El texto de Romano Guardini que hoy
ofrecemos a nuestros lectores recuerda a quien esto escribe unas palabras de Jack Tollers: «…la opción
preferencial por los ricos no se halla en ninguna parte en el Evangelio. [Jesús]
Tenía, sí, sus amigos con plata: José de
Arimatea por caso, y el mismo Zaqueo. Pero su trato íntimo, sus preferencias,
sus más queridos son los anawim, los peores de todos... Es lo que Straubinger
llama "el mal gusto" de Jesús.»
Hay palabras cargadas de sentido
negativo y una de ellas es «pueblo». Resulta difícil no asociarla al discurso
populista, de la demagogia política y eclesial en sus formas actuales.
Sin embargo, no tenía este sentido para Dostoyevski, que
encontraba en el pueblo un sujeto privilegiado para el ejercicio de la caridad,
una manifestación de los predilectos del Señor.
Uno puede preguntarse si en sus circunstancias no hay personas semejantes a las que retratara Dostoyevski.
EL PUEBLO Y SU CAMINO HACIA LA SANTIDAD.
En Dostoyevski, el concepto de pueblo es la
expresión profunda y auténtica de lo propiamente humano. El pueblo es la esfera
primigenia de lo humano, esfera poderosa y venerable en que el hombre está
arraigado. Mas al propio tiempo es el pueblo el hombre en su total desamparo,
agobiado por el destino, explotado por los hábiles y avisados, oprimido por los
poderosos. Pero precisamente por ello esa forma de lo humano que es el pueblo
está cercana a las cosas eternas, está circuida por el amor protector, por el
amor divino. Para Dostoyevski, lo mismo que para todos los grandes románticos,
la palabra pueblo despierta resonancias de veneración, de doble anhelo,
de piedad y de consuelo.
El pueblo está en íntima conexión con los
elementos del ser, ha nacido con la tierra, está sobre ella, trabaja en ella y
vive de ella. El pueblo está enlazado en la estructura misma de la naturaleza,
sumergido en las ondas de la luz y del acontecer natural y siente tal vez, sin
tener palabras para expresarlo, el todo en su unidad.
Es el pueblo, a pesar de sus miserias y de sus
pecados, lo auténticamente humano y, a pesar de toda su bajeza, enjundioso y
sano, porque tiene sus raíces en la estructura esencial del ser, en cambio el
cultivado, el occidental que se aparta de esa vida profunda se convierte
en un ente inconsistente, artificial y enfermo.
La sangre del hombre del pueblo está en su
circulación abierta al torrente de la vida común en familia, de la vida de la
comunidad y de la vida de la humanidad. El hombre del pueblo vive la totalidad
de los sucesos del destino. No tiene ninguna posibilidad de sustraerse al sino,
mas tampoco se siente impulsado a hacerlo. Su vida está así colmada de los
hechos fundamentales del ser, de los simples acontecimientos cotidianos y de
las sencillas alegrías y dolores. El pueblo es, de un modo directo y en ese su
estar conforme consigo mismo, el hombre como tal. El pueblo no reflexiona ni se
proyecta hacia afuera. Vive aferrado a sus raíces, aferrado al ser hacia
adentro. No piensa ni siente de una manera abstracta, sino que lo hace
valiéndose de imágenes y sucesos concretos. No sigue ninguna doctrina, sino que
obra partiendo de la sustancia concreta, del ahora y del aquí. Sus instintos no
han sido aún engañados, de suerte que posee un seguro sentido de dirección y de
distinción. El vigor de su vista no ha sido aún destruido; en su vida se erige
el símbolo y la visión puede llegar al pueblo y descubrirle el sentido del
universo. Instruido por las calladas fuerzas creadoras, sabe y comprende.
De tal suerte vive el pueblo y en él el
individuo vive la indestructible realidad del ser, al cual, empero, está
entregado. Ha de sobrellevar, pues, el peso de la existencia, sólo que no se
plantea la cuestión acerca de si tal carga se justifica. El hombre del pueblo
admite la vida con todas sus penurias como
algo dado; por lo demás no conoce las técnicas que le permitirían
sustraerse a ellas. Simplemente las soporta y de ahí su grandeza.
