martes, 10 de mayo de 2011

Testimonio de un cura filolefevbriano infiltrado en una diócesis

Clamor por una nueva reforma católica.
Mientras elaboramos las últimas investigaciones anunciadas, les mostramos a nuestros lectores una carta que ha llegado a nuestra redacción y a buen seguro más de uno suscribiría:


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“Ante todo, yo clamo por una nueva reforma católica. Como yo, otros muchos en todo el mundo. Reforma entendida como la recuperación en profundidad de toda la religión católica en la doctrina, la vida moral y espiritual, la eclesiología. Una reforma de gran calado que englobe todos los aspectos de la Iglesia y no sólo los disciplinares. A la luz de la historia del concilio tridentino, que revitalizó la Iglesia y sentó las bases sobre las que descansó la vida de la misma hasta hace poco tiempo, se me ocurren algunas reflexiones sobre dicha reforma, mirando en mi parroquia rural los males que afligen a la Iglesia donde quiera que uno vaya.

El síndrome del seminario
-¿Por qué es tan difícil darse cuenta de esto?, me pregunto muchas veces, o por qué he tardado tanto tiempo. Los curas ordenados hace pocos años hemos adquirido determinada forma mentis en el seminario, que se tarda mucho en romper. Como si uno estuviera haciendo algo prohibido cada vez que viste la sotana, menciona temas como el Motu Proprio o, ya no digamos, dice en público la Misa de siempre. Según este síndrome, uno confunde esa reforma con otras cosas:

Con la “nueva evangelización”. Lo único que he sacado en claro tras una verborrea increíble en los textos oficiales y oficiosos es que sea nueva en sus métodos, nueva en sus impulsos, incluso nueva en su lenguaje. Desde el seminario, sobre todo en los últimos años según se acercaba la ordenación (hace menos de una década), no dejaban de repetir estas consignas. Y aunque el pensamiento del clamor de una reforma católica estaba ya en mí, los primeros tres o cuatro años de mi sacerdocio los he invertido en lo que implícitamente se consideraba nuestro trabajo oficial como funcionario presbítero, como modus vivendi, y a probar, como parte de mi verdadera vocación, esos métodos de evangelización y apostolado nuevos (excursiones, impartir clases de valores humanos -o “valores humanos y cristianos”, ¿Quién sabe qué?-, decoración, y un sinfín de actividades que de haberme pagado la gente por ellas me iría hoy día mucho mejor). Al final acabé cansándome, primero, y luego asustándome de que en el plano religioso estaba colaborando precisamente a esa secularización de la que yo mismo me quejaba. Mi deseo, como cura neocon-juanpablista, como bien dicen ustedes, era que la gente, al ver que el cura se dedicaba a tantas actividades no propias del sacerdocio, se interesase por lo religioso como algo capaz de hacer semejante prodigio. Un lío. Por otra parte, la actividad litúrgica o devocional con los fieles se convertía en una vorágine que no parecía aprovechar más que a los que la recibían, pues la dispersión propia del rural conlleva en los días festivos un ritmo frenético. Resultado de ello es que se mina la piedad del cura y con la lengua fuera no se atiende a Dios debidamente. El Sr. Obispo de mi diócesis no deja de recordarnos el peligro del activismo y el abandono de la oración que puede conllevar esto, pero es él mismo quien con sus disposiciones de mantener el culto en todas las parroquias (más de mil) a repartir entre algo más de trescientos curas es responsable en gran parte de la situación. Ante los desafíos pastorales, se limita a decir que es responsabilidad nuestra, que la diócesis no es suya y que habrá que buscar –allá cada uno- nuevos métodos para atraer a la gente joven.

No parecía ser la reforma de la Iglesia eso.
¿Era acaso la “reforma de la reforma”?, me pregunté después. Término acuñado durante este pontificado, veo que no se ha concretado más que en poner una cruz en el centro del altar –y aún así eso al principio costaba un riñón- y los seis candelabros. Bueno, pero ¡Que insatisfecho queda uno! Me congratulé que fuera al menos una ayuda a la piedad sacerdotal, tan minada en nuestros tiempos. Pero dudo mucho que eso se ajuste al concepto de reforma que he mencionado al principio. Y en el que aquí quiero detenerme.

Mirar al pasado para enteder el presente y mirar al futuro.

