jueves, 31 de mayo de 2018

El ascenso de los autócratas


 El ascenso de los autócratas.
Por Pat Buchanan*.
Hace un par de semanas, Viktor Orban y su partido Fidesz consiguieron bancas suficientes en el parlamento húngaro como para reformar la constitución del país. Para los progresistas de todo el Occidente ésta fue una noticia inquietante. Porque la bte noire de la campaña de Orban fue el ultragobalista George Soros. Y Orban se comprometió a impedir cualquier nueva cesión de la soberanía y la independencia de Hungría en aras de la Unión Europea, y a rechazar cualquier invasión de Hungría por parte de inmigrantes de Africa o el mundo islámico. ¿Por qué los autócratas como Orbán están en ascenso en Europa mientras declinan los demócratas liberales?
Los autócratas se hacen cargo del temor primario y existencial de los pueblos de todo el Occdidente: la muerte de las tribus únicas y distintas en las que nacieron y a las que pertenecen. Los liberales y progresistas modernos consideran que las naciones son cosas transitorias, que hoy están y mañana no están. Los autócratas, por el contrario, han conectado con las corrientes más vigorosas de este nuevo siglo: el tribalismo y el nacionalismo. Los feligreses de la democracia en Occidente no pueden competir con los autoritarios en cuanto a hacer frente a la crisis de nuestro tiempo porque no advierten que lo que ocurre en Occidente es una crisis. Creen que marchamos firmemente hacia un nuevo mundo feliz, en el que la democracia, la diversidad y la igualdad serán universalmente celebradas.
COMO NOS VEN
Para comprender el ascenso de Orban es preciso que empecemos a ver a Europa y a nosotros mismos tal como muchos de esos pueblos nos ven.
Hungría tiene ya un milenio de antigüedad. Su pueblo posee un ADN absolutamente suyo. Pertenecen a una nación única e históricamente reconocida con 10 millones de personas que poseen su propia lengua, religión, historia, héroes, cultura e identidad. Aunque conforman una nación pequeña, dos tercios de cuyo territorio le fueron arrebatados tras la primera guerra, los húngaros quieren seguir siendo como son. No quieren fronteras abiertas. No quieren migraciones masivas que conviertan a Hungría en otra cosa. No quieren convertirse en una minoría dentro de su propia tierra. Y se han valido de los recursos de la democracia para elegir hombres autócratas cuya prioridad será la nación húngara.
Las élites estadounidenses pueden seguir parloteando acerca de la diversidad, acerca de cuánto mejor va a estar nuestro país en 2042, cuando los cristianos blancos de origen europeo sean simplemente una minoría más, y nos hayamos convertido en un suntuoso mosaico de cuanta raza, tribu, credo y cultura existe sobre la tierra.
Para los húngaros, un futuro semejante supone la muerte de la nación. Para los húngaros, el hecho de que millones de africanos, árabes e islámicos se asienten en sus tierras significa la aniquilación de la nación histórica que aman, la nación cuya razón de ser fue la preservación del pueblo húngaro.
El presidente de Francia Emmanuel Macron dice que las elecciones en Hungría y en otras naciones de Europa donde los autócratas han hecho progresos son manifestaciones de "egoísmo nacional". Bueno, tiene razón: la supervivencia de la nación puede ser considerada como egoísmo nacional. Pero esperemos a que monsieur Macron permita la entrada de otros cinco millones de ex súbditos del imperio francés, y entonces va a descubrir que la magnanimidad y el altruismo de los franceses tienen sus límites, y que una Le Pen lo va a reemplazar muy pronto en el Palacio del Elíseo.
Tengamos en cuenta qué otras cosas "la democracia más vieja del mundo" ha tenido últimamente para ofrecer a los pueblos originarios de Europa que se resisten a una invasión de colonos del Tercer Mundo llegados para ocupar y repoblar sus tierras.
La democracia estadounidense se jacta de una libertad de expresión y de prensa, consagrada en la Primera Enmienda, que protege la blasfemia, la pornografía, el lenguaje soez y la quema de la bandera estadounidense. Apoyamos que se garantice el derecho de las mujeres a abortar sus hijos y el de los homosexuales a casarse. Ofrecemos al mundo una libertad de culto que prohíbe la enseñanza del credo bajo el cual nacimos y de su código moral en nuestras escuelas públicas. Nuestras élites creen ver en esto un progreso social que nos eleva de un pasado de oscuridad.
Para buena parte del mundo, sin embargo, los Estados Unidos se han convertido en la sociedad más secularizada y decadente del planeta, y la etiqueta que el ayatolá nos estampó -el Gran Satán- no es del todo inmerecida.
Y si lo que nuestra democracia nos ha entregado aquí sólo ha servido para que decenas de millones de norteamericanos sean rechazados en su propia tierra y condenados al aislamiento social, ¿por qué otras naciones estarían dispuestas a abrazar un sistema que ha generado una política tan ponzoñosa y una cultura tan contaminada?
""El nacionalismo y el autoritarismo están en marcha"", escribe el Washington Post. "La democracia es un ideal, y en la práctica parece bajo asedio". Esto es cierto, y hay razones para que así sea.
"Nuestra Constitución fue concebida sólo para un pueblo moral y religioso", dijo John Adams. Y como hemos dejado de ser un pueblo moral y religioso, el poeta T.S. Eliot nos advirtió lo que iba a ocurrir: "El término democracia carece de contenido positivo suficiente como para resistir por sí solo esas fuerzas que a uno no le gustan: puede ser fácilmente transformado por ellas. Si uno prefiere no tener Dios (y se trata de un Dios muy celoso), deberá presentar sus respetos a Hitler y Stalin". Recordemos: Hitler llegó al poder mediante una elección democrática.
* Ex asesor de los presidentes Richard Nixon, Gerald Ford y Ronald Reagan, aspirante a la presidencia de los Estados Unidos en 1992 y 1996.
Visto en:


