"Sueño con una juventud turbulenta, de la que serías
tú, Jesucristo, el jefe y el héroe y la que, entre muchas otras cosas
imaginativas, vendría a las iglesias todos los domingos para abuchear a cualquier
predicador que se metiera a hablar de lo que no le concierne y que evitara
hablar de la única cosa que interesa a un cristiano como tal, y a la
Iglesia: de ti, de tu vida, tu pasión y tu resurrección, tus milagros, tu
reino, tu enseñanza, los profetas que te anunciaron por anticipado, tus discípulos
que has amado, los santos que te han amado.
Cada vez que el predicador se alejara de este tema
que es, en una iglesia, el único necesario, habría primero el zumbido de
advertencia, luego el alboroto aumentaría hasta que todas las bocas vociferaran
"letanías", las famosas letanías: ¡Jesucristo! ¡Jesucristo! Cuando
un predicador fuera puesto así en vereda varias veces seguidas, se fijaría
más antes de profanar tus santuarios con sus secreciones personales sobre
temas políticos, sociológicos, etcétera.
Pues
no hay que equivocarse. ¿Quién profanaría las iglesias, los que gritaran
allí ¡Jesucristo! o, es el caso decirlo, los que continuaran
haciendo allí sermones de pacotilla?"
Tomado de:
Bruckberger, R. L. Carta abierta a Jesucristo, pp. 122-123.
1 comentario:
No sé por qué pero esto me hace acordar a Kierkegaard en Temor y temblor. Saludos a todos.
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