jueves, 22 de diciembre de 2011

Los errores y el descubrimiento de la verdad


“En la postura epistemológica de Santo Tomás se destaca esta norma elemental de objetividad, que él enuncia siguiendo a Aristóteles: en la aceptación o el rechazo de opiniones el hombre no debe dejarse guiar por el amor o el odio que pueda experimentar por el que opina, sino más bien por la certeza de la verdad. En realidad, corresponde amar tanto a aquellos cuya opinión seguimos como a aquellos cuya opinión repudiamos; unos y otros se empeñaron en la búsqueda de la verdad y en eso unos y otros nos ayudaron. Pero corresponde seguir la opinión de aquellos que con mayor certeza llegaron a la verdad. Observa también el Doctor Angélico que la historia del pensamiento muestra que la conquista de la verdad se logra paso a paso, y que hace falta la contribución de muchos; incluso los que se equivocan ayudan a su manera, indirectamente, ya que su experiencia fallida invita a que los demás procedan con mayor atención y diligencia en la investigación. Y remata el argumento con esta recomendación bien ponderada: Es justo que demos gracias a quienes nos han ayudado en algo tan bueno como es el conocimiento de la verdad; no sólo a aquellos que según estimamos la han alcanzado y con cuyas opiniones coincidimos al seguirlas, sino también a quienes han procedido superficialmente en la indagación y cuyas opiniones no podemos seguir. Porque también éstos nos han dejado algo: un cierto ejercicio en la búsqueda de la verdad (In II Metaph., lect. 1, 287s. cf. In XII Metaph, lect. 9, 2566).
Tomás ha aplicado este criterio en su estudio de los autores que lo precedieron y en el diálogo con los pensadores contemporáneos suyos. Buscaba información, registraba todas las opiniones y las juzgaba por su valor intelectual, por su valor de verdad, sin tener en cuenta su origen. Procedía así no sólo dentro de su propia tradición de pensamiento, sino más allá de su cercano horizonte cultural. Fue ejemplar su revisión de Aristóteles, para lo cual solicitó nuevas traducciones y entabló una discusión memorable con Averroes. Estudió cuidadosamente a los autores árabes y judíos. Avicena influyó mucho en sus primeras posturas metafísicas y Maimónides le ofreció un ejemplo de posible síntesis entre la filosofía aristotélica y la fe bíblica. En aquel encuentro intercultural Tomás dispensó una atención benévola a la intuición que inspiraba las posiciones de sus interlocutores y cuando confrontaba con ellos lo hacía con el ánimo de progresar en el descubrimiento y la expresión de la verdad. Participó con dedicación protagónica y con gran humildad de la efervescencia intelectual que caracterizó a su siglo.” (Héctor Aguer)

6 comentarios:

Anónimo dijo...

De acuerdo con Héctor Aguer, pero me pregunto si no hay algún límite en esto de no mirar el origen. Por ejemplo, si un filósofo dice de vez en cuando alguna verdad entre muchas y peligrosas mentiras (pongamos por caso Nietzsche, pero vale cualquier otro), ¿no será mejor que lo deseche desde un principio? Y por otra parte, ¿hasta qué punto será bueno que yo haga una "lectura cristiana" de ese autor? ¿No inducirá error a otros?

Anónimo dijo...

El asunto es que, desde Kant, ni los lógicos tienen muy claro en qué consiste el "valor de verdad" de una proposición.

Los lógicos evaden el problema recluyéndose en el cálculo algebraico de sus proposiciones, dejando el problema a aquellos que se atrevan a adentrarse en la metamatemática.

La metamatemática, a su vez, tras los descubrimientos de Russell sobre la teoría de conjuntos y de Gödel sobre la "indecidibilidad" de la proposiciones en sistemas formales, prefiere inclinarse por una teoría "intuicionista" que justifica todo el edificio matemático a partir de la capacidad lingüística del ser humano.

La lingüística, una vez definidos los distintos tipos de lenguajes formales según sus propiedades matemáticas, ha llegado a la conclusión de que el lenguaje es una capacidad innata y propia del ser humano, organizada en forma de módulo cognitivo estructurado por medio de principios parametrizables codificados de forma distribuida y subsimbólica en la mente/cerebro.

Desde Piaget, la psicología parece empeñada en definir la estructura ortosicológica del individuo no a partir de su propia estructura sino a partir de las relaciones dialógicas que entabla con su entorno social.

Desde el idealismo alemán, todo ha quedado sujeto al método histórico. Primero fue la filología, con sus leyes fonéticas de Werner y Grimmm. Luego fue la filosofía. Luego fue la filosofía de la historia. Y, finalmente, la hermenéutica con Gadamer, Jauss y compañía.

Así, del valor de verdad de una proposición como su correspondencia con la realidad hemos pasado al valor de verdad de una proposición en un universo semántico producto de la estructura biológica de múltiples mentes/cerebro interactuando, interpretando e hipotetizando a lo largo de la historia.

Hemos pasado de un realismo moderado que busca la verdad a un idealismo que asume el solipsismo metodológico como herramienta básica para conseguir "información lo suficientemente útil", independientemente de su hipotético estatus ontológico de verdad, que se concibe como algo carente de significado.

No se trata de sistemas filosóficos isomorfos que permitan el intercambio de opiniones. Quizá en época del aquinate eso todavía fuera posible. Ahora ya no.

