«Pero un papa no es infalible en sus leyes ni en sus mandamientos, ni en sus actos de gobierno, ni en su administración, ni en su conducta pública.
¿Fue infalible san Pedro en Antioquía, cuando san Pablo se le resistió?
¿San Víctor fue infalible cuando excluyó de su comunión a las Iglesias de Asia?
¿O Liberio cuando excomulgó a Atanasio?
Y acercándonos a una época más reciente, ¿lo fue Gregorio XIII cuando hizo acuñar una medalla en honor de la matanza de la noche de san Bartolomé?
¿O Paulo IV en su conducta con Isabel (de Inglaterra)?
¿O Sixto Quinto cuando bendijo la Armada?
¿O Urbano VIII cuando persiguió a Galileo?
Ningún católico pretendió jamás que estos papas fueran infalibles al obrar así.»
Beato Juan Enrique Newman
Imagen de la Misa y acto de beatificación del cardenal Juan Enrique Newman, en la ciudad inglesa de Birmingham el 19 de septiembre de 2010. Nótese que preside el Santo Padre Benedicto XVI, algo muy raro en él.
"Newman pertenece a los grandes maestros de la Iglesia, tanto porque toca nuestro corazón como porque ilumina nuestra mente." (Card. Ratzinger en L'Osservatore Romano, 1º de junio de 2005.)
35 comentarios:
Buena obrita la citada, que hay que leer entera en sus selecciones de textos sobre la infabilidad y no sólo en parte pequeña que puede ocultar la profundidad y extensión de la apología de Newman sobre la infabilidad pontificia.
En este texto citado, por ejemplo, Newman está realizando una apología ante el que pretende arrinconar a la conciencia allí donde tiene potestad suprema ante el dogma de la infabilidad. Oigamos a Newman:
"Puesto que la infalibilidad podría entorpecer el ejercicio de la conciencia, y puesto que el Papa no es infalible en el dominio en que la conciencia posee la autoridad suprema, ningún callejón sin salida (como el contenido en la objeción a la que contesto), puede acorralarnos para escoger entre la conciencia o el Papa."
Y como el mismo Newman reconoce al empezar la disertación, son casos muy raros y extremos:
Me parece que existen algunos casos extremos en los que la conciencia puede estar en oposición con las decisiones del Papa, y en los que es preciso obedecer a ella antes que a aquel. Quisiera, de nuevo, situar esta proposición sobre bases más amplias, admitidas por todos los católicos (...).
Y para el que tenga tiempo todo el texto en su contexto con otras frases que a veces se citan sin él:
He aquí otra observación: la conciencia es una regla practica; por ello, sólo es posible una oposición entre ella y la autoridad del Papa cuando éste promulga leyes, o da órdenes especiales, u otros preceptos de este tipo. Pero un papa no es infalible en sus leyes ni en sus mandamientos, ni en sus actos de gobierno, ni en su administración,
ni en su conducta pública (...)
¿Fue infalible san Pedro en Antioquía, cuando san Pablo se le resistió? ¿San Víctor fue infalible cuando excluyó de su comunión a las Iglesias de Asia ? ¿ O Liberio cuando excomulgó a Atanasio ? Y acercándonos a una época más reciente, ¿ lo fue Gregorio XIII cuando hizo acuñar una medalla en honor de la matanza de la noche de san Bartolomé? ¿O Paulo IV en su conducta con Isabel (de Inglaterra)? ¿O Sixto Quinto cuando bendijo la Armada? ¿O Urbano VIII cuando persiguió a Galileo? Ningún católico pretendió jamás que estos papas fueran infalibles al obrar así. Puesto que la infalibilidad podría entorpecer el ejercicio de la conciencia, y puesto que el Papa no es infalible en el dominio en que la conciencia posee la autoridad suprema, ningún callejón sin salida (como el contenido en la objeción a la que contesto), puede acorralarnos para escoger entre la conciencia o el Papa. Pero vuelvo a repetir, por miedo a que mi pensamiento sea mal interpretado, que cuando hablo de la conciencia, me refiero a la conciencia que merece ser llamada así. Si tiene derecho a oponerse a la autoridad del Papa, cuando ésta es suprema pero no infalible, debe ser algo distinto de ese miserable falso semblante que, como ya he dicho, toma ahora el nombre de conciencia. Si, en un caso particular, debe tomarse por guía sagrado y soberano, sus órdenes —para prevalecer contra la voz del Papa— deben haber estado precedidas de una seria reflexión, de oraciones y de todos los medios posibles para llegar a una opinión verídica sobre el asunto en cuestión. Además, la obediencia al Papa está, como se dice, «en posesión», es decir, que el onus prohandi de establecer pruebas contra él, igual que en todos los casos de excepción, pertenece a la conciencia (...). Prima facie, es un deber necesario, aunque no sea más que por la lealtad, creer que el Papa tiene razón, y obrar conforme a sus preceptos. El cristiano debe sobreponerse a ese espíritu vil, estrecho, egoísta y ramplón que le impulsa —cuando se le da una orden eventual— a oponerse al superior que ha dado esa orden, a preguntarse si no se excede en sus atribuciones y a regocijarse por poder mezclar cierto escepticismo en cuestiones de moral práctica. No es necesario que haya decidido voluntariamente el pensar, hablar u obrar, exactamente a su capricho (...).