-Primero, pienso que nosotros, los simples curas, podríamos aplicar la reforma, no hacerla. Podemos clamar por ella, en un intento que puede fracasar y no verla en nunca en vida. Así clamaron los fieles en la Iglesia durante un siglo (el XV) sin verla. Ni siquiera respondieron las autoridades romanas a la lista de gravamina (quejas) contra Roma del pueblo alemán, fuertemente resentido contra el papado por su corrupción, pero también ansioso de la tan esperada reforma religiosa, y harto de la corrupción del clero, especialmente del episcopado. Hoy parece que sólo desease esa reforma cierto clero “desheredado” de nuestras diócesis, demasiado joven o demasiado viejo; unos pocos fieles sencillos que sin conocer la existencia de la Hermandad S. Pío X muchos los calificarían de “filolefrebvrianos” por añorar la liturgia de su niñez, a la que ya no pueden acceder; y por supuesto, los auténticos “lefrebvrianos” y cuantos se dedican a difundir la doctrina y liturgia de siempre. Cuando se convocó el concilio de Trento (1542) la ruptura de la cristiandad ya estaba consumada y era demasiado tarde, pero aunque no logró ese objetivo, sí que sus frutos han sido profundos y duraderos. Vemos que la reforma se pide desde abajo, pero no llega si no nace desde arriba. Los curas no podemos organizar el culto a nivel diocesano, restaurar la disciplina, clarificar la doctrina, etc etc más que en nuestras parroquias, y eso con grandes dificultades. Nuestros fieles en general no tienen inquietudes, les gustan las cosas como están y el único que siente esa carencia es, de ordinario, el sacerdote. Siervo de todos y estrujado por todos, con las manos atadas para hacer lo que se tiene que hacer. Por tanto, la reforma, si ha de llevarse a cabo, ha de empezar-en mi opinión- por arriba: renovatio in capite et in membris.

Los precedentes de la reforma tridentina así lo atestiguan: en Italia son las hermandades o cofradías del Santísimo Sacramento las que mostraban mayor vitalidad religiosa y germen de la reforma; tan sólo un obispo destacado, el de Verona, realizó un precedente de la reforma en el terreno diocesano, que es a mi entender el que necesita ser reformado urgentemente en la Iglesia de hoy. Organizó la catequesis y se preocupó del nivel moral e intelectual del clero. Sin embargo, el intento de reforma no fue eficaz. Intervinieron ante el papa León X en pleno concilio V de Letrán (1513) dos camaldulenses, Giustanini y Quirini, que presentaron un verdadero programa de reforma, un alegato sin contemplaciones que no tenía igual. Pero la debilidad de carácter de León X hizo que aquél concilio no obrara con mano fuerte, sin la que era inútil pensar en reformas, y los males más graves quedaron como estaban.

Sin embargo, los precedentes de reforma sí que fueron eficaces en España, donde los Reyes Católicos lucharon por obtener el derecho de elección de obispos, los que fueran más idóneos, y la vitalidad de las órdenes religiosas. Personajes de la talla de Fr. Hernando de Talavera, Jiménez de Cisneros, el impulso de la teología salmantina representada por Francisco de Vitoria, y muchos otros, muestran que sí es posible una verdadera reforma católica.

Sin parangonar aquel momento de la Iglesia con éste, veo que los males no son muy diferentes en las personas eclesiásticas -afán de dinero e influencia, congratularse con los poderes de este mundo, amiguismos, despotismos, etc., pero el peor mal, la acomodación al mundo concretada en hechos como la indefinición en la predicación-Romano Amerio habla muy atinadamente del circiterismo en su Iota unum-, en la liturgia, en el acomodo a lo más práctico, en no tener un rumbo hacia dónde ir al atajar cualquier problema, el ver que se escoge para puestos de responsabilidad a los inclinados hacia la negación de la Iglesia histórica y partidarios de la disolución de la misma en la religión del hombre, y muchas cosas más son males originales de la Iglesia desde hace cuarenta años. El general de los agustinos Egidio de Viterbo había dicho en su lección inaugural del concilio V de Letrán: “lo santo debe transformar a los hombres; no son los hombres quienes deben transformar lo santo”.

Ha pasado una generación desde la implantación de la nueva idea de Iglesia nacida del Vaticano II. Pienso que se impone una reflexión profunda en el seno de la misma por parte de todos. Como antaño en los albores de la convocatoria del concilio tridentino, naufraga el proyecto de unión de la Iglesia (entonces con Lutero) por el diferente concepto que de la misma se tiene. A lo más que llegamos es a tener un coloquio religioso, vago e infructuoso. Que sacerdotes venerables como el P. Iraburu no se den cuenta de muchas cosas me resulta chocante y más teniendo en cuenta el título de su blog, Reforma o apostasía. De cómo se entienda esta reforma, en sentido católico (renovar la Iglesia con sus fundamentos imperecederos, no simplemente traer el pasado al presente) o en sentido de la ortodoxia consagrada en el pontificado de Juan Pablo II, como quien ya ha llegado a una meta –más bien un consenso político de mínimos, depende el futuro que viviremos los sacerdotes que hemos nacido en esta época. He dicho.

10 comentarios:

Longinus dijo...

Cuánto dolor, cuánto daño asestado a la madre Iglesia.
No es labor de la Fraternidad de San Pío X reformar la Iglesia, sino de la jerarquía. Pero los laicos tenemos la obligación de presionar y de hacer que trabaje el ya torpedeado motu Propio. La FSSPX no es una secta, ni busca prosélitos. Lo que hace ella, se puede hacer desde dentro de la Iglesia, es decir, recobrar la real esencia de lo que es católico. La Fraternidad de San Pedro fué un intento fallido, porque está bajo la férula de los obispos, muchos de ellos enemigos mortales de la Santa Misa. Y no nos engañemos. La nueva misa tiene muchos elementos anticatólicos y no es cien por cien católica. Habría que hacer un postmortem de la nueva misa para darse cuenta de donde vienen sus partes.

