viernes, 22 de julio de 2011

El regreso de Donato


Los comentarios del Anónimo de las 09:51, y de P.B., en la entrada anterior, nos llevan a reiterar la prevención contra el error donatista. Donato afirmaba que todos los ministros sospechosos de traición a la fe durante las persecuciones del emperador Diocleciano, eran indignos de impartir los sacramentos. El donatismo fue rechazado por la Iglesia, reafirmando la doctrina de la objetividad de los sacramentos, es decir, la idea de que una vez transmitida la potestad sacerdotal a un hombre mediante el sacramento del Orden Sagrado, los sacramentos que éste administre son plenamente válidos por intercesión divina, independientemente de la entereza moral del clérigo.


Se trata de un viejo error que puede volverse tentación contra le fe en la Iglesia y en la eficacia ex opere operato de los sacramentos. Oigamos a San Agustín:

Estos, al querer que sea de los hombres lo que es de Cristo, intentan convencernos de las cosas más falsas y absurdas, de suerte que hay casi tantos bautismos como son los hombres que los dan. Así, lo que dice el Señor sobre el hombre y la obra del hombre: Los árboles sanos dan frutos buenos, los árboles dañados dan frutos malos, intentan éstos deformarlo en el sentido de que el bautizado por un ministro bueno es bueno, y malo el bautizado por uno malo. De donde se seguiría, aunque ellos no lo admitan, que el bautizado por uno mejor es mejor, y el bautizado por uno menos bueno es menos bueno. De donde se sigue que los que antes de la Pasión del Señor no bautizó el mismo Señor, sino sus discípulos, serían más santos si hubieran sido bautizados por él mismo. En efecto, ¿quién puede ni siquiera pensar la diferencia que hay entre él mismo y sus discípulos, por quienes eran bautizados? ¿Luego privó él de una regeneración más santa a los que, estando él presente, quiso que fueran bautizados por sus discípulos? Sería una locura creer esto.
¿Qué se dignó, pues, demostrar con eso sino que era suyo lo que se daba, fuera quien fuera el ministro, y que quien bautizaba era él, de quien había dicho el amigo del Esposo: Este es el que bautiza, cualquiera que fuera el ministro que bautizaba a quien había creído en él? Dice también Pablo: Gracias a Dios, no os bauticé a ninguno más que a Crispo y Gayo, para que nadie diga que lo bauticé en mi nombre. ¿Se va a creer que regateó a los hombres una santificación mejor, si cuanto más santo era habían de recibir un bautismo más santo quienes fueran bautizados por él? Precisamente a esto mismo prestó una atención especial el dispensador tan prudente y tan fiel: a que nadie fuera a pensar que había recibido un bautismo más santo por haberlo recibido de un ministro más santo, atribuyendo al siervo lo que era del Señor.