síntesis la más perfecta de san Agustín y de Pascal: “cor ad cor loquitur” (el corazón habla al corazón).
RICARDO FRAGA
25 comentarios:
Lo que afirma Fraga sobre el CVII y la libertad religiosa es lo mismo que últimamente se puede leer en M Fellay, cuando dice que el problema no está en los principios del Concilio (luego de sus aclaraciones de Roma tal vez ya tardías), sino en su aplicación práctica.
Que se diga que la "libertad religiosa" es aceptable si se refiere a la "no complulsión" al catolicismo, es perfectamente ortodoxo y tradicional.
Por otro lado, es imposible que alguien "crea" a palazos... en conciencia no creería.
Pero, nadie duda que mejor hubiesen sido dos cosas: la primera, que lo aclaren desde Roma antes y no recién en el 2000 (el "subsiste en") y los segundo, que le podrían haber puesto otro nombrecito mas apropiado, y no "libertad religiosa", que sin más, la "libertad religiosa" es OTRA COSA y no lo que se debe entender como lo afirmado por el CVII.
También es ortodoxo y obvio negar que el Syllabus sea de fe. No lo es y tachar por esta afirmación a Newman de progre o modernista es una inmensa burrada, bastante común entre lefes.
Esto de la "conciencia" no me gusta nada.
Afirmar que los últimos inspirados hayan sido los apóstoles, tampoco.
Padre Fundador.
Pero, nadie duda que mejor hubiesen sido dos cosas: la primera, que lo aclaren desde Roma antes y no recién en el 2000 (el "subsiste en") y los segundo, que le podrían haber puesto otro nombrecito mas apropiado, y no "libertad religiosa", que sin más, la "libertad religiosa" es OTRA COSA y no lo que se debe entender como lo afirmado por el CVII.
Bueno, el nombre tradicional era el de tolerancia religiosa. Y, de hecho, así figura en las notas de la DH.
También es ortodoxo y obvio negar que el Syllabus sea de fe.
Epa. Vamos por partes. Que el Syllabus (anexo de Quanta Cura, documento de carácter dogmático) deba ser estudiado en su contexto (sujeto de la hermenéutica), no es diferente a lo que debe hacerse con todo el Magisterio y las SS. EE. Pero eso no quiere decir que no sea de fe.
Un ejemplo de lo que quiero decir. Las "famosas" Veinticuatro tesis tomistas tienen carácter dogmático, a pesar de que casi ningún tomista de hoy (incluso fieles de la FSSPX) las aceptaría sin "peros".
Discernir es de inteligentes. Simplemente eso se nos pide. Como ha sido siempre.
Padre Fundador,
¿está V. seguro de ser católico?
Dice que no le gustan nada dos dogmas de Fe. No sé, pregunto.
Petrovich
Desde lo estrictamente conceptual y literal coincido con Fraga. Es verdad, la libertad religiosa conciliar solo dice lo que aquí se afirma.
Pero la Iglesia es además sus gestos. Y estos fueron Asís 1, 2 y 3. Estos gestos también "interpretan" cuando son del mismo Papa. O no?
Lo que quiero decir es que coincido con Fraga, pero aun así sobraban motivos para irse con los lefes.
Lefe.
Guy,
Si con "de fe" se refieren a lo "dogmático" es como dijo Newman y el Syllabus no lo es. Punto pelota.
¿"Punto pelota"?
Así pues en virtud de nuestra autoridad Apostólica reprobamos, proscribimos y condenamos todas y cada una de las perversas opiniones y doctrinas singularmente mencionadas en estas Letras, y queremos y mandamos que por todos los hijos de la Iglesia católica sean absolutamente tenidas por reprobadas, proscritas y condenadas.
¿Qué más se requiere?
Se requiere el saber cual es la calificación de cada una. Es costumbre en el magisterio papal condenar en bloque un elenco de proposiciones y no decir la calificación precisa de cada una, para cuyo análisis teológico hay que hacer luego labor de documentación.
No es lo mismo una propocisión reprobada, proscrita y condenada por herética que por temeraria.
Estimado Guy Crouchback,
El tema del nivel de asentimiento debido al Syllabus (y también a Quanta Cura) es algo que se viene debatiendo desde el mismo momento en que se dio a conocer la encíclica.
