domingo, 4 de mayo de 2014

EL «AFFAIRE» DE LA ACCION FRANCESA (y 3)

Recordar hoy la condena de la Acción Francesa tiene interés histórico y un sentido de reparación. Para poner un ejemplo de esto último, la recopilación de documentos pontificios elaborada por la BAC, y publicada en 1958  bajo el título Documentos políticossilencia el levantamiento de las condenas ocurrido casi veinte años antes de la publicación del libro. Por lo cual un lector desprevenido se quedaría con la impresión que la Iglesia nunca remitió las sanciones.
Para hacerse una idea aproximada de la desproporción de las sanciones aplicadas, hay que recordar que -para algunos historiadores- Pío XI llegó a exigir la conversión personal de Maurras para que los católicos pudiesen actuar en la Acción Francesa...  
La consideración de este caso puede servir para pensar mejor acerca del valor de las decisiones disciplinares de la Santa Sede, la interpretación correcta de las condenas doctrinales y el alcance de la jurisdicción de la Iglesia en el terreno de las realidades políticas. 

LA CONDENA Y SUS CONSECUENCIAS.
Las hostilidades fueron abiertas por el cardenal Andrieu, arzobispo de Burdeos, el cual, el 27 de agosto de 1926, habló a un grupo de jóvenes católicos sobre la Acción Francesa. El cardenal reconocía a los católicos el derecho a preferir una determinada forma de gobierno, pero reprochaba a los dirigentes de la Acción Francesa la usurpación del terreno al magisterio eclesiástico y el haberse declarado ateos y agnósticos. Ponía en guardia a sus interlocutores contra la peligrosa impiedad de los jefes que «niegan la institución divina de la Iglesia y son anticatólicos, a pesar de los elogios, a veces muy elocuentes, que tributan al catolicismo». Hay que reconocer que este texto no era muy afortunado. Además, el cardenal Andrieu había escrito en 1915 cartas muy elogiosas a Maurras y había profesado una opinión totalmente opuesta a su diatriba de ahora, llamándole «defensor de la Iglesia con tanto talento como valor».
Pío XI envió al cardenal Andrieu, el 5 de septiembre de 1926, una carta (publicada en el L´Osservatore Romano) en que aprobaba los términos de su proclama. Los dirigentes católicos de la Acción Francesa dirigieron el 8 de septiembre un escrito al cardenal expresando su «estupor ante los agravios..., que son la contradicción precisa, rigurosa, absoluta, de nuestras convicciones más sagradas, más profundas, más rotundamente proclamadas, como saben todos los que nos conocen. Nos demuestran que Su Eminencia ha sido engañado en lo referente a nosotros por nuestros enemigos más encarnizados». Maurras, el 17 de septiembre de 1926, escribió a su vez al cardenal recordándole los elogios que de él había recibido, el combate a favor de la Santa Sede que el mismo Maurras había sostenido para defender al Papa, atacado entonces en Francia a causa de su neutralidad benévola hacia Alemania; le indicaba, incluso, que había modificado los pasajes incriminados en sus primeros libros en 1919.
Los católicos de la Acción Francesa no siguieron los consejos, indirectos, pero bien claros, de Pío XI. El malestar subsistió. El 25 de septiembre de 1926, el Papa, en una alocución a los Terciarios franciscanos, confirmó que estaba de acuerdo con el cardenal. En su alocución al Consistorio el 20 de septiembre de 1926, después de haber deplorado la suerte de los católicos mejicanos, perseguidos por el Gobierno rojo de entonces, el Papa declaró que no estaba permitido adherirse a empresas que ponen los intereses de los partidos por encima de la religión y hacen que ésta sirva a aquéllos; no estaba permitido exponerse o exponer a los demás, sobre todo a los jóvenes, a influjos y doctrinas peligrosas, tanto para la fe y la moral como para la formación católica de la juventud. Por consiguiente, no era lícito a los católicossostener, animar y leer periódicos publicados por hombres cuyos escritos, al apartarse de nuestro dogma y de nuestra moral, no podían librarse de la reprobación.
La Santa Sede quería que Maurras y Paul Daudet se retirasen de la dirección de L'Action Française. Pero los dirigentes del diario no supieron encontrar una solución. Se resistieron a inclinarse, utilizando una frase desgraciada que les causó muchísimo daño: Non possumus, plagio irrespetuoso de las palabras apostólicas. Se negaron a «decapitar la Acción Francesa» y a incitar a los católicos franceses a unirse en el terreno de la República. «Está bien claro—añadían—. No se trata de moral ni de fe. Se trata de política. Es preciso que los católicos franceses no hagan caso de instrucciones electorales funestas, semejantes a las que condujeron al desastre del 11 de mayo de 1924. La autoridad eclesiástica quiere suprimir nuestro movimiento político. Pide nuestra muerte.» Los puentes estaban cortados. En los primeros días del año 1927 se publicó la condena decretada bajo Pío X por la Sagrada Congregación del Santo Oficio.