Si esta regla indispensable se observara, los choques entre la autoridad del Papa y la autoridad de la conciencia serían muy raros. Por otra parte, dado que para los casos extraordinarios, la Conciencia de cada uno es libre, tenemos la garantía y la certidumbre (si necesitamos tenerla) de que ningún papa podría forjar nunca para sus fines personales una falsa ley de la conciencia (...).
Una palabra más. Si después de una comida, me viera obligado a lanzar un brindis religioso — lo que evidentemente no se hace —, bebería a la salud del Papa, creedlo bien, pero primeramente por la conciencia, y después por el Papa.
(Siguen citas de moralistas sobre los derechos de la conciencia, con su estudio profundo del Syllabus del Papa Pío IX.)
El texto entero en su contexto con otras frases que a veces se olvidan.
He aquí otra observación: la conciencia es una regla practica ; por ello, sólo es posible una oposición entre ella y la autoridad del Papa cuando éste promulga leyes, o da órdenes especiales, u otros preceptos de" este tipo. Pero un papa no es infalible en sus leyes ni en sus mandamientos, ni en sus actos de gobierno, ni en su administración, ni en su conducta pública (...).
¿Fue infalible san Pedro en Antioquía, cuando san Pablo se le resistió? ¿San Víctor fue infalible cuando excluyó de su comunión a las Iglesias de Asia ? ¿ O Liberio cuando excomulgó a Atanasio ? Y acercándonos a una época más reciente, ¿ lo fue Gregorio XIII cuando hizo acuñar una medalla en honor de la matanza de la noche de san Bartolomé? ¿O Paulo IV en su conducta con Isabel (de Inglaterra)? ¿O Sixto Quinto cuando bendijo la Armada? ¿O Urbano VIII cuando persiguió
a Galileo? Ningún católico pretendió jamás que estos papas fueran infalibles al obrar así. Puesto que la infalibilidad podría entorpecer el ejercicio de la conciencia, y puesto que el Papa no es infalible en el dominio en que la conciencia posee la autoridad suprema, ningún callejón sin salida (como el contenido en la objeción a la que contesto), puede acorralarnos para escoger entre la conciencia o el Papa.
Pero vuelvo a repetir, por miedo a que mi pensamiento sea mal interpretado, que cuando hablo de la conciencia, me refiero a la conciencia que merece ser llamada así. Si tiene derecho a oponerse a la autoridad del Papa, cuando ésta es suprema pero no infalible, debe ser algo distinto de ese miserable falso semblante que, como ya he dicho, toma ahora el nombre de conciencia. Si, en un caso particular,
debe tomarse por guía sagrado y soberano, sus órdenes — para prevalecer contra la voz del Papa — deben haber estado precedidas de una seria reflexión, de oraciones y de todos los medios posibles para llegar a una opinión verídica sobre el asunto en cuestión. Además,
la obediencia al Papa está, como se dice, «en posesión», es decir, que el onus prohandi de establecer pruebas contra él, igual que en todos los casos de excepción, pertenece a la conciencia (...). Prima facie, es un deber necesario, aunque no sea más que por la lealtad, creer que el Papa tiene razón, y obrar conforme a sus preceptos. El cristiano debe sobreponerse a ese espíritu vil, estrecho, egoísta y ramplón que le impulsa — cuando se le da una orden eventual — a oponerse al superior que ha dado esa orden, a preguntarse si no se excede en sus atribuciones y a regocijarse por poder mezclar cierto escepticismo en cuestiones de moral práctica. No es necesario que haya decidido voluntariamente el pensar, hablar u obrar, exactamente
a su capricho (...).
Si esta regla indispensable se observara, los choques entre la autoridad del Papa y la autoridad de la conciencia serían muy raros. Por otra parte, dado que para los casos extraordinarios, la Conciencia
de cada uno es libre, tenemos la garantía y la certidumbre (si necesitamos tenerla) de que ningún papa podría forjar nunca para sus fines personales una falsa ley de la conciencia (...).
Una palabra más. Si después de una comida, me viera obligado a lanzar un brindis religioso — lo que evidentemente no se hace —, bebería a la salud del Papa, creedlo bien, pero primeramente por la conciencia, y después por el Papa.
(Siguen citas de moralistas sobre los derechos de la conciencia, con su estudio profundo del Syllabus del Papa Pío IX.)
He puesto el texto entero pero no sale. Supongo que algún tipo de defecto del blog.
No creo que el contexto quite nada de fuerza a las palabras que se citan arriba. Por supuesto que Newman no renegaba de la infalibilidad, pero de lo que sí renegaba era de extender esa infalibilidad a cualquier cosa que venga de Roma. Y, creo, eso es lo que se da a entender en el texto.
Ludovicus dijo,
Coincido con el coronel. Si algo fue Newman, fue antiultramontano, en el sentido de circunscribir el dogma de la infalibilidad papal a sus justos límites, en la línea del texto final de la constitución conciliar del Vaticano I. La Carta al duque de Norfolk tiene esa intención explícita.
