A través de toda la obra de Dostoyevski se
percibe la vida del pueblo como una multitud anónima y algunas veces
apenas nombrada. Por doquier vemos sus mudos ojos clavados en nosotros,
por doquier sentimos el latir de su corazón. De esa masa, empero, se
destacan, recortándose individualmente, algunas figuras que permanecen sin
embargo entretejidas en el gigantesco conjunto. Es posible encontrar tales
figuras en todas las novelas. A veces es un criado, más allá un campesino o
un pequeño burgués o un soldado; transeúntes de la calle que surgiendo por
breve espacio dicen algunas palabras y vuelven a desaparecer entre la
multitud; huéspedes de una posada, obreros, vendedores del mercado, gentes
de bien y perdidos, gentes avisadas y tontas... Al principio de Los hermanos
Karamázovi y destacándose del anónimo conjunto de la turba,
encontramos algunas figuras que impresionan profundamente; trátase del
pasaje en que el pueblo acude a ver a su gran amigo, el starets Zósima,
pasaje contenido en el tercer capítulo del libro segundo e intitulado Las
mujeres creyentes. Llevan a presencia del starets a una klikuscha,
una poseída, que "a veces pierde completamente la razón y chilla y
aúlla como un perro". Ésta es una de las tantas que padecen ese mal.
Dice Dostoyevski que se trata de una "terrible enfermedad... y que al
parecer entre nosotros, en Rusia, constituye una enfermedad que atestigua
de la suerte de nuestras campesinas; enfermedad debida al trabajo
agotador, a los partos penosos anómalos, faltos de toda asistencia médica
y también a la pena sin desahogo, a los golpes, etc., que algunas
naturalezas femeninas, a pesar de todo, no pueden soportar" (Los hermanos
Karamazovi)
"Penas sin desahogo", exceso de
trabajo, sofocación y cansancio; nada de ese luminoso amor que ayuda a
vivir, ninguna posibilidad siquiera de protegerse o de encontrar un camino que
conduzca a la libertad, como es capaz de crearse culturalmente el hombre
hecho libre por obra de su energía y fuerza inventiva. Aquí está el ser
humano totalmente abandonado al sufrimiento.
En el caso de la klikuscha no hay que hacerse
ninguna ilusión, la enferma se tranquiliza cuando se le aproxima el starets.
Queda por el momento sosegada; mas tiene que retornar a su medio y
entonces todo volverá a ser como antes. Su situación no tiene salida, no
puede escapar a su destino. Sin embargo, Dios está presente... Ni la
justicia ni la dignidad humana tienen fuerza aquí. La mujer permanece
encadenada a su destino, mas ni por un momento se le ocurrirá pensar que
es inmerecido y aun cuando nada cambie, aun cuando su visita al hombre de
Dios sólo constituya un alivio momentáneo, no abrigará la menor duda
acerca de la bondad infinita de Dios. Esta criatura humana continuará
viviendo sin encontrar remedio a su mal y continuará unida a Dios cuya voluntad
no comprende, pero a la cual se somete. Un oscuro y terrible destino pesa
sobre este hecho. Sin embargo, la mujer, de todas maneras, se siente
profundamente consolada y en ello hay una promesa así como la hay en el grano
de trigo sembrado en la tierra.
Consideremos ahora a otra mujer hacia la que
se vuelve el starets después de haber atendido a la klikuscha.
" Tú, que has venido de lejos —le dijo a
una mujer aún no enteramente vieja, pero muy flaca, de cara no ya curtida del
sol sino como toda negra. Estaba arrodillada y con finos ojos contemplaba al starets.
En su mirada había algo de extravío.
"—De lejos, padrecito, de lejos. De
trescientas verstas de aquí. De lejos, padre, de lejos —dijo la mujer
canturreando y moviendo lentamente a un lado y a otro la cabeza y apoyando la
mejilla en la mano."Hablaba como salmodiando. Hay en el pueblo bajo un dolor
taciturno y muy sufrido. Métese dentro y calla. Pero hay también un dolor que
revienta, rompe a llorar y en tal instante sale afuera en forma de salmodia.
Sucede así especialmente a las mujeres, pero no es más leve que el dolor
taciturno. La lamentación consuela únicamente porque penetra más hondo, en el
corazón. Tal dolor ni siquiera quiere consuelo del sentimiento de su
insaciabilidad se sustenta. La lamentación es sólo una necesidad de irritar continuamente
la llaga.
"—Serás de la clase media —continuó
mirándola curioso el starets.
