viernes, 14 de octubre de 2011

Todo tiempo pasado fue anterior (I)


Se ha dicho innúmeras veces que la historia es maestra de la vida. Un lector de la bitácora nos ha hecho llegar un texto que publicaremos en tres partes sobre las costumbres religiosas del siglo XIX. Si se  lee con atención, podrán verse los inicios de actitudes vigentes en la actualidad.

La forma moderada de vida intenta empalmar con la actitud existencial de la Ilustración y prolongarla. Pero la pérdida de la fe en las «luces» de la razón, el escepticismo constitutivo del moderantismo, y el apetito de un fácil lucro, hicieron que la austeridad, virtud capital de la Ilustración, no se manifestase sino, en un sector de la Administración, cuyos rectores, Javier de Burgos y sus colaboradores, procedían directamente de aquélla o habían heredado su espíritu. La idea de la Administración como «Fomento», de la actividad laboriosa e industrial de los españoles, apenas pudo contrarrestar débilmente —salvo en Cataluña, donde con un sello propio se desarrollan en esta época las típicas virtudes burguesas— la desmoralización profunda.
Desmoralización cuidadosamente cubierta por la gazmoñería que, como se ha hecho notar, fue concienzudamente practicada por la «gente seria» que rigió la sociedad, entre 1843 y 1868. Hay en el estilo isabelino, tan diferente, por lo demás, del Victoriano inglés, una nota común: la intolerancia para hablar de verdad sobre las cosas y vivir una vida verdadera.
Pensemos, para empezar, en la religiosidad moderada. La disociación entre la religiosidad pública —exigida, diríamos, sociológicamente— y el escepticismo interior, es una característica de la forma moderada de vida. La precariedad de un catolicismo a la vez conservador y relativamente moderno —apenas representado más que por Balmes— hicieron imposible que la religión informara, de verdad, la existencia entera. Por eso encontramos durante esta época moderados que, por supuesto, predican políticamente la Alianza del Trono y el Altar y son, sin embargo, personal, privadamente, por completo escépticos; liberales públicamente, anticlericales furibundos que, pese a ello, conservan más o menos, la fe católica; grandes damas, la Reina a la cabeza, sumamente devotas y aun supersticiosas, cuya moral privada, en materia sexual, no tenía nada que ver con la predicada por el cristianismo; y asimismo caballeros cuya respetable y aun solemne religiosidad aparencial se aliaba fácilmente con la corrupción de los mores político-financieros.
El caso, que destaco por «ejemplar», de Isabel II, es sumamente expresivo. Dominada en su vida pública por escrúpulos religiosos, fomentados por la correspondiente «camarilla», lo que le llevó a constituir, siguiendo el ejemplo de su madre, un «partido de la Corte» —el moderado primero y luego también la llamada «Unión Liberal»— y a procurar a todo trance excluir del gobierno al anticlerical progresista, tuvo a gala ser, en un sentido superficial, pero en la época sumamente apreciado, más católica que ningún otro Soberano de su tiempo» y así, en 1854, con ocasión de la proclamación del Dogma de la Inmaculada Concepción, regaló al Santo Padre una tiara de dos millones de reales; gestión católico-pública, militante y constante que le valió el que en 1867 —repárese en la fecha: justo en vísperas de la Revolución— Pío IX le confiriese la más alta condecoración vaticana, la «Rosa de Oro». Pero esta misma reina cristianísima practicó una libertad de costumbres sexuales que no tenía nada que envidiar a la de las más traídas y llevadas artistas de cine de nuestros tiempos. Una disociación moral unida a la esperanza de que el pecca fortiter fuese redimido por la actitud política intransigentemente «católica».
Esta escisión entre la vida pública y la vida privada —típica del liberalismo, entendido a la manera del siglo XIX— es común, a la de ciertos prohombres tradicionalistas, o muy próximos a ellos, de períodos subsiguientes. La religión —al igual que todo lo demás— es vivida con gesto retórico, como «apologética», como defensa de los Estados pontificios y de los intereses del Vaticano, como unión de la Iglesia y el Estado, etc.; es decir, mucho más como una actitud pública que como una auténtica disposición espiritual. De ahí el contraste entre esa religiosidad de relumbrón, procesiones y discursos patriótico-religiosos, pero que, en el fondo, no informa, o apenas, la vida, y la coherencia moral personal de los krausistas y, más tarde, de los hombres de la Institución Libre de Enseñanza.

