lunes, 30 de diciembre de 2013

Jesuita critica Evangelii Gaudium sobre el Islam

En la Evangelii gaudium el papa Francisco dicta las reglas de la relación con los musulmanes. El jesuita islamólogo Samir Khalil Samir las examina exhaustivamente una por una y denuncia los límites.
PUNTOS DE LA "EVANGELII GAUDIUM" QUE REQUIEREN ACLARACIÓN
por Samir Khalil Samir
1. Los musulmanes "adoran con nosotros a un Dios único, misericordioso" (n. 252)
Tomaré con cautela esta frase. Es verdad que los musulmanes adoran un Dios único y misericordioso. Pero esta frase sugiere que las dos concepciones de Dios son iguales. Por el contrario, en el cristianismo Dios es Trinidad en su esencia, pluralidad unida en el amor. Es un poco más que la sola clemencia y misericordia. Tenemos dos concepciones bastante diferentes de la unicidad divina. La musulmana caracteriza a Dios como inaccesible. La visión cristiana de la unicidad trinitaria subraya que Dios es Amor que se comunica: Padre-Hijo-Espíritu Santo, o bien Amante-Amado-Amor, como sugería san Agustín.
Además, ¿qué significa también la misericordia del Dios islámico? Que Él practica misericordia con quien quiere y no la practica con los que no quiere. "Dios hace entrar en Su misericordia a quien Él quiere" (Corán 48:25). Estas expresiones se encuentran en forma casi literal en el Antiguo Testamento (Ex 33, 19). Pero no se llega jamás a decir que “Dios es Amor” (1 Jn 4, 16), tal como se expresa san Juan.
En el caso del Islam, la misericordia es la del rico que se inclina hacia el pobre y le concede algo. Pero el Dios cristiano es Aquél que desciende hacia el pobre para elevarlo a su nivel; no muestra su riqueza para ser respetado (o temido) por el pobre: se dona a sí mismo para hacer vivir al pobre.
2. "Los escritos sagrados del Islam conservan parte de las enseñanzas cristianas" (n. 252)
Es verdad en un cierto sentido, pero puede ser también ambiguo. Es verdad que los musulmanes retoman palabras o hechos de los evangelios canónicos, por ejemplo, el relato de la Anunciación se encuentra casi literalmente en los capítulos 3 (la familia de 'Imr?n) y 19 (Mariam).
Pero más frecuentemente el Corán se inspira en los relatos píos de los evangelios apócrifos, y no extraen el sentido teológico que se encuentra en ellos y no dan a estos hechos o palabras el sentido que tienen en realidad, no por malicia, sino porque no tienen la visión global del mensaje cristiano.
3. La figura de Cristo en el Corán y en el Evangelio (n. 252)
El Corán se refiere a "Jesús y María [que] son objeto de profunda veneración". A decir verdad, Jesús no es objeto de veneración en la tradición musulmana. Por el contrario, en el caso de María se puede hablar de una veneración, en particular por parte de las mujeres musulmanas, que van voluntariamente a los lugares de peregrinación mariana.
La ausencia de veneración para Jesucristo se explica probablemente por el hecho que, en el Corán, Jesús es un gran profeta, famoso por sus milagros a favor de la humanidad pobre y enferma, pero no es igual a Mahoma. Sólo por parte de los místicos se puede notar una cierta devoción, ellos lo llaman también "Espíritu de Dios".
En realidad, todo lo que se dice de Jesús en el Corán es lo opuesto de las enseñanzas cristianas. Él no es Hijo de Dios: es un profeta y basta. No es ni siquiera el último de los profetas, porque por el contrario el "sello de los profetas" es Mahoma (Corán 33:40). La revelación cristiana es vista sólo como una etapa hacia la revelación última, traída por Mahoma, es decir, el Islam.
4. El Corán se opone a todos los dogmas cristianos fundamentales
La figura de Cristo como segunda persona de la Trinidad es condenada. En el Corán se dice en forma explícita a los cristianos: "Oh, gente de la Escritura, no se excedan en su religión y digan de Dios nada más que la verdad. El Mesías Jesús, hijo de María, no es más que un mensajero de Dios, una de sus palabras que Él pone en María, un Espíritu [que proviene] de Él. Crean entonces en Dios y en sus mensajeros. No digan ‘Tres’, ¡deténganse! Será mejor para ustedes. En verdad Dios es un dios único. ¿Tendría un hijo? Gloria a Él (Corán 4:171). Los versículos contra la Trinidad son muy claros y no tienen necesidad de tantas interpretaciones.
El Corán niega la divinidad de Cristo: "Oh, hijo de María, ¿eres tú quien dijo a la gente: 'tomadme a mí y a mi madre como dos divinidades además de Dios'?" (Corán 5:116). ¡Jesús lo niega!
Por último, en el Corán se niega la redención. Directamente se afirma que Jesucristo no murió en la cruz, sino que fue crucificado un doble: "No lo han matado, no lo han crucificado, sino que les pareció" (Corán 4:157). De este modo Dios salvó a Jesús de la malicia de los judíos. ¡Pero entonces Cristo no ha salvado al mundo!
En síntesis, el Corán y los musulmanes niegan los dogmas esenciales del cristianismo; la Trinidad, la Encarnación y la Redención. ¡Se debe agregar que éste es su derecho más absoluto! Pero entonces no se puede decir que "los escritos sagrados del Islam conservan parte de las enseñanzas cristianas". Se debe hablar simplemente del “Jesús coránico” que no tiene nada que ver con el Jesús de los Evangelios.
El Corán cita a Jesús porque pretende completar la revelación de Cristo para exaltar a Mahoma. En el resto, viendo cuánto Jesús y María hacen en el Corán, nos damos cuenta que ellos no hacen más que aplicar las oraciones y el ayuno según el Corán. María es ciertamente la figura más bella entre todas las presentadas en el Corán: es la Madre Virgen, que ningún hombre jamás ha tocado. Pero no puede ser la Theotokos; más bien es una buena musulmana.
LOS PUNTOS MÁS DELICADOS
1. Ética en el Islam y en el cristianismo (252)
La última frase de este parágrafo de la "Evangelii gaudium" dice, al hablar de los musulmanes: "También reconocen la necesidad de responderle [a Dios] con un compromiso ético y con la misericordia hacia los más pobres". Esto es verdad y la piedad hacia los pobres es una exigencia del Islam.
Pero me parece que hay una doble diferencia entre la ética cristiana y la musulmana.
La primera es que la ética musulmana no es siempre universal. Se trata a menudo de ayuda dentro de la comunidad islámica, mientras que la obligación de ayuda, en la tradición cristiana, es de por sí universal. Se nota, por ejemplo, cuando hay una catástrofe natural en alguna región del mundo, que los países de tradición cristiana ayudan sin considerar la religión de quien es ayudado, mientras que los riquísimos países musulmanes (los de la Península Arábiga, por ejemplo) no lo hacen en este caso.
La segunda es que el Islam liga ética y legalidad. El que no ayuna durante el mes de Ramadán comete un delito y va a la cárcel (en muchos países). Si cumple el ayuno previsto, desde el alba hasta la puesta del sol, es perfecto, aunque luego de la puesta del sol come hasta el alba del día siguiente, más y mejor que lo que come habitualmente: "se comen las cosas mejores y en abundancia", como me decían algunos amigos egipcios musulmanes. Parece que no hay otro significado en el ayuno si no es el de obedecer a la ley mismo del ayuno. El Ramadán se convierte en el período en el que los musulmanes comen más, y comen las cosas más deliciosas. Al día siguiente nadie trabaja, dado que por comer nadie ha dormido. Pero desde el punto de vista formal todos han ayunado durante algunas horas. Es una ética legalista: si usted hace esto, usted está en lo justo. Es una ética superficial.
Por el contrario, el ayuno cristiano es algo que tiene como fin aproximarse íntimamente al sacrificio de Jesús, a la solidaridad con los pobres y no es el momento en el que se recupera cuanto uno no ha comido.
Si alguno aplica la ley islámica, todo está en orden. El fiel no pretende ir más allá de la ley. La justicia es requerida por la ley, pero no es superada. Por eso, no está en el Corán la obligación del perdón. Por el contrario, en el Evangelio Jesús pide perdonar de modo infinito (setenta veces siete, cf. Mt 18, 21-22). En el Corán la misericordia no llega jamás al amor.
Lo mismo vale para la poligamia: se puede tener hasta cuatro esposas. Si quiero tener una quinta, basta repudiar a una de las que ya tengo, quizás la más vieja, y tomar una esposa más joven. Al tener siempre sólo cuatro esposas estoy en la legalidad perfecta.
Está también el efecto contrario, por ejemplo, para la homosexualidad. En todas las religiones es un pecado. Pero para los musulmanes, es también un delito que debería ser castigado con la muerte. En el cristianismo es un pecado, pero no un crimen. El motivo es obvio: el Islam es religión, cultura, sistema social y político; es una realidad integral. Es claramente así en el Corán. Por el contrario, el Evangelio distingue claramente la dimensión espiritual y ética de la dimensión socio-cultural y política.
Lo mismo vale para la pureza, como lo explica en forma clara Cristo a los fariseos: "No es lo que entra en la boca lo que contamina al hombre, sino que es lo que sale de su boca lo que contamina al hombre" (Mt 15, 11).
2. "Los fundamentalismos de ambas partes" (n. 250 y 253)
Por último, hay dos aspectos que querría criticar. El primero es aquél en el que el Papa pone juntos a todos los fundamentalismos. En el n. 250 se dice: “Una actitud de apertura en la verdad y en el amor debe caracterizar el diálogo con los creyentes de las religiones no cristianas, a pesar de los varios obstáculos y dificultades, particularmente los fundamentalismos de ambas partes”.
El otro es la conclusión de la sección sobre la relación con el Islam que termina con esta frase: "Frente a episodios de fundamentalismo violento que nos inquietan, el afecto hacia los verdaderos creyentes del Islam debe llevarnos a evitar odiosas generalizaciones, porque el verdadero Islam y una adecuada interpretación del Corán se oponen a toda violencia" (n. 253).
Personalmente, yo no pondría los dos fundamentalismos en el mismo plano: los fundamentalistas cristianos no llevan armas; el fundamentalismo islámico es criticado ante todo y precisamente por los propios musulmanes, porque este fundamentalismo armado busca reproducir el modelo mahometano. En su vida, Mahoma libró más de 60 guerras; ahora bien, si Mahoma es el modelo excelente (como dice el Corán en 33:21), no sorprende que algunos musulmanes usen su violencia a imitación del fundador del Islam.
3. La violencia en el Corán y en la vida de Mahoma (n. 253)
Por último, el Papa menciona la violencia en el Islam. En el parágrafo 253 se lee: "el verdadero Islam y una adecuada interpretación del Corán se oponen a toda violencia".
Esta frase es bellísima, y expresa una actitud muy benévola del Papa hacia el Islam. Pero me parece que ella expresa más un deseo que una realidad. Que la mayoría de los musulmanes puede ser contraria a la violencia también puede darse. Pero decir que "el verdadero Islam es contrario a toda violencia" no me parece cierto: la violencia está en el Corán. Decir además que "una adecuada interpretación del Corán se opone a toda violencia" tiene necesidad de muchas explicaciones. Basta recordar los capítulos 2 y 9 del Corán.
Sin embargo, es verdad cuanto el pontífice afirma sobre el hecho que el Islam tiene necesidad de una "adecuada interpretación". Este camino ha sido recorrido por algunos eruditos, pero no es lo suficientemente fuerte para contrastar la que recorre la mayoría. Esta minoría de eruditos busca reinterpretar los textos coránicos que hablan de la violencia, mostrando que ellos están ligados al contexto de la Arabia de la época y estaban en el contexto de la visión político-religiosa de Mahoma.
Si el Islam quiere permanecer hoy en esta visión ligada al tiempo de Mahoma, entonces siempre habrá violencia. Pero si el Islam – hay un buen número de místicos que lo han hecho – quiere encontrar una espiritualidad profunda, entonces la violencia no es aceptable.
El Islam se encuentra frente a una encrucijada: o la religión es un camino hacia la política y hacia una sociedad políticamente organizada, o la religión es una inspiración para vivir con más plenitud y amor.
El que critica al Islam a propósito de la violencia no hace una generalización injusta y odiosa: muestra las cuestiones presentes, vivas y sangrantes en el mundo musulmán.
En Oriente se comprende muy bien que el terrorismo islámico está motivado religiosamente, con citas, oraciones y fatwa por parte de imanes que fomentan la violencia. El hecho es que en el Islam no hay una autoridad central que corrija las manipulaciones. Esto hace que cada imán se crea un mufti, una autoridad nacional que puede emitir juicios inspirados por el Corán, hasta llegar a ordenar que se mate.
CONCLUSIÓN: UNA "ADECUADA INTERPRETACIÓN DEL CORÁN"
Para concluir, el punto verdaderamente importante es el de la "adecuada interpretación". En el mundo musulmán, el debate más fuerte – que es también el más prohibido – es precisamente el de la interpretación del libro sagrado. Los musulmanes creen que el Corán salió de Mahoma, completo, en la forma que conocemos. No existe el concepto de inspiración del texto sagrado, la cual da espacio una interpretación del elemento humano presente en la palabra de Dios.
Tomemos un ejemplo. En tiempos de Mahoma, con tribus que vivían en el desierto, el castigo para un ladrón era cortarle la mano. ¿Para qué servía? ¿Cuál era la finalidad de este castigo? No permitir que el ladrón siguiera robando. Ahora debemos preguntarnos: ¿cómo podemos salvaguardar hoy esta finalidad, es decir, que el ladrón no robe? ¿Podemos utilizar otros métodos en lugar del corte de la mano?
Hoy todas las religiones tienen este problema: cómo reinterpretar el texto sagrado, el cual tiene un valor eterno, pero que se remonta a siglos o a milenios.
Cuando encuentro a amigos musulmanes, saco a la luz el hecho que hoy en día es necesario interrogarse sobre la "finalidad" (maqased) que tenían las indicaciones del Corán. Los teólogos y los juristas musulmanes dicen que se deben buscar las “finalidades de la Ley divina” (maq?sid al-shar?'a). Esta expresión corresponde a lo que el Evangelio llama “el espíritu” del texto, en oposición a la “letra”. Es necesario buscar la intención del texto sagrado del Islam.
Varios eruditos musulmanes hablan de la importancia de descubrir “la finalidad” de los textos coránicos para adecuar el texto del Corán al mundo moderno. Me parece que esto está muy próximo a cuanto el Santo Padre intenta sugerir al hablar de "una adecuada interpretación del Corán".