Anónimo dijo...

De las mejores cosas que he leído, un reclamo expresado con precisión, mesura y fundamentos claros. Una carta ejemplar. Si esta petición al conjunto llega a algunos más, ya es bastante. Ánimo, querido sacerdote, nada es en vano, que Dios lo proteja.

Lupus

Walter E. Kurtz dijo...

¿Era acaso la “reforma de la reforma”?, me pregunté después. Término acuñado durante este pontificado, veo que no se ha concretado más que en poner una cruz en el centro del altar –y aún así eso al principio costaba un riñón- y los seis candelabros.

Al menos ha logrado restaurar el crucifijo y los 6 candelabros. No conozco ni una Misa del N.O. donde se hayan restaurado, a pesar del ejemplo notorio del Santo Padre.

Lindo texto.

Quaerens dijo...

Salvo en la catedral de Westminster y las misas de EWTN yo tampoco conozco una sola Misa Novus Ordo con seis candelabros y cruz en el centro.

Es más: tal disposición del altar en la Basílica de la Sagrada Familia de Barcelona duró lo que duró la Misa del Papa (y con cruz bien pequeña, no sea que se viera mucho).

Quaerens dijo...

El sacerdote autor del texto conoce bien la situación de una diócesis mayoritariamente rural, como son casi todas las del centro de España.

En general no concuerdo con su opinión de que los fieles no tienen iniciativas. El problema es que las iniciativas de los fieles no se deben dejar en manos de los fieles, sino que han de ser guiadas. Hablo como laico que soy. En las personas mayores suele haber una inercia a la conservación de la religiosidad popular que se limitará a folclore si no se inserta en la catequesis y no se relaciona con la Liturgia. Es poco probable que el español medio rural de más de 50 años añore "la Misa de su infancia" básicamente porque durante toda una década se les llenó la cabeza de cuán malo era eso de no entender nada en latín y la mala educación (sic) del cura que daba la Misa de espaldas a la gente.

Indagar en otras causas de la ruína de la Iglesia en la España rural sería prolijo, pero no creo que todo se pueda achacar a la Reforma Litúrgica. Ésta aconteció en los 70 y el derrumbe de la natalidad en los 80. El progresivo vaciamiento de las parroquias es un mero fenómeno biológico que contrasta poderosamente, por ejemplo, con el de algunas parroquias de las grandes ciudades, llenas de familias con niños pequeños. Si yo hubiera de recordar mi infancia consciente, que se extiende entre finales de los 80 y principios de los 90 diría que las Misas de entonces en mi pueblo rural diferían gandemente de las de ahora en el mismo sitio: aún había niños y aún había viejos. Eso sí: los unos asistían a una Misa que no entendían y los otros habían vivido una reforma litúrgica que nadie les había explicado.

Anónimo dijo...

PEDRO HISPANO dice:
Suscribo punto por punto lo que dice este excelente análisis y conozco casos -no muchos pero bien reales- de sacerdotes jóvenes que se han formado en gran parte autodidácticamente y que piensan igual o parecido al autor. Y que, por supuesto, están convenientemente marginados por sus respectivos obispos cuya única pretensión es mantener una brillante fachada detrás de la cual no hay nada. Y desde luego que hoy por hoy no hay nada que esperar de las altas instancias porque la Curia vaticana es en buena parte la responsable de esta situación.
Sólo lanzo la idea de que quienes pensamos como el antor del análisis deberíamos ver algún modo de encontrarnos y empezar a caminar.

Martin Ellingham dijo...

Pobres curas. Los meten en una licuadora. Padecen la dictadura de la cantidad.

Anónimo dijo...

Acá tenemos todos los domingos una Misa Novus Ordo con seis candelabros y un crucifijo en el centro.
El sanjua 3.

Gelfand dijo...

Conozco un seminario diocesano en el que también.

Anónimo dijo...

En Hurlingham donde concurre un amigo mio todos los domingos a Misa el y su familia, hay un cura que celebra con 6 candelabros, el crucifijo se lo robaron, pero en un tiempo estuvo, da la comunión de rodillas, también de las otras dos formas, aunque cada ves menos en la mano a los que son de allí. Para pascuas y otras fiestas celebra de espaldas y con canon 1, me comenta que dice que hay que ir de a poco, por que el paladar de la gente esta estragado ,y que hay que acostumbrarlo de apoco al buen vino.Según cuentan ya se mando a fabricar los reclinatorios permanentes y un manipulo para poder celebrar ,y que le faltaban las rubricas, pero un buen paisano ya se las acerco, recemos por el, saludos INDEX