sábado, 3 de diciembre de 2016

Blog no apto para todo público


El lndex librorum prohibitorum era una lista oficial de los libros cuya lectura se prohibía a los católicos sin el permiso de la autoridad competente bajo amenaza de una sanción canónica. Fue abolido en 1966, por diversas razones, una de las cuales -tal vez la más actual en la era de Internet y los libros digitales - es la imposibilidad de hecho de mantenerlo actualizado.
A partir de la abolición del Index algunos pensaron que un cristiano puede  leer cualquier cosa. Esto es un error.
“En unos pocos decenios parece haber cambiado bastante en Occidente la sensibilidad hacia la ortodoxia y hacia lo que la hiere. Un texto de Arturo de Iorio, publicado en 1951, puede ilustrarnos la afirmación anterior. Dice así: «Los fieles deben abstenerse de leer no sólo los libros proscritos por ley o decreto, sino todo escrito que les exponga al peligro de perder la fe y de depravar las costumbres. Es ésta una obligación moral, impuesta por la ley natural, que no admite exención ni dispensa. La gravedad de esta obligación es proporcional al peligro a que se expone el alma. Ahora bien, como los simples fieles raramente estarán en situación de apreciar el peligro en que se van a encontrar, es natural que la Iglesia, con oportunos avisos y prohibiciones, les mantenga alejados de las lecturas malas» (Indice dei libri prohibiti, en Enciclopedia Cattolica, Città del Vaticano 1951). Un texto como éste, que hace medio siglo era lo normal, ahora resulta apenas imaginable. Sin embargo, dice la verdad.” (Iraburu).
Ante esta situación, S. Josemaría Escrivá de Balaguer tomó la decisión de establecer un Index para uso interno del Opus Dei denominado Guía bibliográfica. La institución continúa actualizando esta guía cuyo contenido puede consultarse aquí. Es una medida prudencial, opinable, que no discutimos ahora. La guía contiene diferentes notas o censuras que expresan la valoración moral de distintas obras, que reproducimos a continuación:
¿Qué significan las valoraciones morales en las obras de pensamiento?
En el caso de obras de Pensamiento (P), agrupamos los títulos según el nivel de conocimientos que a nuestro juicio son necesarios para valorar las implicaciones de sus afirmaciones respecto al Evangelio.
P-A1 o P-A2: los libros presentan las cuestiones doctrinales atendiendo a la enseñanza común de la Iglesia, tal como se expone, por ejemplo, en el Catecismo de la Iglesia Católica, y evitando temas complejos o aún particularmente sujetos al debate teológico. Según den por supuesto o no un mínimo de formación cristiana previa, los subdividimos en:
P-A1: Público general.
P-A2: Lectores con cultura general o formación cristiana básica.
P-B1 o P-B2: en estas categorías incluimos libros que quizá precisen una formación cultural amplia (P-B1), o incluso universitaria en los argumentos tratados (P-B2), de cara a poder hacerse cargo de cómo se relacionan con la fe. Ocasionalmente, en estos libros (P-B2, sobre todo) se pueden dar por seguras posiciones muy difundidas contrarias a la fe, aunque son fáciles de reconocer por un lector con cierta formación cristiana que haya estudiado el tema (p.ej., tesis evolucionistas de corte materialista en manuales de filosofía o de historia).
P-B1: Requiere conocimientos generales de la materia.
P-B2: Lectores con formación cristiana y cultura específica sobre el tema.
P-C1, P-C2 o P-C3: las implicaciones de los temas tratados, o el conocimiento de las razones que invalidan algunas tesis expuestas en el libro, requieren siempre una profunda formación en el área de que se trate, ya sea universitaria (P-C1), o especializada (por ejemplo, un doctorado: P-C2): de ahí que, en estos casos, hayamos preferido que las explicaciones hagan hincapié en los contenidos objetivos del libro, más que en el posible público lector. La valoración P-C3 se reserva para libros que se dirigen a contradecir o negar algunos aspectos de la fe o de las enseñanzas del magisterio católico.
P-C1: Presenta algunos errores doctrinales de cierta entidad.
P-C2: Aunque la obra no se presenta como explícitamente contraria a la fe, el planteamiento general o sus tesis centrales son ambiguos o se oponen a las enseñanzas de la Iglesia.
P-C3: La obra es incompatible con la doctrina católica.
¿Qué tiene que ver esto con nuestra bitácora? Se nos ha reprochado publicar contenidos que no serían convenientes para las “masas de católicos”. Lo que significa, usando las categorías del índice opusino, que divulgamos contenidos que no pertenecen a la categoría P-A1/P-A2, contenidos que no serían aptos para un público general, ni tampoco para lectores con formación cristiana básica. Y esto es verdad respecto de muchas de nuestras entradas (p. ej., sobre la falibilidad de las canonizaciones), razón por la cual colocamos una cita de Castellani como aviso para navegantes desprevenidos. 
Si el fin principal de nuestra bitácora fuera llegar a esa “inmensa parroquia” de formación cristiana básica, no publicaríamos nada porque ya existen numerosas páginas “generalistas” aptas para todo público y no vale la pena repetir lo que otros explican mejor. 
Nuestro blog se dirige principalmente a lectores con conocimientos generales de teología o con formación cristiana y cultura específica sobre ciertos temas. Procura exponer la verdad católica con mayor profundidad, mostrando matices o aspectos olvidados, desconocidos, silenciados. 
Objetivamente no hay nada reprochable en hacerlo. Porque nada obliga a exponer la doctrina católica sin más profundidad que la de un catecismo elemental. Y si alguno se escandaliza, esto se debe no al contenido de las publicaciones, sino a la deficiente formación del escandalizado, que en todo caso debiera ser más prudente en sus lecturas a pesar de la abolición del Index. Tal vez puedan darse casos de lo que en el argot teológico se denomina escándalo farisaico. Pero, como enseñan los doctores, este tipo de escándalo es despreciable.