En cuanto a la "infalibilidad" de las leyes y actos del gobierno del Papa, está la teoría de la "asistencia prudencial infalible", con los límites que ya fueron expuestos aquí.
Que nos sean infalibles "sus leyes ni sus mandamientos, ni sus actos de gobierno, ni su administración, ni en conducta pública" no quiere decir y nunca quiso decir -antes o despues de la proclamación del dogma de la infabilidad- que nos exijan acatamento y que peque quienes no los presten.
* no sean
* no exija
* y que no pequen
El texto de nuevo:
He aquí otra observación: la conciencia es una regla practica ; por ello, sólo es posible una oposición entre ella y la autoridad del Papa cuando éste promulga leyes, o da órdenes especiales, u otros preceptos de" este tipo. Pero un papa no es infalible en sus leyes ni en sus mandamientos, ni en sus actos de gobierno, ni en su administración, ni en su conducta pública (...).
¿Fue infalible san Pedro en Antioquía, cuando san Pablo se le resistió? ¿San Víctor fue infalible cuando excluyó de su comunión a las Iglesias de Asia ? ¿ O Liberio cuando excomulgó a Atanasio ? Y acercándonos a una época más reciente, ¿ lo fue Gregorio XIII cuando hizo acuñar una medalla en honor de la matanza de la noche de san Bartolomé? ¿O Paulo IV en su conducta con Isabel (de Inglaterra)? ¿O Sixto Quinto cuando bendijo la Armada? ¿O Urbano VIII cuando persiguió
a Galileo? Ningún católico pretendió jamás que estos papas fueran infalibles al obrar así. Puesto que la infalibilidad podría entorpecer el ejercicio de la conciencia, y puesto que el Papa no es infalible en el dominio en que la conciencia posee la autoridad suprema, ningún callejón sin salida (como el contenido en la objeción a la que contesto), puede acorralarnos para escoger entre la conciencia o el Papa.
Pero vuelvo a repetir, por miedo a que mi pensamiento sea mal interpretado, que cuando hablo de la conciencia, me refiero a la conciencia que merece ser llamada así. Si tiene derecho a oponerse a la autoridad del Papa, cuando ésta es suprema pero no infalible, debe ser algo distinto de ese miserable falso semblante que, como ya he dicho, toma ahora el nombre de conciencia. Si, en un caso particular,
debe tomarse por guía sagrado y soberano, sus órdenes — para prevalecer contra la voz del Papa — deben haber estado precedidas de una seria reflexión, de oraciones y de todos los medios posibles para llegar a una opinión verídica sobre el asunto en cuestión. Además,
la obediencia al Papa está, como se dice, «en posesión», es decir, que el onus prohandi de establecer pruebas contra él, igual que en todos los casos de excepción, pertenece a la conciencia (...). Prima facie, es un deber necesario, aunque no sea más que por la lealtad, creer que el Papa tiene razón, y obrar conforme a sus preceptos. El cristiano debe sobreponerse a ese espíritu vil, estrecho, egoísta y ramplón que le impulsa — cuando se le da una orden eventual — a oponerse al superior que ha dado esa orden, a preguntarse si no se excede en sus atribuciones y a regocijarse por poder mezclar cierto escepticismo en cuestiones de moral práctica. No es necesario que haya decidido voluntariamente el pensar, hablar u obrar, exactamente
a su capricho (...).
Si esta regla indispensable se observara, los choques entre la autoridad del Papa y la autoridad de la conciencia serían muy raros. Por otra parte, dado que para los casos extraordinarios, la Conciencia
de cada uno es libre, tenemos la garantía y la certidumbre (si necesitamos tenerla) de que ningún papa podría forjar nunca para sus fines personales una falsa ley de la conciencia (...).
Una palabra más. Si después de una comida, me viera obligado a lanzar un brindis religioso — lo que evidentemente no se hace —, bebería a la salud del Papa, creedlo bien, pero primeramente por la conciencia, y después por el Papa.
(Siguen citas de moralistas sobre los derechos de la conciencia, con su estudio profundo del Syllabus del Papa Pío IX.)
El texto de nuevo:
He aquí otra observación: la conciencia es una regla practica ; por ello, sólo es posible una oposición entre ella y la autoridad del Papa cuando éste promulga leyes, o da órdenes especiales, u otros preceptos de" este tipo. Pero un papa no es infalible en sus leyes ni en sus mandamientos, ni en sus actos de gobierno, ni en su administración, ni en su conducta pública (...).
¿Fue infalible san Pedro en Antioquía, cuando san Pablo se le resistió? ¿San Víctor fue infalible cuando excluyó de su comunión a las Iglesias de Asia ? ¿ O Liberio cuando excomulgó a Atanasio ? Y acercándonos a una época más reciente, ¿ lo fue Gregorio XIII cuando hizo acuñar una medalla en honor de la matanza de la noche de san Bartolomé? ¿O Paulo IV en su conducta con Isabel (de Inglaterra)? ¿O Sixto Quinto cuando bendijo la Armada? ¿O Urbano VIII cuando persiguió
a Galileo? Ningún católico pretendió jamás que estos papas fueran infalibles al obrar así. Puesto que la infalibilidad podría entorpecer el ejercicio de la conciencia, y puesto que el Papa no es infalible en el dominio en que la conciencia posee la autoridad suprema, ningún callejón sin salida (como el contenido en la objeción a la que contesto), puede acorralarnos para escoger entre la conciencia o el Papa.
