domingo, 20 de julio de 2014

Evangelizan orando



Unión del apóstol activo y del alma solitaria para la eficacia del apostolado
Los miembros de Cristo, en el cuerpo místico de Cristo, necesitan estar más unidos y vivir más armónicamente que los miembros del cuerpo, pues tienen todos la misma vida: Jesús. Los misioneros activos y los contemplativos trabajan para amar a Cristo y hacerle amar de todas las almas, y unos y otros forman un solo perfecto apostolado; mutuamente se completan, y cuando falta uno de los dos no hay apostolado perfecto.
No pueden faltar nunca estos dos miembros; tan necesario es el uno como el otro, y los dos unidos son la vida de la Iglesia. Santa Teresa de Jesús decía a sus Carmelitas, retiradas, solitarias, descendientes de ermitaños, señalándolas el espíritu que habían de tener de Iglesia orante y expiadora: que no se tuviese por Carmelita la que no ofreciera todas sus oraciones y sacrificios para que Jesucristo fuera más amado y conocido y para que se extendiera la Iglesia.
Ni dejaba de recordarles su fin de que se ofrecieran al Señor por los sacerdotes y apóstoles que trabajaban en las almas, para que sean santos, porque han de ser ángeles y estar despegados del mundo los que tratan de convertirle. Y señalaba estos efectos de las almas muy abrasadas en el amor de Dios: «Da Dios a estas almas un deseo tan grandísimo de no descontentarle en cosa ninguna, por poquito que sea, ni hacer una imperfección, si pudiese, que por sólo esto, aunque no fuese por más, querría huir de las gentes, y ha gran envidia a los que viven y han vivido en los desiertos. Por otra parte, se querría meter en mitad del mundo por ver si pudiese ser parte para que un alma alabase más a Dios» (1).
Los que viven en soledad espiritual, si viven santamente y sólo para Dios, como es su fin, no pueden olvidarse de pedir y ofrecerse a Dios con instancia grande y no pequeños sacrificios por el florecimiento de la Iglesia, por la salvación y santificación de todas las almas, pues todas son criadas por Dios, redimidas por la sangre de Jesucristo y hermanas suyas; y muy especialmente por cuantos se dedican al apostolado externo. Y cuantos se consagran a este apostolado externo por el llamamiento divino, si son fieles y lo hacen, como deben, por verdadero amor de Dios, no pueden menos de poner todo su esfuerzo por tener oración y recogimiento y presencia de Dios, para vivir desprendidos de los bienes y amistades terrenas y muy sobre sí mismos en soledad espiritual, en perfecta soledad espiritual, tanto más necesaria cuanto están en más difíciles circunstancias; porque es heroico tratar con el mundo y estar desprendido de él; pero tanto más meritoria y santa será la obra cuanto más difícil. El hombre puede plantar y regar, hablar y moverse; pero sólo Dios da el incremento. Las gracias de la conversión y de la santificación sólo las puede dar Dios, y sin su gracia y la unción del Espíritu Santo, todas las palabras y todos los esfuerzos del apóstol serán estériles y vanos. Pero Dios se comunica por conducto de las almas santas, y todos tenemos que pedir al Dador de todo bien que envíe apóstoles santos a su Iglesia.
El apóstol externo, santo, el maestro de las almas, siente la necesidad de encomendarse a sí mismo y encomendar su obra para que el Señor la haga dar copioso fruto, y encomienda también a las almas santas que viven en la Iglesia, en los lugares que sea, y a todas las almas del mundo. Así, compenetrados y hechos uno solo, está el misionero externo santo y el alma solitaria santa, la Iglesia docente y la Iglesia que ora y expía, formando el único apostolado de Dios, pues en sustancia sólo hay un apostolado: el de la santidad y las virtudes, el de amar y hacer amar. El misionero sin santidad, sin la vida interior, sería un sol pintado, que, por bello que parezca, no da luz ni calor.
Vemos hoy que en las misiones colectivas de las ciudades, los misioneros dirigentes piden a los monasterios de clausura oraciones para que Dios derrame gracias especiales en esos días y bendiga los labios y los actos del apóstol, porque sólo hay un apostolado, y las diversas maneras de practicarlo han de converger en Dios, que es el hacedor de todo.
