martes, 4 de octubre de 2011

In memoriam

Un 4 de octubre de 1997 fallecía en Lugano (Suiza) el profesor Romano Amerio. Allí había nacido, el 17 de enero de 1905, hijo de un médico piamontés (de Asti) establecido en el Ticino, Giuseppe Amerio, y de Maria Moroni Stampa, de la célebre familia luganesa que descendía del conde Girolamo Moroni (1470-1529), gran canciller de los Sforza de Milán. A pesar de que vivirá casi toda su vida en Suiza, nunca renunciará a su ciudadanía italiana heredada de su padre para adoptar la de nacimiento y residencia.

Asistió al Gimnasio de Lugano y, luego, al Liceo Cantonal. De allí, partió a Italia, donde, en Milán, estudió Filosofía en la Universidad Católica y se graduó en 1927 con una tesis sobre Tomás Campanella.

A continuación, viaja a Munich en Alemania, en cuya Universidad estudia la filología clásica. Poco después, en el ’34, se laureó allí también en esta especialidad con una tesis de título “De Ovidii Didone cum Vergilii comparata disputatio”.

Pero, para esa época, contaba ya en su haber con numerosos artículos de carácter literario, filosófico y teológico. Porlo que, apenas conocer de su éxito bávaro, el R. P. Agostino Gemelli, O. F. M., lo invitó a dar clases en su Universidad en Milán, pero Amerio se negó en todas las ocasiones, puesto que no estaba dispuesto a ingresar al partido fascista como era exigencia. Recién en 1951, entonces, comenzó a dar clases de Historia de la Filosofía en la Católica milanesa, pero como “docente libre”.

Por el contrario, sí aceptó enseñar durante más de cuatro décadas en el Liceo Cantonal del Ticino en Lugano, donde se estudiaban las Humanidades Clásicas. Primero dio Latín y Griego y, poco después, también Filosofía e Historia. Allí, en Lugano, casó con Marta Balestra con quien formó una feliz y pacífica familia, aunque no sin dificultades.

Como profesor de filosofía era un lector apasionado e inteligente de los clásicos y como filólogo, paciente y trabajador. Pronto adquirió fama académica por sus estudios y reediciones críticas de humanistas como el mencionado Campanella, Pablo Sarpi, Jordán Bruno, Alejandro Manzoni o Jacobo Leopardi, de los Padres de la Iglesia (traduciendo y publicando textos inéditos) e, incluso, como editor de autores epicúreos (algo rarísimo y totalmente inaccesible incluso en el ámbito académico antes de él).

Sin evitar la polémica, dedicó una de sus primeras obras a refutar la interpretación que hacía el joven Gilson de René Descartes y la doctrina del mismo respecto a la libertad divina. Probó asimismo las raíces de Pablo Sarpi en las posiciones de Eckhart y Ockam, en un libro que fue reimpreso a cargo de una editorial con mayor llegada por voluntad de Benedetto Croce.

Especuló también sobre las probables fuentes del concepto de eternidad en Boecio e interpretó la espiritualidad de Epicúreo como una “sabiduría saludable, asentada sobre la certeza racional y la fructuosa serenidad de la vida”.

Asimismo, a partir de la disputa entre San Bernardo y el abad Guillermo de Cluny, reflexionó sobre las relaciones entre el dogma y el arte. Y habiendo dedicado una obra a Campanella, lo analizó luego junto a Jordán Bruno, resaltando la influencia que ambos tuvieron en el pensamiento italiano de la Modernidad.

Contra Croce defendió la existencia de una filosofía en Leopardi, quien, a pesar de carecer de método, afronta los problemas fundamentales de la existencia, una posición que Amerio bautizó como “ultrafilosófica”. No temió volver a oponerse a Croce, en su interpretación de Manzoni (junto con Campanella, otro de los pensadores más investigados por nuestro biografiado). Luego especialmente editó la Morale Cattolica manzoniana, en versión imponente con introducción crítica, numerosas notas, apéndices e índices.

El cardenal Giuseppe Siri se lo llevó con él al Concilio Vaticano II, como perito y consultor. Fruto de lo que vivió y vio de cerca, así como de su capacitación escolástica, fue su oposición a los cambios que experimentaría la Iglesia en aquellos años a partir del magno evento.

Mientras tanto, continuó su actividad académica y, en este marco, fue directivo fundador del Instituto de Altos Estudios del Ticino (1970-73). Por sus logros, en el ámbito educativo, en 1977, fue nombrado ciudadano honorario de Lugano y, tanto el Diccionario Histórico de la Suiza (Berna), como la guía histórica de la diócesis de Lugano, le dedican un espacio.

En cuanto a lo que más nos interesa aquí en este blog, en 1985 publicó Iota Unum: Studio delle variazioni della Chiesa cattolica nel secolo XX. En este libro polémico el autor vuelca toda su sapiencia filosófica, su capacidad de filólogo avezado y su inteligencia aguda para leer entre líneas. Sin ambigüedades, afirma en él que los documentos conciliares niegan, implícita e intelectualmente, parte del Magisterio anterior como la encíclica Quanta Cura del beato Pío IX, el decreto Lamentabili Sane Exitu de San Pío X y la encíclica Humani Generis del siervo de Dios Pío XII.

