a) Tradición y presencia de René
Guénon.
Las
constantes de toda la vida de Martínez Espinosa -tradición y restauración
de la vida espiritual- siempre estuvieron referidas a lo que la Teología
católica denomina Tradición como una de las dos fuentes de la Revelación;
pero, simultáneamente, implicaba también una ampliación del concepto de
tradición por referencia a aquellos valores y principios eternos, ya de
Occidente, ya de otras culturas, que son patrimonio del hombre en cuanto
tal. Para comprenderle adecuadamente, es menester ahondar en el primer
aspecto, y considerar la apasionada lectura de las obras de Guénon, que
sirvieron para alimentar el segundo aspecto. En cuanto a lo primero, para
Martínez Espinosa, toda verdadera cultura es presidida por principios
sagrados como "la gran tradición hermenéutica cristiana" (20),
simbólicamente expresada por los Padres orientales (Clemente Alejandrino,
Orígenes). En cuanto a lo segundo, la existencia de una tradición más
amplia, condujo a Martínez Espinosa a un creciente interés por el
pensamiento oriental. La lectura de las obras de Guénon Introduction genérale a l'étude des
doctrines hindoues (1921) y Orient
et Occident (1924) debe haber abierto su interés por la especulación
metafísica de la India; pero también deseaba conocer la cultura de la
China y del Islam. Tengo a la vista una carta del año 1940, en la que pide
—a la misión de Sienshien— las obras de Henri Bernard sobre la Sagesse Chinoise et la Philosophie
Chrétienne y tres más del mismo autor sobre las misiones del siglo
XVI, sobre los musulmanes y sobre la acción del P. Ricci en China; en otra
carta, de 1947, entre otros libros solicitados a Madrid, figuran las obras
de Asín Palacios; y el año de su muerte, 1953, en carta a Michael Burt (el
novelista de El caso de las trompetas celestiales) le habla del libro del
P. Huc (Souvenirs de voyage dans la Tartarie, le Thibet et la Chine) y se
lamenta de que el aporte católico al conocimiento del Oriente sea tan
magro.
Para Martínez Espinosa, la
tradición es "un orden de nociones inmutables, que, ni envejecen con
el tiempo, ni son distintas entre varias razas humanas ni dependen, en su
validez, del consentimiento de las opiniones" (21). Es este el
segundo sentido, más amplio, de tradición, aunque la tradición
divino-humana de la Iglesia Católica es superior a ella y le confiere
sentido, determinando así una diferencia importante con el pensamiento guénoniano.
Empero, mientras "la mentalidad dominante exige aceptar como único
válido el concepto de civilización elaborado por la filosofía
racionalista", Martínez Espinosa recuerda que "Guénon dice que
nada hay tan extraordinario como la pretensión de hacer de esa civilización
anormal el tipo mismo de toda civilización, de tenerla como 'la
civilización' por excelencia y hasta como la única acreedora de ese
nombre. Como complemento de esa ilusión, añade, está la creencia en el
'progreso', tomado también en forma absoluta" (22). Por eso, de
acuerdo, en esto, con Guénon, es menester recuperar, frente a esta
pseudo-civilización contraria a la verdadera tradición primordial, el
"sentido perenne de la cultura" (23) y la
"simplicidad" (24).
Martínez Espinosa fue el primer
estudioso y expositor de Guénon en la Argentina y, quizá, en lengua
española. Aunque su ensayo René Guénon, señal de los tiempos, es de 1952,
su familiaridad con el pensamiento Guénoniano data, por lo menos, de 1927,
y probablemente desde antes. Iba leyendo sus obras a medida que eran publicadas
Para Martínez Espinosa, Guénon ha sido, usando la expresión de uno de
sus libros, "un signo de los tiempos" (25). Sin detenerme -pues
no corresponde- en una exposición de la exposición de Martínez
Espinosa sobre Guénon, allende las diferencias fundamentales, el
pensamiento de Guénon significa para él "un esfuerzo lúcido y tenaz
por restaurar la Tradición. Sin embargo, habida cuenta de la idea católica
de Tradición, no se sabe a qué alude Guénon cuando dice “la pensée religieuse de l´Occident
oppose parfois tradition et ecriture” y Martínez Espinosa se extraña de que
en parte alguna se dé una explicación concisa y definida del término
"tradición" (26). Más aún, en una nota al pie, no deja de
señalar que "la concepción (de Guénon) acerca de la religión católica
y de nuestra moral y mística revela notables deficiencias de información,
pero de tal índole que ellas podrían explicar que haya ido a pedir a otros
tipos de sabiduría lo que la revelación cristiana ya le ofrecía unido a
algo que todas las demás ignoran, el mysterium
absconditum Dei Patris et Christi" (27).