Pero vuelvo a repetir, por miedo a que mi pensamiento sea mal interpretado, que cuando hablo de la conciencia, me refiero a la conciencia que merece ser llamada así. Si tiene derecho a oponerse a la autoridad del Papa, cuando ésta es suprema pero no infalible, debe ser algo distinto de ese miserable falso semblante que, como ya he dicho, toma ahora el nombre de conciencia. Si, en un caso particular,
debe tomarse por guía sagrado y soberano, sus órdenes — para prevalecer contra la voz del Papa — deben haber estado precedidas de una seria reflexión, de oraciones y de todos los medios posibles para llegar a una opinión verídica sobre el asunto en cuestión. Además,
la obediencia al Papa está, como se dice, «en posesión», es decir, que el onus prohandi de establecer pruebas contra él, igual que en todos los casos de excepción, pertenece a la conciencia (...). Prima facie, es un deber necesario, aunque no sea más que por la lealtad, creer que el Papa tiene razón, y obrar conforme a sus preceptos. El cristiano debe sobreponerse a ese espíritu vil, estrecho, egoísta y ramplón que le impulsa — cuando se le da una orden eventual — a oponerse al superior que ha dado esa orden, a preguntarse si no se excede en sus atribuciones y a regocijarse por poder mezclar cierto escepticismo en cuestiones de moral práctica. No es necesario que haya decidido voluntariamente el pensar, hablar u obrar, exactamente
a su capricho (...).
Si esta regla indispensable se observara, los choques entre la autoridad del Papa y la autoridad de la conciencia serían muy raros. Por otra parte, dado que para los casos extraordinarios, la Conciencia
de cada uno es libre, tenemos la garantía y la certidumbre (si necesitamos tenerla) de que ningún papa podría forjar nunca para sus fines personales una falsa ley de la conciencia (...).
Una palabra más. Si después de una comida, me viera obligado a lanzar un brindis religioso — lo que evidentemente no se hace —, bebería a la salud del Papa, creedlo bien, pero primeramente por la conciencia, y después por el Papa.
"He aquí otra observación: la conciencia es una regla practica ; por ello, sólo es posible una oposición entre ella y la autoridad del Papa cuando éste promulga leyes, o da órdenes especiales, u otros preceptos de" este tipo. Pero un papa no es infalible en sus leyes ni en sus mandamientos, ni en sus actos de gobierno, ni en su administración, ni en su conducta pública (...).
¿Fue infalible san Pedro en Antioquía, cuando san Pablo se le resistió? ¿San Víctor fue infalible cuando excluyó de su comunión a las Iglesias de Asia ? ¿ O Liberio cuando excomulgó a Atanasio ? Y acercándonos a una época más reciente, ¿ lo fue Gregorio XIII cuando hizo acuñar una medalla en honor de la matanza de la noche de san Bartolomé? ¿O Paulo IV en su conducta con Isabel (de Inglaterra)? ¿O Sixto Quinto cuando bendijo la Armada? ¿O Urbano VIII cuando persiguió
a Galileo? Ningún católico pretendió jamás que estos papas fueran infalibles al obrar así. Puesto que la infalibilidad podría entorpecer el ejercicio de la conciencia, y puesto que el Papa no es infalible en el dominio en que la conciencia posee la autoridad suprema, ningún callejón sin salida (como el contenido en la objeción a la que contesto), puede acorralarnos para escoger entre la conciencia o el Papa.
Pero vuelvo a repetir, por miedo a que mi pensamiento sea mal interpretado, que cuando hablo de la conciencia, me refiero a la conciencia que merece ser llamada así. Si tiene derecho a oponerse a la autoridad del Papa, cuando ésta es suprema pero no infalible, debe ser algo distinto de ese miserable falso semblante que, como ya he dicho, toma ahora el nombre de conciencia. Si, en un caso particular,
debe tomarse por guía sagrado y soberano, sus órdenes — para prevalecer contra la voz del Papa — deben haber estado precedidas de una seria reflexión, de oraciones y de todos los medios posibles para llegar a una opinión verídica sobre el asunto en cuestión. Además,
la obediencia al Papa está, como se dice, «en posesión», es decir, que el onus prohandi de establecer pruebas contra él, igual que en todos los casos de excepción, pertenece a la conciencia (...). Prima facie, es un deber necesario, aunque no sea más que por la lealtad, creer que el Papa tiene razón, y obrar conforme a sus preceptos. El cristiano debe sobreponerse a ese espíritu vil, estrecho, egoísta y ramplón que le impulsa — cuando se le da una orden eventual — a oponerse al superior que ha dado esa orden, a preguntarse si no se excede en sus atribuciones y a regocijarse por poder mezclar cierto escepticismo en cuestiones de moral práctica. No es necesario que haya decidido voluntariamente el pensar, hablar u obrar, exactamente
a su capricho (...).
