Diez consejos para sobrevivir a un Papa calamitoso y
seguir siendo católico
Por Francisco José
Soler Gil
Ah, pero... ¿puede un
católico pensar que un Papa es calamitoso? Por supuesto que sí. ¿Pues acaso no
debe creer un buen católico que es el Espíritu Santo el que está detrás de la
elección de Papa? Evidentemente no. Quizás baste al respecto recordar la
respuesta que el por entonces cardenal Ratzinger dio a su entrevistador, el profesor August
Everding, en una famosa entrevista concedida en 1997. Le había preguntado
el profesor Everding al cardenal, si de verdad creía que el Espíritu Santo
interviene en la elección del Papa. La respuesta de Ratzinger fue sencilla y
clarificadora, como de costumbre: «Yo
diría que no en el sentido de que el Espíritu Santo elija en cada caso el papa,
puesto que hay demasiadas pruebas en contra de esto, hay demasiados [Papas] que
es por completo evidente que el Espíritu Santo no los habría elegido. Pero que,
Él, en conjunto, no deja las cosas del todo de la mano, que, por decirlo así,
nos da mucha cuerda, como un buen educador, nos deja mucha libertad, pero no
deja que se rompa por completo, eso sí lo diría. Por tanto habría que entender
esto en un sentido mucho más amplio, y no que Él dice: ahora tenéis que votar a
éste. Pero posiblemente sólo permite aquello que no destruya del todo la cosa».
Ahora
bien, aunque un católico
dé por supuesto que ningún Papa podrá llegar a destruir del todo la Iglesia, la
historia muestra que, en materia de pontífices, ha habido de todo: buenos, regulares,
malos, y malos de solemnidad, o calamitosos.
¿Cuándo
podemos decir que un Papa es calamitoso? Desde luego, no basta para eso que el
pontífice sostenga opiniones falsas sobre tales o cuales temas. Pues un Papa,
como cualquier otro hombre, ha de desconocer necesariamente muchas materias, y
poseer convicciones erróneas en otras tantas. Y así podría resultar que un Papa
aficionado a hablar de filatelia o numismática, sostuviera crasos errores sobre
el valor o la datación de ciertos sellos o monedas. Al opinar sobre materias
que no son de su competencia, un Papa tiene más posibilidades de equivocarse
que de acertar. Exactamente igual que usted y yo, estimado lector. Por eso, si
un Papa mostrara cierta propensión a hacer públicas sus opiniones sobre el arte
de la colombofilia, la ecología, la economía o la astronomía, el especialista
católico en tales materias hará bien en sobrellevar con paciencia las
peregrinas ocurrencias del romano pontífice sobre asuntos que, por supuesto,
son ajenos a su cátedra. El especialista podrá, desde luego, lamentar los
eventuales errores, y más generalmente la falta de prudencia que algunas
declaraciones manifiestan. Pero un Papa imprudente y locuaz no es ya por eso un
Papa calamitoso.
Sí lo es, en cambio, o puede llegar a serlo, el que causa de palabra y obra
daños en el legado de la fe de la Iglesia, oscureciendo temporalmente aspectos
de la imagen de Dios y de la imagen del hombre que la Iglesia tiene el deber de
custodiar, transmitir y profundizar.
¿Pero puede darse un caso así?... Bien, de hecho se ha dado ya varias veces en
la historia de la Iglesia. Cuando el Papa Liberio (s.IV) ―el primer Papa no
canonizado― cediendo a las fuertes presiones arrianas, aceptó una posición
ambigua con respecto de esta herejía, dejando en la estacada a los defensores
del dogma trinitario como San Atanasio; cuando el Papa Anastasio II (s.V)
coqueteó con los defensores del cisma acaciano; cuando el Papa Juan XXII
(s.XIV) enseñaba que el acceso a Dios de los justos no ocurre antes del Juicio
Final; cuando los Papas del periodo conocido como «Gran Cisma de Occidente» (s.XIV-XV) se excomulgaban mutuamente;
cuando el Papa León X (s.XVI) no sólo pretendía costear sus lujos mediante la
venta de indulgencias, sino defender teóricamente su potestad de hacerlo, etc.
etc., una parte del legado de la fe quedó oscurecido durante un tiempo más o
menos largo por sus acciones y omisiones, generando así momentos de enorme
tensión interna en la Iglesia. A los Papas responsables de tales hechos sí que
cabe denominar con propiedad como «calamitosos».