Hay un fundamento de la teología dogmática que no puede ser omitido: no ha de considerarse nada como definido de manera infalible (y por ende, de Fe) si esto no consta de manera explícita en el pronunciamiento. En este aspecto, el texto que cita usted es insuficiente: en principio, las proposiciones del Syllabus están condenadas como errores y no como herejías... eso no quita que no pocas lo sean, pero en base a pronunciamientos previos y no por la fuerza del documento en cuestión.
Y un punto en contra de la infalibilidad "integral" de Quanta Cura: son infalibles las proposiciones, no los documentos en los que están contenidas. Decir "Quanta Cura es 'de Fe'" es un error... en todo caso, será 'de Fe', dentro de Quanta Cura, tal o cual proposición.
Dicho todo esto, que se deba a todo el contenido de Quanta Cura y el Syllabus asentimiento de Fe, es algo que, en mi condición de humilde laico que trata lo mejor que puede de estar debidamente "informado" con respecto a la Fe, no me consta.
Y todo esto sin entrar en el problema de la interpretación... el problema con el magisterio "negativo" es que no siempre es sencillo identificar que es lo que se afirma a partir de una negación (que es la proposición contradictoria y no las posibles contrarias)
Aclaro que con todo esto no quiero decir que uno sea libre de sostener o enseñar proposiciones que efectivamente han sido condenadas por el Magisterio, sino simplemente que me parece que el tipo de asentimiento debido las condenas del syllabus es el obsequio religioso y no el asentimiento de Fe.
Un saludo.
El tema del nivel de asentimiento debido al Syllabus (y también a Quanta Cura) es algo que se viene debatiendo desde el mismo momento en que se dio a conocer la encíclica.
Bueno lo mismo ha sucedido con el Jansenismo, el Americanismo y el Modernismo, y eso para no irnos más atrás. No recuerdo que haya habido condenaciones “pacíficas”.
Hay un fundamento de la teología dogmática que no puede ser omitido: no ha de considerarse nada como definido de manera infalible (y por ende, de Fe) si esto no consta de manera explícita en el pronunciamiento.
Estoy de acuerdo. Ahora bien, ¿cómo se hace “explícita”?
En este aspecto, el texto que cita usted es insuficiente: en principio, las proposiciones del Syllabus están condenadas como errores y no como herejías... eso no quita que no pocas lo sean, pero en base a pronunciamientos previos y no por la fuerza del documento en cuestión.
Efectivamente, se condenan errores y no herejías, porque muchas de las afirmaciones no se corresponden con la noción teológica de herejía (“negación pertinaz… de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica”, etc.). Ahora bien, muchas de las afirmaciones de “teología natural”, luego del Vaticano I, se podría decir que se convierten en “verdades que ha de creerse”, etc.
Y un punto en contra de la infalibilidad "integral" de Quanta Cura: son infalibles las proposiciones, no los documentos en los que están contenidas. Decir "Quanta Cura es 'de Fe'" es un error... en todo caso, será 'de Fe', dentro de Quanta Cura, tal o cual proposición.
De acuerdo. Pero esto sucede exactamente con todo el Magisterio. Lo que decimos lo decimos por economía del lenguaje.
Dicho todo esto, que se deba a todo el contenido de Quanta Cura y el Syllabus asentimiento de Fe, es algo que, en mi condición de humilde laico que trata lo mejor que puede de estar debidamente "informado" con respecto a la Fe, no me consta.
¿No le consta? ¿Las reprobaciones, prohibiciones y condenaciones (Pío IX dixit) no le son suficientes?
Otra cosa es que el texto en sí del documento deba ser correctamente interpretado. Que es mi punto.
Y todo esto sin entrar en el problema de la interpretación... el problema con el magisterio "negativo" es que no siempre es sencillo identificar que es lo que se afirma a partir de una negación (que es la proposición contradictoria y no las posibles contrarias)
¿Existe acaso un Magisterio que no sea “negativo”, como dice Ud.?
Tratadistas “modernos” (= postconciliares) de Teología afirman rotundamente que ésta (la ciencia teológica) se ha desarrollado justamente a partir de la negación de proposiciones heréticas o erróneas. Justamente, el Magisterio ha crecido por delimitación.
Aclaro que con todo esto no quiero decir que uno sea libre de sostener o enseñar proposiciones que efectivamente han sido condenadas por el Magisterio, sino simplemente que me parece que el tipo de asentimiento debido las condenas del syllabus es el obsequio religioso y no el asentimiento de Fe.
