Se ha debatido en otras bitácoras sobre la relación entre acción y
contemplación. Es un tema sobre el cual tal vez se haya dicho todo. Sin
embargo, a juzgar por algunos comentarios, pareciera que siempre hay que volver
sobre algunas las ideas fundamentales. Conviene enfocar el tema en una doble
perspectiva: natural y sobrenatural. Haremos el intento en esta entrada y en
las siguientes.
- El ocio aparece como lo opuesto al negocio. En la civilización
moderna se tiende a dar primacía al negocio sobre el ocio, el cual tiene mala fama,
pues ocio parece sinónimo de pereza, cosa inútil y por ello
mala.
“...la vida humana se ha estructurado (casi de
modo exclusivo y excluyente) en función del trabajo. En efecto, si el hombre vive para trabajar, […] el ocio y la contemplación se presentan como
instancias «sospechosas». En este sentido, «ocio» equivale a ausencia de
trabajo, a reticencia al esfuerzo, a holgazanería. Al respecto el pensador
alemán Josef Pieper expresa: «… en un mundo configurado precisamente por el principio
de utilidad no puede haber un espacio de tiempo no útil, como tampoco puede
darse un trozo de terreno sin aprovechamiento. Fomentar algo así sería como
caer irremediablemente en el concepto de “sabotaje cultural”»
Como se puede apreciar, el ocio es entendido
ampliamente en términos de «negación», como «ausencia de», no descubriéndose en
este estado ninguna positividad. Seguramente hemos oído hablar a los
economistas de este modo: «mano de obra ociosa».” (Lasa)
- Sin embargo, el ocio es objetivamente más digno que el negocio. Una vida sin espacio
para el ocio, que sature el tiempo con el trabajo,
para “no pensar” y “sentirse bien”, matará en el ser humano las preguntas
capitales en el camino de la felicidad. Esclavizado de este modo por el negocio el hombre se degrada.
“El ocio es
un estado del alma que se manifiesta en una «forma de callar», en un «no
anticiparnos a nada» con nuestro hacer para que podamos percibir la
realidad tal cual es.
Así como sólo puede oír aquel que calla, así también sólo puede percibir lo
real el que no se anticipa a la mostración de las cosas, y las dejar ser
«aquello que son». Sólo de esta manera es posible que cada hombre pueda
encontrarse con su propio ser, con aquello
que es y con aquel Ser que da consistencia a toda creatura.
Sin el ocio, el hombre se transforma en un «perezoso». Ciertamente, la acedia
(la pereza) significa, originariamente, la
renuncia por parte del hombre al rango que se le fija en virtud de su propia
dignidad, lo cual equivale a decir que ese hombre no quiere ser
aquello que Dios quiere que sea. Este hombre se resiste, de este modo, a ser él
mismo.” (Lasa)
- Con la ausencia del ocio contemplativo, muere el saber porque
cesa el pensamiento, y se cosifica al hombre.
“…quien no ve, no conoce; quien no conoce, no sabe. No
pararse para ver es condenarse a un perpetuo turismo de masas: una mirada fugaz
a este o a aquel lugar, cuatro charlas y una docena de trivialidades aliñadas
con despropósitos, un pasar por doquier sin haber parado en un solo lugar.
Sin contemplación no hay saber, muere la scientia porque cesa el pensamiento. Frente a
la planta se para el botánico para «verla» u «observarla» con el fin de
estudiar su vida, - clasificarla, describirla, conocerla; se para el filósofo y
el teólogo para «reflexionar» sobre los problemas del mundo y de Dios; se para
todo el que realiza un trabajo, si quiere que su obra sea válida…
Reducir el espacio de la contemplación —que exige un
ambiente favorable y no hostil, de silencio y de tranquilidad; que exige tanto
amor para lo que se quiere ver y para el propio ver o para la búsqueda, y por
lo mismo tanta disponibilidad, dedicación, sacrificio y humildad— es
empequeñecer el espacio del conocimiento hasta la anulación del saber. Todo
ello en provecho a los slogans vulgares de que la contemplación es
«pérdida de tiempo», «egoísmo antisocial», etc…. Combatir la contemplación o
reducirla de espacio hasta identificarla con una actitud antisocial o
egoística, «aristocrática», es ser enemigos de una sociedad de hombres libres
para hacerse constructores atareados de una masa de bípedos cosificado…” (Sciacca)
- La contemplación natural es necesaria para una vida lograda
y el contemplar la verdad produce delectación.
“La contemplación natural o del orden humano es el
momento intuitivo del conocer, es la intuición de la verdad: el pintor «ve»
intuitivamente desde el punto de vista artístico la «verdad» de un jardín; del
mismo jardín el botánico ve intuitivamente desde el punto de vista científico
la verdad, y el jardinero ve la suya. Como conocimiento intuitivo, la
contemplación se contrapone al conocimiento discursivo; sin embargo, es su
fundamento, se contraponen en la colaboración; en la contraposición son
llamados a integrarse. Pero como fundamento del conocimiento discursivo, el
intuitivo puede darse solo, el otro no: es el primado de la intuición
inteligente sobre el discurso racional… Frecuentemente la intuición hace
superfluo el conocer discursivo, que viene después para confirmarla: lo precede
siempre, a veces espera siglos para tener la llamada confirmación científica,
artística, etc. Pero precisamente por esto el conocimiento discursivo es
también necesario, no sólo porque confirma al intuitivo, sino porque, a través
del discurso, se saca cuanto se hallaba contenido en el intuitivo, que así es
fecundo en otros conocimientos; porque aun el discursivo contribuye a que la
intuición llegue a ser obra construida...