viernes, 27 de diciembre de 2013

Esperanza y optimismo


CONFUNDIR LA ESPERANZA CON EL OPTIMISMO.
Por Dietrich y Alice Von Hildebrand. 
 El optimista no tiene ninguna motivación objetiva para serlo: no responde ni a circunstancias favorables ni a ningún factor extramundano que pueda alejar las amenazas. El optimismo es, eminentemente, una especie de dinamismo interior, una fuerza propulsora que nos mantiene en marcha, pero, al mismo tiempo, está unido a una especie de ceguera: no deja a la persona ver el carácter objetivo de una situación, por lo que responde con optimismo, pero es optimista por principio, y es precisamente esa disposición interior la que le impide ver el carácter objetivo de una situación.
El optimismo está tan arraigado en la inmanencia que es perfectamente posible imaginar que una persona caracterizada por un optimismo innato caiga, de repente, en el pozo oscuro de la desesperación en el mismo momento en que su reserva de optimismo se le acaba, sufre un parón repentino e imprevisto.
Debemos distinguir con claridad la esperanza y los buenos deseos, porque es muy fácil confundir estas experiencias porque parecen muy similares. Obviamente, la gente te dirá: esperar que tu amigo se recuperará de su enfermedad es equivalente a creer que así sucederá, porque tú lo deseas, y este deseo cobra tanta fuerza que te lleva a la convicción interior de que será así.
Por supuesto que un acto de esperanza implica un deseo (si yo tengo la esperanza de algo, necesariamente deseo que se realice); por supuesto que la esperanza y los buenos deseos están caracterizados por un profundo convencimiento de que algo sucederá, o de que una amenaza será rechazada, pero estas semejanzas no deberían hacernos perder de vista las diferencias esenciales que hay entre los dos tipos de experiencia.
En el caso de los buenos deseos, su propio dinamismo me impide ver la realidad de algunos hechos: realmente no los veo porque rehúso verlos,  o imagino que algo existe porque quiero que exista. En la esperanza, por el contrario, parece que se me concede una especial claridad de visión respecto al dramatismo de una situación, y no me hago ilusiones: veo con abrumadora claridad que, humanamente hablando, una situación es desesperada y experimento toda la angustia inherente a ella; pero me apoyo  en un factor extramundano y así rehúso ver la tragedia como la última palabra. Atravieso el círculo vicioso de las causalidades inmanentes y doy el salto hasta un espacio en el que la inmanencia queda superada.
Ahora llegamos a un factor decisivo: metafísicamente hablando, todo acto de esperanza está fundado en Dios. La verdadera esencia de la esperanza es “esperar en alguien”. Cuando sufro por la vida de una persona amada, no solo me trasciendo a mí mismo, sino a toda la realidad terrenal hasta llegar a Dios, infinitamente misericordioso y omnipotente. Estoy convencido de que el bienestar de la persona amada no me concierne solo a mí, sino que Dios cuida de ella, la ama incluso más que yo. En realidad, tales momentos yo experimento mi amor como participación en el infinito amor de Dios. A pesar de la desesperada oscuridad que me circunda, me resisto a quedar encerrado en ella, a considerarla como la realidad última. Precisamente, el hecho de que yo me encuentre en una situación desesperada, de que debo esperar contra toda esperanza, lejos de convertirlo en algo irracional, me obliga a trascender lo racional y abandonarme en la luz cegadora de una realidad suprarracional en la que está fundada mi esperanza.
Así pues, debería quedar claro que todo acto de esperanza es primordialmente una respuesta a Dios, a su bondad infinita, a su omnipotencia, al hecho de que Dios nos ama infinitamente. Todo “esperar que” algo ocurrirá presupone un “esperar en alguien”.
…un creyente pone el fundamento de su esperanza en Dios, y confiado en su bondad absoluta, “espera que” la última palabra de la existencia humana sea la alegría. El salmista lo expresa:”Domine in te speravi; non confundar in aeternum” (Señor, esperé en ti, no sea yo confundido para siempre).
…Nuestro esperar está fundado en el Dios vivo… Lejos de toda ilusión, el verdadero cristiano mantiene sus ojos fijos en la realidad última, sobrenatural, que da a todo el universo si sentido propio.
San Pablo dice: “Sé en quién he creído”. Nosotros podemos añadir: “Sé en quién espero”. Esperamos en Cristo, de quién dice el prefacio de la Misa de difuntos: “En Él brilla la esperanza de nuestra feliz resurrección y así, aunque la certeza de morir nos entristece, nos reconforta la promesa de la futura inmortalidad”
Actitudes Morales Fundamentales – Ediciones Palabra 2003, Pags. 129 y siguientes.

Tomado de:
http://nacionalismo-catolico-juan-bautista.blogspot.com.ar/2013/07/confundir-la-esperanza-con-el-optimismo.html

lunes, 23 de diciembre de 2013

No te dejes avinagrar


Quien ha hecho alguna vez los Ejercicios de San Ignacio, o de alguna manera ha recibido algo de la espiritualidad ignaciana, tiene la experiencia de que los predicadores suelen señalar y describir defectos, con la finalidad de que el auditorio realice un examen de conciencia. Tal vez se ha abusado bastante de este modo de predicar, dándole a la oración cristiana un énfasis excesivamente moralista, introspectivo y casi “narcisista”. No obstante, dentro de cierto orden, el señalamiento de defectos es algo bueno para los fieles. Con la finalidad de ordenar este señalamiento, los autores espirituales ignacianos aconsejaban a los predicadores no declamar siempre contra los vicios, porque muchos podrían acostumbrarse a oír sermones aterradores y acabar endureciéndose. Además, sugerían al orador que al reprender guardara cierta modestia, hablando como padre, no como enemigo, y no en segunda persona sino muchas veces en primera, como si él también pudiera ser culpable de las mismas infidelidades que padecen los oyentes; cuidando de que no se le escapara palabra ni alusión que pudiera ofender a nadie. Y si se escapara una palabra ofensiva, corregirla pronto, porque una palabra basta muchas veces para hacer perder el fruto de una predicación entera.
El papa Francisco ha dicho que “algunos cristianos melancólicos tienen más cara de pepinillos en vinagre que de personas alegres que tienen una vida bella.” Esta cara de pepinillo en vinagre puede ser fruto del vicio de la acedia que es la tristeza por el bien divino. En principio, no hay nada que objetar a que un papa predique sobre las manifestaciones de la acedia. Pero como no se trata de un simple predicador de Ejercicios, sino de alguien que tiene una singular autoridad, cuando predica en tercera persona se corren los riesgos ya indicados por los autores espirituales. Pues lo primero que los oyentes pueden preguntarse, en vez de hacer examen personal, es a quiénes está señalando el papa. Además, los argentinos que conocen al cardenal Bergoglio pueden dar fe de que muchas veces le vieron un inocultable rostro de pepinillo en vinagre por lo que inmediatamente podrían pensar: "médico, cúrate a ti mismo".
Una de las posibles expresiones de la acedia es el celo amargo. Se trata de un defecto pluriforme. Se puede pensar que la cara de pepinillo en vinagre es también una manifestación de ese celo. Acusar de este defecto a todos los católicos tradicionales sería una generalización indebida e injusta. Pero es cierto que, por efecto del pecado original y los pecados personales, todo cristiano está en potencia de dejarse ganar por el celo amargo y por ello tener cara de pepinillo en vinagre.
A modo de ejemplo veamos un perfil biográfico tomado de Menéndez y Pelayo:
«Arnaldo de Vilanova. Arnaldo no fue albigense, insabattato ni valdense, aunque por sus tendencias laicas no deja de  enlazarse con estas sectas, así como por sus revelaciones y profecías se da la mano con los  discípulos del abad Joaquín. En el médico vilanovano hubo mucho
- fanatismo individual,
- tendencias  ingénitas a la extravagancia,
- celo amargo y falto de consejo, que solía confundir las instituciones  con los abusos;
- temeraria confianza en el espíritu privado,
- ligereza y falta de saber teológico.
El  estado calamitoso de la Iglesia y de los pueblos cristianos en los primeros años del siglo XIV, fecha  de la cautividad de Aviñón, precedida por los escándalos de Felipe el Hermoso, algo influyó en el  trastorno de las ideas del médico de Bonifacio VIII, llevándole a predecir nuevas catástrofes y hasta  la inminencia del fin del mundo. Ni fue Arnaldo el único profeta sin misión que se levantó en  aquellos días. Coterráneo suyo era el franciscano Juan de Rupescissa, de quien hablaré en el  capítulo siguiente.»
Podemos preguntarnos si entre los católicos tradicionales –que no son impecables, ni infalibles- no pueden darse los rasgos de un Arnaldo de Vilanova, aunque no se llegue a la heterodoxia doctrinal. En efecto, ¿son imposibles e infrecuentes entre nosotros el fanatismo individual, las tendencias  ingénitas a la extravagancia, el celo amargo y falto de consejo, la temeraria confianza en el espíritu privado, la ligereza y falta de saber teológico y el predecir catástrofes apocalípticas como profetas sin misión? Sobre todo en el contexto de un estado calamitoso de la Iglesia y de los pueblos cristianos. Decía antaño el p. Ceriani que “hay que evitar la tendencia enfermiza de ubicarse siempre en la posición más extrema. Esto es propio de los inspirados por el celo amargo”. ¿Acaso podemos decir que entre nosotros no se da nunca esta tendencia a ubicarse en la posición más extrema?
Cualquiera sea la opinión que nos merezca la oportunidad de la censura de Francisco a los pepinillos en vinagre, no deja de ser útil un consejo que gustaba recordar el sabio Rubén Calderón Bouchet: “Consulta el ojo de tu enemigo, porque es el primero que ve tus defectos”.

viernes, 20 de diciembre de 2013

Apéndices sobre el sedevacantismo


Como nota de color puede verse una síntesis del documental sobre David Bawden. Su historia es “pintoresca”, por decir algo. Bawden comenzó como sedevacantista, con un libro para “demostrar” que la Santa Sede está vacante. Y luego de algunas idas y vueltas se hizo “elegir” Papa. Según Bawden, hay unas cincuenta personas que lo reconocen como “Pontífice”. Quienes están en comunión con él son los últimos católicos del mundo. Los demás, estamos “fuera” de la Iglesia.