En línea con la encíclica Mediator Dei del Papa Pacelli, Amerio fue decisivamente crítico de la “creatividad litúrgica” postconciliar que, como “auto celebración” niega el carácter de cultus de la liturgia. Fue, por esta razón, uno de los promotores de la primera asociación Una Voce, siendo uno de los primeros socios. Y estuvo en 1971 entre los que solicitaban a la Santa Sede “considerar con la máxima gravedad la tremenda responsabilidad con la que se depararía frente a la historia del espíritu humano, si no consintiese en dejar vivir perpetuamente la Misa tradicional”, petición que fue desoída.

Hacía notar también que el abandono del término “herejía” en los documentos del Magisterio postconciliar, junto con la reorganización del Santo Oficio, tendría consecuencias inevitables tanto en la vida de la Iglesia como en los estudios académicos católicos.

Asimismo extrañaba las nociones clásicas de conversión y de disputa (disputatione), reemplazadas por una llegada de la Iglesia al mundo de manera exclusivamente dialéctica. También se opuso a quienes creían posible la conciliación del catolicismo con las filosofías de Kant, Hegel o Spinoza.

La crisis entorno a la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X y el arzobispo Marcel Lefebvre que culminó con las excomuniones de 1988 trajo bastantes problemas a Amerio, acusado indirecta e injustamente de alentar la ruptura con sus escritos. Vemos que, aunque el término “filolefebvriano” sea de reciente acuñación, el concepto existe desde hace demasiado tiempo…

Sus últimos años de vida transcurrieron en una especie de catacumba académica y familiar. Reconocido por sus alumnos y hasta por el Estado cantonal, sin embargo era absolutamente ignorado en seminarios y facultades de teología como sospechoso de crímenes de lesa conciliaridad.

En 1990 se publicó, con su autorización, una porción (cerca de un décimo) de sus Zibaldone, pensamientos recopilados a la manera de un diario íntimo, como los de Leopardi, escritos a partir de 1939 a lo largo de medio siglo.

Stat Veritas es una obra póstuma comentando algunas proposiciones de la carta apostólica Tertio Millennio Adveniente de Juan Pablo II.

Con la elección al pontificado de su amigo el cardenal Joseph Ratzinger como Benedicto XVI, ha comenzado una lentísima y parcial rehabilitación del teólogo luganense. Al menos, contamos dos jornadas de estudio en honor de Romano Amerio con asistencia de notables prelados y personalidades católicas (Lugano 2005 y Ancona 2007).

Recientemente, la revista jesuita Civiltà Cattolica, “descubrió” el pensamiento de nuestro biografiado, publicando una nota del teólogo y psicólogo Giuseppe Esposito con el sugestivo título: “Enamorado de la verdad y de la Iglesia”. Como notaba un sorprendido Sandro Magister, con esta publicación se rompía un tabú… y bajo el beneplácito de la Santa Sede que censura previamente y autoriza los artículos que aparecen en dicha revista.

Más de un año después, tocaba el turno ahora al Osservatore Romano, el mismo diario que veintidós años antes se había negado a publicar la reseña de Iota Unum que había realizado Mons. Angelo Paredi, entonces prefecto de la Biblioteca Ambrosiana. El 10 de noviembre de 2007, el “diario del Papa” reseñaba el encuentro de Ancona y publicaba un artículo de Raffaele Alessandrini con una relectura favorable de la interpretación que hizo Amerio del Vaticano II.

Incluso, algunas fuentes, lo llaman el “secreto inspirador” de la encíclica Caritas in Veritate de 2009, puesto que en este documento, el Santo Padre recoge numerosos conceptos básicos de la obra teológica y filosófica del profesor de Lugano.

Para profundizar, podemos recomendar de E. M. Radaelli, su discípulo y principal divulgador en la actualidad, la biografía Romano Amerio: Della verità e dell’amore (con introducción de monseñor Antonio Livi e intervención de Divo Barsotti, Marco Oliveri y Antonio Santucci) [Lungro di Cosenza: Marco Editore, 2005] y Romano Amerio (1905-1997): L’Umanista, el Luganese, el Cattolico (separata dirigida por Radaelli, que vino con el nº 54 de la revista Cenobio, Julio-Septiembre de 2005). El profesor Radaelli también mantiene un sitio en Internet que merece la pena, Aurea Domus.

Desde aquí, otros “filolefebvrianos” le recordamos con afecto y devoción.

9 comentarios:

Ricardo de Argentina dijo...

Los artículos del Padre Iraburu son contundentes. El lefebvrismo conduce derechamente al sedevacantismo.

El tradicionalismo es soberbia estéril que no es misionero ni da frutos.