El pueblo es un ente abandonado a sí mismo,
fatigado y agobiado. Es posible que sea astuto, mas, sólo se trata en él de una
astucia que se da dentro de ese ser del que se encuentra cautivo. Claro es que
también se da el mal, y en gran medida, en el pueblo. En medio de la infantil e
inocente alegría y de la bondad más acendrada puede surgir de pronto, cual
rayo, un estallido de pasión que se convierte al punto en necia furia. Todas
las malas pasiones, furor salvaje, perfidia, imprevisibles raptos de
destrucción, crueldad sin límites, abandono a la vida licenciosa y al alcohol,
corrupción, todas las fuerzas del mal pueden enseñorearse de él, mas con todo
eso, sí, a pesar de eso, el pueblo es "bueno como los niños".
En el fondo, para Dostoyevski, lo mismo que
para todo romántico, el pueblo es un ser de existencia mítica. Ese pueblo que
Dostoyevski concibe está constituido por los hombres individuales de la vida
diaria, pero detrás de ellos hay otra esfera a la que asimismo pertenecen, la
esfera propia y primigenia de lo humano, y es por su inclusión en ella que los hombres
adquieren el carácter de pueblo.
Y el pueblo así concebido está cerca de Dios.
En las observaciones preliminares de esta obra
señalé que en el universo de Dostoyevski los hechos y elementos primarios del
ser como la tierra y el sol, el mundo animal y el vegetal, la maternidad, la
vida del niño, el dolor y la muerte, tenían relación con lo religioso. Y en
efecto, están colmados de significación religiosa, pero en sí mismos
constituyen además indicaciones de cómo lo creado se sumerge en Dios,
indicaciones de la estrecha relación entre Éste y sus criaturas, de unión...
Así pues, el pueblo, y en virtud de esa proximidad, está en cierto modo abierto
a Dios. Está próximo a Dios, porque está asimismo abierto a los elementos
fundamentales del ser y a ellos indisolublemente entretejido y entregado.
Expresémoslo de un modo aun más preciso: el
sentimiento religioso del universo que posee el hombre de Occidente parece caracterizarse
por el hecho de que ese hombre tiene conciencia de que Dios ha creado el mundo
de un modo acabado y perfecto en sí mismo, de que lo ha creado enteramente en su
libertad absoluta, de suerte que ese sentimiento queda informado por la acción
religiosa de distancia entre el creador y la criatura. De tal modo, el hombre y
el mundo aparecen, por decirlo así, creados a la distancia y hallarse sólo en
la esfera de lo finito, pero, por eso mismo, tendiendo permanentemente hacia
Dios en un afán de superar tal distancia. Aun cuando el hombre occidental
conciba a Dios como inmanente en el mundo —sí, a pesar de todas las corrientes
filosóficas monistas de Occidente— siempre parece persistir en él el sentido de
que Dios, que habría creado su obra sin trascender de sí mismo, volviera a
acercarse a ella desde la lejanía, volviera a penetrarla, a colmarla... En el
universo de Dostoyevski, por el
contrario, no parece verificarse ese
sentimiento de una creación acabada, conclusa en sí misma. En ningún sentido, el mundo de Dostoyevski puede interpretarse
como una creación que tiene su estado propio, sino como un mundo que pende
enteramente y de manera particularmente inmediata de las manos de Dios. Ese
mundo parece estar siempre en el movimiento incesante del devenir, en el fluir
permanente y Dios, suscitando en él ese misterioso acontecer, es concebido por
el hombre como ligado a ese movimiento en el cual también, por otra parte, está sumergido el hombre.
El pueblo, pues, que no se ha desprendido de
la esfera primigenia y originaria de la condición propiamente humana, sino que
vive simplemente con la tierra, nutriéndose de ella y a la vez a ella entregado, se
siente situado en medio de ese campo de fuerzas y tensiones del obrar de Dios sobre el mundo. Percibe que
el todo está animado por algo que proviene de Dios. Presiente el misterio de
ese secreto acontecer, su proximidad, su eterno movimiento. Llega a comprender
la impenetrabilidad de su enigma, mas de vez en cuando vislumbra y experimenta
asimismo las oleadas del torrente de la vida, su inflamado resplandor.