En esta entrada enlazamos a algunos materiales sobre el sedevacantismo traducidos por amigos de nuestra bitácora.

Por d. Curzio Nitoglia

Por d. Curzio Nitoglia

Por d. Curzio Nitoglia

Por Francisco Suárez, SI.



Novedad editorial


Ediciones Palabra anuncia la nueva reimpresión del libro de José Luis Illanes, 
La santificación del trabajo. Desde la editorial aseguran que el cambio en la portada 
no tiene ninguna relación con recientes comentarios de S.S. Francisco. 

miércoles, 18 de diciembre de 2013

El documento más leído de los últimos 30 años


Alejandro Bermúdez, director de ACI Prensa, concedió una entrevista en vivo a la periodista Patricia Janiot del programa Nuestro Mundo que transmite la cadena de televisión CNN en Español, en la que explicó el contenido de la exhortación apostólica Evangelii Gaudium.
El director de ACI Prensa consideró que la primera exhortación apostólica del Papa Francisco puede "ser el documento de los últimos 30 años más leído de un Pontífice, porque es muy fácil de entender y porque dice las cosas directamente".
Pruebas al canto:
222. Hay una tensión bipolar entre la plenitud y el límite. La plenitud provoca la voluntad de poseerlo todo, y el límite es la pared que se nos pone delante. El «tiempo», ampliamente considerado, hace referencia a la plenitud como expresión del horizonte que se nos abre, y el momento es expresión del límite que se vive en un espacio acotado. Los ciudadanos viven en tensión entre la coyuntura del momento y la luz del tiempo, del horizonte mayor, de la utopía que nos abre al futuro como causa final que atrae. De aquí surge un primer principio para avanzar en la construcción de un pueblo: el tiempo es superior al espacio.
¿Quién puede dudar de que es muy fácil de entender? ¿A quién se le ocurre cuestionar que así se dicen las cosas directamente? A los pepinillos en vinagre...
El paso tiempo permitirá tener una mejor perspectiva del pontificado de Bergoglio. Se dice que Dios escribe derecho con renglones torcidos. Porque los designios de su Providencia son un misterio. Tal vez, uno de los bienes que Dios quiera sacar de un pontífice no deseado, por nosotros al menos, y poco deseable, por lo que ha realizado hasta ahora, sea emitir un certificado de defunción para la papolatríaCosa que, esperamos, sea suficiente para convencer a los neoconservadores eclesiales. En las últimas semanas hemos visto algunos casos  (aquí, aquí y aquí) de personas que comienzan a despertar del sueño papolátrico y se atreven a decirlo. Aún al precio de ser censurados o cesados en sus trabajos. Dios quiera que sean más los despiertos, no los cesados.

lunes, 16 de diciembre de 2013

Brumas del “revelacionismo” y luz de la fe


La traducción de este artículo pertenece a un amigo de la bitácora a quien le agradecemos su trabajo. Las imágenes alusivas son responsabilidad de la Redacción. Cualquier parecido con la realidad del "revelacionismo" es mera coincidencia.