La
pregunta es, entonces, qué se puede hacer en tiempos de un Papa calamitoso. Qué
actitud conviene adoptar en tiempos así. Pues bien, ya que últimamente se han
puesto de moda las listas de consejos para la felicidad, para controlar el
colesterol, para ser más positivos, para dejar de fumar y para adelgazar, me
voy a permitir proponerle al lector yo también una serie de consejos, para
sobrevivir a un Papa calamitoso sin dejar de ser católico. Ni que decir tiene
que no se trata de una lista exhaustiva. Pero tal vez resulte útil, de todos
modos. Comencemos:
(1)
Mantener la calma:
En
momentos de zozobra, la tendencia a la histeria es muy humana, pero no ayuda a
resolver nada. Sosiego. Pues únicamente desde el sosiego cabe tomar las
decisiones convenientes en cada caso, y evitar dichos y hechos de los que uno
tenga luego que lamentarse.
(2) Leer buenos libros de historia de la Iglesia y de historia del papado:
Acostumbrados
a una serie de grandes Papas, la vivencia de un pontificado calamitoso puede
resultar traumática, si uno no alcanza a ponerla en su contexto. Leer buenos
tratados de historia de la Iglesia y de historia del papado ayuda a valorar
mejor la situación presente. Sobre todo porque en estos libros se nos muestran
otros casos ―numerosos, por desgracia o por ser así la naturaleza humana― en
los que las aguas de la fuente romana bajaban turbias. La Iglesia sufre tales
flaquezas, pero no se hunde por ellas. Así ha ocurrido en el pasado, y así
esperamos que ocurrirá también en el presente y en el futuro.
(3)
No entregarse a discursos apocalípticos:
Experimentando
los estragos de un pontificado calamitoso, algunos dan en tomarlos como
indicios del inminente fin de los tiempos. Esta es una idea brota siempre en
tales circunstancias: textos apocalípticos motivados por males semejantes
pueden leerse también en autores medievales. Pero precisamente este hecho
debería servirnos de advertencia. No tiene mucho sentido interpretar cada
tormenta como si fuera ya la última tribulación. El fin de los tiempos llegará
cuando tenga que llegar, y no nos toca a nosotros averiguar ni el día ni la
hora. Lo nuestro es luchar el combate de nuestra época, pero la visión global
le corresponde a Otro.
(4)
No quedarse en silencio, ni mirar para otro lado:
Durante
un pontificado calamitoso, el defecto contrario de adoptar la actitud de
profeta apocalíptico consiste en la minimización de los sucesos, el silencio
ante los abusos, y el mirar para otro lado. Algunos justifican esta actitud
recurriendo a la imagen de los buenos hijos que cubren la desnudez de Noé. Pero
lo cierto es que no hay forma de enderezar el rumbo de una nave si no se
denuncia el desvío. Por lo demás, la Escritura tiene para ello un ejemplo que
viene mucho más al caso que el de Noé: los duros pero justos y leales reproches
del apóstol Pablo al pontífice Pedro, cuando éste se dejó llevar por respetos
humanos. Esta escena de los Hechos de los Apóstoles está ahí para que
aprendamos a distinguir la lealtad del silencio cómplice. La Iglesia no es un
partido en el que el presidente tenga que recibir siempre aplausos
incondicionales. Ni es una secta en la que el líder sea aclamado en todo caso.
El Papa no es el líder de una secta, sino un servidor del Evangelio y de la
Iglesia; un servidor libre y humano, que, como tal, puede en ocasiones adoptar
decisiones o actitudes reprobables. Y las decisiones y actitudes reprobables
deben ser reprobadas.
(5)
No generalizar:
El mal
ejemplo (de cobardía, de carrierismo, etc.) de algunos obispos o cardenales
durante un pontificado calamitoso, no debe llevarnos a descalificar en general
ni a los obispos, ni a los cardenales, ni al clero en su conjunto. Cada uno es
responsable de sus palabras y de sus actos y omisiones. Pero la estructura jerárquica
de la Iglesia fue instituida por su Fundador, por lo que debe ser, pese a toda
crítica, respetada. Tampoco se debe extender la protesta frente a un Papa
calamitoso a todos sus dichos y hechos. Sólo deben ser contestados aquellos en
los que se desvíe de la doctrina secular de la Iglesia, o en los que marque un
rumbo que pueda comprometer aspectos de la misma. Y el juicio sobre estos
puntos no ha de apoyarse en ocurrencias, opiniones o gustos particulares: La
enseñanza de la Iglesia se resume en su catecismo. En lo que un Papa se aparte
del catecismo, debe ser reprobado. En lo demás no.