25 comentarios:

Miles Dei dijo...

Así hubiera comenzado mejor "la cosa" en lugar de la simple provocación. Luego se haría necesario aludir a la reacción contra ese modelo moral y a la vez contra aquello que se llamó "España cerril y antipática" que era capaz no de anularlo, sino de potenciarlo. Habría que ver como esa reacción en parte optó por la violencia como violencia sacra (volviendo a lo más antipático y cerril de la España profunda) y en parte como una auténtica renovación en código no binario de la vida social española. "Sed alii fuit in supernis numinis" que diría un obispo.

Anónimo dijo...

También en contra del torpe ultramontanismo, pero mejor explicado aquí que en lo del vecino.

Cesar Augustus dijo...

Si bien no soy conocedor de esa situación ni del periodo histórico al que refiere esta entrada, me llamo mucho la atención el último fragmento resaltado en negrita.

Es algo que he visto mucho en Católicos de varios tipos y me parece muy desagradable, aunque ya no se hable de Estados Pontificios, la actitud es similar.

Anónimo dijo...

"mucho más como una actitud pública que como una auténtica disposición espiritual"

Eso es exactamente "ideología católica".

Anónimo dijo...

No entiendo un cuerno lo de la parte histórica, opto por hacer un acto de fe.
Excelente el poder de síntesis del último párrafo, tan vívido, tan real, hemos tenido experiencias tan cercanas y aún propias.
Miserere!
Dummy.

Juancho dijo...

Esto es serio y dá para el examen de conciencia.

Miserere.

Juancho.-

Anónimo dijo...

Ludovicus dijo,

Está muy bien. Pero las raíces son anteriores al siglo XIX, porque la Ilustración tiene un hermano si no gemelo, mellizo. Esa disociación vida-ideología es típicamente barroca. Y el énfasis, una de las máscaras de la duda y del nihilismo barrocos.

Martin Ellingham dijo...

No me convence el siguiente esquema: la Cristiandad alcanzó su culmen en el siglo XIII y se mantuvo intacta, en su más alta perfección, en España e Iberoamérica, hasta la aparición del liberalismo. Es un esquema al que le falta la baja Edad Media y el Barroco. Tampoco me cierra que lo que el amigo Wanderer critica del siglo XX español sea un precipitado directo del Barroco.

Saludos.

Walter E. Kurtz dijo...

De acuerdo con Martin. Además se obvia que el siglo XIII dio también personajes como Federico II del que los mismos cronistas sarracenos se espantan por su impiedad.

El problema es que se confunde Cristiandad con Cristianismo.

Cristianismo es la religión y no está directamente relacionado con la cultura, las formas políticas o las leyes. Quizá actualmente hay más "verdaderos" cristianos que en el siglo XIII. Eso no lo sabremos sino hasta el Día del Juicio.

Pero la Cristiandad es otra cosa. Es la cultura, las formas políticas, las leyes y muchas otras cosas. Y ahí no hay duda que el siglo XIII fue su grado más alto y que ésta se prolongó (aunque en decadencia) hasta el siglo XIX. Si los que vivieron en un régimen de cristiandad no aprovecharon de él para su santidad, peor para ellos, y les habrá sido tenido en cuenta por el único Juez que ve las conciencias.

[Al margen, es fácil hablar de "ultramontanismo", pero hay que ver el contexto y la valentía que implicó en muchos, desde la gesta de los zuavos pontificios ante la inmutabilidad del "mundo católico", hasta las condenas que un Veuillot cargó sobre sus hombros de parte de la misma Jerarquía francesa y romana que él defendió "contra el mundo" (literalmente).]

Anónimo dijo...

Disculpen que cambie de tema pero en Radio Cristianda están con las LEFE-LEAKS:

http://radiocristiandad.wordpress.com/2011/10/14/tono-amenazante-e-intimidatorio-en-supuesta-carta-de-mons-fellay-a-mons-williamson/

Miles Dei dijo...

Eso pasa, Martín, porque no se han parado a mirar que no hay un salto de rotura en el siglo XIII, sino que este se observa y antes en progresión creciente desde la alta Edad Media y a la postre, la caída de Roma (¿tendrá que ver el katejón?). La deriva litúrgica que observa el beato Manuel González es otro punto de vista muy interesante y que da una regla de medida del asunto mejor y mucho más fiel que la de los esquemas que tratan de racionalizar la historia. Al fin y al cabo, la liturgia es la vida en acto de la sociedad cristiana.