El conocimiento de una verdad comporta la fruición de
cuanto es conocido; cuanto más se profundiza, tanto más crece la fruición, goce
desinteresado y también él contemplador, motivado precisamente por el mismo
intuir y penetrar, por haber ido dentro y más adentro. Tal fruición es también
co-fruición, un gozar de ello junto a los otros.” (Sciacca)
- La contemplación es fundamento necesario de la acción.
Si se reemplaza la contemplación por la acción externa, por efecto de dar
primacía absoluta de la eficiencia y el éxito, se deshumaniza a la persona y
también se vacía la acción.
“El problema de la relación contemplación-acción es hoy
planteado por muchos —no sé si por ignorancia o por malicia— en términos de aut-aut: o la una o la otra:
quien contempla no obra, quien obra no contempla; urge una elección: o la
contemplación o la acción, un término excluye al otro. Este modo de plantear el
problema no es sólo sofístico o malicioso —lo digo para los ingenuos— sino que
es también vacuo y superficial por cuanto no resuelve el problema mismo;
simplemente elimina uno de los dos términos y con esto mismo el problema,
operación de la que todo el mundo es capaz. Resolverlo es, en cambio, mantener
unidos los dos términos en su relación. En efecto, contemplación y acción no se
excluyen, se completan; mejor aún, la
contemplación es el fundamento necesario de la acción. Quien se para para ver o contemplar, y quien «ha
visto», sabe: si no sabe, si no contempla, ¿qué hace? No hace, deshace o hace
más de lo necesario: sale así fuera del hacer. Por consiguiente, el hacer sin
el contemplar nunca es verdadero hacer, sino destruir.
…mientras el verdadero hacer no puede darse sin la previa
contemplación, ésta puede darse por sí sola: el momento teorético se da por sí
mismo; la verdad es válida en cuanto verdad, mientras que ningún hacer es
válido si no se funda sobre el saber. Una ley física es verdadera aunque no
produzca nada útil… No sólo el
contemplar es el fundamento de la acción, sino que se da también
independientemente de la acción que de él depende; pero, afirmada ésta
independencia, añadimos: la verdadera contemplación no puede cerrarse en sí
misma; se abre a la verdadera acción que nace de ella. Como hemos dicho, las
profundas y duraderas obras de poesía, de arte, de caridad, etc., nacen del
momento contemplativo.” (Sciacca)
- Dios ha creado al hombre compuesto de alma y cuerpo. El ser
humano no es ángel. La corporeidad implica necesidades materiales no sólo para
conservar la propia vida, sino también para dedicar tiempo a la contemplación.
De aquí viene el legítimo lugar que corresponde al neg–otium en una ordenada escala de bienes. Lo
útil no está en la cúspide de los bienes humanos pero tiene una importante
función que cumplir, pues si no hubiera neg–otium no habría alimentos, fármacos,
vivienda, electricidad, libros…
Quienes se dedican más a la especulación (investigadores, profesores, abogados,
etc.) a veces menosprecian a los que desempeñan oficios más orientados hacia el
bien útil. Fastidia, por ejemplo, cuando se dice peyorativamente que los
médicos son comerciantes; como si esa profesión, y la medicina en general,
debiera vivir del aire; y como si quien la menosprecia no dependiera del
comercio para cubrir sus necesidades materiales y de la medicina para tener la
salud.
Señala Aristóteles que de suyo es mejor filosofar que hacer
dinero pero si se padece necesidad es preferible enriquecerse (Tópicos,
III, 2, 21). La contemplación es una virtud y el hombre necesita
ordinariamente de una suficiencia de bienes para el cultivo de la virtud (Santo
Tomás, De
Regno, I, 15); de modo que sin un mínimo de bienes útiles la contemplación
no puede tener lugar.
Mientras el hombre sea un ser corpóreo el ocio sin el negocio será un imposible antropológico.
Rebelarse contra esta realidad implica alzarse contra el Creador y su
Providencia. Este querer ser ángeles traerá disgustos, y podrá perturbar hasta
la misma salud mental, medio necesario para la especulación.
5 comentarios:
«El hombre no es ángel ni bestia y cuando pretende ser ángel deviene bestia» (Pascal).
Esta es la perspectiva natural, no?
Sí
Excelente, aguardo con ansia la sobrenatural. Gracias: "Seréis como Ángeles".
Yo agradecería que algún lector enterado me soplase al oído qué bitácoras son esas donde recientemente se ha hablado del tema. Gracias.
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