Si esta regla indispensable se observara, los choques entre la autoridad del Papa y la autoridad de la conciencia serían muy raros. Por otra parte, dado que para los casos extraordinarios, la Conciencia
de cada uno es libre, tenemos la garantía y la certidumbre (si necesitamos tenerla) de que ningún papa podría forjar nunca para sus fines personales una falsa ley de la conciencia (...).
Una palabra más. Si después de una comida, me viera obligado a lanzar un brindis religioso — lo que evidentemente no se hace —, bebería a la salud del Papa, creedlo bien, pero primeramente por la conciencia, y después por el Papa.
(Siguen citas de moralistas sobre los derechos de la conciencia, con su estudio profundo del Syllabus del Papa Pío IX.)"
El texto de nuevo:
Pero vuelvo a repetir, por miedo a que mi pensamiento sea mal interpretado, que cuando hablo de la conciencia, me refiero a la conciencia que merece ser llamada así. Si tiene derecho a oponerse a la autoridad del Papa, cuando ésta es suprema pero no infalible, debe ser algo distinto de ese miserable falso semblante que, como ya he dicho, toma ahora el nombre de conciencia. Si, en un caso particular, debe tomarse por guía sagrado y soberano, sus órdenes — para prevalecer contra la voz del Papa — deben haber estado precedidas de una seria reflexión, de oraciones y de todos los medios posibles para llegar a una opinión verídica sobre el asunto en cuestión. Además,
la obediencia al Papa está, como se dice, «en posesión», es decir, que el onus prohandi de establecer pruebas contra él, igual que en todos los casos de excepción, pertenece a la conciencia (...). Prima facie, es un deber necesario, aunque no sea más que por la lealtad, creer que el Papa tiene razón, y obrar conforme a sus preceptos. El cristiano debe sobreponerse a ese espíritu vil, estrecho, egoísta y ramplón que le impulsa — cuando se le da una orden eventual — a oponerse al superior que ha dado esa orden, a preguntarse si no se excede en sus atribuciones y a regocijarse por poder mezclar cierto escepticismo en cuestiones de moral práctica. No es necesario que haya decidido voluntariamente el pensar, hablar u obrar, exactamente
a su capricho (...).
Si esta regla indispensable se observara, los choques entre la autoridad del Papa y la autoridad de la conciencia serían muy raros. Por otra parte, dado que para los casos extraordinarios, la Conciencia
de cada uno es libre, tenemos la garantía y la certidumbre (si necesitamos tenerla) de que ningún papa podría forjar nunca para sus fines personales una falsa ley de la conciencia (...).
Asentimiento religioso, todo.
Anulación de las tres potencias del alma -voluntad, memoria y entendimiento- ninguna.
Desprecio del Magisterio, menos aún.
Quedo a la espera de la explicación de los encuentros de Asís y de las ceremonias de Vudú en Benin.
Es el Santo Padre infalible cuando NUNCA celebra la Santa Misa Tridentina? La misa que todos los papas celebraron antes del CV-2? Cuál es el miedo? Al cisma de los progresaurios? Ellos ya están en cisma desde hace mucho. Y allí está la crux de la materia, la batalla por la Santa Misa. Un saludo.
El texto de nuevo:
He aquí otra observación: la conciencia es una regla practica ; por ello, sólo es posible una oposición entre ella y la autoridad del Papa cuando éste promulga leyes, o da órdenes especiales, u otros preceptos de" este tipo. Pero un papa no es infalible en sus leyes ni en sus mandamientos, ni en sus actos de gobierno, ni en su administración, ni en su conducta pública (...).
¿Fue infalible san Pedro en Antioquía, cuando san Pablo se le resistió? ¿San Víctor fue infalible cuando excluyó de su comunión a las Iglesias de Asia ? ¿ O Liberio cuando excomulgó a Atanasio ? Y acercándonos a una época más reciente, ¿ lo fue Gregorio XIII cuando hizo acuñar una medalla en honor de la matanza de la noche de san Bartolomé? ¿O Paulo IV en su conducta con Isabel (de Inglaterra)? ¿O Sixto Quinto cuando bendijo la Armada? ¿O Urbano VIII cuando persiguió
a Galileo? Ningún católico pretendió jamás que estos papas fueran infalibles al obrar así. Puesto que la infalibilidad podría entorpecer el ejercicio de la conciencia, y puesto que el Papa no es infalible en el dominio en que la conciencia posee la autoridad suprema, ningún callejón sin salida (como el contenido en la objeción a la que contesto), puede acorralarnos para escoger entre la conciencia o el Papa.
Pero vuelvo a repetir, por miedo a que mi pensamiento sea mal interpretado, que cuando hablo de la conciencia, me refiero a la conciencia que merece ser llamada así. Si tiene derecho a oponerse a la autoridad del Papa, cuando ésta es suprema pero no infalible, debe ser algo distinto de ese miserable falso semblante que, como ya he dicho, toma ahora el nombre de conciencia. Si, en un caso particular,
debe tomarse por guía sagrado y soberano, sus órdenes — para prevalecer contra la voz del Papa — deben haber estado precedidas de una seria reflexión, de oraciones y de todos los medios posibles para llegar a una opinión verídica sobre el asunto en cuestión. Además,
la obediencia al Papa está, como se dice, «en posesión», es decir, que el onus prohandi de establecer pruebas contra él, igual que en todos los casos de excepción, pertenece a la conciencia (...). Prima facie, es un deber necesario, aunque no sea más que por la lealtad, creer que el Papa tiene razón, y obrar conforme a sus preceptos. El cristiano debe sobreponerse a ese espíritu vil, estrecho, egoísta y ramplón que le impulsa — cuando se le da una orden eventual — a oponerse al superior que ha dado esa orden, a preguntarse si no se excede en sus atribuciones y a regocijarse por poder mezclar cierto escepticismo en cuestiones de moral práctica. No es necesario que haya decidido voluntariamente el pensar, hablar u obrar, exactamente
a su capricho (...).
