lunes, 6 de abril de 2015

Guénon en la Argentina

a) Tradición y presencia de René Guénon.
Las constantes de toda la vida de Martínez Espinosa -tradición y restauración de la vida espiritual- siempre estuvieron referidas a lo que la Teología católica denomina Tradición como una de las dos fuentes de la Revelación; pero, simultáneamente, implicaba también una ampliación del concepto de tradición por referencia a aquellos valores y principios eternos, ya de Occidente, ya de otras culturas, que son patrimonio del hombre en cuanto tal. Para comprenderle adecuadamente, es menester ahondar en el primer aspecto, y considerar la apasionada lectura de las obras de Guénon, que sirvieron para alimentar el segundo aspecto. En cuanto a lo primero, para Martínez Espinosa, toda verdadera cultura es presidida por principios sagrados como "la gran tradición hermenéutica cristiana" (20), simbólicamente expresada por los Padres orientales (Clemente Alejandrino, Orígenes). En cuanto a lo segundo, la existencia de una tradición más amplia, condujo a Martínez Espinosa a un creciente interés por el pensamiento oriental. La lectura de las obras de Guénon Introduction genérale a l'étude des doctrines hindoues (1921) y Orient et Occident (1924) debe haber abierto su interés por la especulación metafísica de la India; pero también deseaba conocer la cultura de la China y del Islam. Tengo a la vista una carta del año 1940, en la que pide —a la misión de Sienshien— las obras de Henri Bernard sobre la Sagesse Chinoise et la Philosophie Chrétienne y tres más del mismo autor sobre las misiones del siglo XVI, sobre los musulmanes y sobre la acción del P. Ricci en China; en otra carta, de 1947, entre otros libros solicitados a Madrid, figuran las obras de Asín Palacios; y el año de su muerte, 1953, en carta a Michael Burt (el novelista de El caso de las trompetas celestiales) le habla del libro del P. Huc (Souvenirs de voyage dans la Tartarie, le Thibet et la Chine) y se lamenta de que el aporte católico al conocimiento del Oriente sea tan magro.
Para Martínez Espinosa, la tradición es "un orden de nociones inmutables, que, ni envejecen con el tiempo, ni son distintas entre varias razas humanas ni dependen, en su validez, del consentimiento de las opiniones" (21). Es este el segundo sentido, más amplio, de tradición, aunque la tradición divino-humana de la Iglesia Católica es superior a ella y le confiere sentido, determinando así una diferencia importante con el pensamiento guénoniano. Empero, mientras "la mentalidad dominante exige aceptar como único válido el concepto de civilización elaborado por la filosofía racionalista", Martínez Espinosa recuerda que "Guénon dice que nada hay tan extraordinario como la pretensión de hacer de esa civilización anormal el tipo mismo de toda civilización, de tenerla como 'la civilización' por excelencia y hasta como la única acreedora de ese nombre. Como complemento de esa ilusión, añade, está la creencia en el 'progreso', tomado también en forma absoluta" (22). Por eso, de acuerdo, en esto, con Guénon, es menester recuperar, frente a esta pseudo-civilización contraria a la verdadera tradición primordial, el "sentido perenne de la cultura" (23) y la "simplicidad" (24).
Martínez Espinosa fue el primer estudioso y expositor de Guénon en la Argentina y, quizá, en lengua española. Aunque su ensayo René Guénon, señal de los tiempos, es de 1952, su familiaridad con el pensamiento Guénoniano data, por lo menos, de 1927, y probablemente desde antes. Iba leyendo sus obras a medida que eran publicadas Para Martínez Espinosa, Guénon ha sido, usando la expresión de uno de sus libros, "un signo de los tiempos" (25). Sin detenerme -pues no corresponde- en una exposición de la exposición de Martínez Espinosa sobre Guénon, allende las diferencias fundamentales, el pensamiento de Guénon significa para él "un esfuerzo lúcido y tenaz por restaurar la Tradición. Sin embargo, habida cuenta de la idea católica de Tradición, no se sabe a qué alude Guénon cuando dice “la pensée religieuse de l´Occident oppose parfois tradition et ecriture” y Martínez Espinosa se extraña de que en parte alguna se dé una explicación concisa y definida del término "tradición" (26). Más aún, en una nota al pie, no deja de señalar que "la concepción (de Guénon) acerca de la religión católica y de nuestra moral y mística revela notables deficiencias de información, pero de tal índole que ellas podrían explicar que haya ido a pedir a otros tipos de sabiduría lo que la revelación cristiana ya le ofrecía unido a algo que todas las demás ignoran, el mysterium absconditum Dei Patris et Christi" (27).
En respuesta a una carta de Martínez Espinosa, enviada en 1929 Guénon reconoce, inmediatamente, que el punto de vista del pensador cordobés no es el suyo, aunque se alegra de que ese hecho "no le ha impedido despojarse del prejuicio antioriental” que domina a Jacques Maritain (28). Casi cuatro años más tarde, pese a disidencias que se perciben de inmediato, Guénon no deja de señalarle cordialmente que “podemos estar plenamente de acuerdo, sobre todo en lo que concierne al estado del mundo actual y a la necesidad de una vuelta a la tradición y a la espiritualidad", aunque él no se hace muchas ilusiones en ese sentido. Simultáneamente, reprocha a Martínez Espinosa que no haga una distinción suficientemente clara entre el punto de vista religiosos, por un lado, y el punto de vista metafísico e iniciático, por otro (29). Esto no era posible para Martínez Espinosa desde que, para él, la metafísica tomista es el mejor vehículo de la tradición