sábado, 19 de mayo de 2012

El valor de la historia de la Iglesia

Joseph Lortz nos ha dejado unas sabias páginas sobre el valor de la historia de la Iglesia y su justo lugar respecto de la fe. Lejos de novelas rosas, hay que atenerse a la realidad. Y lo que vale para el pasado es también una buena lección para comprender el presente. De poco sirven las leyendas doradas o negras para la madurez en la vida de la fe. 

“El estudio de la historia de la Iglesia constituye una eficaz apología de la misma. Esto es evidente en lo que respecta a sus grandes tiempos, figuras y empresas heroicas. Pero también es verdad con respecto a las variadísimas y graves taras que encontramos en la historia de la Iglesia. Porque: 1) estos fallos tienen un profundo sentido religioso y cristiano por cuanto significan la misteriosa continuación de la pasión de Jesús por parte de la Iglesia. Llevan al cristiano a conocer su propia situación: la del siervo inútil y pecador (Lc 17,10) que sólo se mantiene por la fuerza de la gracia de Cristo; le enseñan continuamente que, exceptuando el núcleo esencial, la Iglesia es también Iglesia de pecadores; 2) la Iglesia ha encontrado siempre, a menudo en las situaciones más difíciles, fuerzas para reformarse a sí misma y llevar a sus miembros a nuevas cimas de vida religiosa y moral. Esto es un signo evidente de que en ella no opera sólo la fuerza humana, sino también la gracia divina (la prueba más vigorosa en este sentido es sin duda la reforma católica de los siglos XVI y XVII); 3) esta idea es legítimo desarrollarla hasta el extremo de afirmar que tal vez la prueba más impresionante de la divinidad de la Iglesia estriba en que toda la pecaminosidad, debilidad e infidelidad de sus propios jefes y miembros no han conseguido destruir su vida. El Medievo tardío constituye un documento impresionante en favor de esta tesis. Con esto queda claro que semejante «apología» no puede consistir de ningún modo en encubrir tendenciosamente las taras de la historia de la Iglesia. Esas taras son reales y enormes. Según las fuertes palabras de Newman, la misma verdad se encontró en una situación comprometida por culpa del papa Honorio; y Alejandro VI, como representante legal de Jesucristo, sigue planteando hoy problemas de conciencia a más de un cristiano. Pero desde que Jesús fue condenado como malhechor y maldito y en la cruz pudo sentirse abandonado del mismo Dios, no es nada fácil poner límites a su agonía en la vida de su Iglesia. Si mostramos honestamente las deficiencias (al menos aquellas que pueden comprobarse con seguridad) podemos justamente esperar que los adversarios de la Iglesia, o los que tienen otras creencias, escuchen y se fíen de lo que decimos cuando describimos los aspectos positivos de la Iglesia y asimismo acepten nuestro rechazo de doctrinas contrarias a la Iglesia con la seriedad que corresponde a una opción de conciencia científicamente probada y madurada. Esta actitud fue prescrita por el fundador con la exigencia radical de hacer penitencia.
Para salir airoso de semejante tarea es del todo preciso que el estudioso tenga la interior libertad cristiana. «Cristiano» dice tanto como verdad y amor, ambos en inseparable unidad. Sólo el conocimiento fecundado por el amor, esto es, por el entusiasmo, llega al punto más íntimo de las cosas. Mas el conocimiento amoroso sólo puede tener por objeto una realidad. Así, pues, para conocer la verdad (sobre todo en la historia de la Iglesia) son necesarios el entusiasmo y la crítica, el amor y la veracidad. La actitud general ha de ser un entusiasmo desapasionado. Esto no significa en modo alguno frialdad o escepticismo; es más bien la plenitud del amor, porque lo es de la verdad. Es un optimismo auténtico, cristiano, realista, alejado de todo entusiasmo fanático y estéril. Sólo tal apología es duradera y útil para la causa sagrada de la santa Iglesia. Sólo ella ayuda a llevar la cruz, que nunca puede faltar en el cristianismo. Jesucristo, su naturaleza, su vida, su pasión, su resurrección y su predicación resumen todo el mensaje del Padre a la humanidad. La historia de la Iglesia por él fundada debe narrarse tal como en realidad se ha desarrollado, no de otra forma…” (Joseph Lortz, HISTORIA DE LA IGLESIA, I, p. 28 y ss).

4 comentarios:

Miles Dei dijo...

Justo discurso el del afamado historiador. El problema de hoy en día no es tanto un fanatismo apologizante sobre la historia pasada de la Iglesia, sino una presuntuosa concepción de estar en un estadio superior de dicha historia.

Incluso entendida esta historia "a contrario", se niega un aumento del mal en esta época. Como si la enorme fe de la sociedad en Dios de ese periodo moralmente oscuro del Medievo donde abundaban los pecadores, pero apenas había ateos, fuera un retroceso de la humanidad en este mundo moderno que vive a todos los niveles sociales como si Dios no existiera y sin molestarse en preguntarlo.

Anónimo dijo...

Ludovicus dijo,

Es. Como dice Miles, el neocon que no tiene problemas en abominar de Alejandro VI o de Juan XII o pedir perdón por las Cruzadas o la Inquisición tiembla de indignación cuando se critica a Juan Pablo II o a Pablo VI. Es una variante clerical cronolátrica de la apologética boba ultramontana. Analogamente, Juan Pablo II que pidió perdón hasta del latrocinio efesino jamás se disculpó por los abusos y el encubrimimeto.

Anónimo dijo...

Una parte de la jerarquía sigue los esquemas trazados por Kant y Hegel para la construcción de un nuevo cristianismo.

Ya sea por falta de formación, ya por cínico oportunismo servil en las luchas e intrigas por el poder eclesial, la mayoría de neocones prefiere no discriminar la Iglesia de su historia, a la que se refieren como Iglesia encarnada.

Respespecto a Hegel explicado por Fabro, léase el último post publicado por Psique & Eros:

http://psiqueyeros.wordpress.com/2012/05/19/hegel-y-cristo-cornelio-fabro-2

Muy ilustrativo.

Cougar.

Anónimo dijo...

PEDRO HISPANO a LUDOVICUS: pone Vd el dedo en la llaga. Uno de los obstáculos para lograr salir del atolladero en que estamos es esa estúpida cronolatría que ha alcanzado uno de sus momentos álgidos -si no "el" momento álgido- en la turbobeatificación.