¿Cuáles serían, entonces, según Ud., aquellas notas esenciales que diferencian el Magisterio al cual se debe asentimiento de Fe o simple obsequio religioso?
De hecho, Ud. reconocerá que el problema de los distintos “niveles” de Magisterio (por llamarlos de alguna manera) es modernísimo.
Saludos
Estimado Guy Crouchback,
Al decir que el grado de adhesión debido a esta encíclica se viene debatiendo desde que se promulgó, me refiero a que este problema teológico fue percibido de inmediato por los teólogos, y que aún no ha recibido una respuesta, ni en términos definitivos (que Roma aclare cual es el grado de adhesión debido) ni por el consenso de los teólogos.
Con respecto a cómo ha de explicitarse el hecho de que se hace uso del carisma de infalibilidad, lo invito a que relea Ineffabilis Deus o Munificentissimus Deus. Como se dará cuenta, en estos pronunciamientos no cabe la menor sombra de duda acerca de qué es lo que se está definiendo y la autoridad con la cual se está promulgando la doctrina.
Con lo cual, reitero mi postura: me consta que las proposiciones contenidas en el Syllabus han sido condenadas, reprobadas, prohibidas. Entiendo que no tengo libertad de sostenerlas o enseñarlas si fuese pastor o formador. Pero no me consta que deba darles un asentimiento de Fe, de otra forma, Pío IX las habría calificado como heréticas, es decir, contrarias a la Fe, o al menos mencionado que el juicio sobre ellas es definitivo/irreformable/etc.
Con respecto al magisterio "negativo" o "positivo", por supuesto que existe este último. Pongo nuevamente como ejemplos la proclamación de los dogmas marianos, así cómo también los símbolos. Como le decía antes, cuando se enseña a partir de una negación, lo que se afirma no siempre es tan fácil de captar. Esto lo explicó muy bien mons. Felix Dupanloup precisamente con ocasión de la promulgación de Quanta Cura.
En respuesta a su pregunta acerca de las notas esenciales del magisterio al que se le debe asentimiento de Fe, la respuesta es la de libro: aquello que ha sido declarado como perteneciente al depósito de la Fe, revelado por Dios, etc., o conectado lógica y necesariamente con él. Determinar si tal o cual proposición es o no un dogma a veces no es algo sencillo, y es por eso que existe la teología dogmática, pero en última instancia, es el Magisterio quien, en caso de duda, debe aclarar el carácter definitivo o no de un pronunciamiento.
Es verdad que el problema de los "niveles" de Magisterio es relativamente nuevo, pero eso no le quita validez. La Iglesia siempre distinguió entre las cosas que son "de Fe" y aquellas que no lo son, entre dogma y doctrina, etc. La relación entre el intelecto y estos dos tipos de proposiciones ha de ser necesariamente distinto, por mas que de esto se haya ocupado la teología solo en los últimos tiempos.
Me disculpará lo desordenado de la respuesta, no pude dedicarle toda la atención que merece.
Un saludo.
Al decir que el grado de adhesión debido a esta encíclica se viene debatiendo desde que se promulgó, me refiero a que este problema teológico fue percibido de inmediato por los teólogos, y que aún no ha recibido una respuesta, ni en términos definitivos (que Roma aclare cual es el grado de adhesión debido) ni por el consenso de los teólogos.
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En este sentido la frase de Ratzinger sobre el "antisyllabus" bien se puede cambiar en clave de hermeneútica de la continuidad y decir que con el Concilio estamos ante otro Syllabus en cuanto nadie sabe a que atenerse ni cual es el rango de asentimiento a cada proposición.
No he podido resistir el puntito de humor.
Quien fuera luego primer ministro inglés y amigo de Newman se escribe Gladstone, el apellido tiene una sola "n", al final.
Al decir que el grado de adhesión debido a esta encíclica se viene debatiendo desde que se promulgó, me refiero a que este problema teológico fue percibido de inmediato por los teólogos, y que aún no ha recibido una respuesta, ni en términos definitivos (que Roma aclare cual es el grado de adhesión debido) ni por el consenso de los teólogos.
Sí, por Döllinger, Acton, etc.
Con respecto a cómo ha de explicitarse el hecho de que se hace uso del carisma de infalibilidad, lo invito a que relea Ineffabilis Deus o Munificentissimus Deus. Como se dará cuenta, en estos pronunciamientos no cabe la menor sombra de duda acerca de qué es lo que se está definiendo y la autoridad con la cual se está promulgando la doctrina.
