domingo, 22 de mayo de 2011

De pluma ajena: Graham Greene y el entusiamo...




Leo con gusto una conferencia de Graham Greene en Bruselas, de 1948. El sugestivo título dice: ¿Está en peligro la civilización cristiana?

Tras repasar lo que todos sabemos desde la sana doctrina, acerca de la indefectibilidad de la Iglesia, y la promesa de perdurar hasta el Final, y notar incluso que suele verse más lo oscuro que lo claro y todo lo que el mesurado cavilar suele concluir sin mayores dificultades, se instala el gran novelista sobre la delgada línea de la última trinchera imaginable:

“No es posible que veamos al mundo entero hundirse en un régimen totalitario y ateo. Sería entonces bien inútil acudir a nuestros aliados. Pero, ¿enserio no es posible? Más bien diría: aunque eso ocurriera no sería el fin. En ese caso, nosotros, los espías de Dios, deberíamos levantar en pequeña escala —al diez por mil— el plano de cada ciudad y cada pueblo. Ahí, en tal calle, detrás de tal café, en el cruce de los caminos, en la aldea X... la decimoquinta casa a la derecha tiene una bodega, y en esa bodega un niño traza torpemente, para jugar, la forma de una cruz en la pared de yeso...
Permítanme terminar con una historia que tuve la intención de escribir hace tiempo, una creación fantástica en forma de melodrama, que se sitúa en un porvenir lejano, digamos dos siglos, cuando el mundo entero estará gobernado por un solo partido, organizado con una eficacia que ignoramos todavía. El telón se levanta y se ve un hotelito sórdido, en Nueva York o Londres, poco importa. Es de noche, tarde; un tipo viejo, cansado, abatido, sin ninguna distinción, cubierto con un impermeable raído y llevando una valija abollada, llega a la mesa de entradas y toma un cuarto. Después de dar su nombre, sube la escalera con paso cansado (el hotel es demasiado pobre para tener ascensor) y desaparece. El empleado de seguridad mira el registro y dice al conserje:
—¿Vio quién es?
—No.
—Es el Papa.
—¿Qué es... “el Papa”? —pregunta el empleado.
El Catolicismo ha sido sofocado con éxito. Sólo el Papa sobrevive, elegido treinta años antes por el último cónclave que se ha reunido (secretamente según creen sus miembros, pero en realidad bajo la vigilancia de una policía más secreta aún) y destinado a reinar en una Iglesia que virtualmente ya dejó de existir. Después del Cónclave, los cardenales han corrido la suerte de los otros sacerdotes: una pared blanca y un pelotón de fusilamiento. Pero el Papa tiene autorización para vivir. Hasta recibe una magra pensión del Estado, pues es útil porque ilustra hasta qué punto ha muerto la Iglesia, y porque queda siempre la posibilidad de que un sobreviviente se delate al tratar de comunicarse con él. Pero ya no hay sobrevivientes.
Roma, naturalmente, ha sido rebautizada hace un siglo.
Describía a este hombrecito, a este pequeño Papa, errando miserablemente de un lado a otro, sin funciones, animado por la vaga esperanza de que algún día, en algún sitio, podría encontrar un signo que le dijera que la Fe aún vivía y que nunca más estaría obsesionado por el temor de que muriera con él lo que había enseñado como cosa eterna. No los cansaré con el relato de sus vagabundeos inútiles y sus desilusiones, conocidos y catalogados en el cuartel general de la policía mundial.
Al final, el Jefe se hartaba de este juego. Quería ver el final en vida, y aunque no tenía más que cincuenta años, en tanto que el Papa había pasado hacía tiempo los setenta, los jefes pueden tener accidentes y no quería renunciar a ocupar en la historia el lugar del hombre que con su propio dedo en el gatillo del revolver había terminado con el mito cristiano.
Así, pues, al final de esta historia que nunca escribí, el Papa era llevado por la Policía hasta la cámara secreta del Jefe; después de ofrecerle al Papa un cigarrillo que rechazó, y un vaso de vino que aceptó, le declaró que iba a morir ahí mismo y al momento.
El último cristiano, el último hombre en el mundo que aún tenía Fe.
El Jefe, después de mandar salir a los guardias, tomaba un revolver del cajón de su escritorio. Concedía al Papa un instante para rezar (había leído en un libro que esa era la costumbre), pero no se tomaba el trabajo de escuchar la oración. Luego lo mataba de un balazo en el costado izquierdo y se inclinaba sobre el cuerpo para darle el golpe de gracia. En ese momento, entre el segundo en que el dedo aprieta el gatillo y aquel en que revienta el cráneo, un pensamiento cruzaba el espíritu del Jefe: “¿sería posible que aquello en que este hombre creía fuese la verdad?”
Un nuevo cristiano nacía en el dolor.”