Anónimo dijo...

El Barroco es como el espíritu absoluto. En perfecta síntesis dialéctica que se va objetivando (sobre todo en España).
El barroco no pasó por Inglaterra, y su puritanismo es difícilmente alcanzable. Ejemplo: típico diputado conservador cazado en una fiesta con dos chinas y las bragas por sombrero. Siempre se podrá decir que el puritanismo inglés y el "barroco" es el resultado similar de causas comunes. Es, hegelianamente la identidad de uno con uno mismo a través de la negación: el ser no es nada y el proceso lo es todo, etc.
El problema de los criterios omniexplicativos es que no explican nada, como dijo el adagio escolástico: quod nimis probat, nihil probat. Hay que pasar por las variaciones de la identidad individual y social operadas por algunas transformaciones sociales, científicas, etc. Es mala cosa tratar de explicarlo todo desde el siglo XVI.
Otro detalle. Es meramente histórico. A quien le interese puede profundizar en el tema. El cambio de la dinastía habsbúrguica a la borbónica tuvo muchas consecuencias. Pues la imagen que proyectó la aristocracia sobre la sociedad misma pasó de estar proyectada por la tipica austeridad aristocrática típica de los austrias al despilfarro amanerado borbónico, que iba a ahogar fiscalmente al campesinado, y a forzar el nuevo modelo de vida urbana.

Fr. Juan

Miles Dei dijo...

Coronel para hablar de contextos y valentías difíciles de entender de la cultura de la cristiandad, nada mejor que algunos párrafos teñidos de místicismo cristiano del Eugenio que culminan en el párrafo final con la proclamación de la primavera en la obra de Rafael García Serrano dedicada a Dios y al César (José Antonio). Quien no entiende ese contexto no puede hablar de España tan a la ligera.

Hermenegildo dijo...

Que Isabel II fuera débil ante las tentaciones de la carne no quiere decir que no fuera sinceramente católica. La Iglesia está formada por grandes pecadores (hay pecados más graves que los relativos a la castidad, como la soberbia); ¿o vamos nosotros a caer precisamente en el puritanismo victoriano?

Hay que comprender también las circunstancias de la Reina: obligada a casarse muy joven con un homosexual.

Anónimo dijo...

Excepto porque quizá, gracias a ella, los Puigmoltó nos gobiernan.

Anónimo dijo...

Dudar del catolicismo de Isabel "II" viene de haber sido colaboradora infatigable de un sistema liberal y anticristiano, que arruinaba España espiritual y materialmente. Eso si que es un pecado grave.

Lo de andar tirándose maromos es lo de menos.

Anónimo dijo...

Valle-Inclán lo describe bien en un diálogo ficticio entre la Reina Isabel y Pepita Rúa:

— Vuestra Majestad no ha de salvarse como mujer, sino como Reina de España.
— ¡Eso es verdad! Yo seré juzgada por los méritos que contraiga en el gobierno de la Nación Española. Como Reina Católica, recibiré mi premio o mi castigo, pues no me parece natural que se me juzgue por fragilidades que son propias de la naturaleza humana.
— ¡Claramente!
— En ese respecto me hallo perfectamente tranquila. Mis flaquezas de mujer son independientes de mis actos como Reina: Teólogos muy doctos me han dado las mayores seguridades sobre este particular. Como Reina Católica he de ser juzgada, y por eso quiero seguir escrupulosamente los consejos de la Santa Sede. Patillas habrá de chincharse, si tengo por abogado en la Corte Celestial a Su Santidad Pío IX.


Se trata de ilustrar una actitud equivocada, no de hacer un juicio definitivo sobre la Reina que en última instancia corresponde a Dios. Desde "el peca decididamente, pero cree más decididamente" de Lutero, la tentación de desvincular las obras de la fe para alcanzar la salvación ha asumido diversas fórmulas. Basta con reemplazar la fe fiducial de Lutero por un actitud política intransigentemente católica. Es la "opción fundamental" de la moral progre pero ordenada a una política católica; y así la lucha por la cristiandad dispensa de cumplir los Mandamientos.

Anónimo dijo...