En respuesta a una carta de
Martínez Espinosa, enviada en 1929 Guénon reconoce, inmediatamente, que el
punto de vista del pensador cordobés no es el suyo, aunque se alegra de
que ese hecho "no le ha impedido despojarse del prejuicio
antioriental” que domina a Jacques Maritain (28). Casi cuatro años más
tarde, pese a disidencias que se perciben de inmediato, Guénon no deja de
señalarle cordialmente que “podemos estar plenamente de acuerdo, sobre todo
en lo que concierne al estado del mundo actual y a la necesidad de una
vuelta a la tradición y a la espiritualidad", aunque él no se hace
muchas ilusiones en ese sentido. Simultáneamente, reprocha a Martínez
Espinosa que no haga una distinción suficientemente clara entre el punto
de vista religiosos, por un lado, y el punto de vista metafísico e iniciático,
por otro (29). Esto no era posible para Martínez Espinosa desde que,
para él, la metafísica tomista es el mejor vehículo de la tradición cultural de
Occidente; sin embargo, sostenía, "considero trascendental la
época que ha hecho posible la aparición de una personalidad como la
de Guénon y la publicación de una obra como la suya, suerte de
mistagogia teórica de alcance universal. Prescindiendo de los interrogantes que
plantea… para el católico, la posición especial desde la que Guénon trata
del misterio del ser y del no ser parece relativa a las
luchas espirituales de los últimos tiempos, cosa que, por lo demás, admite
él mismo Así, pues, meditando a fondo el pensamiento de Guénon
y ateniéndose "a lo que se aproxima al pensamiento católico",
Martínez Espinosa juzga que "lo más importante... es la afirmación del
sentido 'sagrado' del universo y del hombre y el absurdo radical de todo
agnosticismo y la miseria incurable de todo racionalismo"(30). Con
cautela, Martínez Espinosa hace notar que "acerca de la verdad
contenida en las ideas de Guénon distingo, primero… lo que es propio de
este autor y lo que pertenece a las doctrinas orientales tomadas en su
conjunto" (31). Aunque Martínez Espinosa valoraba en altísima medida
la restauración de la tradición y de la vida espiritual, no seguía a
Guénon por los senderos claroscuros del pensamiento iniciático.
En
cambio, el amor a la auténtica tradición y a la vida interior le permitía
comprender que el espíritu de universalidad y catolicidad (que son lo
mismo) del descubrimiento y conquista de América, volvía a ésta blanco
seguro de los enemigos de la tradición cristiana. Hispanoamérica
debía evitar ser invadida por la ilusión de la "civilización" y
el "progreso" iluministas que tanto combatió Guénon.
Martínez Espinosa, lector de grandes historiadores, como el mexicano
Carlos Pereira y el argentino Vicente Sierra, combatió el suicida espíritu
auto-denigratorio de Hispanoamérica, típico del pensamiento
"progresista" liberal del siglo XIX, y clamó por una
restauración del espíritu benedictino (32) que, en él, es lo mismo que
decir espíritu contemplativo.
b) Los seres como signos y el
simbolismo universal
Este
esfuerzo por retomar las fuentes de la tradición y la
contemplación, apunta también, tras el velo de las apariencias
cósmicas, hacia la secreta interioridad de las cosas creadas. De la mano
de su querido León Bloy, Martínez Espinosa siguió ese difícil camino
del simbolismo cristiano. Como decía León Bloy, "la Palabra divina es
infinita, irrevocable en toda forma, iterativa sobre todo,
prodigiosamente, porque Dios no puede hablar más que de Sí mismo"; de
ahí que Martínez Espinosa se sienta autorizado a concluir que esto supone
una "peculiarísima comprensión de la naturaleza de las cosas como
signos trascendentales de la manifestación divina" (33). Aunque
nuestro escritor estudia las obras de Fumet y Maritain sobre Bloy y
reconoce alguna semejanza del pensamiento de Bloy con la mística judía, lo
encuentra próximo a Tertuliano y a San Agustín, y le entusiasma la idea de
que, a partir de este simbolismo, se pueda pasar a una concepción del
mundo y de la historia; precisamente porque Bloy "deducía el
simbolismo universal del simbolismo de la Escritura", todo el
universo es "como un inmenso texto litúrgico" en el cual los
entes aparecen como "signos del Ser por excelencia". Bloy
conduce a Martínez Espinosa a las fuentes de Dionisio el Areopagita y a
las más remotas de la tradición (34)
Comparte con ella "el valor
figurativo de las cosas sensibles" que ocultan, como por un velo,
"las cosas invisibles de Dios"; por eso, donde Dionisio ve
"el disfraz del símbolo", Bloy contempla la "revelación por el
símbolo" (35).
Es
tan intenso el entusiasmo que Bloy suscita en Martínez Espinosa, que
piensa que sus obras principales "deberán ser agregadas algún día a
la Patrología de Migne", pues él reabre el camino de la
exégesis simbólica y permite, al afirmar la sacralidad del universo, retomar
la médula de la tradición que muestra que toda cultura presidida
por principios sagrados adopta la expresión simbólica; por eso el
símbolo (y símbolo es cada ser uno por uno) "halla su fundamento en
la correspondencia de carácter analógico que existe entre los seres
creados y el mundo de los ejemplares y atributos divinos". Martínez
Espinosa reconoce que los orientales han empleado antes el lenguaje
simbólico, pero es en los escritos de Bloy donde ha reaparecido el
simbolismo sagrado. Este espíritu es el más contrario al del fácil
acomodo con el mundo y de ahí el desvío posterior en muchos amigos de
Bloy (36). Lo importante es su significado metafísico y, sobre todo, el
carácter profético de su pensamiento que Martínez Espinosa comparte convencido
de que vivimos en el "crepúsculo de los tiempos". En este
universo simbólico, en el cual cada ente es signo del Ser Absoluto, era
natural que la liturgia ocupara el centro como teología vivida o viviente,
y Martínez Espinosa había penetrado profundamente en su armonía interna.
Puede sostenerse que este laico liturgista ejerció una influencia nada
desdeñable, aunque silenciosa e invisible, entre sus amigos y allegados.
Ponía en práctica, cotidianamente, todo cuanto había meditado sobre el
simbolismo cristiano.
Tomado de:
Caturelli, A. EL
TRADICIONALISMO MISTICO DE RODOLFO MARTINEZ ESPINOSA. En Rev. Mikael (1983),
ps. 37-58.