jueves, 24 de mayo de 2018

Los hijos de los infieles

En el ambiente en el cual Santo Tomás desarrolla su obra había algunas confusiones importantes sobre problemas teológicos con implicancias prácticas. 
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La distinción entre el orden natural y el sobrenatural, y sus relaciones mutuas, no siempre han sido bien entendidas a lo largo de la historia de la Iglesia. Explica el dominico Venancio Carro que en el clima intelectual de su tiempo «el Doctor Angélico se constituye en defensor del orden natural, como lo fue del sobrenatural». Porque no hay oposición entre ambos órdenes sino distinción y armonía. En efecto, Santo Tomás asienta un principio de muy fecundas consecuencias: la gracia y lo sobrenatural no destruyen, ni anulan, lo natural y sus derechos (cfr. S. Th. II-II, 10, 10, c). Un ejemplo de lo natural y sus derechos se encuentra en la institución de patria potestad*.
Uno de los supuestos de aplicación de este principio se halla en un artículo de la Summa, en el cual el Aquinate se pregunta si se debe bautizar a los niños de los judíos o de otros infieles contra la voluntad de sus padres. A primera vista, pareciera que una respuesta afirmativa se impone por la primacía del orden sobrenatural. Sin embargo, la solución del Angélico podría sorprender a más de uno. Es importante leer el artículo completo (aquí) para tener una visión integral de la doble vía de argumentación empleada. Pero en esta entrada sólo vamos a considerar una: la defensa de lo natural y de su consistencia propia.
Parece que a los infieles «se les debe arrebatar sus hijos, se les debe bautizar y se les debe instruir en la fidelidad» (arg. 2) porque así se asegura nada menos que su salvación. Pero, ¿sería justo hacer tal cosa? 
1. Comencemos por una aclaración terminológica: en el argot tomista la injusticia actual suele designarse con el nombre de injuria, reservándose el nombre de injusticia para la habitual. En castellano, sin embargo, la palabra injuria suele aplicarse exclusivamente a la violación del honor ajeno. Cuando Santo Tomás habla de injuria en el artículo emplea el término en el sentido de acto opuesto a la virtud de la justicia. Por esto dice en el sed contra«a nadie se le debe inferir injuria...»
2. El derecho es el objeto de la justicia. Con la injuria se lesiona el derecho. Por esto dice en el corpus del artículo que «El hijo, en realidad, es naturalmente algo del padre […] Iría, pues, contra la justicia natural el sustraer del cuidado de los padres a un niño antes del uso de razón, o tomar alguna decisión sobre él en contra de la voluntad de los mismos».
3. Los padres infieles tienen un derecho natural a la patria potestad respecto de sus hijos (el Aquinate emplea la expresión patriae potestatis cuatro veces en el artículo). En efecto, «es también de derecho natural que el hijo, antes del uso de razón, esté bajo la protección de sus padres». Porque si bien es verdad que Cristo elevó el matrimonio natural a la dignidad de un sacramento, la gracia y lo sobrenatural no destruyen, ni anulan, lo natural y sus derechos. Y por el hecho de la infidelidad no se cancela la potestad familiar natural.
4. La patria potestad es una autoridad de orden natural. En cuanto tal, es una propiedad (accidente necesario, que proviene de la esencia) de una comunidad natural que es la familia (ver aquí y aquí). Tal es el caso de las familias infieles, que por su infidelidad no dejan de ser familias en el orden natural, ni pierden los derechos que Dios les ha conferido.
Por todo lo dicho se entiende mejor que la respuesta de Santo Tomás a la duda planteada sea negativa: no se debe bautizar a los hijos de los infieles contra la voluntad de sus padres porque ello está en «pugna con la justicia natural». 



