lunes, 21 de noviembre de 2016

Acción y contemplación (y 3)

4.1. Vida activa. Consiste en los actos de las virtudes morales, sobre todo de la justicia y de la misericordia para con el prójimo; dispone a la contemplación, porque disciplina las pasiones y pacifica el alma. Ejemplos característicos de las obras de esta clase de vida son las ocupaciones exteriores, como el dar limosna o practicar la hospitalidad; que de suyo son menos perfectas que la contemplación, a no ser en caso de necesidad (II-II, 188, 6).
4.2. Vida contemplativa. Une con Dios de un modo más directo e inmediato, introduce en la intimidad divina; por eso es más noble que la vida activa; es “la mejor parte", que durará eternamente.
4.3. Vida mixta. La vida apostólica perfecta, tal como se ha mostrado en los Apóstoles inmediatamente después de Pentecostés y en los obispos sus sucesores, fluye de la plenitud de la contemplación. Ejemplos típicos son la predicación y la enseñanza, cuando proceden de la contemplación, y son más perfectas que la simple contemplación, pues de suyo es más perfecto iluminar que arder; es el contemplata aliis tradere de los sacerdotes que predican, o de las religiosas que en enseñan el catecismo.
5. Relaciones. Santo Tomás dedica en la Suma una cuestión a precisar las relaciones entre la vida activa y la contemplativa (II-II, 182).
5.1. La vida contemplativa es (de suyo, objetivamente) mejor que la contemplativa. «María ha escogido la mejor parte» (Lc 10,42), dice el Señor. El Aquinate afirma la superioridad de la vida contemplativa sobre la activa, dando hasta ocho razones -tomadas de Aristóteles- para probar la tesis, con argumentos que convienen analógicamente a la contemplación natural y a la sobrenatural. Teológicamente, la vida contemplativa sobrenatural es superior a la activa por razón de su principio, de su objeto y de su fin.
5.2. La vida contemplativa es (de suyo, objetivamente) más meritoria que la activa. Por la mayor dignidad del principio, del objeto y del fin de la vida contemplativa (v. 5.1.). Y porque la raíz del mérito es la caridad, y de los actos que tiene la caridad el amor directo de Dios es más meritorio que el amor del prójimo.
5.3. Pero puede ocurrir que la vida activa sea más meritoria que la contemplativa. Esto podría darse de tres maneras: a) por parte del sujeto: el que realiza las obras de la vida activa con un intenso amor a Dios tiene mayor mérito que el que se entrega de una manera tibia y negligente a la contemplación; b) por parte de los actos: la vida activa se extiende a muchos más actos que la contemplativa; todo acto realizado en caridad es meritorio; luego, numéricamente, son más los méritos de la vida activa y, a igual intensidad, mayor mérito; c) por redundancia de la contemplación: la vida activa no debe considerarse como contrapuesta a la contemplación, sino como un desbordamiento hacia fuera de la plenitud interior. Estamos en ámbito de la denominada vida mixta.
5.4. Si la vida activa obstaculiza o favorece a la contemplativa. Pareciera que esto es así, porque la acción exterior implica agitación y dispersión; sin embargo, dice San Gregorio que el que quiera vacar a la contemplación es preciso que antes se ejercite en el campo de la vida activa.
a) En un aspecto, la vida activa se opone a la contemplativa. El hombre activo se ocupa de muchas de obras exteriores, sobre todo los que están constituidos en autoridad: atender a las necesidades de cada uno, gobernar, etc. Todas estas cosas no se pueden hacer sin el ejercicio de las virtudes prácticas que impiden en muchas cosas el ejercicio de las intelectuales (p. ej., por falta de tiempo para ello). En este sentido resulta prácticamente imposible el ejercicio eminente de ambas vidas a la vez. Solamente Nuestro Señor Jesucristo las realizó juntamente en grado eminente, lo mismo que la Virgen por gracia especialísima de Dios. Los grandes contemplativos, cuando llegan a la cumbre de la vida mística, se aproximan mucho a este ideal, juntándose en ellos Marta y María, como dice Santa Teresa. Tal parece que fue la vida de San Pablo, cuya prodigiosa actividad exterior en nada comprometió su vida contemplativa, lo mismo que otros grandes contemplativos, tales como Santa Catalina de Siena, Santa Teresa, etc.
b) En otro aspecto, la vida activa favorece a la contemplativa. La vida activa pone orden en las obras exteriores, ejercita las virtudes que encauzan las pasiones y no deja lugar a los fantasmas de la imaginación, que encontrarían abundante alimento en la ociosidad e impedirían el sosiego de la contemplación.