Brumas del “revelacionismo” y luz de la fe.
Por Roger-Thomas CALMEL, O.P.
Llamo “revelacionismo” a una confianza desordenada en revelaciones privadas; confianza que no está suficientemente aclarada y rectificada por la razón y por la fe. La experiencia muestra que los cristianos afectados por el “aparicionismo” o por el “revelacionismo” son gente difícil de curar. Me gustaría, por lo menos, que su enfermedad no fuese demasiado contagiosa y por eso escribo esta nota. Ciertamente no censuro a estos hermanos en la fe por creer en lo maravilloso en el ámbito privado, ni en su papel indispensable en la Iglesia, pero sí por ponerlo prácticamente por encima de la Escritura y de la Tradición; además, por equiparar hechos maravillosos muy diversos; por fin, por dejar que su propia vida interior se desorbite por lo maravilloso, en lugar de colocarla bajo el imperio de las virtudes teologales que son el verdadero centro de toda vida en Cristo.
***
Hay, así, ciertos cristianos que atribuyen a revelaciones pueriles y extrañas, recibidas supuestamente por almas privilegiadas, exactamente el mismo crédito que a los mensajes de Lourdes, tan límpidos, tan sobrios, tan acordes con el dogma católico. Y ¿qué decir de estos cristianos que, valiéndose de las visiones de esas famosas almas privilegiadas, están mejor informados sobre la Pasión del Señor de lo que lo están los mismos Evangelistas? Un autor nos colmaba hace poco de tratados de devoción sobre los dolores secretos de Nuestro Señor.
Esos tratados denotan, en la visionaria, por otra parte imposible de identificar, una imaginación perturbada, malsana, en una palabra: desequilibrada. Además, el mismo autor se pone ahora a difundir una copiosa compilación, que se nos presenta alternativamente como una “enciclopedia del profetismo cristiano” y como “el libro del siglo”. –“Apresuraos, dice el anuncio desplegable de seis páginas, apresuraos a adquirirlo en Saint-Germain-en-Laye, Francia.” Apresuraos, tanto más cuanto que faltan cinco minutos para el medio día. Faltan cinco minutos para el medio día, ese es el título de la obra profética y enciclopédica que nos anuncia que “París enseguida se quemará como Sodoma y Gomorra, que las calamidades anunciadas culminarán con tres días de tinieblas y que, después de catástrofes de todo tipo, no quedará sino un cuarto de la humanidad e incluso, tal vez, menos”. Esos castigos nada tienen de imposible, pero sería deseable que profetas y profetisas aportasen títulos suficientes para darles credibilidad. Para dar crédito a su propio mensaje, santas tan eminentes como Juana o Bernadette no se dispensaron de hacerlo. –Y además, ¿será realmente conveniente mezclar en un prospecto intereses comerciales y sentido religioso; hacer una llamada al temor de Dios y, al mismo tiempo, poner en práctica los ardides de la publicidad? Pues se dice desconsideradamente que este libro es el “el libro del siglo… es necesario tenerlo a mano en todo momento… ejerce en el lector una influencia calmante”. Todo esto no parece muy serio.
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Pero no me anima ni siquiera un poco combatir a los mercaderes de revelaciones. Apartar los alimentos estropeados no es suficiente para nutrir las almas. Busquemos más bien el alimento vivificante de las divinas Escrituras. Y, dado que los revelacionistas nos hablan tanto de los juicios del Señor sobre la historia de los hombres, recordemos las enseñanzas de la Revelación tal como nos las relatan los textos inspirados. Recordemos también, sobre el mismo tema, la doctrina sólida de los Padres y de los doctores. – Creemos en el regreso del Señor: “Credo… in unum Dominum Jesum Christum… et iterum venturus est cum gloria judicare vivos et mortuos, cujus regni non erit finis.
Aún así, no nos quedamos petrificados con el día y la hora, pues no es misión del Señor dárnoslos a conocer (Mt. XXIV, 36). –Sabemos no solamente que vendrá, al final, un supremo anticristo sino también que, en el curso de la historia, habrá prefiguraciones del anticristo. –No solamente se dará la última apostasía general predicha en la segunda epístola a los Tesalonicenses (2Ts, II, 3-12), sino que, antes de eso, serán conocidas prefiguraciones de la apostasía. –No solamente en el fin de los fines la fe estará casi extinta y la caridad no estará viva salvo en un pequeño número, hasta tal punto la frialdad y el egoísmo habrán diseminado la muerte en el alma de los hombres, no solamente, por lo tanto, en el fin de la historia, la humanidad estará casi entera sin fe y sin amor, sino que también habrá en el curso de la historia prefiguraciones de ese oscurecimiento y de esa especie de extinción de la vida espiritual. – Sabemos, los cristianos siempre supieron, especialmente el Apóstol San Juan y desde San Agustín, que vendrá un último anticristo, así  como que tuvo precursores desde los tiempos apostólicos (1Jo. II, 18). – Sabemos que el Apocalipsis no es una cronología anticipada, sino una teología de la historia bajo la forma de símbolos que se repiten, se recapitulan, se exigen mutuamente. – Sabemos que el capítulo XXIV de San Mateo, los capítulos XVII (última parte) y XXI de San Lucas no hablan solo y exclusivamente a dos generaciones: a la generación contemporánea de la primera venida del Señor, aquella que vio la ruina del templo, y a la última generación, aquella que verá el retorno glorioso de Jesucristo; sino que estos capítulos se dirigen también, en muchísimos aspectos, a las generaciones que se encuentran entre las dos. El Señor juzgó dignas de Su enseñanza infalible, acerca de los juicios que acuña sobre el desarrollo de la historia, las numerosas generaciones intermedias que llegarían a ser, con mucho, las que contarían con el mayor número de fieles, las que formarían la parte más considerable de Su Iglesia. –Hay una señal del fin que no tendrá antecedente: es la conversión del pueblo judío a título de pueblo. Pero incluso esa señal nadie está en condiciones de medir en qué lugar exactamente hay que situarla antes del fin del mundo. En cuanto a las otras señales: apostasía, anticristo, expansión del Evangelio, muerte espiritual, guerras y cataclismos, sabemos que, si bien se van desarrollando según una especie de progreso lineal, proceden también por repeticiones como cíclicas. Rumbo a cual de las repeticiones estamos yendo: sólo Dios lo sabe.
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Así, a las generaciones intermedias entre la que conoció la ruina de Jerusalén y la que verá el fin del mundo, el Señor hizo una doble revelación: al mismo tiempo que anunciaba torrentes de iniquidad y castigos prodigiosos, nos garantizaba la permanencia de las fuentes del valor y del consuelo. Cualesquiera que sean, en efecto, los progresos históricos de la iniquidad, esos días de prueba, por más peligrosos que sean, serán abreviados por causa de los escogidos (Mt. XXIV, 22); por otro lado, nadie podrá arrebatar las ovejas de la mano del Buen Pastor (Jo. X, 28-29); en tercer lugar, la Redención no cesará de estar próxima y será preciso levantar la cabeza, levate capita vestra (Lc. XXI, 34) hacia Aquel cuyo Corazón está abierto para nosotros (Jo. XIX, 37); en cuarto lugar, el Espíritu Santo no cesará de dar testimonio de Cristo (Jo. XVI, 1-15), incluso cuando la apostasía llegue a parecer inundarlo todo. Resumiendo: las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia (Mt. XVI, 18), contra Pedro ni contra la fe; contra la Misa [1] ni contra los sacramentos, incluso cuando el hombre de iniquidad se asiente en el lugar santo (2Ts. II, 4 y Mt, XXIV, 15). –Se trata, pues, de una doble revelación acerca de los juicios y de los castigos divinos. Los aspectos contrapuestos no deben ser aislados y separados. Cuando hay revelaciones privadas que hablan sobre intervenciones de la justicia divina, deben inscribirse fielmente en esta perspectiva de la revelación canónica.
Ahora, no es esto lo que se encuentra en las diversas publicaciones de los revelacionistas. Esos escritos están hechos a medida para infundir pánico en las almas y para aterrorizarlas. No solamente pretenden señalar el día y la hora en que estamos, en cuanto a las preparaciones y prefiguraciones del fin, lo que no carece ya de atrevimiento; sino que, en su pretensión simplista de pronosticar el día y la hora, acostumbran a aquellos que les prestan oído a vivir en lo irracional, a preferir, a las luces del buen sentido y de la reflexión sabiamente conducida, chismes sin garantía. –Carecen de solicitud verdadera y realista por precisar los remedios que siempre podemos aplicar, sea cual fuere el estado de proximidad al final en que nos encontráramos.