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Soaje Ramos, hablando del derecho subjetivo natural, lo menciona expresamente: «En punto al poder jurídico natural puede citarse como ejemplo la ya mencionada patria potestad que, corresponde a los padres, a base de un título jurídico natural, a saber el de ser padres (en el sentido amplio y profundo de la paternidad humana), en conexión con la finalidad natural – jurídicamente debida – de que los hijos menores de edad, además de lograr su subsistencia, con todo lo que esto implica, sean guiados rectamente por sus progenitores en su formación hasta que estén en condiciones de dirigir sus propias vidas. Ese poder jurídico tiene obviamente por titulares a los padres y no a otro sujeto jurídico privado (individual o colectivo) o público-político. » (aquí)

jueves, 17 de mayo de 2018

¿«Humanismo cristiano»?



En el ambiente intelectual español de la década de 1950 tuvo lugar un debate provocado por Raimundo Paniker, quien desde las páginas de la revista ARBOR publicó un artículo titulado «El cristianismo no es un humanismo». El trabajo de Paniker manifestaba, según uno de sus biógrafos, la complicada personalidad del autor -por aquel entonces sacerdote del Opus Dei- que compensaba las rigideces de su carácter con actitudes provocadoras. Pero el dato no es más que una anécdota biográfica, pues como argumento no pasa de un simple ad hominem.
La justificación teológica de Paniker se apoyaba en el pecado original y sus efectos en las capacidades del ser humano. Algunos críticos replicaron señalando que el autor exageraba los efectos del pecado sobre la naturaleza humana, herida pero no destruida (cfr. Vaticano I); que contenía una petitio principii, consistente en dar como concepto válido del humanismo sólo el concepto del humanismo no cristiano; que confundía la noción histórica con la esencial; entre otros argumentos.
Visto desde hoy, el debate no careció de contradicciones aparentes, de puros términos, por falta de nociones comunes a los participantes. 
Reproducimos un discurso de Pío XII con ocasión del Congreso internacional de los filósofos humanistas (25 de septiembre de 1949, en italiano aquí; la traducción es de Mons. Pascual Galindo) sobre el tema del «humanismo» y su relación con la fe católica. El discurso del papa muestra un sano equilibrio entre lo natural y lo sobrenatural, característico del tomismo auténtico, y distante del «optimismo» pelagiano y del «pesimismo» (herético, en muchas de sus formas). El énfasis de algunos fragmentos es añadido nuestro. En otro documentos posterior, el mismo Pío XII haría explícita referencia al «humanismo cristiano» en estos términos: «Da tristeza el ver, por lo tanto, cómo algunos católicos se niegan hoy a aplicar en las empresas las admirables conquistas del humanismo cristiano, y lo sustituyen con la forma disipada de un humanismo laicista, separado de la fe...» (14-5-1953, aquí). De las palabras del papa que reproducimos hoy, y del posterior uso de la fórmula «humanismo cristiano», no se sigue que el pontífice hiciera propias las ideas de Maritain (más datos, aquí), como más de uno ha sugerido ligeramente.
1. De todo corazón os respondemos, Señores, con un caluroso saludo de bienvenida a vuestro delicado homenaje. En este saludo hay algo más que una simple muestra de benevolencia y de agradecimiento hacia vuestra actitud.
Vuestras reuniones, en efecto, han suscitado en Nuestro espíritu un vivo interés. Si es cierto —como se ha dicho con razón— que las ideas, buenas o malas, conducen el mundo, de ahí se habrá de concluir la importancia de los «encuentros» entre filósofos, para proyectar un rayo de luz sobre tantas cuestiones actuales, de las que muchos, sobre todo los más incompetentes, hablan con seguridad y decisión. De despreciar sería, el ello no tuviera por resultado desorientar los espíritus y sembrar en ellos la confusión, singularmente en esa hermosa juventud intelectual llamada a guiar mañana a la generación que va ascendiendo.
