Teología
y literatura no son objetivamente dos ámbitos excluyentes, aunque
ciertamente el quehacer teológico -ahondar en la inteligencia de la
revelación cristiana, con el rigor científico que ello comporta- y el
quehacer literario sólo hayan sido cultivados simultáneamente y con la
debida calidad que ambas tareas requieren por unos pocos privilegiados.
Agustín de Hipona representa al respecto una figura paradigmática.
Ciertamente
la teología se
expresa preferentemente en formas literarias: en tratados, ensayos o
artículos. Pero todas estas formas se encuadran dentro de una «literatura
científica», género al cual se le dispensa generosamente del axioma propio
del arte: «el primado en la búsqueda de la belleza». Tan sólo se le exige al
teólogo esa forma de belleza intelectual que Millán-Puelles ha señalado
tan oportunamente: la claridad expositiva.
Con
todo, la historia muestra que existe una interrelación insistente entre
las bellas letras y la investigación teológica. Las obras filosóficas de
Heráclito, Parménides y Platón son simultáneamente clásicos literarios y
testigos de cómo la literatura inspiró el pensamiento filosófico -y
concretamente la teología natural- en sus orígenes. Aristóteles, por su
parte, continuando una línea de investigación platónica, dedicó su Retórica
y su Poética a teorizar sobre la literatura, mostrando entre
otras cosas el modo como el arte literario influye en las convicciones
morales de los hombres. En los primeros teólogos cristianos se descubre un
interés literario o, al menos, retórico: Justino, Tertuliano, Clemente
Alejandrino y Lactancio son exponentes de ello, pues tratan de teologizar
y simultáneamente mantienen la preocupación por escribir formalmente bien,
es decir, procuran expresarse en formas que fueran literariamente aceptables
en la cultura grecorromana. Ya hemos aludido a San Agustín, profesor de
literatura por profesión y que es considerado a la vez un clásico de las Letras y un profundo pensador cristiano.
Prudencio cultivó igualmente ambos ideales, aunque con menor fortuna.
Siglos
después cabe observar fenómenos análogos al de Agustín en escritores de la
edad moderna y contemporánea, como son Marsilio Ficino, Luis Vives, Tomás Moro,
Blaise Pascal, J .H. Newman, S0ren Kierkegaard o C.S. Lewis. Y, en cuanto al
interés por la literatura como fuente de inspiración teológica, no puede
olvidarse a Romano Guardini ni a Charles Moeller, aunque decididamente
este interés sólo brota con decisión desde hace pocas décadas. Guardini
y Moeller son
figuras especialmente interesantes...
GUARDINI
Romano
Guardini (1885-1968) fue un hombre de cultura; por eso se sentía a
disgusto en el encasillamiento que suponía investigar o enseñar tratados
teológicos limitados a unos temas que desde hacía un siglo se habían
esquematizado hasta casi fosilizarse. Acontecimientos imprevisibles para
él le situaron en un contexto académico ideal para sus aspiraciones: la
cátedra de «Filosofía católica de la religión y visión católica del mundo» en la Universidad de Berlín (1923- 1939),
proseguida más tarde en Tübingen y finalmente en München, donde
desde 1948 se crearía para él la cátedra de Katholische Weltanschauung. Así
providencialmente Guardini se encontró con una casi absoluta libertad de
estudiar y explicar
aquellos temas que su atinada intuición le señalaba como decisivamente
importantes para una teología que quería insertarse orgánicamente en las
preocupaciones de la cultura universitaria alemana. Entre los temas que
Guardini percibió como relevantes para ese fin se hallaban algunos
netamente literarios; por eso explicó y luego escribió: Estudios sobre
Dante (1931-1956); Holderlin:
imagen del mundo y piedad (1939); El mundo religioso de Dostoievski
(1947); La relevancia de la existencia en Rainer Maria Rilke: Una
interpretación de las «Elegías de Duino» (1953); Sobre la esencia de la
obra artística (1959, 2.a ed.) y Lenguaje - Poesía – Interpretación
(1962).
Según él mismo afirma en sus
breves Apuntes para una autobiografla (1945), su teología se
centraba en tres ejes: en la antropología, en el contacto con el Nuevo
Testamento y, por último, en «interpretaciones de textos y figuras
religiosas, filosóficas o poéticas» tratando de enlazar con ellas los
problemas más propiamente teológicos (§V). Su obra acerca de
Dostoievski es quizá la más emblemática al respecto -y la más ampliamente
conocida-. En el Prólogo de la misma explica la dificultad de su tarea. En
efecto, el universo del gran novelista ruso ha sido calificado como
especialmente «polifónico», en cuanto alberga una inimaginable cantidad de
voces e ideas diversas.