(6)
No colaborar con iniciativas a mayor gloria del pontífice calamitoso:
Si un
Papa calamitoso pidiera ayuda para atender buenas obras, debe ser escuchado.
Pero no se deben secundar otras iniciativas como puedan ser, por ejemplo,
encuentros multitudinarios que sirvan para mostrarlo como un pontífice popular.
En el caso de un Papa calamitoso, las aclamaciones sobran. Pues, apoyado en
ellas, podría sentirse respaldado para desviar aún más la nave de la Iglesia.
No vale, pues decir que no se aplaude al pontífice tal, sino a Pedro. Pues el
resultado es que ese aplauso será empleado para sus fines, no por Pedro, sino
por el pontífice calamitoso.
(7)
No seguir las instrucciones del Papa en lo que se desvíe del legado de la
Iglesia:
Si un Papa enseñara doctrinas o tratara de imponer prácticas que no se
corresponden con la enseñanza perenne de la Iglesia, sintetizada en el
catecismo, no debe ser secundado ni obedecido en su intento. Esto quiere decir,
por ejemplo, que los sacerdotes y obispos tienen la obligación de insistir en
la doctrina y práctica tradicional, enraizada en el depósito de la fe, aun a
costa de exponerse a ser sancionados. Asimismo los laicos deben insistir en enseñar
la doctrina y las prácticas tradicionales en su ámbito de influencia. En ningún
caso, ni por obediencia ciega ni por temor a represalias, resulta aceptable
contribuir a la extensión de la heterodoxia o la heteropraxis.
(8)
No sostener económicamente diócesis colaboracionistas:
Si un
Papa enseñara doctrinas o tratara de imponer prácticas que no se corresponden
con la enseñanza perenne de la Iglesia, sintetizada en el catecismo, los
pastores de las diócesis deberían servir de muro de contención. Pero la
historia muestra que los obispos no siempre reaccionan con la suficiente
energía frente a estos peligros. Más aún, a veces secundan, por los motivos que
sea, los intentos del pontífice calamitoso. El cristiano laico que resida en
una diócesis regida por un pastor así debe retirar el apoyo económico a su
iglesia local, mientras persista la situación irregular. Por supuesto, lo
anterior no se aplica a las ayudas que vayan destinadas directamente a fines
caritativos, pero sí a todas las demás. Y esto vale también para cualquier otro
tipo de colaboración con la diócesis de que se trate, por ejemplo en alguna
forma de voluntariado o cargo institucional.
(9) No apoyar ningún cisma:
Ante un
Papa calamitoso, puede surgir la tentación de una ruptura radical. Esta tentación
debe ser resistida. Un católico tiene el deber de tratar de minimizar, dentro
de la Iglesia, los efectos negativos de un mal pontificado, pero sin romper la
Iglesia ni romper con la Iglesia. Esto quiere decir que si, por ejemplo, su
resistencia a adoptar determinadas tesis o determinadas prácticas acarreara
sobre él la pena de excomunión, no debe por ello alentar un nuevo cisma, o
apoyar alguno de los ya existentes. Es preciso mantenerse con paciencia como
católico, en toda circunstancia.
(10) Rezar:
La
permanencia y salvación de la Iglesia no depende en última instancia de
nosotros, sino de Aquel que la quiso, y la fundó para nuestro bien. En momentos
de zozobra, es preciso rezar, rezar y rezar, para que el Maestro despierte, y
calme la tempestad. Este consejo ha sido puesto en último lugar, no por ser el
menor, sino el más importante de todos. Pues, al final, todo se reduce a que
creamos realmente que la Iglesia está sostenida por un Dios que la ama, y que
no dejará que sea destruida. Recemos pues, por la conversión de los pontífices
nefastos, y para que a los pontificados calamitosos sigan otros de restauración
y paz. Muchas ramas secas habrán sido desgajadas durante la tormenta, pero las
que hayan permanecido unidas a Cristo, florecerán de nuevo. Ojalá que esto
pueda decirse también de nosotros.
Fuente:
http://conmilupa.blogspot.com.ar/2014/10/diez-consejos-para-sobrevivir-un-papa.html