Por lo demás, están mucho más preocupados en  indagar con curiosidad qué intervalo de tiempo nos separa del fin que en afirmarse en la fe, la fe en la gracia de la Redención, que es siempre suficiente sean cuales fuesen el alejamiento o la proximidad de la Parusía. Faltan cinco minutos para el mediodía, nos cotorrean los fabricantes de la enciclopedia profética; pero no sabrán decirnos esto: que sean las doce menos cinco o las diez y media, de todos modos es hora de hacer aquello que está a nuestro alcance para asistir a la buena Misa con buenas disposiciones; es hora de meditar y de recitar el rosario; es hora de servir a nuestro prójimo sin complicidad con sus flaquezas así como sin enervarse con sus miserias; es hora de hacer sacrificios excepcionales, para preservar a los hijos de la corrupción y para asegurar la existencia de verdaderas escuelas cristianas; es hora, en fin, para los clérigos, de vivir aún más conformes con la dignidad del propio estado y de profundizar en las ciencias eclesiásticas, en lugar de perder el tiempo descifrando las patrañas con las que nos inunda la publicidad indiscreta de los aparicionistas de todo jaez.
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Evidentemente no rechazamos las profecías privadas con el pretexto de que anuncien castigos divinos: la peste, el fuego, la guerra, el hambre, y catástrofes de todo tipo. Mucho menos las rechazaremos con tal pretexto, cuando previsiones tremendas son parte integrante del Evangelio de Jesucristo. Nuestro misericordioso Salvador se presentó como rey y como juez; juez no solamente al fin del mundo, sino también juez en el curso de la historia. Ipsius sunt tempora et saecula [2]. Las previsiones sobre la ruina de Jerusalén, sobre el terrible fin del mundo, sobre las persecuciones, no pueden ser removidas de los Evangelios y de las Epístolas. En reiteradas ocasiones Jesús habló como profeta de desgracias. Pero es profeta de desgracias en un clima de Evangelio y es eso lo que cambia todo, lo que hace de Su profecía un alimento para vivir de la gracia divina, una fuente de paz interior y de bienaventuranza. Beati qui lugent quoniam ipsi consolabuntur [3]
Así que nos cuidaremos de no menospreciar las profecías privadas cuando sean profecías de desgracias y precisamente por esta razón; pero pedimos dos cosas: primero, títulos suficientes para admitir que el mensajero o visionaria nos habla de parte de Dios, en nombre de Dios, y no de su propia cosecha; lo que supone esta segunda condición: que su profecía se sitúe en esta línea de paz, de conversión, de equilibrio sobrenatural, que es la línea del Evangelio. En una palabra, que las profecías privadas, incluso las conminatorias, se mantengan en este nivel de elevación, de sobriedad, de pureza que es el del Evangelio.
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El Gran Monarca y el gran Papa: es uno de los capítulos de la famosa enciclopedia. Es muy hermoso, pero de todos modos si el Señor, en su misericordia, quisiese una vez más dar a Francia un jefe que sea sabio y santo, dócil a la Sede de Pedro y exento de todo papismo, si el Señor se dignase conceder a nuestra patria esa misericordia totalmente extraordinaria, ¡en tal caso!, es indispensable una preparación. Ahora, esta preparación no se hará si demasiados cristianos se dejasen arrastrar por la epidemia del revelacionismo.
Puede ser bueno recordar en ocasiones “la profecía de San Pío X”: “¿Qué os diré ahora, a vosotros, hijos de Francia, que gemís bajo el peso de la persecución? El pueblo que hizo la alianza con Dios en las fuentes bautismales de Reims se va a arrepentir y volver a su primera vocación… Los pecados no permanecerán impunes, pero la hija de tantos méritos, de tantos suspiros y de tantas lágrimas, no perecerá jamás. Un día vendrá, y esperamos que no esté lejos, en que Francia, como Saulo en el camino de Damasco, será envuelta por una luz celeste y oirá una Voz que le repetirá: ‘Hija mía, ¿por qué me persigues?’ Y, a su respuesta: ‘¿Quien sois Vos, Señor?’, la Voz responderá: ‘Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Dura cosa es para ti dar coces contra el aguijón, pues en tu obstinación te arruinas a ti misma.’ Y ella, temblando atónita, dirá: ‘Señor, ¿qué queréis que haga?’ Y El: ‘Levántate, lava las manchas que te hayan desfigurado, despierta en tu seno los sentimiento medio adormecidos y el pacto de nuestra alianza, y ve, Hija primogénita de la Iglesia, nación predestinada, vaso de elección, ve, como en el pasado, lleva Mi Nombre ante todos los pueblos y todos los reyes de la tierra’.” [4]
El recuerdo de tal profecía puede ser útil. Pero habría que hacerlo con lógica y honestidad, pues es deshonesto, así como ilógico, ponerse a esperar la misericordia de Dios para el futuro de la patria y no hacer lo poco que está a nuestro alcance en la hora presente. La hora presente es ésta en que, estando la celebración de la Misa terriblemente amenazada, es aún más necesario conservarla, o sea, decirla y asistir a ellas con las disposiciones exigidas. Es la hora en que, siendo difícil asegurar el verdadero catecismo, hay una razón más para dedicarse a él. Es la hora en que la legislación familiar (si es que puede ser llamada así) se vuelve criminosa y monstruosa, y es necesario, por tanto, combatirla con todas nuestras fuerzas. Es la hora en que las innovaciones de Pablo VI están sujetas a la sospecha más legítima, como lo prueba la lista aplastante establecida por el Libellus del Padre de Nantes; tengamos, pues, el valor de admitir que no estamos vinculados por las novedades de semejante pontífice. Es la hora en que los obispos constreñidos y manipulados por la colegialidad intentan hacer prevalecer un sincretismo religioso simultáneamente masónico, comunista y cristiano; no tenemos que seguir a semejantes obispos. Es la hora, en fin, en que debemos testimoniar la fe de siempre con las disposiciones de fortaleza y de humildad que deben ser renovadas incesantemente, pues nuestro testimonio no se enfrenta a una persecución violenta, lo que precipitaría y simplificaría muchas cosas, sino que está frente a una revolución modernista inspirada por demonios causantes de los peores embrollos. Esta es la hora presente. Ahora, ese diagnóstico, incluso incompleto, no es lo que encontramos en las habladurías confusas e irracionales de los revelacionistas; es el diagnóstico que hacemos, sirviéndonos de la razón que Dios nos dio, esclarecida por las luces de la fe y de la reflexión teológica. Es, por tanto, en la hora presente, que es así, donde tenemos que santificarnos y dar testimonio; y mucho más si pedimos a Dios, para los próximos años, que se realice de algún modo la profecía de San Pío X. El período presente, tanto y aún más que los períodos anteriores, requiere del cristiano una actitud espiritual de lucidez, de realismo, de fe, de caridad, de esperanza. Ahora, no son estas las actitudes teologales reconocibles que favorecen, en las almas de buena voluntad, los productores y los distribuidores de los papeluchos revelacionistas.
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Los revelacionistas nos saturan los oídos con mensajes nebulosos, calenturientos, sentimentales, pero no se interesan verdaderamente por los mensajes de santidad de los místicos más autorizados: el autor de la Imitación, San Juan de la Cruz, Santa Teresita… No parecen conocer sino un único aspecto de la profecía privada en el seno de la Iglesia: el anuncio de los castigos divinos. Ahora bien, hay otros aspectos: no opuestos al primero, sin duda, pero muy superiores: son los carismas de orden doctrinal, como la enseñanza de la sabiduría, el sermo scientiae que es concedido a algunos grandes santos para edificación de las almas. –Ese sermo sapientiae no es, hablando propiamente, un carisma concedido a las mujeres [5]; debe decirse, con todo, que un mensaje como el del camino de infancia, de Santa Teresita, deriva de un verdadero carisma. Es restringir demasiado los favores que el Espíritu de Cristo otorga a la Iglesia no admitir carismas si no es en los mensajes conminatorios dados en apariciones, ni siquiera aún siendo el mensaje ortodoxo, y el vidente, digno de crédito.    