Tras arduos esfuerzos, Guardini
comprendió que la clave de tal polifonía se encontraba en «el mundo de los
valores» propuestos por el autor ruso (inocencia, humildad, nobleza
espiritual…), al cual se ordenan motivos como la luz, la tierra, el dolor, la concordia,
etc. Desde ese foco luminoso «todo el universo de Dostoievski, por
superficial que pareciera a primera vista, se me representó colmado de
sentido religioso». El libro de Guardini es un estudio de ese sentido religioso presente
en los temas y personajes dostoievskianos. El estudioso deja hablar
profusamente al novelista, reflexionando con él y a propósito de su obra
sobre Dios y sobre el hombre encarado con Dios. Por dicha razón este libro
no es meramente una interpretación literaria de Dostoievski -aunque sin
duda tenga también ese valor-, sino que es ante todo un ensayo
auténticamente teológico, en cuanto aspira a conocer la realidad del
problema religioso planteado en modo de ficción literaria. Guardini
utiliza, pues, la literatura de ficción para iluminar la esencia de la
religiosidad humana y de la fe cristiana…
La obra de Guardini y, sobre todo,
la de Moeller, pueden ser consideradas en cierto sentido como proféticas, en
cuanto han percibido la relevancia que hoy en día tiene la literatura -y, en
especial, la novela- para el desarrollo de la teología actual. Hay que subrayar
en especial la consideración que les merece la literatura de ficción como cierto
lugar teológico. En efecto, la novela -como ha reivindicado en voz alta la
narratología moderna- no es sólo un pasatiempo agradable, sino una actividad
comunicativa en la cual el lector puede ampliar su horizonte vital, dialogar
con los grandes espíritus del presente y del pasado -leer a los clásicos es, en
frase de Quevedo, poder hablar con los difuntos-, ponerse en contacto con
ideas, situaciones y valores que de otra forma estarían fuera de su alcance. En
una época como la nuestra que muchos describen por su característica universalidad
espacio-temporal -la «aldea global» (MacLuhan)-, el teólogo no puede ser
humanísticamente provinciano, no le es lícito desconocer la polifacética
complejidad de la realidad humana…
Ahora bien, tras ponderar los
valores de quienes desde la teología se han atrevido hasta ahora a introducirse
en el ámbito de la literatura, es preciso reconocer que la hermenéutica de
Guardini, como la de Moeller, son susceptibles de múltiples críticas por parte
de los expertos en narratología y en teoría de la literatura …el universo
religioso de Dostoievski ¿no es acaso un mundo posible, como es propio
de cualquier obra narrativa? Pero, si esto es así, la religiosidad allí
analizada es sólo una religiosidad posible, quizás utópica. La fe
de Alíosha, la santidad de Zósima, la maldad de Stavrogin, Kirillov o la
de Iván Karamazov, la piedad solidaria del pueblo ruso..., todas estas
caracterizaciones se refieren a personajes inexistentes, no a personas
reales. Limitándose a describirlos, Guardini esquiva la cuestión que más
interesa al teólogo: ¿los hombres son realmente así? ¿Acciones
reales análogas conducen a la felicidad o a la desdicha tal como son
tramadas por Dostoievski? ¿Nuestras actitudes de ese género merecen, por
tanto, en la realidad esos mismos juicios de aprobación o de repulsa que
las novelas evocan?
Guiarse tan sólo de la propia
intuición para extraer unos textos de cierta novela y pretender así estar registrando
como testimonio las voces del hombre contemporáneo es una actitud
sujeta a muchas críticas, una empresa algo ingenua. ¿Dónde radica la
aptitud de tales textos para ejemplificar las actitudes reales de los
hombres contemporáneos? ¿Acaso no constituyen tan sólo la voz del autor
implícito (autor implicado) de la novela, un constructo que principalmente
se rige por criterios de coherencia interna dentro de un mundo posible que
no es decididamente el mundo real? …
Tomado de:
Odero, J.M. Teología y literatura. Pp. 131 y ss.
5 comentarios:
Hay una obra de dom Jean Leclercq, «El amor a las letras y el deseo de Dios», que trata justamente del cultivo conjunto, en los claustros medievales, de la teología y la literatura (la gramática) como auxiliares necesarios de la meditatio. Se echa de menos esta admirable escuela cristiana de humanidades, capaz de remitir las bondades de la literatura a la mayor gloria de Dios.
Guardini de la camarilla de los recalcitrantes modernistas....
El humanismo no conduce a Dios y eso lo vemos hoy en día en los modernistas que están en cualquier cosa menos en la meditatio.
“Al decir humanismo entendemos un conjunto de premisas, una filosofía del hombre, una concepción de su destino, de su tarea, de su existencia. El carácter constructivo del humanismo radica en unir todos los momentos históricos, por una parte, y en intentar una fundamentación del mismo hombre, apoyada en instancias trascendentes siempre valederas. En la coordenada vertical, todo humanismo auténtico implica subrayar un reclamo a algo más que el hombre; en la coordenada horizontal, todo humanismo subraya las fuentes históricas, el despliegue de sus consecuencias más importantes y la ejecución de una labor que se diferencia por matices incuestionables, pero que respetan siempre esa línea de creatividad.”
(…)
Deduzcamos ahora las notas positivas de este humanismo:
Es un humanismo cristiano, lo que quiere decir que excluye toda pretensión de ateismo, que reclama un fundamento trascendente a los hombres y que afirma el carácter agapístico en las obras del hombre. Pues, el Cristianismo trajo una profunda renovación y perfección; el amor y la justicia entre los hombres es no sólo resultado de los hombres, sino presencia activa de la divinidad en el mundo. Desde este punto de vista, el Evangelio, sin interferir en las estructuras políticas, confirma los valores de la patria terrenal, en la medida que afirma la patria celeste.
Es un humanismo en que ciudadano y populus se armonizan en la Nación y el Estado. Para ello se requiere la articulación de tradición e innovación.
Es un humanismo que procura el equilibrio entre justicia y libertad.
Es un humanismo que integra autoridad, justicia y libertad y que en consecuencia, favorece las virtudes creadoras de los hombres, pero los cuida de una voluntad de dominio.
Es un humanismo del trabajo en tanto construye la existencia profunda del hombre, la liga solidariamente a una sociedad abierta que permite consolidar los bienes de la Nación. El humanismo del trabajo es fundamental...” (Carlos Disandro).
Guardini está sobrevalorado.
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