Todo esto ninguna relación tiene en el
pensamiento de Dostoyevski con el naturalismo y menos aun con el panteísmo. El hombre
de Dostoyevski no es un adorador de la naturaleza ni piensa a Dios como una sola cosa con el
universo. En ese mundo en que todo se entreteje con lo divino hay una nota que
confiere a este pensamiento un sentido cristiano. El obrar de Dios en la
naturaleza es obra de redención. Es un obrar sobre una nueva creación. Dios
está frente a la naturaleza y a la vida, pero bajo el signo de Jesucristo y por
medio de Jesucristo invita al hombre a salir del mero estado natural y llegarse
a El. De no existir esta nota de sentido cristiano, el hombre permanecería en
una naturaleza puramente natural, que no sería ya concebida como creación de
Dios, sino con un sentido pagano.
Dostoyevski ha expresado su pensamiento a este
respecto del mismo modo en que se ha referido siempre a las grandes cuestiones,
esto es, valiéndose de la dialéctica de sus personajes, tan rica y
significativa, pero a la que no hay que tratar, con todo, sin aplicar cierto
sentido crítico. En las novelas de Dostoyevski encontramos muchos personajes
que expresan la posición y actitud del pueblo tal como las hemos descrito más arriba.
Hay empero algunos que al convertir el mundo de Dios y el pueblo de Dios en
algo enfermo y malo revelan su peligroso carácter. Recuérdese a Schátov de Demonios,
ese fanático del pensamiento del pueblo para quien Dios se convierte en
"un atributo de la personalidad del pueblo"; piénsese en María
Lebiádkina, en cuya mente la Madre de Dios y la tierra, confundidas en una
misma noción, cobran el carácter de la magna mater de los paganos y a
quien el sol, símbolo de Dios, habla de la infinita melancolía de Dionisos.
¿Dónde está la brecha que, salvando la falsa inmediatez de la estructura
general de la naturaleza, conduce a la realidad cristiana de Dios? Allí donde
el pueblo que cree en Jesucristo sabe que éste está presente en todas partes:
en la naturaleza así como en su acontecer y en la existencia cotidiana.
"También los animales tienen a Jesucristo", enseña el starets Zósima
a los jóvenes campesinos, "y los pajarillos lo alaban". En todo cuanto
ocurre interviene Dios, y la voluntad de Jesucristo penetra en el corazón de
los creyentes. De esta suerte retiene la existencia del hombre enteramente la
condición real de la tierra, sólo que queda amparado bajo el poder de la
protección de Dios y colocado bajo la majestad de su voluntad.
Ábrese esta brecha ante todo, por el
sufrimiento y el dolor. El pueblo de Dostoyevski sufre horriblemente. Toda su
existencia está marcada con el signo del dolor. Ese dolor, empero, se considera
como la voluntad de Dios y como tal se lo soporta.
Claro es que a veces se levantan quejas y el
hombre se subleva contra el dolor; pero ello siempre ocurre dentro del marco
determinado del ser, a que ya hemos aludido. De tal modo verifícase una
constante trasformación del universo puramente natural en una creación
auténticamente cristiana.
Por eso la tierra, la naturaleza y
el pueblo no son naturales sin más, sino realidades redimidas que
guardan una profunda relación con lo que San Pablo llama "nueva
creación" y con el concepto expuesto en sus epístolas a los efesios y a
los colosenses de que la Iglesia es el Cuerpo Místico de Jesucristo.
Vive pues el pueblo en una actitud que lo hace
apto para comprender inmediatamente las palabras de la Revelación.
El starets Zósima dice: "Ábreles
este libro de las Sagradas Escrituras y ponte a leer sin palabras altisonantes
y sin soberbia, sin darte importancia con ellos, sino tierna y dulcemente, alegrándote
de estarles leyendo y de que ellos te hablen y comprendan, gustando tú mismo de
lo que lees y haciendo únicamente de cuando en cuando una pausa para explicarles
algún vocablo incomprensible para los campesinos; no te apures, que lo
entenderán todo, todo lo entiende el corazón ortodoxo." (Los hermanos
Karamdzovi, parte II, libro IV, capítulo II). Tal pensamiento tiene su
origen en los mismos libros sagrados. Mas cuando en esa actitud creyente el
pueblo ignorante reconoce la totalidad de lo que existe como un perpetuo obrar
y como un constante mensaje de Dios, la palabra sagrada penetra ya en un mundo
que le es afín y en donde es comprendida, aunque no siempre en su expresión
plenamente conceptual. Así pues, es el pueblo en su ignorancia y a pesar de
ella el receptor de la palabra divina más cercano a Dios. "Sin la palabra
de Dios perece el pueblo, pues está ansioso de su verbo y de recibir toda la
Belleza." En esta afirmación de que el pueblo "está ansioso de su
verbo y de recibir toda la Belleza" se percibe claramente el parentesco
que liga la creación a la Revelación, parentesco sólo turbado por el pecado,
pero nunca anulado. "Belleza", dice Dostoyevski, y recordemos que la
palabra que en griego designa la gracia, charis, significa también donaire y encanto y que para
la conciencia cristiana la realización última y perfecta del hombre que habla
el Apocalipsis. Este sentimiento vive profundamente arraigado en el ser
del cristiano. El pensamiento de que la palabra de la Revelación y la esencia
del mundo sean cosas independientes entre sí, le es ajeno, como siempre lo fue
en Oriente donde las nociones de nueva creación y de inmortalidad en
la bienaventuranza constituyeron las expresiones con las cuales se designó
el fruto de la Redención.