Hasta ahí, Greene, con exactamente mi misma edad (ya había escrito El poder y la gloria a los 36, y estaban por salir El revés de la trama y El fin de la aventura).
Se lo ha tildado tanto de negativista, o peor, de exaltador de la negatividad de la condición cristiana. En otra conferencia “en tono menor” de esa misma posguerra —“Las paradojas del cristianismo”— arremete sin asco contra el exitismo eclesial, la manía por reducirlo todo a hechos tangibles y contables, y la ponderación naturalista (sensista y censista) de qué funciona y qué no en la Iglesia. Y la de años que faltaban para que la borrachera de optimismo eclesial escalara hasta su cúspide ochentista!

Agrupa Greene todas estas taras bajo una sola carátula, que no está nada mal: dirá que es el maldito SIMPLISMO. No es otra la razón por la que se desafina tanto la paradoja cristiana. Termina el inglés esta conferencia hablando del padre Damián de Molokai, hombre frágil, confuso e indescifrable, tan ajeno al santo-héroe, que relaciona con el sacerdote mejicano de su novela, y remata en forma de enigma:

“No sabríamos encontrar mejor ilustración de la paradoja cristiana esencial que la coexistencia del mal y del bien omnipotente y omnisciente. Dios y su sombra; la tentación en el desierto convertida para siempre en algo sacramental para la vida del hombre. Como la Eucaristía.”

Al año siguiente conoceríamos todos a la asustadiza hermana Blanche, del Diálogo de Carmelitas de Bernanos...

Pero el modelo de católico-superhombre y de Iglesia super-estructura y super-organización era un fuego ya casi indomable.

Ya sea Bernini o Bugnini, lo mismo da: el color mostaza parece que no va.

Sugiero cada tanto —cada mes y medio, digamos— releer este final de novela nunca escrita, que hace de buen antiácido para contrarrestar el dulzor triunfalista que (si bien algo menos que en tiempos cercanos) sigue como vaho cloacal entrando por aquellas ventanas que se abrieron indiscriminadamente hacia los criterios mundanos con que regar la planta de mostaza que el Señor nos confió.

DdJ
21.III.11

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Está muy bien. Me recuerda lo que pasó en el Gólgota.

Un ronin católico dijo...

Los caminos de Dios nunca
conducen a resultados rápidamente mensurables, y eso puede comprobarse viendo cómo .
Jesucristo acabó en la Cruz. Esto, a mi me parece muy importante, porque hasta sus discípulos le
hacían preguntas parecidas «¿qué pasa?», «¿por qué no nos siguen?», y entonces el Señor les
respondía con las parábolas del grano de mostaza o de la levadura, para que comprendieran que la
medida que utiliza Dios no es la de las estadísticas precisas. Sin embargo, lo que aconteció con el
grano de mostaza y un poco de levadura fue algo enormemente importante y decisivo, aunque ellos
entonces no lo podían ver.
Para conocer los resultados en estas cuestiones, yo creo que hay que olvidarse totalmente de
proporciones cuantitativas. No somos un negocio que se contabilice haciendo cálculos del tipo
«estamos vendiendo mucho», «tenemos una buena política de ventas». Nosotros prestamos un
servicio que después ponemos en manos del Señor. Y eso no quiere decir que lo que hagamos sea
inútil. Actualmente, por ejemplo, la fe está resurgiendo con mucha fuerza entre los jóvenes de todos
los continentes.
Quizá haya llegado el momento de despedirnos de una Iglesia clerical. Posiblemente estemos ante
una nueva época de la historia de la Iglesia muy diferente, en la que volvamos a ver una cristiandad
semejante a aquel grano de mostaza, que ya está surgiendo en grupos pequeños, aparentemente
poco significativos, pero que gastan su vida en luchar intensamente contra el Mal, y en tratar de
devolver el Bien al mundo; están dando entrada a Dios en el mundo. He comprobado que, en
Alemania también existen nuevos movimientos religiosos de este género, pero no quisiera citar
nombres concretos. Probablemente no habrá conversiones en masa al cristianismo, no se darán
cambios que pudieran ser considerados ejemplares para la historia, pero existe una presencia nueva
y muy fuerte de la fe, que da aliento a los hombres. Ahora hay más dinamismo, más alegría. Hay
una presencia nueva de la fe llena de significado para el mundo.