5.5. Si la vida activa es anterior a la contemplativa. La respuesta es con distinción: según el orden de dignidad, la vida contemplativa es anterior a la activa, a quien ordena y dirige. Pero, según el orden de tiempo, la vida activa es anterior a la contemplativa, para la que dispone al sujeto. La forma viene cuando el sujeto está bien dispuesto; y esta disposición la realiza la vida activa principalmente en sus primeras fases (purgativa e iluminativa); y nunca puede prescindirse enteramente de ella, pues no hay sujeto tan perfecto y bien dispuesto que no pueda disponerse más para una ulterior perfección. Por eso dice Santo Tomás que los que por su temperamento inquieto y bullicioso son más aptos para la vida activa, pueden con ella prepararse a la contemplación, y los que por su índole pacífica y sosegada son más aptos para la contemplación, pueden ejercitarse en las obras de la vida activa para mejor disponerse a la divina contemplación.
5.6. Si es deseable la contemplación. Ésta, es una gracia formalmente santificadora, puesto que procede de la fe viva ilustrada por los dones del Espíritu Santo y bajo el impulso de una ardiente caridad. No desearla equivaldría a no desear la propia perfección.
6. Algunos errores frecuentes. A la luz de todo lo dicho en estas tres entradas, cabe mencionar algunos errores que pueden presentarse:
- En la vida espiritual hay etapas y grados. No hay mística sin ascética; ni Pascua sin Viernes Santo. Puede uno suponer que se encuentra avanzado en la vida interior, cuando en rigor no es más que un principiante. Y así quemará etapas necesarias, andará a los saltos. Y con el pretexto de la mayor dignidad de la vida contemplativa, o por distanciarse del activismo, terminará en un quietismo ilusorio. O bien, dado que la contemplación produce goces que no se quieren abandonar, no estará dispuesto para servir a Dios procurando la salvación del prójimo mediante el apostolado (cfr. Santo Tomás, De Caritate, q. 2, a. 11 ad 6). Pero el quietismo no es contemplación genuina; y el desinterés por la salvación del prójimo está reñido con la auténtica caridad. 
- Confundir la especie con el individuo. Sabido es que la vida activa es buena, la contemplativa es mejor y que la mixta es la óptima. Pero lo dicho por Santo Tomás respecto de las tres vidas es verdadero si se consideran las especies; no si se consideran en los individuos; porque en las personas concretas la vida absolutamente mejor es la que se ejercita con más perfecta caridad. Así, por ejemplo, en cuanto a la especie, es más perfecta la vida de un trapense que la de un salesiano; pero la vida sobrenatural de Fulano, trapense tibio, no es más perfecta que la de Mengano, salesiano santo.  
- La acción no es un sinsentido. No sólo es algo bueno, sino necesario. Una cosa es sostener que la acción es menos digna que la contemplación y que está a su servicio. Otra es denigrarla como si fuera una prostituta. Santo Tomás no duda en afirmar que se pueden alcanzar en la acción los méritos de la contemplación movidos por la exigencia de la caridad (S. Th. II-II, 182, 2). 
- Dentro del amplio espectro institutos religiosos, hay una jerarquía de grados de excelencia, que se toma del fin al que principalmente se dedican y secundariamente por las prácticas a que se obligan. En esta perspectiva, los institutos con votos solemnes y perpetuos son los más perfectos; y la vida religiosa es, en principio, tanto más perfecta cuanto más efectivamente renuncia al mundo. Pero esto es así desde un punto de vista abstracto y formal, consideradas las cosas en su especie; porque lo mejor para cada individuo pasa, en concreto, por corresponder a los dones recibidos, y no por una comparación de institutos, para luego auto-determinarse suponiendo que Dios va a dar unas gracias que no ha prometido, sino que da gratuitamente a quienes elige.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias. Excelente. Dice San Juan de la Cruz que hay hombres que renuncian al mundo (lo decía de algunos de sus monjes) para su condenación...
Los que nos puede llegar tocar entonces a nosotros...

Anónimo dijo...

Asi es, recuerdo el caso que cuenta San Benedicto de Nursia de un monje que no se confesó bien, lo enterraron y apareció desenterrado, lo volvieron a enterrar y se repitió la situación unas dos veces más, si mal no recuerdo, hasta que por fin se le apareció a un monje diciendo que le quitaran la hostia que había consumido antes de morir, y así fue, se había condenado, luego de quitarle la hostia, lo volvieron a enterrar y no se repitió la situación.