¿Ab uno discent omnes? ¡Dos casos encontró!
Con lo cual, reitero mi postura: me consta que las proposiciones contenidas en el Syllabus han sido condenadas, reprobadas, prohibidas. Entiendo que no tengo libertad de sostenerlas o enseñarlas si fuese pastor o formador. Pero no me consta que deba darles un asentimiento de Fe, de otra forma, Pío IX las habría calificado como heréticas, es decir, contrarias a la Fe, o al menos mencionado que el juicio sobre ellas es definitivo/irreformable/etc.
De vuelta, relea lo que escribí antes.
Con respecto al magisterio "negativo" o "positivo", por supuesto que existe este último.
Nunca dije que no exista.
Pongo nuevamente como ejemplos la proclamación de los dogmas marianos, así cómo también los símbolos.
Concedo los dos últimos dogmas marianos (hubo otros definidos en forma negativa, como Ud. sabrá). Los símbolos no fueron proclamados como dogma, sino como recopilación.
Como le decía antes, cuando se enseña a partir de una negación, lo que se afirma no siempre es tan fácil de captar.
Al contrario. Se da libertad para todo lo que no está comprendido en esa negación.
Esto lo explicó muy bien mons. Felix Dupanloup precisamente con ocasión de la promulgación de Quanta Cura.
Que me ponga de “doctrina” al líder del catolicismo liberal de la Francia de la III República…
Pero, en cualquier caso, la doctrina de los teólogos se debe someter a las mismas reglas de interpretación que la de los Padres de la Iglesia: unanimidad.
En respuesta a su pregunta acerca de las notas esenciales del magisterio al que se le debe asentimiento de Fe, la respuesta es la de libro: aquello que ha sido declarado como perteneciente al depósito de la Fe, revelado por Dios, etc., o conectado lógica y necesariamente con él.
Esta es una respuesta circular. Esfuércese un poco.
Determinar si tal o cual proposición es o no un dogma a veces no es algo sencillo, y es por eso que existe la teología dogmática, pero en última instancia, es el Magisterio quien, en caso de duda, debe aclarar el carácter definitivo o no de un pronunciamiento.
Coincido. Pero tenga en cuenta que tampoco el Magisterio es un “código” taxativo.
Es verdad que el problema de los "niveles" de Magisterio es relativamente nuevo, pero eso no le quita validez.
Sí y no. Depende del caso al que se aplica el “problema”.
La Iglesia siempre distinguió entre las cosas que son "de Fe" y aquellas que no lo son, entre dogma y doctrina, etc.
Sí, pero esa distinción estuvo sometida a la discusión de los teólogos y doctores, dentro de determinadas “reglas” de debate, disputatio.
La relación entre el intelecto y estos dos tipos de proposiciones ha de ser necesariamente distinto, por mas que de esto se haya ocupado la teología solo en los últimos tiempos.
Depende…
Me disculpará lo desordenado de la respuesta, no pude dedicarle toda la atención que merece.
Discúlpeme también a mí.
Pero la única forma de salvar la oposición entre el Magisterio pre y post conciliar es por el lado de la hermeneútica, si no queremos violentar el principio de no contradicción.
¿Cuando se habla de hemeneútica se entiende que dicho proceso hermeneútico es susceptible de ser entendido tanto desde posiciones que asumen el principio de inmanencia filosófica?
¿Cuando se habla de hemeneútica se entiende que dicho proceso hermeneútico es susceptible de ser entendido tanto desde posiciones que asumen el principio de inmanencia filosófica?
No entiendo su pregunta. Está claro, creo, que si hablamos de hermenéutica del Magisterio, no hay inmanencia posible, sólo trascendencia. A menos que Ud. defina inmanencia/trascendencia de otra manera.
[Inmanencia viene de "in-mánere", en la mano, como "estar dentro" o "quedar dentro", y se entiende como a lo que queda dentro del siglo, del horizonte temporal, por oposición a trascendencia. Ahora bien, si hablamos de teología, está claro que no puede haber una teología inmanente stricto sensu, dado que el objeto de la Teología es Dios, y por definición natural o racional --sin el dato revelado-- es de por sí "lo trascendente".]
El principio de inmanencia filosófico no niega estrictamente a Dios (aunque en su desarrollo conduce finalmente a lo irracional y al nihilismo), sino que lo que niega es la vía del sano realismo metafísico para adquirir la verdad de las cosas (nihil est in intellectum quid primun non fuerit in sensu), y obra erróneamente partiendo del ser pensado y por ende de la autoconciencia y la posición del yo ante el mundo (ya sea material o divino) como fuente del ser.
