martes, 27 de mayo de 2014

El caso Dreyfus

La historia es maestra de la vida. A veces viene bien recordar el pasado para no repetir errores en el presente. 

Ya hemos visto la repentina popularidad alcanzada por el general Boulanger en 1886; dentro del desorden político y social que reinaba por entonces en Francia, el ejército representaba el último baluarte del honor, del orden y de la honradez. Las agitaciones alrededor del escándalo Wilson, yerno del presidente de la República Grévy, que proporcionaba condecoraciones, había provocado un compacto agrupamiento de la opinión pública en torno a Boulanger, partidario de la revisión, y la III República había sido peligrosamente alcanzada.
Sabemos que el Gobierno consiguió actuar con decisión, gracias, sobre todo, a la falta de carácter del general.
El fin del bulangismo no había logrado apaciguar el ambiente; los problemas sociales se estaban planteando de forma aguda; habían estallado algunas huelgas (Carmaux), en Fourmies, en 1895; el Ejército se había enfrentado con los obreros, por lo cual algunos de ellos habían resultado muertos. Por último, el escándalo de Panamá acabó de perturbar los espíritus; en pocas palabras: se sabe que el ingeniero De Lesseps, con el fin de reunir los enormes capitales que necesitaba para llevar a cabo su proyecto de construcción del canal de Panamá, había encargado al barón de Reinach obtener del Parlamento un empréstito en lotes; el barón repartió algunos fondos entre los diputados para conseguir votos favorables; el escándalo fue descubierto, y la resonancia alcanzada fue enorme.
Los enemigos del régimen —católicos en su mayoría— consideran que no les queda más que una esperanza, ya que los príncipes no parecen decididos a obrar: buscar dentro del Ejército al hombre que favoreciese sus designios. La revancha contra Alemania es una poderosa palanca patriótica y política; Drumont, Rochefort, Dérouléde, se dedican a ello activamente. Además se ha iniciado una campaña contra los judíos, con Drumont en la Libre parole y Rochefort en L'Intransigeant. Cualquier asunto patriótico, cualquier cuestión de espionaje, no podía menos de provocar una tensión de nervios, que llegaría hasta el máximo.
Ahora ya conocemos bien lo que se ha llamado el «Asunto Dreyfus». Un oficial judío, el capitán de artillería Dreyfus, pasante en el 2° despacho del Estado Mayor General, había sido detenido, el 15 de octubre de 1894, bajo la inculpación de haber facilitado documentos, secretos. La policía militar francesa había descubierto, gracias a uno de sus agentes, la señora Bastian, empleada en la Embajada alemana como asistenta, un «estadillo», todo rasgado, entre los papeles del agregado militar alemán, M. de Schwartzkoppen. Un estudio detenido del documento hace sospechar de Dreyfus, y, naturalmente, su, calidad de judío atrae todavía más las dudas. El 22 de diciembre de 1894 es condenado por un Consejo de guerra, y en circunstancias muy rápidas, a la reclusión perpetua. Dreyfus protestó siempre, insistiendo, en su inocencia.
El 2 de julio de 1895, el comandante Picquart sucedio al comandante Sandherr en la dirección del
Servicio de Información del Ejército. El expediente Dreyfus se había engrosado por un cablegrama, enviado por el agregado alemán a un tal comandante Esterházy , cuya conducta privada era deplorable y que, además, andaba necesitado de dinero; una investigación reveló a Picquart la similitud de los escritos de Esterházy  y del estadillo. El hecho era grave, pues demostraba que el Estado Mayor del Ejército se había equivocado. Si todo el asunto se hubiera desarrollado en la penumbra de los despachos y en el silencio de los medios militares, seguramente no habría tenido eco ninguno. Pero las pasiones estaban desencadenadas; las izquierdas, exasperadas por los ataques de las derechas; las pasiones antijudías, habían llegado a su colmo. La Prensa se apoderó del incidente y comenzó una campaña para la rehabilitación de Dreyfus, campaña animada y costeada por los compatriotas del oficial judío; dirigieron ésta el vicepresidente del Senado, el alsaciano Scheurer-Kestner; el gran rabino, Zadoc-Kahn; el hermano de Dreyfus, Mathieu Dreyfus, y Bernard Lazare. Pero dicha campaña fracasó; las izquierdas, igual que las derechas, creían en la culpabilidad de Dreyfus. Esterházy  había sido juzgado y absuelto. (Más tarde se supo que en el expediente había sido introducido un documento falso.)
La actitud de la Iglesia fue en este asunto de absoluta neutralidad; la familia Dreyfus se dirigió al Papa, y un grupo de universitarios se entrevistó con el arzobispo de París. León XIII no podía pleitear por esta causa ante el Gobierno francés; seguramente que la susceptibilidad republicana no lo hubiese permitido, sobre todo por tratarse de un asunto de espionaje «reglamentariamente juzgado» por un tribunal militar francés. La posición oficial del cardenal Richard, arzobispo de París, hubo de regirse por la del Santo Padre; a pesar de las patéticas súplicas de los universitarios, a los cuales recibió en audiencia a fines de 1897, resolvió que «la Iglesia no debía intervenir».
Esta actitud de neutralidad pasiva será traducida en adelante en una hostilidad irreducible e inconfesada.
El que acabó de caldear todo el asunto fue Emilio Zola, novelista naturalista, que por medio de una serie de artículos y de folletos emprendio un campaña violenta y encarnizada; fue él quien introdujo el anticlericalismo en el asunto, asociándolo arbitrariamente al antisemitismo, «suprema esperanza de los clericales». Imaginó en todos sentidos un plan de campaña clerical: mediante una guerra religiosa intentaba imponer nuevamente la intolerancia de la Edad Media y quemar a los judíos. Zola, que era masón, generalizó desmedidamente y sin veracidad ninguna la reacción clerical en la Política, en las Artes y en la Prensa, por medio de la cual dio a conocer una carta pública dirigida al presidente de la República; Clémenceau le puso por título: Yo acuso, y ésta apareció en L'Aurore. En ella se exponía todo el asunto: los duelos internos del Estado Mayor, los documentos falsos, la utilización de la razón de Estado, la condena de Dreyfus en Consejo de guerra basándose en un documento que permanecía secreto, la ilegalidad de este crimen jurídico. La intervención de Zola transponía los límites de la disputa, y los periódicos católicos hicieron fuego contra él, no desconociendo su anticlericalismo lleno de odio, y calificándole de «vicioso, pervertido y medio loco». Zola, que seguramente perseguía una plataforma electoral y un trampolín para su publicidad literaria, es el que desencadenó el escándalo, envenenándolo y mezclando a una querella anticlerical, una cuestión política, social y religiosa. Asoció el espectro de la dictadura militar (recordando el asunto Boulanger) al de la reacción clerical; reunió la totalidad de las izquierdas y de los republicanos contra el militarismo y lo que él llamaba «la Congregación», palabra vaga, sin sentido del todo definido, pero que quería significar el clericalismo…