Jesucristo, con su ejemplo y con su palabra, nos mandó la oración permanente y la penitencia, y envió a los escogidos a predicar, desprovistos de bienes materiales, sin que nada les faltase, confiando en la divina Providencia, y sólo mediante la oración y el ayuno se arroja esta clase de demonios (2), les dijo al bajar del monte Tabor. También el apóstol de vida activa ha de ser necesariamente alma interior y vivir la soledad espiritual. La vivía San Pablo, el gran misionero, entre los apóstoles; la vivía entre las gentes y en la cárcel, y repetía la enseñanza fundamental del Divino Maestro: No queráis que vuestra vida sea   como la vida de los mundanos (3), y afianzando y enseñando la vida que ha de tener el cristiano, decía imperativamente: Vuestra vida esté escondida en Cristo (4).
El apóstol de vida externa no puede estar vacío interiormente, ni estar lejos de Dios, ni debe vivir sin tener mucho trato con Nuestro Señor. Ha sido llamado para ser mensajero de la vida espiritual, interior, de amor divino, y no puede llevarla, ni aun hablar consciente y experimentalmente de ella, si no la vive y va lleno de Dios, empapado en amor y reflejando santidad en sus obras lo mismo que en sus palabras. Ha de sembrar vida santa y no se efectuará la siembra si se carece de la semilla.
Y esta verdad no fue sólo para el apóstol de los primeros siglos de la Iglesia; lo es para todos los tiempos, como el Evangelio, y lo es en el momento presente. 
(…)
El apóstol es una hoguera de Dios y un sol en lo alto del firmamento, creado, puesto y alimentado por Dios para que dé luz y calor divino y derrita todos los hielos de la frialdad religiosa, de la ignorancia y del pecado.
Será mejor apóstol la hoguera más encendida, el sol más esplendoroso, el que caliente más almas y las inflame en amor. Esté donde quiera ese sol, siempre estará en el firmamento de Dios, en la amistad con Dios, en la soledad espiritual, y Dios le está dando la vida; cuanto más cerca y más lleno de Dios esté, más almas convertirá y santificará, esté en el desierto o esté en el mundo.
No hay discrepancia alguna en que el apóstol de Dios ha de vivir esa vida de Dios por la vida de oración. Habría discrepancias en el obrar, pero no en el pensar ni en el aconsejar.
Será el Papa, será un Santo antiguo o moderno o será un escritor eclesiástico cualquiera; todos, en una forma o en otra, enseñan esta verdad. Un autor de nuestros días nos dice: «Los Santos llevaron muchas almas a Dios, y los malos sacerdotes no llevan ninguna o las alejan» (8).
«No puede haber eficacia sobrenatural alguna sin una vida de oración auténtica. Si las exigencias de la vida moderna y de sus actividades múltiples se muestran incompatibles con la oración prolongada, caiga la actividad, cercénese, húyase de ella; todo menos cortar las alas a las almas y empobrecer su vida interior ...» «Sería gravísimo y peligrosísimo yerro si el sacerdote, dejándose llevar de falso celo, descuidase la santificación propia por engolfarse totalmente en las ocupaciones exteriores, por buenas que sean, del ministerio sacerdotal...»(9).«...No nos conformemos con esas orientaciones espirituales que llaman vida de oración a un cuarto de hora y parecen colocar el desideratum en la media hora al día. La gente del mundo, lo mismo que los directores, deben tener tiempo, deben buscarlo por todos los medios. No creo que nadie me contradiga si afirmo dos cosas: primera, que no hay alma, por ocupada que sea su vida, que queriendo, no acierte a encontrar tiempo suficiente para la oración; y segunda, que son inútiles todos los otros medios sin éste, sin una vida de oración, a la antigua» (10). 
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(1) SANTA TERESA DE J ESÚS: Moradas Sextas. Cap. VI.
(2) MATH.: XVII, 20.
(3) SAN PABLO: A los Romanos, XII, 2.
(4) Ídem: A los colosenses, III, 3.
(…)
(9) Pío XII: Ad Catholici Sacerdotii.
(1O) CÉSAR VACA: Guías de Almas. Cap. VIII.
Fuente:
Un carmelita descalzo. Al encuentro con Dios. Madrid (1958). Pp. 323 y ss.

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