2. «Humanismo y ciencia política» es el tema de vuestros trabajos. El «humanismo» se halla actualmente a la orden del día. Sin duda que es difícil el destacar y reconocer a través de su evolución histórica una idea clara sobre su naturaleza. Sin embargo —aunque el humanismo durante mucho tiempo haya pretendido oponerse formalmente a la Edad Media, que le ha precedido—, no es menos cierto que cuanto supone de verdadero, de bueno, de grande y de eterno pertenece al universo espiritual del mayor genio de la Edad Media, Santo Tomás de Aquino. En sus líneas generales, el concepto del hombre y del mundo, tal como aparece en la perspectiva cristiana y católica, queda en lo esencial idéntico a sí mismo: lo mismo en San Agustín que en Santo Tomás de Aquino o en Dante; igual, aun ahora, en la filosofía cristiana contemporánea. La oscuridad de algunas cuestiones filosóficas y teológicas, que han sido esclarecidas y resueltas gradualmente en el correr de los siglos, nada quita a la realidad de este hecho. 
Sin tener en cuenta las opiniones efímeras que han aparecido en las diversas épocas, la Iglesia afirma el valor de lo que es humano y conforme a la naturaleza: sin dudar, ella ha procurado desarrollarlo y ponerlo en claro. Ella no admite que ante Dios no sea el hombre sino corrupción y pecado. Por lo contrario, según ella, el pecado original no ha afectado íntimamente a sus aptitudes y a sus fuerzas, y hasta ha dejado esencialmente intactas la luz de la Inteligencia y su libertad. El hombre, dotado de esta naturaleza, está sin duda herido y debilitado por la pesada herencia de una naturaleza decaída y privada de sus dones sobrenaturales y preternaturales; necesita hacer un esfuerzo, observar la ley natural —y esto aun con el omnipotente auxilio de la gracia de Cristo—, para vivir como exigen el honor de Dios y su propia dignidad de hombre.
3. ¡La ley natural! Ved el fundamento sobre que descansa la doctrina social de la iglesia. Es precisamente su concepto cristiano del mundo el que ha inspirado y sostenido a la iglesia en el edificar esta doctrina sobre tal fundamento. Si ella combate por conquistar o defender su propia libertad, lo hace aun por la verdadera libertad, por los derechos primordiales del hombre. A sus ojos, estos derechos esenciales son tan inviolables que ninguna razón de Estado, ningún pretexto, debería prevalecer contra ellos. Están protegidos por una barrera infranqueable. Del lado de acá, puede el bien común legislar a su placer. Más allá, no; no puede tocar estos derechos, porque son lo más precioso que hay en el bien común. ¡Cuántas catástrofes trágicas y peligros amenazadores se evitarían, si se respetara este principio! Aun solo él podría renovar la fisonomía social y política del mundo. Mas, ¿quién tendrá este respeto incondicional a los derechos del hombre, sino el que tiene conciencia de obrar bajo la mirada de un Dios personal? 
4. Mucho puede la naturaleza humana sana, si se abre a toda aportación de la fe cristiana. Puede salvar al hombre de la argolla de la «tecnocracia» y del materialismo. Nos hemos pensado, Señores, proponeros estos pensamientos a vuestras reflexiones. Os deseamos que puedan orientar vuestras investigaciones y vuestra enseñanza de filósofos en una dirección análoga. No; el destino del hombre no está en el Geworfensein, en el dilaissement. El hombre es criatura de Dios: vive constantemente bajo la guía y la conducción de su paternal Providencia. Trabajemos, pues, para volver a encender en la nueva generación la confianza en Dios, en si misma, en lo por venir, y así hacer posible la venida de un orden de cosas más tolerable y más feliz. 
Que Dios, principio y fin de todas las cosas, alfa y omega, bendiga vuestros esfuerzos y les de una bienhechora fecundidad.