Los límites de este libro nos impiden referir «l'Affaire», como se le llama; los judíos, en L'Univers Israélite (enero de 1898), aclararon también «la vieja conspiración de la Iglesia contra el espíritu y la revancha de los clericales sobre la República... Se han convertido en factores del antisemitismo... Venid, pues, a nosotros, judíos, protestantes francsmasones y todo aquel que quiera la luz y la libertad; uníos a nosotros y luchad para que Francia —como dice una de nuestras oraciones— conserve su rango glorioso entre las naciones, para defenderla así del cuervo sombrío, que ha clavado sus garras en el cráneo del gallo galo, y se cree obligado a darle picotazos en los ojos.» A esto, la Revue des Deux-Mondes respondía justamente, el 1.° de febrero de 1898: «Semejantes ataques, tan repetidos, han acabado por hacer surgir el peligro que tanto nos han anunciado.» Zola mantuvo un proceso que perdió, pero la publicidad fue inmensa. La guerra religiosa se había desencadenado nuevamente en Francia, donde permaneció después y aún perdura.
El 20 de febrero de 1898 se creó la Ligue des Droits de l'Homme: en la calle se oían gritos de: «¡Mueran los judíos!», y se aplaudía al príncipe de Orleáns; antisemitas y antimilitaristas aullaban furiosamente unos contra otros; los franceses estaban divididos entre ellos, y la mayor parte divididos, a su vez, entre sí, según la justa expresión de Sabatier en Le Temps. El drama se apoderó del «Affaire»: el coronel Henry, autor del documento falso que había engañado al primer Consejo de guerra, se suicidó. A fines de diciembre de 1898 se creaba, contra la Liga de los Derechos del Hombre, la Ligue de la Patrie française, que agrupaba la derecha militarista, católica y patriótica. Los católicos se colocaron del lado «antidreyfusard»; la Croix de los asuncionistas se distinguió por su tesón; la Libre Parole y La Vérité française dirigían el combate. Hubo también muchos católicos que se colocaron del lado de Dreyfus: Paul Viollet, Paul Bureau, Taillandier y los abates Pichot y Grosjean intentaron esclarecer la opinión católica; el clero y los católicos se habían colocado instintivamente de parte del Estado Mayor atacado; el Ejército fue considerado entonces «mansión de jesuitas». La prensa católica, dirigida por los asuncionistas, tenía extraordinario alcance; a ella pertenecían La Croix, La Croix du Dimanche, Le Pèlerin, L'Almanach du Pèlerin, Les Contemporains Les Questions actuelles, Le Mois littéraire y otros numerosos folletos, cuya cifra se calcula en 130 millones por año, diseminados por toda Francia. El P. Vincent de Paul Bailly, director de esta gran máquina de los asuncionistas, aceptó la batalla como la había presentado L'Univers israélite con Zola y, después, Jaurès. La Croix, el gran diario católico, presentó la lucha como «la victoria de Cristo» (2 de febrero de 1898).
La posición de los católicos ha sido muy criticada, y con razón; pero es preciso comprender que, engañados por las apariencias, y creyendo que Dreyfus era culpable, emprendieron una cruzada para hacer frente a los enemigos del catolicismo coaligados en su mayor parte en el campo contrario.
El gabinete Brisson se encargó de la revisión del proceso; la Cámara criminal del Tribunal de Casación declaró la revisión admisible en la forma, y Dreyfus compareció ante el Consejo de Guerra de Rennes, a mediados de 1899; por 5 votos contra 2, este Consejo condenó nuevamente a Dreyfus a diez años de reclusión; pero inmediatamente después fue indultado por el Presidente Loubet. Hasta 1902 no será ya exigida una nueva petición de revisión, fundada en nuevos hechos. Después de una larga instrucción de la Cámara Criminal del Tribunal de Casación, ésta y todas las demás Cámaras reunidas, dictaron sentencia por la cual los cargos acumulados contra Dreyfus eran declarados inexistentes y la condena anulada por haber sido «pronunciada injustamente y por error». La publicación en 1930 de los Carnets de Schwartzkoppen por Schwertfeger, ha demostrado la inocencia de Dreyfus y la culpabilidad de Esterházy .
Una vez más los católicos de Francia se habían equivocado gravemente, siguiendo opiniones de malos dirigentes; la franc-masonería se había declarado a tiempo en favor de Dreyfus, aunque no faltasen numerosos masones en contra suya. La Asamblea general del Gran Oriente de 1899 encargó al ministerio de Defensa republicana, que era de toda su confianza y de toda su adhesión y concurso «del aniquilamiento de la conjuración clerical, militarista, cesariana y monárquica». La Asamblea renovó los votos de separación de la Iglesia y del Estado, de la supresión de las congregaciones religiosas y de la revocación de la Ley Falloux. El «Asunto» va a servir de punto de reunión anticlerical y ayudará grandemente a las izquierdas para llevar la paciencia a las masas populares respecto a las reformas sociales constantemente prometidas pero nunca llegadas a establecer.