Anónimo dijo...

Ricardo, primeo lee Iota Unum, si te da el caletre, y despues opiná.

Fulanito de Bolivia dijo...

Ay, Richi...En otro post, desautorizas los argumentos del Card. Avery Dulles diciendo que es un "jesuita modernista" (¡A todo un Cardenal nombrado y elogiado por el Beatísimo Magno Juan Pablo II! ¿No serás tú el filolefebvrista?)Ahora, en lugar de comentar sobre la validez o invalidez del pensamiento ameriano, te pones a hablar de cosas del padre Iraburu que no tienen que ver con esto y a demostrar que el uso correcto de la concordancia sintáctica en el castellano es también para tí una soberbia estéril...En serio, ¿eres de Argentina? En fin...Tengo serías sospechas, oh Infocaóticos, que Ricardo es el seudónimo de algún tradicionalista radical que quiere desprestigiar a los Neocons y hacerlos quedar como Micos Microcéfalos...

Anónimo dijo...

Impresiona el contraste entre estos hombres de preclara inteligencia y los neocones.

Francamente, los segundos pierden por afano.

Y lo saben...

Walter E. Kurtz dijo...

A mí lo que me preocupa es que estos maestros, "nuestros maestros", están desapareciendo... Y no hay una generación de reemplazo con esta preparación, esta inteligencia, esta autoridad para hablar...

No es sólo entre los neocons que abundan ahora los charlatanes. También entre nosotros. Y eso me preocupa.

Miles Dei dijo...

La decadencia intelectual en aras de un sentimentalismo irracional es el signo de los tiempos. Y se nota en todos lados. "De la disputatio a la hinchada futbolera" puede ser un buen título.

Anónimo dijo...

He tenido el placer de leer este verano "Iota Unum", poco a poco, con calma...
Es "imprescindible" para tener una mirada crítica sobre el origen de los actuales problemas que hay dentro de la Iglesia y para oxigenar el cerebro.

La pena es que uno tenga que encontrar una obra así por leer blogs o periódicos y no conste de una difusión mayor "en casa"... aunque es entendible por cómo afronta las distintas cuestiones.

Saludos.

Anónimo dijo...

Es muy cierto lo que dice, Coronel.
Y lo peor es que esto no es nuevo.
Es un goteo que aquí lleva unos 40 años.

Muere un Irazusta, un Castellani, un Soaje, un Pato Sequiero -por poner algunos ejemplos separados- y no se ve quién los pueda reemplazar (Soaje había puesto sus esperanzas en Sacheri, pero lo mataron los zurdos).

No es que los maestros auténticos no hayan sembrado, pero es indudable que los discípulos que lograron no son de su fuste, o lo son, pero son otros tiempos. Y en este presente aun los mejores están menos inclinados a la vida auténticamente académica.

Entonces estamos nosotros, regularones. Entendemos lo que enseñaron los maestros, pero no lo sabemos a su vez enseñar como ellos y nos conformamos con entender lo que ya no transmitimos. Y así la cadena se corta.

Todavía quedan maestros realmente buenos en lo suyo, que no son como nosotros (J. Ferro, por caso), pero me temo que tampoco darán maestros. Darán profesores regulares, como nosotros.

No sé porqué, ni tengo motivos serios para creerlo, pero intuyo que los actuales chiquilines serán mejores que los de este mismo ámbito que hoy andan por los veinticinco y de los que no espero nada. Me da la impresión que quedan aun una o dos camadas de regulares y luego, como el Ave Fénix, intuyo una resurreción, por reacción, de las letras y pensamiento clásicos.

Y si no, a apechugar, que somos los culpables.

Anónimo dijo...

Ambos tienen razón, pero se quedan a mitad de camino. Les falta el contexto histórico.
Cuando hablamos de "nuestros maestros", hablamos de la Iglesia.
No se puede dejar de ver "la crisis de la Iglesia" en el cómo se dio la decadencia del pensamiento tradicional.

Antes de esta crisis aun eran tiempos de grandes maestros y estudios serios.

Con la crisis de la Iglesia se hizo necesario salir al cruce, estudiar, no ser tonto. Afinar la inteligencia no era una opción más. Así fue que esta crisis, "por reacción", dio grandes maestros.

El problema que vemos ahora es lo que vino después, pues la crisis de la Iglesia dejó de impactar y provocar. Nos acostumbramos. No la aceptamos, pero como heredábamos de los maestros que teníamos sentados en el aula y en nuestras mesas el saber tradicional no vimos la necesidad de seguir con la misma fuerza, pues no hay "crisis de la Iglesia" para quien tiene resguardo en su propio seno familiar.

Miren ustedes la diferencia que hay entre los padres tradicionalistas que formaron familias teniendo que quitar a sus hijos de tantos colegios y parroquias como la peste se extendía y esos hijos, que no parecen hijos de sus padres.

Porque esto sucedió al nivel de los "maestros" y al de los "padres".

Lo que sucedió es natural.