En este sentido podemos hablar de creyentes que están afectados del principio de inmanencia. Los hay incluso santos y doctores, como San Anselmo a la hora de exponer su argumento para demostrar la existencia de Dios cuya certera crítica ya hizo Santo Tomás, que también es santo y doctor. Es un mero ejemplo para comprender y no para irse por las ramas.
Lo esencial es que es muy distinta una hermeneútica abordada según un criterio objetivo de verdad que según uno donde predomina la subjetividad por la aceptación del principio filosófico de inamnencia. Lo hemos visto en la hermeneútica de la Sagrada Escritura, donde la verdad expresada en el sentido literal que expresa la mente del autor ha dejado paso a la verda expresada en la mente de la comunidad que recibe el texto.
El magisterio y la teología, sobre todo tras el Concilio Vaticano II, están afectado en su exposición de dicho principio de múltiples maneras sin que ello signifique que enseñan herejías o mucho menos que se alejan de Dios, sino que se mueven en un planteamiento ambiguo donde la verdad transmitida es tan inmanente como el ser pensado y por tanto nunca podremos poner un criterio objetivo más allá de la voluntad del que piensa. De ahí al voluntarismo un paso.
En tal sentido una persona puede desde un criterio realista entender la hermeneútica de la continuidad en orden a buscar la verdad objetiva de lo que dijo el Concilio Vaticano II respecto a la verdad objetiva de la Tradición. Otros pueden ir más allá y entender el criterio de continuidad más allá de lo objetivo y pasar a reconstruir lo que dijo el Concilio de modo que concuerde subjetivamente con la Tradición. Todavía se puede ir más allá en la afectación de la inmanencia y tratar de reconstruir la Tradición de modo que el pensamiento que tengamos de ella a raiz del Concilio Vaticano II sea el criterio objetivo de lo que la Iglesia piensa de sí misma.
Todo esto se puede dar incluso mezclado en un mismo discurso, por lo que la confusión sobre la hermeneútica mientras no se tenga claro en que principios filosóficos nos estamos moviendo resulta en una mayor confusión. Tal como la que tenemos ahora mismo en la Iglesia donde parece que cabe de todo.
Si uno quiere profundizar un poco puede leerse esta ponencia de Fernando Inciarte en el VII Simposio Internacional de Teología de la Universidad de Navarra titulada Hermeneútica y sistemas filosóficos.
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Atiéndase al ejemplo del final de Gilson sobre el estudio de Escoto y Santo Tomás y como hay que dejar abierta la distinción entre verdad y sentido, cosa que no haría una hermeneútica afectada por el principio de inmanencia, la que Inciarte llama "total y consecuente".
Más allá de su introducción, muy suya (mezcla ontologismo, conceptualismo, etc.), me voy a centrar en este párrafo, que es el único que viene a cuento.
En tal sentido una persona puede desde un criterio realista entender la hermeneútica de la continuidad en orden a buscar la verdad objetiva de lo que dijo el Concilio Vaticano II respecto a la verdad objetiva de la Tradición. Otros pueden ir más allá y entender el criterio de continuidad más allá de lo objetivo y pasar a reconstruir lo que dijo el Concilio de modo que concuerde subjetivamente con la Tradición. Todavía se puede ir más allá en la afectación de la inmanencia y tratar de reconstruir la Tradición de modo que el pensamiento que tengamos de ella a raiz del Concilio Vaticano II sea el criterio objetivo de lo que la Iglesia piensa de sí misma.
No necesariamente tienen porqué darse esas alternativas, ni únicas, ni exclusivas, ni tan delimitadas, ni excluyentes entre sí.
Las reglas hermenéuticas de la Escritura han sido sistematizadas ya por San Agustín. No hay nada nuevo aquí.
Si bien preferiría una aproximación al problema desde el método tomista (y me parece que su entendimiento del mismo es bastante limitado a decir por la forma en que Ud. lo expone en el párrafo primero; eso no es tomismo sino sensualismo materialista), en definitiva no importa la forma en que se haga la hermenéutica si se hace en forma coherente, consistente, lógica y en buena fe.