6 comentarios:

Anónimo dijo...

Bien, dicho queda (y dicho quedaba, ciertamente, de antes). Pero más allá de público católico generalista o no, lo que yo (parece que solo) critiqué con la ocurrencia de "distinguidores" es esa construcción del discurso (tan común en infocaótica y heredada, no lo niego, de la tradición de los manuales y tratados doctrinales de Occidente en los últimos siglos) del tipo "ser cristiano conlleva hacer X, pero en realidad hay veces en que tenemos ¿derecho? a no hacer X". Por contra, una forma más "ontológicamente ajustada", a mi juicio, sería decir "ser cristiano conlleva hacer X, y a veces hacer X se efectúa por vías que no son las más obvias o inmediatas, pero no existe 'el derecho' a no hacer X". Espero haberme hecho entender.

De todas formas, esta discusión no puede ir mucho más allá, porque aquí se están confrontando dos posturas desde la cual ninguno va a convencer al de enfrente: la postura "aristotélico-tomista" y la postura "platónico-patrística", por decirlo así, si bien todos coincidimos en Fe, Mandamientos, Sacramentos y Oración. Que es lo importante. En cualquier caso aquí queda expuesto para quien lo quiera leer.

Católico Gibelino

Martin Ellingham dijo...

Católico Gibelino:

¿Podría citar a alguien –de peso- que sostenga que no se tiene derecho a cumplir con un deber moral? Si un padre tiene el deber natural de alimentar a sus hijos, tiene el derecho de hacerlo, porque hay correlatividad entre deber-derecho. Si un prelado tiene el deber de huir de la persecución (v. caso citado Morán), tiene el derecho de cumplir con su deber.

¿Podría citar a alguien –de peso- que sostenga que no se tiene derecho a lo objetivamente lícito u honesto, aunque no sea obligatorio? Un católico de rito latino tiene derecho a cumplir el precepto dominical en un rito bizantino católico. No está obligado, es facultativo, y tiene derecho a ello.

Saludos.

Anónimo dijo...

Lapides Clamant



Subrayemos las dos palabras clave: subjetivismo y evolución.

Subjetivismo es introducir la libertad en la inteligencia cuando, por el contrario, la nobleza de ésta consiste en someterse a su objeto; consiste en la adecuación o conformidad del sujeto que piensa con el objeto conocido. La inteligencia funciona como una cámara fotográfica, debe reproducir exactamente los rasgos inteligibles de lo real. Su perfección consiste en su fidelidad a lo real. Por esta razón, la verdad se define como la adecuación de la inteligencia con la cosa. La verdad es la cualidad del pensamiento que está conforme con la cosa, es decir, con lo que es. No es la inteligencia quien crea las cosas; son ́estas las que se imponen tal como son a la inteligencia. En consecuencia, la verdad de lo afirmado depende de lo que es: es algo objetivo; y aquel que busca lo verdadero debe renunciar a sí, renunciar a una construcción de su espíritu, renunciar a inventar la verdad.

Al contrario, en el subjetivismo es la razón la que construye la verdad: ¡nos encontramos con la sumisión del objeto al sujeto! El sujeto se vuelve el centro de todas las cosas. Estas no son más lo que son, sino lo que se piensa de ellas. El hombre dispone entonces a su gusto de la verdad: este error se llamará idealismo en su aspecto filosófico, y liberalismo en su aspecto moral, social, político y religioso. Por eso, la verdad será diferente según los individuos y los grupos sociales. La verdad es necesariamente compartida. Nadie puede pretender poseerla exclusivamente y en su totalidad; ella se hace y se busca sin fin. Uno vislumbra cuán contrario es todo esto a Nuestro Señor Jesucristo y a su Iglesia.