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Una de las flaquezas más graves de los revelacionistas es esta: no han meditado seriamente sobre la vida y la muerte de los santos y santas que han llegado más lejos en la profecía privada, en las apariciones, en lo maravilloso y en el milagro: una Juana de Arco, una Margarita María, una Catalina Labouré, una Bernadette, los niños de Fátima. En la vida y en la muerte de esos privilegiados auténticos no hay nada que no sea sencillo, sereno, límpido; ni pánico, ni exaltación. Su mensaje fue lo menos enredado, lo menos complicado que hay. Por este mensaje, estaban dispuestos a dar la vida y, de hecho, Santa Juan de Arco fue mártir. Sin embargo, Juana y los demás no habían puesto y fijado sus almas en algo maravilloso apartado y como exorbitado; sino que, como todos los cristianos, como todos los santos, lo habían hecho en la fe, en la esperanza, en la caridad. Sólo se ocupaban de su mensaje porque formaba parte del deber excepcional que Dios les ordenaba cumplir –así como ordena a la mayoría un deber ordinario; deber ordinario que es preciso cumplir con amor perfecto.
Esos mensajeros se aferraban a su mensaje únicamente porque esta fidelidad primera era, para ellos, condición para vivir de las virtudes teologales y dones del Espíritu Santo; aquí se situaba el alma de su vida espiritual. Su vida no se concibe sin la intervención de lo maravillosos así como, tampoco, sin la fidelidad en dar testimonio de eso maravilloso, pero el alma de su vida es la caridad, y no lo maravilloso. –Lo maravilloso, revelaciones y profecías, de lo que fueron mensajeros fieles, es indispensable para la existencia y santidad de la Iglesia, para la conversión y la supervivencia de Francia. El Cuerpo Místico no prescinde aquí abajo de las gracias gratis datae. Pero es la gracia gratum faciens, la gracia de las virtudes y de los dones, la que es su alma viva.  –Juana, Margarita María, Catalina Labouré, Bernadette, los niños de Fátima, esos mensajeros de lo maravilloso más excepcional no dejaron, al comunicar y defender su mensaje, de afirmarse en la gracia santificante, en el amor más humilde y más realista. Se comprende entonces que su mensaje, no solamente por el equilibrio de su contenido sino por la forma de transmitirlo, no provocó pánico sino que trajo paz, tanto para su prójimo como para ellos mismos.
La Iglesia no rechaza ni puede rechazar lo maravilloso, las revelaciones y los milagros; pero la Iglesia pone por encima de esto, y sin comparación, la vida teologal y la santidad. Fieles a esta doctrina, precaviéndonos debidamente de hacer desmerecimientos, por principio, de las manifestaciones de lo maravilloso, pero sin ser alocadamente crédulos o sin dejarse llevar por un pánico vano, habiendo situado en su debido lugar las revelaciones privadas que merecen confianza (sobre todo, las revelaciones privadas de alcance universal), nosotros las utilizaremos lo mejor posible a la luz de la fe, –la fe que es operante por la caridad (Gál. V,6).
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Para vivir rectamente en la Iglesia, no basta al cristiano decir para sus adentros: la enseñanza del magisterio jerárquico basta; si hay otra cosa, no quiero saberla. Pues ese mismo magisterio está obligado a saber que hay otra cosa; claro que no se trata de otra enseñanza que no sea aquella de la que la jerarquía tiene el depósito y la guarda vigilante, pero sí que hay otras voces milagrosas de mensajeros fieles, que tienen la misión de hablar para atraer la atención sobre esta misma enseñanza que el magisterio administra. No hay otro magisterio que no sea el de la jerarquía, algún magisterio inspirado que sea superior al suyo y al cual el de ella esté obligado a someterse; pero hay otros mensajes además de los de la jerarquía, mensajeros inspirados, milagrosos, que los dignatarios jerárquicos deben aceptar oír, si bien sea a la jerarquía a quien cabe sacar las últimas conclusiones y decidir. La noción católica de Iglesia ciertamente no excluye los carismas [6], pero los subordina a la jerarquía. No excluye las revelaciones privadas, requiere solamente que no sean ilusiones privadas y, a renglón seguido, que esas revelaciones estén de acuerdo con la Revelación.
En momento alguno de la historia de la Iglesia la voz de la auténtica jerarquía, no las insinuaciones de la jerarquía modernista, – en momento alguno la auténtica jerarquía que garantiza de modo ordinario y oficial el carisma de la verdad (San Ireneo) pretendió sofocar las voces inspiradas y milagrosas, pues esas voces, si vienen de Dios, lejos de contradecir la Revelación, la repiten, la hacen comprender, persuadiendo los corazones con una entonación más penetrante y como con un tono más apropiado a las nuevas situaciones. Es así como las palabras del magisterio jerárquico sobre el Sagrado Corazón de Jesús no fueron alteradas por las revelaciones privadas de Santa Margarita María pero,  tras esas revelaciones, las mismas palabras fueron dichas con más vehemencia y se sintieron con mayor entusiasmo. En 1854 había resonado la gran voz del romano Pontífice en la definición infalible de la Inmaculada Concepción, pero esa voz no puso en marcha las multitudes ni movilizó las naciones para la oración y la penitencia sino después de las apariciones de la Inmaculada a Santa Bernadette. Haremos observaciones semejantes en lo que se refiere a la devoción del Rosario y en cuanto a la consagración al Corazón Inmaculado de María: sin la voz inspirada de los videntes de Fátima, la voz del magisterio ordinario no se habría impuesto tan profundamente a las almas cristianas. Y ¿qué decir de las revelaciones privadas conminatorias? Las advertencias del capítulo XXIV de San Mateo siguen siempre presentes, y la Iglesia siempre las hace oír el último domingo después de Pentecostés; solo una liturgia de inspiración y fabricación modernistas intenta hacerlas olvidar. Por tanto, la Iglesia hace resonar siempre en los oídos de los fieles los oráculos del capítulo XXIV de San Mateo; pero, para que esas advertencias sean tomadas en serio por tantos cristianos modernos que quedan atrapados en sus pecados, con un embrutecimiento tan hondo como el de los contemporáneos de Noé en las vísperas del mismo diluvio, para despertar a los que duermen es necesario que, según las circunstancias históricas, la enseñanza del magisterio jerárquico sobre los juicios divinos sea, no modificada, ni torcida en sentido milenarista, pero sí hecha resonar fielmente por mensajeros detentadores del encargo de transmitir revelaciones conminatorias.
Sólo se pide a estos mensajeros que se presenten con garantías suficientes, así como se espera del mensaje que sea congruente con el Evangelio.
Todo esto para decir que las revelaciones privadas y, de manera general, todos los carismas tienen un lugar en la vida de la Iglesia, un papel no despreciable, no supererogatorio sino necesario; es preciso, pues, atribuirles su debido lugar: subordinándolos a la autoridad del magisterio verdadero (completamente diferente del falso magisterio modernista), situándolos en la línea de la Revelación divina, permitiendo que nos despierten, nos conmuevan, nos conviertan, nos edifiquen por el aliento milagroso con que nos repiten las palabra de vida eterna.
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[1]. Sobre este tema preciso (permanencia de la Misa) ver Malvenda, o. p., en la Dissertation sur l’Antéchrist [Disertación sobre el Anticristo], n.º 22, que viene a continuación de la segunda epístola a los Tesalonicenses en la Biblia de Vence, t. 16, París 1773. Dicha Biblia de Vence retoma y completa la Biblia de Dom Calmet.
[2]. Bendición del Cirio Pascual en la Vigilia de Pascua.
[3.] Repárese en ad 2 en IIa-IIæ, q. 174, art. 6: “Dios está más inclinado a apartar los flagelos con los que nos amenaza que a retirar los beneficios que nos promete.”
 [4.] Consistorio de 29 de noviembre de 1911. Nota de los DSB (Dosieres San Bernardo): el Padre Calmel escribe “la profecía de San Pío X” entre comillas, y hace bien, pues habría un cierto abuso en afirmar que San Pío X haya profetizado. San Pío X expresa ahí un anhelo, un deseo de su corazón paternal, y para eso tomó prestado ese texto de uno de sus maestros: el cardenal Pie. Pues ese texto “profético” es, en realidad, una cita de la Oración Fúnebre del General De Lamoricière pronunciada por Mons. Pie el 5 de diciembre de 1865 (Œuvres, V, 506-507). Siendo aún simple sacerdote, en 1846, ya había manifestado esa esperanza de conversión (Œuvres sacerdotales II, 332-333). El 28 de setiembre de 1879, en su Discurso del acto de posesión  del título presbiteral de Nuestra Señora de la Victoria, el Cardenal Pie se expresará en los mismos términos (Œuvres X, 63-64).
[5.] Ver, a este respecto, la IIa IIæ, en el tratado sobre los estados (como se le llama), la cuestión 177. – El final de la IIa IIæ contiene, en realidad, tres tratados mayores: el de los estados de perfección, que concluye todo, viene después del tratado de los carismas (gracias gratis datæ) y del de las formas de vida (activa o contemplativa).
[6.] Volver a leer Rom. XII; 1Cor. XII; Ef. IV; 1Ts. V, 16-22.