Si esta regla indispensable se observara, los choques entre la autoridad del Papa y la autoridad de la conciencia serían muy raros. Por otra parte, dado que para los casos extraordinarios, la Conciencia
de cada uno es libre, tenemos la garantía y la certidumbre (si necesitamos tenerla) de que ningún papa podría forjar nunca para sus fines personales una falsa ley de la conciencia (...).
Una palabra más. Si después de una comida, me viera obligado a lanzar un brindis religioso — lo que evidentemente no se hace —, bebería a la salud del Papa, creedlo bien, pero primeramente por la conciencia, y después por el Papa.
(Siguen citas de moralistas sobre los derechos de la conciencia, con su estudio profundo del Syllabus del Papa Pío IX.)
El texto de nuevo:
He aquí otra observación: la conciencia es una regla practica ; por ello, sólo es posible una oposición entre ella y la autoridad del Papa cuando éste promulga leyes, o da órdenes especiales, u otros preceptos de" este tipo. Pero un papa no es infalible en sus leyes ni en sus mandamientos, ni en sus actos de gobierno, ni en su administración, ni en su conducta pública (...).
¿Fue infalible san Pedro en Antioquía, cuando san Pablo se le resistió? ¿San Víctor fue infalible cuando excluyó de su comunión a las Iglesias de Asia ? ¿ O Liberio cuando excomulgó a Atanasio ? Y acercándonos a una época más reciente, ¿ lo fue Gregorio XIII cuando hizo acuñar una medalla en honor de la matanza de la noche de san Bartolomé? ¿O Paulo IV en su conducta con Isabel (de Inglaterra)? ¿O Sixto Quinto cuando bendijo la Armada? ¿O Urbano VIII cuando persiguió
a Galileo? Ningún católico pretendió jamás que estos papas fueran infalibles al obrar así. Puesto que la infalibilidad podría entorpecer el ejercicio de la conciencia, y puesto que el Papa no es infalible en el dominio en que la conciencia posee la autoridad suprema, ningún callejón sin salida (como el contenido en la objeción a la que contesto), puede acorralarnos para escoger entre la conciencia o el Papa.
Pero vuelvo a repetir, por miedo a que mi pensamiento sea mal interpretado, que cuando hablo de la conciencia, me refiero a la conciencia que merece ser llamada así. Si tiene derecho a oponerse a la autoridad del Papa, cuando ésta es suprema pero no infalible, debe ser algo distinto de ese miserable falso semblante que, como ya he dicho, toma ahora el nombre de conciencia. Si, en un caso particular,
debe tomarse por guía sagrado y soberano, sus órdenes — para prevalecer contra la voz del Papa — deben haber estado precedidas de una seria reflexión, de oraciones y de todos los medios posibles para llegar a una opinión verídica sobre el asunto en cuestión. Además,
la obediencia al Papa está, como se dice, «en posesión», es decir, que el onus prohandi de establecer pruebas contra él, igual que en todos los casos de excepción, pertenece a la conciencia (...). Prima facie, es un deber necesario, aunque no sea más que por la lealtad, creer que el Papa tiene razón, y obrar conforme a sus preceptos. El cristiano debe sobreponerse a ese espíritu vil, estrecho, egoísta y ramplón que le impulsa — cuando se le da una orden eventual — a oponerse al superior que ha dado esa orden, a preguntarse si no se excede en sus atribuciones y a regocijarse por poder mezclar cierto escepticismo en cuestiones de moral práctica. No es necesario que haya decidido voluntariamente el pensar, hablar u obrar, exactamente
a su capricho (...).
Si esta regla indispensable se observara, los choques entre la autoridad del Papa y la autoridad de la conciencia serían muy raros. Por otra parte, dado que para los casos extraordinarios, la Conciencia
de cada uno es libre, tenemos la garantía y la certidumbre (si necesitamos tenerla) de que ningún papa podría forjar nunca para sus fines personales una falsa ley de la conciencia (...).
Una palabra más. Si después de una comida, me viera obligado a lanzar un brindis religioso — lo que evidentemente no se hace —, bebería a la salud del Papa, creedlo bien, pero primeramente por la conciencia, y después por el Papa.
(Siguen citas de moralistas sobre los derechos de la conciencia, con su estudio profundo del Syllabus del Papa Pío IX.)
El texto es importante pues al final no dice todo lo que aparenta aquí. No se, porqué no se puede colocar entero o cuando lo hago a trozos, desaparece.