Históricamente, esta emancipación del sujeto con relación al objeto (a lo que es) fue realizada por tres personajes. Lutero, en primer lugar, rechaza el magisterio de la Iglesia y no conserva más que la Biblia, al rehusar todo intermediario creado entre el hombre y Dios. Introduce el libre examen a partir de una falsa noción de la inspiración de la Escritura: ¡la inspiración individual! Luego, Descartes, seguido de Kant, sistematiza el subjetivismo: la inteligencia se encierra en sí misma, sólo conoce su propio pensamiento: es el "cogito" de Descartes, son las categorías de Kant. Las cosas mismas son incognoscibles. Finalmente, con Rousseau, emancipado de su objeto y habiendo perdido el sentido común (el recto juicio), el sujeto queda sin defensa frente a la opinión común. El pensamiento del individuo se diluye en la opinión pública, es decir, en lo que todo el mundo o la mayoría piensa; y esta opinión será creada por las técnicas de dinámica de grupos, organizadas por los medios de comunicación que están en las manos de los financieros, de los políticos, de los francmasones, etc.


Anónimo dijo...


Por su propio peso, el liberalismo intelectual lleva al totalitarismo del pensamiento. Del rechazo del objeto se pasa a la desaparición del sujeto, maduro entonces para sufrir todas las esclavitudes. El subjetivismo, al exaltar la libertad de pensamiento, desemboca en el aplastamiento del mismo.

La segunda nota del liberalismo intelectual, según hemos señalado, es la evolución. Rechazando la sumisión a lo real, el liberal es arrastrado a rechazar también la esencia inmutable de las cosas. Para el, no hay naturaleza de las cosas, no hay naturaleza humana estable, regida por leyes definitivas, establecidas por el Creador. El hombre vive en una perpetua evolución progresiva; el hombre de hoy, no es el hombre de ayer; se cae en el relativismo. Más aún, el hombre se crea a sí mismo, él es el autor de sus propias leyes, que debe remodelar sin cesar, según la sola ley inflexible del progreso necesario. Es el evolucionismo en todos los ambitos: biológico (Lamarck y Darwin), intelectual (el racionalismo y su mito del progreso sin fin de la razón humana), moral (emancipación de los tabúes), político-religioso (emancipación de las sociedades con respecto a Jesucristo).

La cima del delirio evolucionista es alcanzada con el Padre Teilhard de Chardin (1881-1955) quien afirma, en nombre de una pseudociencia y de una pseudomística, que la materia se transforma en espíritu, lo natural en lo sobrenatural, la humanidad en Cristo: triple confusión de un monismo evolucionista inconciliable con la fe católica. Para la fe, la evolución es la muerte. Se habla de una Iglesia que evoluciona, se busca una fe evolutiva.

"Debe someterse a la Iglesia viviente, a la Iglesia de hoy", me escribían desde Roma en 1976, como si la Iglesia de hoy no debiera ser idéntica a la Iglesia de ayer. Yo les respondo: ¡En esas condiciones, mañana ya no será verdad lo que ustedes dicen hoy! Esas personas no tienen ya noción de la verdad, ni del ser. Son modernistas.


Mons. Marcel Lefebvre: Le destronaron. Capítulo II: El orden natural y el liberalismo
Obras completas, Tomo I, pp. 30-32, Mexico DF: Voz en el desierto, 2002
http://cougarpuma.blogspot.com.ar/2015/06/modernismo-subjetivismo-y-evolucion.html

Anónimo dijo...

No puedo citar ni uno porque son evidentes las correlaciones que presenta, pero como es el deber el que genera un derecho (el deber para con Dios genera un derecho frente a, por ejemplo, un tirano), se puede concluir que es muy superior enfocar cualquier cuestion desde el ángulo de los deberes que desde el ángulo de los derechos, el cual se acerca, por su estructura discursiva, al modo de pensar liberal (para el cual es al revés, el deber deriva del supuesto derecho innato del hombre, como si éste fuera la causa sui y no la criatura).

Por lo demás, sé que la tradición teológica occidental respalda la aproximación de Infocaótica.

Saludos.

Martin Ellingham dijo...

Gracias por su respuesta. Le pregunté porque estaba tratando de “ubicarme”.

En el tomismo, “derecho” es concepto análogo, tiene tres analogados, y el principal es el derecho como cosa justa o conducta justa; derecho subjetivo es un analogado derivado. Porque algo es justo objetivo, hay derecho subjetivo a ese algo justo, y no al revés. El derecho subjetivo es “derecho” en la medida en que participa de la justicia objetiva de la conducta justa y debida. No es que mi voluntad (sin norma) funda el derecho subjetivo y crea la justicia del objeto. Claramente en el liberalismo se subvierte el orden de los analogados, se da primacía al derecho subjetivo y se enloquece lo que podría ser un aspecto parcial de la verdad.

Saludos.