De 1927 a 1939 la cuestión de la Acción Francesa fue dolorosa para numerosos católicos franceses. La actitud del periódico fue condenable y violenta; no sólo rompió los puentes y las posibilidades de acuerdo y de sumisión, sino que atacó violentamente a la Santa Sede y a la Nunciatura. El 8 de marzo de 1927, la Sagrada Penitenciaría apostólica, respondiendo a una consulta, expresó una serie de decisiones graves: suspensión de los confesores que «absolvieran sin condición de propósito» a los lectores de L'Action Française; expulsión de los seminaristas que siguieran perteneciendo a la Acción Francesa; los fieles que leyesen habitualmente el periódico condenado deberían ser considerados como pecadores públicos y el clero debía negarles la absolución; no podrían contraer matrimonio canónico, y serían privados de sepultura eclesiástica. Hubo casos lamentables de fervientes católicos que, rehusando por fidelidad a su convicción política inclinarse ante las órdenes de Pío XI, no pudieron ser enterrados por la Iglesia. Lazare de Gérin Ricard y L. Truc, en su obra reciente (y parcial), Histoire de l'Action Française, escriben: «Mientras se celebraban exequias religiosas por el alcalde de Argenteuil, conducido al cementerio por la logia masónica local con la bandera al frente, se enterraba civilmente al antiguo consejero municipal Roger Lambelin, católico práctico destacado. Mientras el clero de Aviñón bendecía los despojos de un tal Isacariot, portero del Palacio de Justicia, asesino y suicida, el de París regateaba el agua bendita al féretro del barón Tristan Lambert, caballero de Malta, vicepresidente de los caballeros pontificios, pero también decano de los Camelots du Roi» (págs. 149-150).
En Roma se hacían sentir también las repercusiones de la condena; a fines de septiembre de 1927, el cardenal Billot pidió al Papa autorización para deponer la dignidad cardenalicia, y la Agencia Reuters indicaba entonces que esta dimisión se atribuía «a una divergencia de opinión entre el Papa y el cardenal sobre la política del Vaticano concerniente a la Acción Francesa». La Stampa del 23 de septiembre escribía: «La noticia de la dimisión del cardenal Billot se mantenía en riguroso secreto. Una indiscreción, procedente del Colegio «Pío Latino Americano», donde vivía el cardenal Billot, hizo público el hecho, primero en América, después en Italia. Por esto los círculos del Vaticano consideran hoy la noticia como definitiva.» El 22 de septiembre, el P. Henri Le Floch, rector del seminario francés de Roma, también dimitía; su adhesión a la Acción Francesa era bien conocida.
Después de las innumerables polémicas originadas por este lamentable asunto, apaciguadas ahora después de la segunda guerra mundial, parece más fácil reflexionar y ver que la política de Pío XI coincidía en términos generales con la de León XIII; los principios que las dirigían eran el reconocimiento del poder que de hecho gobierna el país y la lealtad hacia ese poder; la voluntad absoluta de que la acción religiosa, católica, esté al margen y por encima de la acción política. La reprobación de la Acción Francesa había dividido a la Iglesia de Francia con un movimiento que, en cierta medida, la comprometía.

EL LEVANTAMIENTO DE LA CONDENA (16 DE JULIO DE 1939).
Altas personalidades trataron de reanudar el contacto con Roma. Pío XI, cuyo carácter autoritario es bien conocido, declaró que el levantamiento de las sanciones no dependía de él, sino de la voluntad de los dirigentes de la Acción Francesa, que debían someterse y retractarse.
Maurrás escribió una carta a Pío XI, y el Santo Padre le contestó en términos favorables. Poco después llegó al Vaticano la primera fórmula de retractación y de sumisión, redactada por Maurras. No fué considerada satisfactoria, pero la correspondencia continuó.
El acuerdo se estableció, por fin, con una fórmula satisfactoria antes de la muerte de Pío XI, y Pío XII se limitó a ratificar una decisión adoptada por su antecesor. El resultado fue que, con fecha 24 de julio de 1939, se publicó en el L´Osservatore Romano un decreto que revocaba las sanciones y censuras contra L'Action Française, sus directores y lectores, pero no la reprobación de sus errores.