jueves, 10 de mayo de 2018

Devoción al Papa



A mediados del siglo XIX surgió una novedad: la «devoción al papa». Diferentes factores contribuyeron a crear un clima propicio para este surgimiento: el desarrollo de los transportes, que facilitan el peregrinar a Roma, «ver» al papa y apreciar su personalidad. Pío IX era muy popular a causa de su sencillez y cordialidad. El mundo católico le tenía especial simpatía, por los sufrimientos derivados de la amenaza constante a su poder temporal y el peligro inminente de una invasión de Roma. Para muchos fieles contemporáneos, era un mártir y un santo.
De esta forma se fue desarrollando, especialmente en Francia, una  «devoción al papa» cuya importancia no puede desestimarse. En torno a la imagen de un papa, que era «algo más que un papa», se definió el ideal del papado y se desarrolló esta devoción, que no tardaría demasiado en manifestar sus excesos y peligros. Así se llegó a hablar de una «presencia real de Cristo bajo las especies pontificias», entre otras exageraciones.
La «mística ultramontana» que alimentaba esta devoción, rechazaba las matizaciones. Se obstinaba en no comprender el desorden de una exaltación «apasionada» del pontífice. Apoyada en la polémica, asimilaba al papa a un personaje de la esfera divina -por ejemplo: «es Pedro y tiene al Verbo»-; y así corría el peligro de comprometer la causa del mismo Dios, oscureciendo el verdadero significado de dogmas como la infalibilidad y el primado, tal como agudamente lo hizo notar Butler.
Vale la pena enumerar algunas manifestaciones de aquella «devoción al papa» (*) :
1) Se aplicaban al pontífice reinante palabras de la Escritura:
a) De San Pablo (Hebreos VII, 26): «es el sumo sacerdote que nos convenía: santo, inocente, incontaminado, apartado de los pecadores, encumbrado sobre los cielos». Títulos atribuidos a Cristo por el Apóstol.
b) Del Libro del Éxodo (XV, 2): «Pío IX que representa a mi Dios en la tierra: Él, mi Dios, yo le glorifico, el Dios de mi padre, a quien exalto».
2) Se retocaban himnos litúrgicos para alabar al papa:
a) En la secuencia de Pentecostés Veni Sancte Spiritus, el Espíritu Santo era reemplazado por el Papa:
A Pío IX, Pontífice-Rey:
Padre de los pobres,
Dador de las gracias,
Luz de los corazones.
Consolador óptimo,
Desde el cielo, envía un rayo de tu luz.
b) En una paráfrasis del himno de Nona, Rerum Deus tenax vigor, Dios era sustituido por Pío IX:
Oh Pío, tenaz vigor de toda cosa,
Que inmóvil en Ti mismo permaneces.
3) Y se hablaba del pontífice con expresiones como las siguientes:
 - «Vicediós de la humanidad»;
- «cuando el papa medita, es Dios quien piensa en él» (La Civiltà Cattolica);
- «El Verbo encarnado que se continúa» (Mons. Bertaud);
- «“tres encarnaciones del Hijo de Dios”: en el seno de una Virgen, en la Eucaristía y en el anciano del Vaticano» (Mons. Mermillod);
- «La infalibilidad del Papa es la infalibilidad del mismo Jesucristo»;
- «Pedro es aquí abajo el vicario y la prolongación de la Persona de Cristo» (Mons. Baunard).
Para Butler, algunas de estas expresiones rozaban la blasfemia. Ratzinger, las calificó de «harto discutibles». Lo cierto es que, sumadas a una comprensión extralimitada de la infalibilidad y el primado, contribuyeron a fomentar una «papolatría» que por diversos caminos ha logrado sobrevivir hasta el presente. Aunque el calamitoso pontificado de Francisco parece estar poniéndola en crisis.



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(*) Las tomamos de los libros de Butler y Aubert citados en entradas anteriores. 

jueves, 3 de mayo de 2018

Personalidades ultramontanas (y 3)