El texto de nuevo:
Pero vuelvo a repetir, por miedo a que mi pensamiento sea mal interpretado, que cuando hablo de la conciencia, me refiero a la conciencia que merece ser llamada así. Si tiene derecho a oponerse a la autoridad del Papa, cuando ésta es suprema pero no infalible, debe ser algo distinto de ese miserable falso semblante que, como ya he dicho, toma ahora el nombre de conciencia. Si, en un caso particular,
debe tomarse por guía sagrado y soberano, sus órdenes — para prevalecer contra la voz del Papa — deben haber estado precedidas de una seria reflexión, de oraciones y de todos los medios posibles para llegar a una opinión verídica sobre el asunto en cuestión. Además,
la obediencia al Papa está, como se dice, «en posesión», es decir, que el onus prohandi de establecer pruebas contra él, igual que en todos los casos de excepción, pertenece a la conciencia (...). Prima facie, es un deber necesario, aunque no sea más que por la lealtad, creer que el Papa tiene razón, y obrar conforme a sus preceptos. El cristiano debe sobreponerse a ese espíritu vil, estrecho, egoísta y ramplón que le impulsa — cuando se le da una orden eventual — a oponerse al superior que ha dado esa orden, a preguntarse si no se excede en sus atribuciones y a regocijarse por poder mezclar cierto escepticismo en cuestiones de moral práctica. No es necesario que haya decidido voluntariamente el pensar, hablar u obrar, exactamente
a su capricho (...).
Si esta regla indispensable se observara, los choques entre la autoridad del Papa y la autoridad de la conciencia serían muy raros. Por otra parte, dado que para los casos extraordinarios, la Conciencia de cada uno es libre, tenemos la garantía y la certidumbre (si necesitamos tenerla) de que ningún papa podría forjar nunca para sus fines personales una falsa ley de la conciencia (...).
Ludovicus dijo,
Sì, "los choques entre la autoridad del Papa la autoridad de la conciencia serían muy raros", en el bendito siglo XIX y bajo Pío IX.
Te quiero ver en el siglo X, bajo Juan XII, en el XVI con Julio II, o en el posconcilio con Papas besadores de coranes, convocadores de asambleas sincréticas y promotores de la subversion litúrgica mariniana.
La papolatría es un peligro para la fe en todo tiempo y lugar. Hay que darle al Papa lo que es del Papa.
Opinión ¿oficiosa? de la FSSPX:
http://www.angelusonline.org/index.php?section=articles&subsection=show_article&article_id=3213
Estamos en el tiempo que estamos, Ludovico. No hay otro. Eso es lo grande y hermoso de vivir en la historia y la gran responsabilidad que cada conciencia tiene que rendir ante Dios conforme a los veinte siglos de obediencia al Papa en lo que sabemos es de obediencia.
Ningún Papa nos ha enseñado que hay que besar el Corán, como ningún Papa nos ha enseñado que hay que subvertir el culto mariano u organizar asambleas sincréticas como ningún Papa nos ha enseñado que hay que cobrar simoniacamente los sacramentos. Ni en el siglo I ni en el XXI ni en los otros que hay en el medio.
La prensa mediática trastornando hechos poco claros de los Pontífices sí que puede enseñarnos todo lo contrario. Pero eso ya no es magisterio, sino publicidad.
A tal fin es precioso otro texto de Newman en esa misma obra citada:
Bien sé hasta qué punto sus motivos son generosos, y qué provocación ha representado para usted, como para los demás, los acontecimientos religiosos sucedidos a nuestro alrededor. Pero nada de lo ocurrido puede justificar la separación de la única Iglesia.
Hay una fábula de uno de nuestros poetas ingleses cuya moraleja
dice así :
Reflexiona antes de tomar una medida peligrosa.
El día más sombrío pasará si esperas hasta la mañana siguiente.
Seamos pacientes. Es probable que el cambio de las cosas no se produzca en nuestro tiempo, pero tarde o temprano vendrá, seguramente,
una enérgica y ruda reacción (némesis) contra los actos de violencia que nos afligen en la actualidad.
Y seguía el beato Newman con esta afirmación iraburiana para defender el dogma de la infabilidad (es fácil recortar los contextos), que en Inglaterra estaba muy marcado por la oposición liberal al mismo que temía la intrusión en la vida política del Pontífice (que es contra lo que realmente escribre Newman):
Lo que dicen los obispos y el pueblo de todo el mundo es la verdad, a despecho de las quejas que podamos elevar contra algunos procederes eclesiásticos.
No nos alcemos contra la voz del universo. ¡ Que Dios le guarde y le bendiga!
No es bueno idealizar a los Papas. Un sano antídoto aquí:
http://www.archive.org/search.php?query=The%20history%20of%20the%20popes%2C%20from%20the%20close%20of%20the%20middle%20ages%20AND%20collection%3Aamericana
Hoy nadie se atrevería a escribir algo así.
Ludovicus dijo,
Miles, se equivoca de medio a medio si cree que un Papa que besa el Corán o se deja ungir por una hechicera no enseña. Claro que enseña.
Enseña máximamente, porque contrariamente a lo que dice Iraburu, los gestos son un lenguaje muy claro. Eso lo sabe cualquier padre.
Difficile et longa per verba, breve et eficax per exempla.