cultural de Occidente; sin embargo, sostenía, "considero trascendental la época que ha hecho posible la aparición de una personalidad como la de Guénon y la publicación de una obra como la suya, suerte de mistagogia teórica de alcance universal. Prescindiendo de los interrogantes que plantea… para el católico, la posición especial desde la que Guénon trata del misterio del ser y del no ser parece relativa a las luchas espirituales de los últimos tiempos, cosa que, por lo demás, admite él mismo Así, pues, meditando a fondo el pensamiento de Guénon y ateniéndose "a lo que se aproxima al pensamiento católico", Martínez Espinosa juzga que "lo más importante... es la afirmación del sentido 'sagrado' del universo y del hombre y el absurdo radical de todo agnosticismo y la miseria incurable de todo racionalismo"(30). Con cautela, Martínez Espinosa hace notar que "acerca de la verdad contenida en las ideas de Guénon distingo, primero… lo que es propio de este autor y lo que pertenece a las doctrinas orientales tomadas en su conjunto" (31). Aunque Martínez Espinosa valoraba en altísima medida la restauración de la tradición y de la vida espiritual, no seguía a Guénon por los senderos claroscuros del pensamiento iniciático.
En cambio, el amor a la auténtica tradición y a la vida interior le permitía comprender que el espíritu de universalidad y catolicidad (que son lo mismo) del descubrimiento y conquista de América, volvía a ésta blanco seguro de los enemigos de la tradición cristiana. Hispanoamérica debía evitar ser invadida por la ilusión de la "civilización" y el "progreso" iluministas que tanto combatió Guénon. Martínez Espinosa, lector de grandes historiadores, como el mexicano Carlos Pereira y el argentino Vicente Sierra, combatió el suicida espíritu auto-denigratorio de Hispanoamérica, típico del pensamiento "progresista" liberal del siglo XIX, y clamó por una restauración del espíritu benedictino (32) que, en él, es lo mismo que decir espíritu contemplativo. 
b) Los seres como signos y el simbolismo universal
Este esfuerzo por retomar las fuentes de la tradición y la contemplación, apunta también, tras el velo de las apariencias cósmicas, hacia la secreta interioridad de las cosas creadas. De la mano de su querido León Bloy, Martínez Espinosa siguió ese difícil camino del simbolismo cristiano. Como decía León Bloy, "la Palabra divina es infinita, irrevocable en toda forma, iterativa sobre todo, prodigiosamente, porque Dios no puede hablar más que de Sí mismo"; de ahí que Martínez Espinosa se sienta autorizado a concluir que esto supone una "peculiarísima comprensión de la naturaleza de las cosas como signos trascendentales de la manifestación divina" (33). Aunque nuestro escritor estudia las obras de Fumet y Maritain sobre Bloy y reconoce alguna semejanza del pensamiento de Bloy con la mística judía, lo encuentra próximo a Tertuliano y a San Agustín, y le entusiasma la idea de que, a partir de este simbolismo, se pueda pasar a una concepción del mundo y de la historia; precisamente porque Bloy "deducía el simbolismo universal del simbolismo de la Escritura", todo el universo es "como un inmenso texto litúrgico" en el cual los entes aparecen como "signos del Ser por excelencia". Bloy conduce a Martínez Espinosa a las fuentes de Dionisio el Areopagita y a las más remotas de la tradición (34) 
Comparte con ella "el valor figurativo de las cosas sensibles" que ocultan, como por un velo, "las cosas invisibles de Dios"; por eso, donde Dionisio ve "el disfraz del símbolo", Bloy contempla la "revelación por el símbolo" (35).
Es tan intenso el entusiasmo que Bloy suscita en Martínez Espinosa, que piensa que sus obras principales "deberán ser agregadas algún día a la Patrología de Migne", pues él reabre el camino de la exégesis simbólica y permite, al afirmar la sacralidad del universo, retomar la médula de la tradición que muestra que toda cultura presidida por principios sagrados adopta la expresión simbólica; por eso el símbolo (y símbolo es cada ser uno por uno) "halla su fundamento en la correspondencia de carácter analógico que existe entre los seres creados y el mundo de los ejemplares y atributos divinos". Martínez Espinosa reconoce que los orientales han empleado antes el lenguaje simbólico, pero es en los escritos de Bloy donde ha reaparecido el simbolismo sagrado. Este espíritu es el más contrario al del fácil acomodo con el mundo y de ahí el desvío posterior en muchos amigos de Bloy (36). Lo importante es su significado metafísico y, sobre todo, el carácter profético de su pensamiento que Martínez Espinosa comparte convencido de que vivimos en el "crepúsculo de los tiempos". En este universo simbólico, en el cual cada ente es signo del Ser Absoluto, era natural que la liturgia ocupara el centro como teología vivida o viviente, y Martínez Espinosa había penetrado profundamente en su armonía interna. Puede sostenerse que este laico liturgista ejerció una influencia nada desdeñable, aunque silenciosa e invisible, entre sus amigos y allegados. Ponía en práctica, cotidianamente, todo cuanto había meditado sobre el simbolismo cristiano.
Tomado de:
Caturelli, A. EL TRADICIONALISMO MISTICO DE RODOLFO MARTINEZ ESPINOSA. En Rev. Mikael (1983), ps. 37-58.

2 comentarios:

Flavio Infante dijo...

Temas jugosísimos, si los hay, éstos de la tradición lato sensu y del simbolismo universal. Se agradecen nuevos aportes al tema, con o sin Guénon en medio.

Tikhon dijo...

Un gusto haber leído este artículo con lo que plantea y lo que sugiere.

A mi también me gustarían nuevos aportes sobre el tema.