"—Campesina, padre, campesina;
labradores, pero de la ciudad. Vivíamos en la ciudad. Por verte a ti, padre,
vine. Nos hablaron de ti, padrecito, nos hablaron. He enterrado a mi hijito, a
mi pequeñito; vine a rezarle a Dios. En tres monasterios estuve cuando me
dijeron: 'Ve, Nastasiuschka, también
allí', es decir a ti, padrecito, a verte.
Vine, estuve anoche en la iglesia y hoy me he llegado hasta ti.
"—¿Por qué lloras?
"—Es por mi hijito, padre, tres añitos
tenía menos tres meses; sólo eso le faltaba para cumplirlos. Por mi hijito
lloro, padre, por mi hijito. Era el último que me quedaba de cuatro que he
tenido con Nikituschka y no tenemos ya más, no los tenemos aunque los deseamos,
no los tenemos. A los tres primeros los enterré sin sentirlos mucho, pero a
este último le he dado sepultura y no puedo olvidarlo. Parece como si lo
tuviera siempre delante, que no me deja. Tengo deshecha el alma. Miro sus
cositas, su camisita o sus zapatitos y rompo a llorar." (Los hermanos
Karamazovi, parte I, libro II, capítulo III)
He aquí otro ser humano presa de un dolor tal
que ningún recurso del entendimiento, de la voluntad o de la imaginación es
capaz de mitigar. Mas, lo que resulta verdaderamente admirable en este pasaje
es el modo con que el starets trata el asunto, Primero intenta consolar
a la madre declarándole que el niño está gozando de la bienaventuranza en el
Señor. La mujer no abriga la menor duda de ello, mas su pesar es demasiado hondo,
inexorable; lo que le dice el anciano no le aporta consuelo alguno. Entonces
comprende el starets que se halla ante un dolor sin remedio y con
sosegado continente dice:
"—También así Raquel lloró a sus hijos y
no pudo consolarse de su falta, y el mismo destino os está deparado a vosotras las
madres en esta tierra. Y no te consueles, no hace falta consolarte; no te
consueles y llora, pero cada vez que llores acuérdate asimismo de que tu
hijito... es uno de los ángeles de Dios, que desde allí te mira y ve y en tus
lágrimas se alegra y se las muestra al Señor Dios. Y largo tiempo habrá de
durar todavía éste tu gran llanto maternal; pero al fin se te cambiará en dulce
alegría, y tus amargas lágrimas serán lágrimas de alborozo y
purificación del corazón, redentoras de pecados." (Los hermanos
Karamazovi, parte I, libro II, capítulo III).
La situación en sí misma no se ha modificado
en nada puesto que nada podía cambiarse en ella. Sin embargo, esa inmodificable
realidad del dolor ha de conducir a Dios y en última instancia a una profunda
resignación. He aquí entonces que se operará una mudanza en todo el ser
adolorido, una trasformación de esa criatura que, asistida por la gracia, se anegará
en el dulce amor de Dios. Y esa trasformación de la dura existencia realizada
en virtud de la fuerza del amor de Dios es obra del pueblo creyente.
"—Ve con tu marido, mujer; hoy mismo te
irás con él, madre.
"—Me iré, querido, me iré como me lo
dices. Me has aligerado el corazón." (Los hermanos Karamázovi,
parte I, libro II, capítulo III)
Después de haber atendido a una anciana
madrecita que anhelando tener noticias de su hijo ausente había recurrido a prácticas
supersticiosas para lograrlas, se presenta ante el starets la más
sombría de todas estas figuras.
Tero el starets ya había distinguido
entre la turba los dos ardientes ojos, tendidos hacia él, de una campesina al
parecer tísica, pero todavía joven. Lo miraba en silencio; con los ojos parecía
pedir alguna cosa, pero no se atrevía a acercarse.
"—¿A qué has venido, hija mía?
—Alíviame el alma, padre —dijo ella suave y
lentamente cayendo de rodillas y aciendo una reverencia hasta tocar el suelo—.
Pequé, padre, y temo a mi pecado.
"El starets se sentó en el peldaño
inferior; la mujer se le acercó andando de rodillas.
"—Hace tres años que me quedé viuda
—empezó en su susurro y como estremecida—. Pesado se me había hecho el matrimonio:
viejo era, me pegaba hasta lastimarme. Luego, se puso malo y cayó en cama; yo
pensé: lo cuidaré, pero si se pone bueno y otra vez se levanta, ¿qué va a pasar
aquí? Y se me ocurrió entonces esa idea...
"—Espera —dijo el starets, y arrimó su oreja derecha a los labios de la
mujer. Ésta continuó su confesión en un murmullo, de suerte que apenas se podía
oír nada. Acabó pronto.
