martes, 25 de octubre de 2016

Bouyer: Occidente y Oriente (2)

La idea occidental moderna, de que oriente dejó de desarrollarse después de los grandes concilios ecuménicos de la antigüedad, nunca se ha basado en otra cosa que en la ignorancia. Lo que es verdad, sin embargo, es que el desarrollo propio de oriente durante la edad media no ha debilitado en modo alguno la triple impronta bíblica, litúrgica y monástica que en él recibió el pensamiento cristiano y el cristianismo todo en la época de los padres de la Iglesia, lo mismo que en occidente. En cambio, oriente no ha conocido jamás el pesimismo sobre la naturaleza humana y el mundo en general que es, en occidente, fruto de la influencia africana: de Tertuliano y de ciertos aspectos del pensamiento antipelagiano de san Agustín, en el que, por otra parte pueden descubrirse supervivencias o resurgimientos de su primera formación alternativamente maniquea y neoplatónica. Pero no conoció tampoco la reacción contra esta misma tendencia que se produjo en occidente a partir del siglo XII, y que se acentuó bruscamente con el Renacimiento y el secularismo moderno. Una distinción tan neta como la que el pensamiento tomista ha establecido en occidente entre las posibilidades propias de la naturaleza humana en cuanto tal, prescindiendo de la caída y sus consecuencias, y las perspectivas que le abre la vocación gratuita a la vida sobrenatural, no ha llegado a ser nunca tan común en oriente como en nuestros países. Por consiguiente, la idea de una consistencia propia de un orden humano y cósmico, subordinado al orden sobrenatural pero no confundiéndose con éste, nunca ha arraigado allí. En oriente la visión cristiana permanece, en general, más estrechamente o inmediatamente sacra, teocéntrica. Un hecho típico a este respecto es que el monacato, aunque haya ejercido casi todas las actividades que en occidente son propias de los religiosos llamados activos o apostólicos, nunca ha permitido que estas actividades se hicieran autónomas con respecto al ideal, principalmente contemplativo, del monacato antiguo; por consiguiente, la vida monástica no se ha escindido en una vida contemplativa separada completamente del mundo y una vida «religiosa» que se absorba cada vez más en él.
Por otra parte, en oriente, la constante y recíproca influencia de las situaciones de hecho y de los principios favoreció el desarrollo creciente de las autonomías religiosas locales, por lo menos en el plano nacional, mientras que en occidente fue acentuándose la centralización eclesiástica alrededor de Roma tanto en los hechos como en teoría.
Así, el oriente se inclinaría hacia cierto desinterés frente al mundo presente y su cristianización, y la de occidente hacia cierta secularización de las mismas instituciones eclesiásticas: la tentación de oriente es una anarquía eclesiástica, que encuentra su contrapartida en un enlace que puede ser peligroso entre la fidelidad a la ortodoxia y un nacionalismo por otra parte mucho más impregnado de cristianismo que el de occidente (laico desde el principio, en el sentido de profano); la de occidente, una condensación exagerada no sólo de la autoridad sino de todas las iniciativas en las manos de una autoridad religiosa, cuya afirmación finalmente triunfante tendrá también su contrapartida con una asimilación de su poder, al menos en sus formas de ejercicio, a los poderes temporales.
Esto equivale a decir que el occidente y el oriente cristianos no se oponen verdaderamente más que en sus debilidades congénitas, y por consiguiente en una cierta estrechez de sus formas de pensamiento, desembocando todo, finalmente por vías opuestas, en la misma carencia: o bien un cristianismo de orientación demasiado exclusivamente sobrenatural, que en la práctica y bajo un velo de idealismo abandona la existencia concreta a la naturaleza irregenerada, o bien un cristianismo demasiado preocupado de eficacia temporal inmediata, pero cuya voluntad misionera se desliza a la secularización. O, dicho más francamente: la ilusión de un apostolado que cree demasiado fácilmente alcanzado «el cielo sobre la tierra», o bien un apostolado que por su excesivo realismo tendería a confundirse con la apostasía.
Estas observaciones nos han de poner en guardia contra todas las tentativas de sistematización y justificación a posteriori de un occidente o de un oriente cristiano artificialmente encerrados en su particularidad exclusiva: puede decirse que en la medida en que las dos tradiciones cesan de buscar el encuentro y la reconciliación, corren el riesgo de unirse de hecho en una común negación de su autenticidad cristiana.

No hay comentarios: