Unión del apóstol
activo y del alma solitaria para la eficacia del apostolado
Los miembros de
Cristo, en el cuerpo místico de Cristo, necesitan estar más unidos y vivir más armónicamente que
los miembros del cuerpo, pues tienen todos la misma vida: Jesús. Los
misioneros activos y los contemplativos trabajan para amar a Cristo y hacerle amar de todas las
almas, y unos y otros forman un solo y perfecto apostolado; mutuamente se
completan, y cuando falta uno de los dos no hay apostolado perfecto.
No pueden faltar nunca
estos dos miembros; tan necesario es el uno como el otro, y los dos unidos son la vida de
la Iglesia. Santa Teresa de Jesús decía a sus Carmelitas, retiradas,
solitarias, descendientes de ermitaños, señalándolas el espíritu que
habían de tener de Iglesia orante y expiadora: que no se tuviese por Carmelita
la que no ofreciera todas sus oraciones y sacrificios para que Jesucristo
fuera más amado y conocido y para que se extendiera la Iglesia.
Ni dejaba de
recordarles su fin de que se ofrecieran al Señor por los sacerdotes y
apóstoles que trabajaban en las almas, para que sean santos, porque
han de ser ángeles y estar despegados del mundo los que tratan de
convertirle. Y señalaba estos efectos de las almas muy abrasadas en
el amor de Dios: «Da Dios a estas almas un deseo tan grandísimo de no descontentarle
en cosa ninguna, por poquito que sea, ni hacer una imperfección, si
pudiese, que por sólo esto, aunque no fuese por más, querría huir de las
gentes, y ha gran envidia
a los que viven y han vivido en los desiertos. Por otra parte, se querría meter en
mitad del mundo por ver si pudiese ser parte para que un alma alabase más
a Dios» (1).
Los que viven en
soledad espiritual, si viven santamente y sólo para Dios, como es su fin,
no pueden olvidarse de pedir y ofrecerse a Dios con instancia grande
y no pequeños sacrificios por el florecimiento de la Iglesia, por la
salvación y santificación de todas las almas, pues todas son criadas
por Dios, redimidas por la sangre de Jesucristo y hermanas suyas; y muy
especialmente por cuantos se dedican al apostolado externo. Y cuantos
se consagran a este apostolado externo por el llamamiento divino, si son
fieles y lo hacen, como deben, por verdadero amor de Dios, no pueden menos
de poner todo su esfuerzo por tener oración y recogimiento y presencia de
Dios, para vivir desprendidos de los bienes y amistades terrenas y muy
sobre sí mismos en soledad espiritual, en perfecta soledad espiritual, tanto
más necesaria cuanto están en más difíciles circunstancias; porque es
heroico tratar con el mundo y estar desprendido de él; pero tanto más meritoria
y santa será la obra cuanto más difícil. El hombre puede plantar y regar,
hablar y moverse; pero sólo Dios da el incremento. Las gracias de
la conversión y de la santificación sólo las puede dar Dios, y sin su
gracia y la unción del Espíritu Santo, todas las palabras y todos los
esfuerzos del apóstol serán estériles y vanos. Pero Dios se comunica
por conducto de las almas santas, y todos tenemos que pedir al Dador de
todo bien que envíe apóstoles santos a su Iglesia.
El apóstol externo,
santo, el maestro de las almas, siente la necesidad de encomendarse a sí mismo
y encomendar su obra para que el Señor la haga dar copioso fruto, y
encomienda también a las almas santas que viven en la Iglesia, en los lugares
que sea, y a todas las almas del mundo. Así, compenetrados y hechos uno
solo, está el misionero externo santo y el alma solitaria santa, la
Iglesia docente y la Iglesia que ora y expía, formando el único apostolado
de Dios, pues en sustancia sólo hay un apostolado: el de la santidad y las
virtudes, el de amar y hacer amar. El misionero sin santidad, sin la vida
interior, sería un sol pintado, que, por bello que parezca, no da luz
ni calor.
Vemos hoy que en las
misiones colectivas de las ciudades, los misioneros dirigentes piden a los monasterios
de clausura oraciones para que Dios derrame gracias especiales en esos
días y bendiga los labios y los actos del apóstol, porque sólo hay un
apostolado, y las diversas maneras de practicarlo han de converger en
Dios, que es el hacedor de todo.