Lo que llama sensualismo materialista es un axioma de la escolástica citado entre otros por el mismo Santo Tomás (De Veritate q.2, a.3 arg.19) que en la sana filosofía perenne se usa para expresar que el conocimiento (y como sabrá la verdad es la adecuación entre la cosa conocida y la realidad que se conoce) proviene de las cosas externas (el ser real) a uno y no por posición de la conciencia (el ser pensado).
Este es Santo Tomás comentando ese axioma -"verbum illud" y marcando el camino del conocer:
verbum illud est intelligendum de intellectu nostro, qui a rebus scientiam accipit; gradatim enim res a sua materialitate ad immaterialitatem intellectus deducitur, scilicet mediante immaterialitate sensus; et ideo oportet ut quod est in intellectu nostro, prius in sensu fuerit
Santo Tomás profundizará en ello afirmando que no hay conocimiento sino en el singular y de ahí la importancia en el tomismo de la "conversio ad phantasmata".
Obviamente hace falta inteligencia para capatar el ser en la realidad, pero esta percepción entra por los sentidos. El resultado es el realismo en el que, por citar un ejemplo, Cornelio Fabro -por citar a alquien del neotomismo que ha trabajado el tema de la fenomenología de la percepción y la inteligencia- dirá que nosotros captamos el ser real a través de la sensibilidad y de la acción es muy distinto a la posición inmanente que piensa el ser real y la acción a realizar desde esa posición de ser pensado.
Respecto al párrafo que cita, es obvio que no trato de formalizar ni sistematizar todas las posiciones, como resulta de la parte que sigue y no cita. "Todo esto se puede dar incluso mezclado en un mismo discurso". El asunto está en que entienda que por hermeneútica (y no tratamos aquí de hemeneútica de la Sagrada Escritura, aunque es un problema anexo a este) se pueden entender cosas muy distintas según sea el principio filosófico aceptado. Y no olvide que alguien que es afecto del inmanentismo puede hacer también una exposición en forma coherente, aparentemente consistente, lógica (sobre todo eso) y en buena fe.
Por tanto cuando el Papa habla de una "hermeneútica de la continuidad con la tradición" sin señalar el principio filosófico a seguir en dicha hermeneútica ni corregir la misma aceptación que del principio de inmanencia se ha dado en el magisterio contemporáneo pues podemos entrar en una gran confusión similar a la de Babel, con el agravante de que aquel que tiene por designación divina el papel de separar el sentido y la verdad en el texto no lo hace y se limita a enunciar que hagamos hermeneútica contribuyendo a mantener y fomentar una confusión que el mismo debería subsanar con una sencilla y cuidada exposición de la verdad del dogma.
Estimado Miles,
Más allá de recomendarle que estudie la gnoseología tomista en forma íntegra para evitar para evitarle hacer afirmaciones disparatadas ["no hay conocimiento sino en el singular", ¿está convirtiendo a Sto. Tomás ahora en nominalista?], me centraré en lo que viene a cuento.
Respecto al párrafo que cita, es obvio que no trato de formalizar ni sistematizar todas las posiciones, como resulta de la parte que sigue y no cita. "Todo esto se puede dar incluso mezclado en un mismo discurso". El asunto está en que entienda que por hermeneútica (y no tratamos aquí de hemeneútica de la Sagrada Escritura, aunque es un problema anexo a este) se pueden entender cosas muy distintas según sea el principio filosófico aceptado. Y no olvide que alguien que es afecto del inmanentismo puede hacer también una exposición en forma coherente, aparentemente consistente, lógica (sobre todo eso) y en buena fe.
Por tanto cuando el Papa habla de una "hermeneútica de la continuidad con la tradición" sin señalar el principio filosófico a seguir en dicha hermeneútica ni corregir la misma aceptación que del principio de inmanencia se ha dado en el magisterio contemporáneo pues podemos entrar en una gran confusión similar a la de Babel, con el agravante de que aquel que tiene por designación divina el papel de separar el sentido y la verdad en el texto no lo hace y se limita a enunciar que hagamos hermeneútica contribuyendo a mantener y fomentar una confusión que el mismo debería subsanar con una sencilla y cuidada exposición de la verdad del dogma.
Cuando el Papa habla de hermenéutica del Magisterio, y yo lo hago en el mismo sentido, nos remitimos a los teólogos clásicos que ya hablaban de ello hace rato. Por ejemplo (y tomo sólo uno porque me pareció el más completo y, a la vez, fácil de entender):
Del mismo modo que para la interpretación de un texto legal o de jurisprudencia no es superflua la ciencia del derecho, hay ciertas enseñanzas pontificias que exigen ser interpetadas a la luz de los principios teológicos en que se inspiran y de la doctrina tradicional que los encuadra." (M. de la Taille)
¿Necesita más precisiones?