Esta será la vasta política llamada de Action républicaine que vamos a estudiar. León XIII había hecho saber, en octubre de 1899, a los responsables de La Croix que reprobaba «el espíritu y el tono de este diario» (Libro amarillo de la Santa Sede, 1903, pág. 3), y en marzo de 1900 comunicó a los asuncionistas que debían abandonar la dirección del diario. La Croix anunció, el 5 de abril, que proseguía su tarea, contando en adelante con la ayuda económica de un industrial del Norte. León XIII había declarado a Boyer d'Agen en 1899, hablando de Dreyfus: «¿No se tratará de un pretexto? ¿No será la misma República la verdadera acusada?» (Fígaro, 15 de marzo de 1899); la prensa realista y conservadora se alborotó y exigió que la Santa Sede se retractase. El P. Lecanuet escribe que damas distinguidas organizaron entonces novenas «por la liberación de la Iglesia»; es decir, para que el Papa muriese (op. cit., III, pág. 189). Cuando, en 1906, Dreyfus fue por fin rehabilitado, L'Osservatore Romano (14 de julio de 1906) censuró «a los que, por motivos ocultos y con fines fraudulentos, han falsificado documentos, ocultado la verdad y empleado la impostura y la astucia para lograr que se cumpliesen sus tristes designios». El clero y los católicos franceses se habían comprometido peligrosamente en este desdichado asunto.
Francia estaba dividida en dos, y los que ocupaban el poder supieron utilizarlo; el odio contra el clero despertó más violento que nunca; el diario La Raison, del 21 de diciembre de 1902 (citado por H. Guillemin) escribirá: «Contra el sacerdote todo está permitido. Es el perro rabioso que todo transeúnte tiene derecho a matar». Fue preciso ser masón, anticlerical militante, para ser diputado, ministro, funcionario de la III República. Los católicos de Francia estaban, de hecho, expulsados de la comunidad política de su país.