"—¿Hace tres años? —preguntó el starets.
"—Tres años. Al principio no pensaba en
ello; pero ahora me puse enferma, me entró tristeza." (Los hermanos
Karamázovi,parte I, libro II, capítulo III). Una vez más estamos frente a
un dolor irremediable. Trátase aquí del tormento de una mujer que en su desesperación se siente
culpable. Es sólo un pensamiento, pero en él se encierra el mayor de los
suplicios: la terrible convicción de que está condenada. El starets vuelve
otra vez a comprenderlo todo con admirable profundidad; comprende que no tiene
sentido el pretender librar a esa mujer de sus tormentos, que es inútil pretender
librarla del destino a que está encadenada. Toda reflexión que él hiciera a fin
de consolarla y poner remedio a su dolor tendría que tender, por fuerza, a
librarla de las cadenas de ese destino. Por eso el starets señala el
único punto de salida posible, el único medio capaz de trasformar su ser y hacerlo
acepto a Dios: el arrepentimiento.
"—Nada temas y nunca temas ni te aflijas,
con tal de que no se te pase la contrición... Dios todo lo perdona. Además, no
hay pecado tan grande ni puede haberlo en toda la tierra que no se lo perdone
Dios al que de veras se arrepiente. Ni puede cometer el hombre pecado tan
enorme que apure el infinito amor de Dios. Pero, ¿es que crees sea posible haya
un pecado tal que acabe con el amor de Dios? De modo que no pienses más que en
dolerte de ello continuamente, pero aparta de ti todo temor. Cree que Dios te
ama de un modo que tú misma no puedes imaginarte; a pesar de tu pecado y con tu
pecado y todo, te ama. Y por uno que se arrepiente hay más alegría en el cielo
que por diez justos; mucho tiempo hace que eso está escrito. Vete pues, y no
temas nada. No te enfades con la gente, no te sulfures aunque te ofendan. Con el
corazón perdónale al difunto todo aquello en que te ofendió, reconcíliate con
él de verdad. Cuando te pesa es que amas y si amas eres ya hija de Dios... Con
el amor todo se redime, con el amor todo se salva. Si yo que soy un pecador
como tú, me he conmovido y apiadado de ti, ¿qué no hará Dios? El amor es un
tesoro inestimable y tanto que con él puede comprarse el mundo entero y no sólo
los propios sino los ajenos pecados redimen. Vete pues y no temas.
"Hizo sobre ella por tres veces la señal
de la cruz, se quitó del cuello una imagencita y se la puso a ella." (Los
hermanos Karamazovi, parte I, libro II, capítulo III).
Conmovedora grandeza es la de este pueblo. Que
sea grandeza verdadera y no muda pesadez y torpeza se demuestra por el hecho de
que así lo comprenden esos conductores de almas (como el starets Zósima
cuya suprema sabiduría y amor son indudables) al guiar al pueblo por semejantes
sendas. Son ellas sendas que sin ningún género de ilusiones llevan a aceptar los
más duros destinos, a aceptar sin gestos heroicos la ardua realidad. Quien sepa
lo que significa la palabra santidad, esto es, una existencia vivida en la fe
incondicional, comprenderá que el pueblo concebido por Dostoyevski va camino de
la santidad.
Sin embargo, observemos que la naturalidad con
que los más sublimes elementos y puntos de vista religiosos informan la estrecha
y chata realidad cotidiana, la precisión con que esas criaturas comprenden su
sino al echar a andar resueltamente por las sendas que he dicho, sólo son
posibles en virtud de la posición del pueblo, que ya he señalado más arriba,
respecto al todo. La vida del pueblo está entrelazada de un modo directo con la
de la tierra; pero esta inmediatez no ha de entenderse con un sentido
naturalista o pagano; tampoco hemos de entenderla en el sentido del idealismo,
esto es, que el pueblo constituya un grado primero y elemental de la existencia
plenamente humana, una conciencia elemental que sólo a través de la reflexión podría
convertirse en espiritualidad auténtica. Esta sería una concepción occidental.
Mas Dostoyevski siempre se opuso precisamente a que tal esquema se aplicara a
su pueblo. En él trátase más bien de una nueva brecha abierta que,
superando toda noción de naturalismo y de devoción pagana, en virtud del
concepto de la unión con Jesucristo y de la concepción del ser como voluntad de
Dios, conduce a la más profunda relación espiritual con Dios.
Tomado de:
Guardini, R. El universo religioso de Dostoyevski. Ed. Emecé, Bs. As., 1952, ps. 24-30.
No hay comentarios:
Publicar un comentario