* PARA CITAR ESTA TRADUCCIÓN:
Padre R.-T. CALMEL, O.P., Brumas do “revelacionismo” e luz da fé, 1974, trad. br. por F. Coelho, São Paulo, out. 2013, blogueAcies Ordinata, http://wp.me/pw2MJ-252

De: “Brumes du «révélationisme» et lumière de la foi”, rev.Itinéraires, n.º 181 (marzo de 1974), pp. 177-187.

jueves, 12 de diciembre de 2013

Última entrada: papa dudoso y sedevacantismo de conciencia


Con esta entrada cerramos el tema "sedevacantismo". Salvo que aparezca algo importante, a partir de ahora las novedades se anunciarán en la bitácora y se publicarán en un estante especial de scribd para información de los interesados. No queremos perder más tiempo borrando comentarios de trolls. 

I. Algunos repiten el adagio "Papa dudoso, papa nulo" como si fuera una fórmula mágica para justificar el sedevacantismo. ¿Qué es un papa dudoso? Hay que distinguir entre nociones vulgares y nociones científicas. No es papa dudoso el que a cualquier católico le parece. Una duda personal, fundada en indicios carentes de relevancia canónica, por más que sea compartida por algunos grupos, no permite considerar dudoso a un pontífice, porque en tal caso podría ponerse en cuestión la legitimidad de cualquier papa con exclusión de San Pedro que fue designado por Cristo. Hay que emplear una noción teológica y canónica de papa dudoso. La doctrina, en base a lugares teológicos (magisterio, derecho canónico, sentencias de teólogos y canonistas, historia, etc.) suministra algunas notas sobre lo que es un papa dudoso: duda positiva (no negativa) y eclesial (no personal) sobre la legitimidad de la elección. Esto supone una elección contestada por quien tiene derecho a hacerlo y la falta de aceptación pacífica universal. Históricamente, los casos de papas dudosos o inciertos se presentaron en tiempos de cisma, en los que había dos o más posibles pontífices no aceptados por toda la Iglesia. He aquí la explicación de un canonista:

Incierto o dudoso.- El cisma proveniente de que dos o más se consideren como legítimos Papas, y fraccionen en su consecuencia la Iglesia en varias partes o partidos, puede ser de dos especies.
Si, mediante un concienzudo examen, se descubre quién de ellos ha sido elegido legítimamente.
Si, después de este examen, queda oscuro e incierto quién de los contendientes fue elegido canónicamente.
Han ocurrido en la Iglesia cismas de la primera especie, y en estos casos los obispos han examinado las circunstancias de la elección, mediante lo cual, han reconocido como legítimo Papa al elegido con arreglo a las disposiciones canónicas, rechazando como intrusos a los demás [Bouix, D. Tractatus de Papa. part. III, sec. IV., cap. IV. París, 1869, Tomo II, pp. 673 y ss.].
Respecto al caso de la segunda especie, sólo ha existido un cisma que el Concilio de Pisa resolvió deponiendo a los contrincantes de lo cual resultó un tercero en discordia. Se cuestiona mucho sobre si en este caso oscuro, en que existe un Papa legítimo entre los varios que se disputan el pontificado, pero que no puede descubrirse quién de ellos es el verdadero Papa, podrá ser depuesto por el concilio general…” (Cfr. Gómez Salazar, F. INSTITUCIONES DE DERECHO CANÓNICO. 2ª ed. Madrid, 1883, T. II, pp. 97-98).
¿A quién compete declarar que un papa dudoso no es verdadero papa? Al Concilio Ecuménico o al Colegio de Cardenales. Además, se debe recordar: Quod vero ad Ecclesiam pertineat declarare, et determinare, quod sit canonice, et legitime electus, sive per acceptationem universalem pacificam, sive per definitionem Concilii, si sit aliquod dubium in illa (...) tota autem Ecclesia in hoc errare non potest, ergo in ipso exercitio Ecclesia determinat quod iste homo sit caput suum, ita ut sint schismatici, qui oppositum sentiunt, nulla enim major determinatio esse potest, quod iste sit pontifex, quam quod universalis Ecclesia sic ipsum recognoscat pro pontifice, et acceptet, idem enim est Ecclesiam universalem dicere in actu signato: Hic homo est vere et legitime pontifex” (Juan de Santo Tomás).
Cualquier lector razonable puede aplicar estas nociones a los hechos ocurridos en la Iglesia desde Juan XXIII y constatar por sí mismo si se está objetivamente ante papas dudosos. Sugerimos dos elementos ya mencionados e ineludibles: 1º, ninguna elección ha sido formalmente impugnada por quienes tienen derecho a hacerlo; 2º, las elecciones han recibido pacífica aceptación de la Iglesia universal. 
Otra cosa son las dudas personales sobre la legitimidad de la elección de un papa, tema cuyo tratamiento dejamos para la Teología moral (conciencia dudosa). Además, habría que considerar la distinción entre dudas y dificultades elaborada por el b. Newman y aplicarla por analogía a estas dudas personales, para no caer en rigorismos y cismanías. El dictamen de conciencia que hace cada sedevacantista -el juicio práctico-práctico- queda reservado a Dios. 
II. Queremos expresar ahora algo más sobre las razones por las cuales, además de las grandes dificultades teóricas del sedevacantismo en sus dos corrientes, nos parece una teoría que no podemos aceptar en su dimensión práctica. La manera más breve y didáctica de explicar nuestra opinión es partir de dos ejemplos análogos.
Cuando alguien acude a los tribunales canónicos por una causa de índole matrimonial, lo que hace es preguntar a la autoridad eclesiástica competente si un matrimonio es nulo. Acude a un juez para resolver una duda de conciencia: la de si su matrimonio fue verdadero o inexistente a pesar de las apariencias. Naturalmente, el tribunal sólo puede dar dos respuestas, reconociendo la nulidad o la validez del acto.
Se vuelve a hablar hoy de la nulidad de conciencia de un matrimonio. La expresión designa el caso de una persona que está segura en conciencia de la invalidez de su matrimonio y actúa conforme a esa seguridad. Es decir, de una persona que tiene certeza objetiva en el fuero interno sobre la nulidad real de su propio vínculo matrimonial a pesar de la apariencia de validez.
Veamos dos ejemplos:
- Juan regresa de la guerra, en la que sufrió una grave lesión por la que fue emasculado quirúrgicamente, y decide casarse con su novia Teresa. Juan es absolutamente impotente por efecto de la cirugía. No obstante, como quiere mucho a Teresa contrae matrimonio pensando que será válido. Al enterarse de la impotencia, Teresa decide separarse.
- Pedro se casa con Jacinta. Consumado el matrimonio, después de diez años, la convivencia se torna muy difícil. Pedro está convencido de la nulidad del matrimonio, porque le parece que su mujer padecía algún trastorno psíquico anterior a la celebración. Por lo que decide separarse y luego unirse por matrimonio civil con Eulogia.
En el caso de Juan, él está plenamente seguro en conciencia de la inexistencia de matrimonio, porque conoce su propia impotencia para un matrimonio que no ha podido consumar y porque un canonista le ha confirmado con toda seguridad que el acto es nulo. Sin embargo, le han aconsejado tramitar una declaración de nulidad. A Juan le parece una pérdida de tiempo, fruto de un formalismo innecesario; pero un sacerdote le ha recordado que el matrimonio no es una cuestión meramente privada sino que tiene una dimensión formal y pública. En este caso, puede decirse que Juan posee una firme certeza moral con dos fundamentos: uno intrínseco (la propia impotencia) y otro extrínseco (ley canónica, jurisprudencia y doctrina unánime), tan sólidos que podría hablarse de una nulidad de conciencia. En efecto, vistos los hechos, el derecho y la certeza de Juan, la sentencia de nulidad parece un mero trámite formal subordinado a la realidad de un matrimonio que nunca existió.
A diferencia del caso anterior, en el de Pedro, no es admisible hablar de nulidad de conciencia. Porque esta nulidad no puede ser confundida con la opinión de que el propio matrimonio es nulo. No cabe, por ejemplo, en todos aquellos supuestos en los que la causa de la nulidad se encuentra en el otro cónyuge: incapacidad psíquica, error, miedo, etc. Sólo es planteable en los casos en que se invoca un defecto del consentimiento de quien la alega, defecto que puede ser objeto de un acto de conciencia, como es el caso de la condición. Por lo que un sacerdote aconseja a Pedro que, dada la dificultad de emitir juicios objetivos sobre asuntos en los que están en juego intereses personales tan fuertes, si tiene una convicción seria de la nulidad, inicie el trámite canónico, habida cuenta de la naturaleza social y eclesial del matrimonio, que requiere un reconocimiento de su nulidad por parte de la autoridad.
Muchos sedevacantistas dicen: nosotros no tenemos autoridad para zanjar –gran verdad-, pero en conciencia consideramos que los últimos papas no fueron válidos. ¿A quién se parecen los que afirman creer en conciencia que los últimos papas no han sido elegidos válidamente? No se parecen a Juan, porque la causa de la nulidad no es una condición propia de quienes la alegan (como sí lo es la emasculación para el mutilado, o la no consumación para su cónyuge), sino que se apoya en incapacidades de otras personas (inhabilidades de los cardenales "herejes"); es decir que la invalidez no tiene un fundamento intrínseco, de experiencia inmediata para quien la invoca, porque los sedevacantistas no han sido papas electos que pudieran confesar su herejía antecedente, ni cardenales electores encargados de evaluar candidatos que pudieran reconocer su complicidad con el hereje electo, ni siquiera "espías" de los últimos cónclaves... Y tampoco se tiene un fundamento extrínseco sólido, porque la cuestión teórica es muy discutida en sede doctrinal, como  hemos visto en entradas anteriores, y sobre la cuestión de hecho, no sólo no hay sentencia de la Iglesia que declare la nulidad, sino que se verifica una suerte de contra-sentencia en virtud de la pacífica aceptación de los últimos papas como válidos.
El juicio de conciencia es soberano en el ámbito moral porque si es recto justifica ante Dios. Pero aquí no se trata primariamente del orden moral personal, sino de un problema socio-eclesial, en el que la última palabra corresponde a la Iglesia. La cuestión moral individual es posterior y una consecuencia del problema socio-eclesial. No parece aceptable, por tanto, una nulidad de conciencia de las elecciones pontificias, asumida por quienes no han tenido siquiera una participación remota en la elección de los últimos papas. Esta suerte de "democracia directa" que plebiscita la validez de las elecciones pontificias no es tradicional y su proyección en el fuero externo puede dañar al bien común.
Por todo lo dicho, pensamos que el sedevacantismo implica un salto de lo especulativo a lo práctico sin suficiente justificación. En conciencia, no podemos adherir a este sedevacantismo de conciencia. 

Post scriptumUn lector sostiene que el sedevacantismo es una forma de laxismo aplicado al deber de comunión con el Romano Pontífice y que además ha de rechazarse desde el probabilismo moral. Si desarrolla el argumento, será publicado.
Otro comentarista ha citado tres artículos de D. Curzio Nittoglia sobre la "tesis de Cassiciacum": 


P.S.: las traducciones de los artículos de D. Nittolglia, aquí.