Tomado de:

Roger, Juan. Ideas políticas de los católicos franceses. Madrid: CSIC, 1951.Ps. 334-339.

3 comentarios:

Jorge Rodríguez dijo...

Está claro que los hijos de la obscuridad son más hábiles en sus relaciones que los hijos de la luz.
Los católicos siempre han tenido cierta torpeza en las batallas por la opinión pública.
Otro ejemplo es el caso de las disputas en torno a Galileo que fueron utilizadas para presentar a la Iglesia como enemiga de la Ciencia, juego al que entraron y todavía entran muchos católicos, defendiendo el geocentrismo como si fuera algo de fe. A pesar de que la Iglesia misma rectificó bastante rápidamente quitando los libros de Galileo y Kepler del Índice, y mediante la excelente encíclica para la interpretación sana de las escrituras de León XIII, PROVIDENTISSIMUS DEUS, y mediante la encíclica IN PREACLARA SUMMORUM de Benedicto XV, no hubo caso, el daño estaba hecho y la leyenda negra de que la Iglesia se opone a las ciencias naturales quedo grabada en la historia.

Anónimo dijo...

JORGE:"...la leyenda negra de que la Iglesia se opone a las ciencias naturales quedo grabada en la historia".
PEDRO HISPANO: Tiene Vd toda la razón. Por eso es tan disparatada la frase de un recién canonizado: "La verdad se impone por sí misma. Le basta la fuerza de la propia verdad".

Walter E. Kurtz dijo...

Según los últimos estudios serios, la inocencia de Dreyfus no está nada clara.