Jesucristo, con su
ejemplo y con su palabra, nos mandó la oración permanente y la penitencia, y
envió a los escogidos a predicar, desprovistos de bienes materiales, sin
que nada les faltase, confiando en la divina Providencia, y sólo
mediante la oración y el ayuno se arroja esta clase de demonios (2),
les dijo al bajar del
monte Tabor. También el apóstol de vida activa ha de ser necesariamente alma
interior y vivir la soledad espiritual. La vivía San Pablo, el gran misionero, entre los
apóstoles; la vivía entre las gentes y en la cárcel, y repetía la
enseñanza fundamental del Divino Maestro: No queráis que vuestra vida
sea como la vida de los mundanos (3), y afianzando y
enseñando la vida que ha de tener el cristiano, decía imperativamente: Vuestra
vida esté escondida en Cristo (4).
El apóstol de vida
externa no puede estar vacío interiormente, ni estar lejos de Dios, ni
debe vivir sin tener mucho trato con Nuestro Señor. Ha sido llamado
para ser mensajero de la vida espiritual, interior, de amor divino, y no
puede llevarla, ni aun hablar consciente y experimentalmente de ella,
si no la vive y va lleno de Dios, empapado en amor y reflejando santidad
en sus obras lo mismo que en sus palabras. Ha de sembrar vida santa y
no se efectuará la siembra si se carece de la semilla.
Y esta verdad no fue sólo para el apóstol de los primeros siglos
de la Iglesia; lo es para todos los tiempos, como el Evangelio, y lo es en
el momento presente.
(…)
El apóstol es una
hoguera de Dios y un sol en lo alto del firmamento, creado, puesto y
alimentado por Dios para que dé luz y calor divino y derrita todos
los hielos de la frialdad religiosa, de la ignorancia y del pecado.
Será mejor apóstol la
hoguera más encendida, el sol más esplendoroso, el que caliente más almas
y las inflame en amor. Esté donde quiera ese sol, siempre estará en el
firmamento de Dios, en la amistad con Dios, en la soledad espiritual, y
Dios le está dando la vida; cuanto más cerca y más lleno de Dios esté, más
almas convertirá y santificará, esté en el desierto o esté en el mundo.
No hay discrepancia
alguna en que el apóstol de Dios ha de vivir esa vida de Dios por la vida de
oración. Habría discrepancias en el obrar, pero no en el pensar ni en el
aconsejar.
Será el Papa, será un
Santo antiguo o moderno o será un escritor eclesiástico cualquiera; todos, en
una forma o en otra, enseñan esta verdad. Un autor de nuestros días nos
dice: «Los Santos llevaron muchas almas a Dios, y los malos sacerdotes no
llevan ninguna o las alejan» (8).
«No puede haber eficacia sobrenatural alguna sin una vida de
oración auténtica. Si las exigencias de la vida moderna y de sus actividades múltiples se
muestran incompatibles con la oración prolongada, caiga la actividad, cercénese, húyase
de ella; todo menos cortar las alas a las almas y empobrecer su vida
interior ...» «Sería gravísimo y peligrosísimo yerro si el sacerdote,
dejándose llevar de falso celo, descuidase la santificación propia por
engolfarse totalmente en las ocupaciones exteriores, por buenas que sean,
del ministerio sacerdotal...»(9).«...No nos conformemos con esas
orientaciones espirituales que llaman vida de oración a un cuarto de hora
y parecen colocar el desideratum en la media hora al día. La gente
del mundo, lo mismo que los directores, deben tener tiempo, deben buscarlo
por todos los medios. No creo que nadie me contradiga si afirmo dos cosas:
primera, que no hay alma, por ocupada que sea su vida, que queriendo, no acierte
a encontrar tiempo suficiente para la oración; y segunda, que son inútiles
todos los otros medios sin éste, sin una vida de oración, a la antigua»
(10).
_______________
(1) SANTA TERESA DE J ESÚS: Moradas Sextas. Cap. VI.
(2) MATH.: XVII, 20.
(3) SAN PABLO: A los Romanos, XII, 2.
(4) Ídem: A los colosenses, III, 3.
(…)
(9) Pío XII: Ad Catholici Sacerdotii.
(1O) CÉSAR VACA: Guías de Almas. Cap. VIII.
Fuente:
Un carmelita descalzo. Al encuentro con Dios. Madrid (1958). Pp.
323 y ss.
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