Por eso, antes de empezar una discusión, hay que ser tan cuidadoso estableciendo los principios comunes. Y, si no se pueden hallar esos principios comunes a partir de los que desarrollar la discusión, lo mejor es no empezar. El resultado será un diálogo de besugos que, en el "mejor" de los casos, acabará en alguna fórmula de compromiso carente de sentido y que cada uno interpretará en cada momento según le convenga.

Hasta ahora, las bases filosóficas establecidas por el angélico doctor parecen ser las más adecuadas. Sin embargo, por desgracia, también parecen ser las más despreciadas dentro de la Iglesia.

El resultado salta a la vista. La Iglesia, en lugar de levantar una época sobre sí misa, tal y como hizo con la Antigüedad grecolatina, con la barbarie medieval y con el naturalismo renacentista, al aceptar los principios de la modernidad, ha caído presa de sus mismos defectos.

Miles Dei dijo...

Hay que seguir contando la historia y narrar la parte desagradable sobre como le trataron por ello sus contemporáneos a su muerte y cuando ya no se podía defender.

El Santo Tomás doctor triunfante no es lo que se impuso en un primer momento.

Psique y Eros dijo...

Estimado Anónimo, la gran dificultad del 'valor de verdad' que usted muy adecuadamente resume en su devenir histórico, en mi opinión pasa principalmente por la confusión de verdad con certeza (como dice Heidegger) que la podemos remontar más allá de Kant, de un modo explícito hasta el mismo Descartes, de un modo inexplícito, en cuanto a los motivantes de la construcción de su sistema, hasta Ockham.
El gran problema es si la verdad es verificable. Si nos ponemos en el camino de la búsqueda de un protocolo de verificabilidad, ya estamos en la senda de la filosofía hodierna, partiendo desde Ockham y llegando hasta Popper con su falsacionismo. Por supuesto con matices muy distintos dependiendo de la filosofía que lo encarne. En Ockham será la búsqueda del fundamento de los universales. En Descartes la búsqueda de un primer punto de partida indubitable. En Kant la renuncia al conocimiento de la cosa en sí hasta tanto no se hayan definido, previamente, todas las condiciones de posibilidad del darse del conocimiento en el sujeto a modo de ‘Prolegómeno a toda metafísica futura que pueda presentarse como ciencia’. Me salto los idealistas alemanes Fichte, Shelling y Hegel porque son los únicos que se hicieron cargo de la dirección implícita de la búsqueda y zanjaron unilateralmente, cada uno a su modo, la cuestión: el fundamento del valor de verdad está en la subjetividad absoluta.
Los lógicos, como usted bien relata, habiendo renunciado a priori a toda metafísica, se quedan afuera, los más honestos, he conocido otros que son activistas de la anti-metafísica.
El intuicionismo de Gödel tal vez sea lo que roza, aunque periféricamente, la solución al problema.
La lingüística se retuerce por entrar y no entrar en el problema de la cosa significada, los más honestos, los menos disuelven la realidad en el lenguaje.
El constructivismo piagetiano no hace más que deconstruir, no hay nada sólido en el fondo, todo termina siendo ‘producto’, como usted bien dice, de relación con el entorno. O como dice un amigo han convertido la realidad en una gran cebolla de la que uno quita capa sobre capa hasta que no queda nada.
La misma deconstrucción en el plano hermenéutico la comienza Heidegger y la sigue Gadamer..
Los sociólogos Morin, Luhmann, etc. ponen el sistema y su diferenciación con el entorno como punto de partida y después se inventan un concepto (autopoiesis) para poder justificar las cualidades emergentes que ellos mismos han disuelto con su punto de partida inemergente.
¿Y en el realismo? Maritain tontea cayendo en la trampa con su ‘realismo crítico’ (probable oximoron) y, por otro lado, tenemos la respuesta no totalmente satisfactoria del ‘realismo metódico’ de Gilson.
Comparto con usted totalmente, y más leo de filosofía y más me convenzo, sólo sobre las bases de Tomás se puede construir algo sólido. La dificultad es que para dar respuesta a los problemas de hoy lo del Aquinate son sólo bases, firmes como la piedra, pero piden ulteriores desarrollos, pide que conozcamos a fondo los relieves de realidad que cada uno de esos grandes pensadores de la historia ha tocado, ha palpado, aún sin estar fundados en bases sólidas. Por más que desde nuestro punto de vista sean ‘verdades locas’ no por ello dejan de ser menos preciosas y recuperables, y, en alguna medida, asimilables.
Hoy el Santo Tomás histórico queda ingenuo. No Santo Tomás, en realidad nosotros quedamos ingenuos si pretendemos dar respuesta usando nada más que la Opera Omnia. ¿Y cómo escapar de la trampa de la sustitución de verdad por certeza de la crítica kantiana y de la búsqueda de protocolos de verificación que puedan definir el ‘valor de verdad’ de una proposición? Ese es el gran desafío y la gran tarea de algo que todavía no está escrito. Gracias por su aporte anónimo, me ha sido de gran estímulo.

Miles Dei dijo...

Hay una respuesta de reciao fundamento en Santo Tomás posterior al realismo metódico que no ha sido contemplada, la de Fabro-Cardona, en concreto este último en la tesis que le dirige Fabro: Metafísica de la opción intelectual.

Psique y Eros dijo...

Sí, por ahí va la cosa...