Joseph Ratzinger (La Sal de la Tierra)

Walter E. Kurtz dijo...

Amigo Ronin, dígame si acaso el mismo argumento no se le puede volver fácilmente en contra a su autor. El mismo Cardenal, nunca me olvido, dijo que la New Age, aunque equivocada, era un buen síntoma de un renovado interés espiritual en la gente. Veinte años después estamos "como cuando llegamos de España".

Al mismo tiempo que buen teólogo, el entonces cardenal Ratzinger no era buen profeta. Y como Papa me parece que lo mismo. No que yo lo sea, pero hechos son amores.

Anónimo dijo...

Ese tono discursivo ya lo he leído antes:

"Pienso en algunos de mis alumnos, de mis estudiantes, cuya profunda vida cristiana he podido conocer...

Que estos cristianos que conozco, y los que no conozco, pero adivino a imagen de éstos, sepan que su testimonio vivido es necesario...

Contra lo que parece, si las persecuciones aumentan es porque la fe gana profundidad en el mundo. El odio de Satán es el testimonio que da, mal que le pese, de la presencia victoriosa de Jesucristo...

Pentecostés no alcanzó más que a unos ciento veinte discípulos. Sin embargo, puso fuego al mundo. Hombre a hombre. Un nuevo Pentecostés, nacido del primero, está indudablemente actuando en el mundo. Es en la paciencia donde estas pequeñas comunidades cristianas verán, un día, no el triunfo visible de la Iglesia, sino su crecimiento en profundidad...

El desarrollo apocalíptico de nuestro siglo XX nos ha enseñado que los caminos del Señor no son nuestros caminos. Al cabo de un largo viaje, vislumbramos el verdadero rostro de Dios. Y es mejor que nuestras mejores dichas humanas. Su gracia revela un mundo de tal esplendor, que necesitamos vernos un poco transformados en nuestras cómodas costumbres para conocerlo tal como es; para saber que es Jesucristo."

http://infocatolica.com/blog/hatojacopone.php/una_opinion


Como arzobispo de Munich, Josef Ratzinger ha sido testigo de excepción de ese "crecimiento en profundidad" en la otrora catolicísima Bavaria.

Efectivamente, desde que Charles Moeller escribió esas líneas, llevamos sesenta años viendo como esas "pequeñas comunidades cristianas" son testigos del "crecimiento en profundidad" de la Iglesia.

Otros sesenta años más de ese "crecimiento en profundidad" y llegará el final descrito por Graham Greene en este bosquejo argumental, o al final de su novela "El poder y la gloria".

"Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?". (Lc. XVIII, 8)

Un ronin católico dijo...

La historia de la Iglesia no es un crescendo continuo ni la victoria de Cristo vendrá por triunfo histórico de la Iglesia. Es algo que no se acaba de asumir por muchos que confunden la esperanza cristiana con el optimismo.

Yo a las afirmaciones de fe sociológica optimistas no les doy valor alguno. Normalmente pueden expresarse junto a otras idénticas de signo contrario. Quizás como afirmaciones personales de la esperanza del que las expone tengan más sentido, siempre que no le hagan perder el pie con la realidad y caer en el falso optimismo que se confunde con la esperanza cristiana.

En lo de Ratzinger que he puesto no hay porqué que entender lo de grupos poco significativos como estructuras eclesiales, como una mente clerical tendería a enteder, sino como personas que luchan contra el mal movidas por el Espíritu Santo a veces sin conocerse los unos con los otros ni relacionarse.

Un ronin católico dijo...

Yo a las afirmaciones de fe sociológica optimistas no les doy valor alguno. Normalmente pueden expresarse junto a otras idénticas de signo contrario.

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Y creo que esta visión relativa es apta para cualquier periodo de la historia (salvando las diferencias específicas)