Fuente:

Roger, J. El «affaire» de la Acción Francesa. Revista Arbor (1952), n. 21, Pp. 89-105.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

PEDRO HISPANO a URBEL: Muchas gracias por su aclaración. Espero que le llegue a tiempo porque hace dias que no pasaba por aquí. (Por si acaso procuraré repetir este comentario cuando al final de los artículos la Redacción los abra) Lo de que alguna de las monjas de Lisieux fuera de familia maurrasiana es perfectamente posible. Ya dije en mi otro comentario que Congar lo era. Al menos así lo leí en un sitio fiable. Y no se si se ocuparán aquí de un caso dramático relacionado directamente con este tema. Hubo muchos, algunos registrados y supongo que la mayoría sólo los conoce Dios. Me refieron a la "descardenalización" del Cardenal Billot S.I. considerado uno de las mayores o incñluso el mayor teólogo de su tiempo y que fue "descardenalizado" por este asunto.

Wulf dijo...

La FSSPX tiene al hereje Maurras -no al convertido sincero- como uno de sus venerados emblemas en la rebelión antipapado, al lado del hebreo Jacob Lieberman, fundador de los espiritanos; del hebreo milenarista Lacunza, del hebreo guenonista Rama Coomaraswamy, del sionista François Ducaud-Bourguet y del rebelde pro herejes Louis Billot.

Ciccio dijo...

Wulf:

le recomiendo una sesión en el psicólogo. Si tiene problemas económicos, puedo facilitarle el dinero de las 10 primeras sesiones.

L.b-C. dijo...

Para Wulf:
Apreciado señor: No debería dejar comentarios en ningún lado después de un fin de semana cargado de abusos etílicos. Repiense la cuestión el miércoles o el jueves, cuando se disipe la terrible resaca que tanto daño le hace.
Comentario:
Pío XI fue siempre mal guiado en cuestiones de esta naturaleza; es responsable de haber desmontado iniciativas católicas de gran importancia, como el movimiento Cristero, el cual fue entregado mansamente a la degollatina masónico-yanki después de los "Arreglos" entre dos obispos felones -designados desde Roma- y el gobierno del sucesor de Calles, Portés Gil. La mayor parte de los muertos cristeros fueron asesinados después de los acuerdos, lo que provocaría la segunda guerra Cristera. Y posiblemente, el arrpentimiento del Papa por el error cometido, probablemente influenciado por su nuevo Secretario de Estado.
La condena de la Action Française siguió un derrotero similar y sus consecuencias fueron imprevisibles en ese momento; sin embargo, con el movimiento católico completamente desarticulado desde Roma, no es imposible concluir que el triunfo electoral del Frente Popular en Francia en 1936 fuese su consecuencia más evidente. Según la propaganda católica francesa de la época, el triunfo del FP equivalía a la guerra con Alemania, pues Moscú había exigido a todos los partidos comunistas y socialistas de Europa la guerra contra este país para impedir o aliviar la segura ofensiva germana contra Rusia, como efectivamente sucedió. Inclusive, Polonia, Francia y algún otro país pensaron llevar a cabo una "guerra preventiva" contra la Alemania de entonces para frenar el nazismo y la consiguiente amenaza a Rusia soviética.
Ives Chiron refiere que Maurras, preso por esa época, escribió a Pío XI por medio de la Superiora del Carmelo de Lisieux con quien mantenía una frecuente correspondencia a causa de su ferviente admiración por la santita que había florecido allí 45 años antes, de modo que esta religiosa fuera durante años la interlocutora entre el Papa Ratti y el escritor francés.
Queda en el tintero la espinosa cuestión de si era verdadera competencia de la Santa Sede ingerir en forma tan directa en asuntos políticos de países con mayoría católica o si esta acción, administrada sin prudencia ni conocimientos precisos, fue más bien perjudicial para el catolicismo en general, como parecen demostrarlo los casos de Francia y México, entre otros. Lo que ya no ofrece dudas es que la masonería eclesiástica influyó decisivamente al Papa en estas cuestiones, como así también en el famoso caso del P. Pío de Pietralcina.
Gracias.