Tan profunda es esa relación que el propio
pueblo se convierte en un misterio de Dios en el que es preciso creer. Quien pierde
contacto con el pueblo, lo pierde asimismo con Dios vivo, pensamiento éste al
que quizá pudiera calificarse de romántico, que sólo adquiere su verdadera y
plena significación en la conexión en que para Dostoyevski están los conceptos de
"pueblo de Dios" y "nueva creación". "Quien no cree en
Dios tampoco cree en el pueblo de Dios, pero quien cree en el pueblo de Dios
contempla también su santidad aunque hasta entonces no haya creído en
ella." Quien abre su corazón al misterio de ese pueblo humilde y creyente,
en el que constantemente se realiza el misterio de la acción creadora y redentora
de Dios, se abre al mismo Dios.
Ya he empleado varias veces la palabra
romántico para referirme a Dostoyevski y por cierto que fue uno de los más grandes.
Su pueblo, empero, no es un producto romántico en un sentido superficial y
vulgar. Independientemente del hecho de que en su concepto de pueblo tienen
cabida elementos fundamentales de la concepción cristiana del mundo, ese pueblo
en modo alguno aparece en las obras de Dostoyevski idealizado, sino que muy por
el contrario éste lo trata con un criterio extremadamente realista, si se
entiende por realismo la expresión de una realidad desnuda. El pueblo de
Dostoyevski se presenta en toda su suciedad, con todos sus vicios, en su
depravación e ignorancia, pesado, codicioso, degradado, sobre todo por su
irresistible inclinación a la bebida... Mas con todo eso es "el pueblo de
Dios".
La existencia de ese
pueblo así presentado nada tiene de santa en sí misma —cuando Dostoyevski
tiende a considerarla santa en ese sentido es signo de que ha sucumbido a su paneslavismo
metafísico—, mas por doquier permanecen abiertas las puertas que conducen a la
santidad del pueblo. En cualquier momento puede acontecer que el más vil y
pervertido de los hombres, en estado de beodez y en una mala taberna, comience
a hablar sobre Dios y el sentido de la existencia con tal profundidad que no
haya sino que ponerse sencillamente a escucharlo pues cuanto dice es digno de f
e…
Esto sólo es posible cuando la totalidad del
ser, y en virtud de esa posición con respecto a él en que se encuentra el pueblo,
está en íntimo contacto con Dios.
Tomado de:
2 comentarios:
La gracia —advierte Moeller— dista de ser una invitación a la inhibición y al conformismo. Penetra como una espada en la entraña misma del ánimo y obliga a un perenne desvelo... Por eso nos encontramos con santones laicos sumidos en el sopor de la autosuficiencia y con santos insomnes en su noche oscura. La gracia es amor, y en amor hasta el abandono es apertura a una suprema vitalidad. Por algo los grandes místicos han desplegado tan prodigiosa actividad en ocasiones, algunos a lo largo- de su vida entera, y par algo su lectura rejuvenece el alma. Ni amargura ni malhumor, ésas son como las flores de trapo del falso ascetismo; la santidad, recuerda Merton, es exactamente lo contrario del suicidio.
"Quien cree en el pueblo de Dios, contempla también su santidad". Entiendo que ¿ es parte de libro ¿6 ? "El monje Ruso", dentro de "Los hermanos Karamazov"? . Necesito saber la parte específica de la obra de Dosytoiewski, donde aparece ese texto. Agradeceré información ascendientes@hotmail.com.
He visto, muy de pasada, debo decirlo, el contenido de este blog, y espero visitarlo más en profundidad, más adelante.El texto de Guardini sí lo conocía.Gracias.
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