Lo he dicho antes y lo repito: de ahora en más debe ser bien visto que un católico besuquée el Corán, o vaya a la sinagoga, o participe en un culto Voodoó. El papa lo hizo!! Un beato hoy, mañana lo haràn santo. No se podrá criticar el carnaval sincrético de Asís, porque el turbomagno lo organizó y es un santo hombre. Se sigue sembrando la confusión. Y gentes como el rp Iraburu sirven de esquiroles para que los progres puedan organizar sus tenidas ecuménicas. Vaya con los neocones!
¿Entonces, Ludovicus, cual es la enseñanza magisterial de los Papas del siglo de hierro?
¿Y la de todos aquellos que hayan sido poco claros en sus gestos?
Así se acabó la Iglesia desde el momento que un Papa nos enseñó que podía negar a Cristo y no pasar nada. Peor aún, que Cristo instituyendo al primer Papa pudiera aceptar el gesto de poner de cabeza de todos al que previamente le había negado tres veces. No dos ni una, sino tres.
El hecho es que hay que buscar lo claro dentro de lo oscuro y hacerlo resaltar en lugar de cegar a la gente.
Ludovicus dijo,
la enseñanza simpliciterde "esos" gestos es un mal ejemplo para los papólatras.
Para el fiel catolico ortodoxo y ortopráctico la enseñanza magisterial que emana de "esos" gestos es que el Papa jamás es impecable, ni tampoco es infalible, fuera de los límites muy claros de dicha infalibilidad.
Y que "es un hombre, no un Dios".
Ludovicus dijo,
Para decirlo con las palabras de un peligroso filolefe que ha hecho carrera:
"Me parece de la mayor importancia que el Catecismo, al mencionar la limitación de los poderes de la autoridad suprema de la Iglesia con relación a la reforma trae a la memoria lo que es la esencia del Primado tal como fue delineado por los Concilios Vaticanos Primero y Segundo: el Papa no es un monarca absoluto cuya voluntad es ley; antes bien, él es el guardián de la auténtica Tradición y por lo tanto el primer garante de la obediencia. No puede hacer lo que le plazca, lo que en consecuencia lo habilita para oponerse a aquellos que, por su parte, quieren hacer todo lo que le pasa por la cabeza. Su regla no es la del poder arbitrario sino la de la obediencia en la fe"
Leyendo sobre otro asunto, me encuentro con esto:
"hay muchos libros que lo cuentan con documentos, que muchas otras personas del mundo entero intentaron acercarse al Papa con quejas sobre el Opus Dei, sobre los Legionarios, sobre Comunión y Liberación. DESDE EL PRINCIPIO de su pontificado. Juan Pablo II estaba informado de los escándalos sexuales del clero, lo sabía. No hizo absolutamente nada. Siguió la tónica de Roma en estos asuntos hasta ayer que era silenciar, así está escrito en documentos vaticanos también accesibles en varios libros.
También sabía de los líos financieros que se traían con el banco Vaticano Calvi, Marcikus, el Ambrosiano, estaba informado, pero tampoco quiso profundizar. Recibió una carta de los católicos ahorradores del Ambrosiano antes de que estallara el escándalo. Ni caso."
http://www.opuslibros.org/nuevaweb/modules.php?name=News&file=article&sid=17816
Supongo que todo eso habrá sido tenido en cuenta en la causa...
Fué una actitud general en el pontificado del beato JP 2, al denunciarse que millones de católicos se estaban convirtiendo al protestantismo en Hispanoamérica, debido al ecumenismo y a la teología de la liberación, se hizo de oídos sordos.
Para el fiel catolico ortodoxo y ortopráctico la enseñanza magisterial que emana de "esos" gestos es que el Papa jamás es impecable, ni tampoco es infalible, fuera de los límites muy claros de dicha infalibilidad.
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De acuerdo, se deforma el recto amor y unión al Romano Pontífice en un exceso de celo.
Pero también en el otro lado se malentiende el límite y se acaba viendo todo acto del Papa como juzgable y condenable y por lo tanto se cae en el la papafobia.
Newman es equilibrado a ese respecto, aunque vive en un contexto especial que es el temor de la intromisión de la Iglesia en la política del Reino Unido.
¿Hemos salido realmente de ese contexto tan propio del siglo XIX en estas divisiones faccioniarias que asolan la Iglesia entre papólatras y papófobos? A ver si al final va a ser todo un trasladar la política de los hombres al ruedo eclesial. Algo que desde Constantino, y aún antes, no paramos de sufrir en la Iglesia.
PEDRO HISPANO dice:
1) Por favor que alguien de redacción ponga coto a la hastiantes repeticiones de los mismos textos. Parece cosa de chiflados este repetir, repetir y repetir.
2) Que explique bien Ronin qué es eso de papafobia aplicado al caso presente porque los que nos dolemos de barbaridades como el beso al Corá, la peticiones de perdón por sus antecesores, la ceremonia sincretista de Asís y otras lo hacemos -al menos un servidor- por lo que amamos el Pontificado romano.
Y no olvides que hay casos de Papas que lloraron su pecado como San Pedro o publicaron bulas de rectificación como Pîo II. Y supongo que haya más casos parecidos en tan larga historia. Cosa que no conocemos haya hecho aquel de quien nos ocupamos aquí
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