No me parece justo esta entrada. Si bien es cierto que entre los afectados por el liberalismo es más que probable que se produjese esa brecha religiosidad pública/privada, no se puede generalizar como un mal endémico de todo el pueblo español. Para empezar el siglo XIX está repleto de grandísimos santos, como puede ser un Claret. Por otro lado hubo fuertes movimientos de oposición a la modernidad secularizadora de gente que sencilla y no tan sencilla pero que vivió rectamente. Movimientos y surgimientos como el carlismo no son gratuitos, ni brotan por la pantomima de dar una imagen snob de ser católico. Y grandes pensadores como Ceferino González o Vázquez de Mella surgen también en el XIX.

Además, ya en el siglo de oro, grandes personajes como Quevedo o Lope de Vega en su mocedad, no parecen brillar por la coherencia de vida. Pero eso se debe, principalmente, a padecer en las carnes las consecuencias del pecado original. No hace falta ir tan de sobrado por la vida. Aunque, sin duda, al momento que nos toca vivir, se debe evitar esa dualidad y vivir coherentemente. Pero achacar a todo un siglo un estigma así, me parece exagerado.

Ramón dijo...

La culpa de el posible ascenso de los Puigmoltó puede ser de Isabel.

De todos modos, por como están las cosas, si era Borbón iba a tener la misma educación y los mismos intereses. Eso más que en la sangre se aprende en la cuna.

Margarita dijo...

Lo que dice Ramón tiene miga.
Y sí, los borbones fueron más bien una peste. Es cierto que no es lo mismo don Carlos que Isabel, ni los carlistas que Juan Carlos y los suyos, pero si se marcó una diferencia fue por la querella dinástica. Sin el error de Fernando VII hoy no habría borbones sanos política y religiosamente hablando.
Tarde o temprano la rama dinástica legítima hubiese defeccionado (no hay otra opción) y no lo hizo porque no pudo. La obligaron a mirar el juego desde la orilla del camino y así se mantuvieron sanos.
Por eso es que la querella dinástica fue providencial.
Dios escribe derecho en renglones torcidos.
Si no hubiese ocurido aquel jaleo hoy no quedaría más opción que el fanquismo. Por "suerte" no fue así.

Anónimo dijo...

Cuando llega Felipe de Anjou a España, parece que le desagradó mucho tanto el país como sus gentes. Acostumbrado a los campos de Francia y a Versalles, se encontró con la dura meseta castellana y la austera corte de los Habsburgo. Debido a su nostalgia, montó una corte "a lo Versalles", con todos los gastos que ello supuso, como la construcción del palacio de La Granja, que quiso que fuera como el "Versalles" español. De ahí que la presión fiscal sobre el campesinado fuera mucho más dura sobre los austrias, eliminación de exenciones tributarias, etc. Fue el principio del fin. Sin olvidar que los "austrias menores" no fueron ningunas perlas, pero el concepto de la corte y de la corona era muy distinto al inaugurado por los borbones, cuya característica más notable sigue siendo casarse con la derecha y acostarse con la izquierda.

Fr. Jeremías

Gelfand dijo...

A mi también me parece que aquí hay demasiada confusión. Estoy con Martin, el Coronel y Fr. Juan. La escisión entre vida pública y privada no tiene origen ni en el S.XIX ni en el barroco. Creo que debe haber empezado con Constantino...

Ramón dijo...

Me parece que se queda corto, Gelfand. Ya el rey David creía que podía cometer pecados "privados" si en el resto obedecía al Señor.

Miles Dei dijo...

Cuando leo algunos de estos comentarios entiendo al Wanderer, aunque no le apruebo en la forma ni comparta algunas de las ideas.

Le he apuntado en su blog (si lo quiere poner) que mire a un elemento propiamente hispano para tratar de entender a España: "la devotio".

Anónimo dijo...

Todos los legitimistas europeos defeccionaron, y todos miraban desde la orilla. Los reyes carlistas son la única excepción, hasta el punto de que Don Sixto es la única persona de sangre real que estuvo en las consagraciones episcopales de 1988.

La diferencia es que el carlismo supo traducir en doctrina sólida la tradición política española (tradición católica) que al principio se expresó de forma espontánea e intuitiva en un conflicto dinástico. Doctrina asumida tanto por reyes como por el pueblo.

Eso es imposible que pasara en Inglaterra o muchos menos Francia o en cualquier otra parte, porque esos lugares su política estaba pervertida hasta el tuétano desde hacía tiempo. En España, jamás se habría tolerado una alianza permanente con turcos y protestantes como permitieron los católicos franceses. Esta gente estaba defeccionada antes de empezar.

Si la excepción española fue gracias al barroco o a pesar de él se lo dejo decidir a ustedes.