miércoles, 23 de noviembre de 2016

Dime de qué presumes

Dime de qué presumes y te diré de qué careces, dice un refrán muy usado. Suele suceder que quien alardea de algo precisamente carece de ello. Claro está que esto no pasa en todos los casos, de modo que no cabe aquí establecer una ley universal; y cuando esto sucede, tampoco hay una relación de causalidad necesaria entre el alarde manifestado y la carencia oculta.
Hay distintas explicaciones científicas de este mecanismo, que corresponden a los especialistas. El lego en Psicología, no obstante, puede quedarse en un nivel fenoménico e introspectivo.
Dicen los psicólogos que un síntoma característico de este mecanismo de presumir de lo que se carece es el hecho de enfatizar demasiado en ello, haciendo de un punto concreto bandera y hasta cruzada. Así, la persona que incurre en esta presunción se utiliza a sí misma, o a su grupo más inmediato de pertenencia, como modelo de lo que alardea. Aunque su intención no sea tanto convencer a otros, como persuadirse a sí misma de que esto es verdad. Por ejemplo, quienes desean comer hasta hartarse, pero temen engordar y ser rechazados, por lo cual se dedican en forma fanática a promover dietas y a asquearse de la comida chatarra.
En la Iglesia ha habido casos escandalosos de este tipo de conductas. Por lo general, la presunción se manifiesta diluida en la afirmación de “virtudes colectivas”. Así, por ejemplo, se ha dado el caso de un “fundador” que predicaba -con demasiado énfasis- dos cualidades de su grupo:
1. Fortaleza exterior. Esta nota venía afirmada por medio de prácticas de mortificación externa. El uso de cilicios y disciplinas era resaltado como señal de identidad colectiva, para “demostrar” el fervor del propio grupo, y contrastarlo así con la relajación de otros. Ciertamente la mortificación externa tiene un papel en la espiritualidad tradicional. Pero todos los santos, y autores espirituales, enseñan al mismo tiempo la enorme importancia de la mortificación interior. Porque el cuerpo humano puede acostumbrarse al dolor con mayor facilidad que el alma a la mortificación interna. Esta requiere muchas veces la renuncia de la propia voluntad por la obediencia, el control de la imaginación y de la memoria, la rectificación de los movimientos del amor propio, de la soberbia, del afecto desordenado, etc. Es mucho más trabajosa.
2. Heterosexualidad. Aunque la sola inclinación homosexual constituye un desorden mientras no se manifieste en actos voluntarios, no hay pecado. Quienes poseen esta tendencia desordenada deberán santificarse cargando con esta cruz.
La Iglesia tiene una experiencia secular para discernir, en estos casos, quiénes son ineptos para el sacerdocio o la vida religiosa. Lamentablemente no se han aplicado los criterios tradicionales de modo suficiente, al menos desde la década de 1950, lo cual ha causado grandes daños eclesiales y personales.
Pero lo que ha llamado la atención respecto de cierto “fundador” ha sido su insistencia –casi obsesiva- en presumir de heterosexualidad. En este caso, el alarde se ha visto desmentido por testimonios creíbles y finalmente por una condena de la autoridad eclesiástica. El “fundador” de marras no sólo tiene una tendencia homosexual sino que la ha puesto en acto, aprovechándose de su condición de sacerdote y superior religioso. Triste, lamentable, pero real...
También se observa que otras personas, a veces pertenecientes al estado laical, hacen alarde explícito y persistente, o dan por sobreentendido, que son heterosexuales y muy “machotes”. ¿Acaso presumen en exceso de lo que quisieran ser pero no son? ¿Alardean como un mecanismo de defensa? Es un misterio mientras quede en el fuero interno; los hombres no podemos juzgar con certeza de lo interior no manifestado, aunque a veces podamos sospechar sin temeridad.
En todo caso, hay que rezar por ellos para que, si tienen una tendencia desordenada, no la pongan en acto y correspondan a las gracias necesarias para llevar su cruz. Y también, si no tienen ese desorden, para que no olviden la sentencia paulina: El que crea estar seguro, mire no caiga (l Cor 10,12).

1 comentario:

SanRa dijo...

Estas cosas se han dado así tal cual y muchos lo sabemos.