Primero:
Lo siento pero al igual que antes la ignorancia de un axioma escolástico citado por Santo Tomás le llevaba a hablar de "materialismo sensualista" ahora es la ignorancia de los principiso de la gnoseología tomista lo que le lleva a hablar de nominalismo.
Le basta leerse desarrollado el tema en el artículo 7 de la cuestión 84 de la primera parte de la Suma de Teología. Allí Santo Tomás es muy claro cuando establece la distinción entre el conocimiento angélico (que es un conocimiento de inteligibles no materiales) y el humano que es un conocimiento de inteligibles materiales. Lea al mismo Santo Tomás:
impossibile est intellectum nostrum, secundum praesentis vitae statum, quo passibili corpori coniungitur, aliquid intelligere in actu, nisi convertendo se ad phantasmata
...
Unde natura lapidis, vel cuiuscumque materialis rei, cognosci non potest complete et vere, nisi secundum quod cognoscitur ut in particulari existens.
Y a su acusación de nominalismo ya respondió Santo Tomás en la soculicón de una de las objeciones de ese mismo artículo:
incorporea, quorum non sunt phantasmata, cognoscuntur a nobis per comparationem ad corpora sensibilia, quorum sunt phantasmata. Sicut veritatem intelligimus ex consideratione rei circa quam veritatem speculamur; Deum autem, ut Dionysius dicit, cognoscimus ut causam, et per excessum, et per remotionem; alias etiam incorporeas substantias, in statu praesentis vitae, cognoscere non possumus nisi per remotionem, vel aliquam comparationem ad corporalia. Et ideo cum de huiusmodi aliquid intelligimus, necesse habemus converti ad phantasmata corporum, licet ipsorum non sint phantasmata.
Así que déjese de despreciar en base a lo que parece no conocer adecuadamente.
Segundo:
Por hermeneútica no sabemos lo que quiere decir el Papa más allá de que a la hemeneútica de la discontinuidad hay que oponer la de la continuidad. Lo que usted señala es ni más ni menos que el método teológico para interpretar al magisterio, algo que ya se encargó de decir la famosa "Nota explicativa previa":
Las demás cosas que propone el S. Sínodo, puesto que son doctrina del Supremo Magisterio de la Iglesia, deben ser aceptadas y abrazadas por todos y cada uno de los fieles según la mente del mismo S. Sínodo, la cual se conoce, bien sea por la materia tratada, bien por el tenor de la expresión, según las normas de interpretación teológica".
No es eso lo que está en juego. El problema radica en el paradigma de interpretación. Algo que parece no entender que puede ser muy distinto según sea el principio filosófico asumido y que ha dado lugar a que las normas "en acto" sean vistas de muy distinta manera por unos y otros autores.
Miles:
No soy yo el que acusa a Santo Tomás de sensualismo o de nominalismo, sino que es Ud. el que no comprende la gnoseología tomista. Eso es lo que tiene ser autodidacta, se carece de una formación sistemática, y sólo se tiene una visión emparchada, donde Ud. mezcla conceptos. Lamentablemente no tengo tiempo de darle una clase por internet y estoy a un oceáno de distancia para recibirlo de oyente presencial. Lo único que puedo hacer es recomendarle un estudio sistemático.
Respecto al otro tema, Ud. sigue mezclando. Habla de tomismo y luego trae a colación términos completamente extraños a la filosofía perenne como "paradigma", "inmanencia", etc.
Mucho Heidegger, aunque sea dictado por un opusino, le va a caer mal.
Ud. salió a querer terciar con el tema de la hermenéutica. Dado que Ud. no goza de cardiognosis, no puede saber lo que yo quise decir.
En cuanto a lo que quiso decir el Papa, la única norma autorizada de interpretación es la que puse más arriba. A menos que éste diga otra cosa expresamente, no hay porqué suponer "paradigmas", "inmanencias", & cétera.
Sino, estamos violando el principio de no contradicción. El Papa, Ud. o yo.
¿Por qué no publica mi respuesta?
¿Por qué no publica mi respuesta dada tras la de Grouchback de las 16:37 y que he reclamado esta mañana a las 8:54?
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