Para concluir esta serie de entradas dedicadas a los ultramontanos más destacados, hoy toca decir algo acerca William George Ward (ver aquí), anglicano converso al catolicismo, e integrante del «Movimiento de Oxford» (ver aquí). Sólo vamos a considerar ahora sus ideas sobre la infalibilidad, las cuales permiten comprender su deseo de recibir todas las mañanas con el desayuno el Times y una encíclica infalible.
Seguimos el valioso libro, ya citado, del benedictino Butler: The Vatican Council: The Story from Inside in Bishop Ullathorne's Letters. London: Longmans, Green and Cc (1930). Vol. I, pp 72-77. Del cual traducimos algunos fragmentos, entrecomillados, y le agregamos encabezados para identificar mejor las ideas principales.
- Ultramontanismo extremo.
«Si en Francia el nuevo ultramontanismo tuvo un carácter práctico y político, ocupándose principalmente en cuestiones de orden social y de la vida de la Iglesia […] En Inglaterra, por ejemplo, tuvo un carácter más teológico, centrándose en la cuestión de la infalibilidad y, por lo tanto, orientándose más directamente hacia el Concilio Vaticano. W. G. Ward fue el protagonista del grupo inglés de los ultramontanos más extremistas. Fue uno de los primeros conversos de Oxford de 1845, un hombre de gran potencia intelectual, un pensador original y profundo en cuestiones de filosofía y ética. Sus intereses también se basaron en cuestiones teológicas y religiosas, y en estas era propenso a adoptar posiciones de extrema intransigencia. […] En 1863 se convirtió en dueño y editor del Dublin Review, y de inmediato se embarcó en una vigorosa campaña ultramontana, en la cual se concentró sobre todo en la cuestión de la infalibilidad. En esta materia, fue mucho más allá de las posiciones establecidas por Bellarmino, que se habían convertido en las tesis aceptadas por las escuelas teológicas ultramontanas, en cuanto a lo que debía ser aceptado como pronunciamientos infalibles»
- Equiparaba infalibilidad a inspiración bíblica. La extendía a toda clase de pronunciamientos pontificios, incluso a las decisiones de las congregaciones romanas.
«Para él, todas las instrucciones doctrinales directas de las encíclicas, las cartas a los obispos singulares y las alocuciones, publicadas por los Papas, eran pronunciamientos ex cathedra e ipso facto infalibles. No estaba directamente preocupado por la controversia galicana: si el órgano de la infalibilidad era el Papa solo, o el Papa y el Episcopado; su argumento estaba centrado [...] en el tipo de pronunciamientos a los que se extiende. Sostuvo que el elemento infalible de bulas, encíclicas, etc., no debía limitarse a sus definiciones formales, sino que se extendía a todas sus instrucciones doctrinales; también los decretos de las Congregaciones Romanas, si eran aprobados por el Papa y publicados por su autoridad, estaban marcados con el sello de la infalibilidad; en resumen, “cada uno de sus pronunciamientos doctrinales está dirigido infaliblemente por el Espíritu Santo”. Pusey, en el Eirenicon, señaló justamente que tal doctrina de la infalibilidad iba más allá de la inerrancia en la definición de asuntos de fe o moral garantizados al Papa por la asistencia especial del Espíritu Santo -como sostenía la generalidad de los teólogos católicos- y que, de hecho, prácticamente equivalía a la inspiración: en efecto, Ward sostuvo explícitamente que la infalibilidad a menudo viene a ser lo mismo que una “nueva inspiración”, alegando la condena de las cinco proposiciones de Jansenio (Dublin Review, Octubre de 1869, p. 479). No se abstuvo de afirmar que bulas como Quanta Cura de 1864, debían ser aceptadas “como la Palabra de Dios”».
- Semejanzas con el fundamentalismo bíblico protestante.
«Por lo tanto, rechazó por completo la idea que los pronunciamientos infalibles son pocos, y distantes entre sí; o que deben estar marcados por solemnidades y condiciones establecidas por los teólogos; o que se requiere de algún tribunal teológico para considerarlos ex cathedra o interpretar su significado. Por el contrario, llevan su carácter ex cathedra “en la cara” y cualquier hombre de buena voluntad, e inteligencia corriente, puede reconocerlos, comprender su importancia, y de inmediato estaría obligado en conciencia, bajo pena de pecado mortal, a aceptar su enseñanza con pleno asentimiento interior.
Así, la actitud de Ward respecto de las encíclicas y alocuciones se parecía mucho a la actitud protestante hacia la Biblia. Para él, las ochenta proposiciones del Syllabus eran “sin lugar a dudas, enunciados infalibles de la Iglesia”; y no sólo eso, sino que las treinta encíclicas y alocuciones de las cuales se extrajeron estas proposiciones eran ex cathedra en su totalidad» [*].
- Multiplicaba los actos infalibles, «quería elevar sus opiniones al rango de dogmas y sobre todo destruir toda escuela de pensamiento diferente del suyo» (Newman).
«Y no sólo impulsó con lógica despiadada y gran vehemencia de lenguaje su propia visión en cuanto al carácter infalible de esta enorme y bastante indefinida masa de enseñanzas ex cathedra, a desenterrar del Bullarium y de las Actas Pontificias del pasado; sino que también insistió, con seguridad inflexible, en que su punto de vista era el único católico, que debía ser aceptado como la fe católica es necesaria para la salvación, y sólo la ignorancia invencible excusaría de pecado mortal»


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* N. de R.: sobre la infalibilidad del Syllabus ver aquí.