
Los comentarios del Anónimo de las 09:51, y  de P.B., en la entrada anterior, nos llevan a reiterar la prevención contra el  error donatista. Donato afirmaba que todos los ministros sospechosos de traición  a la fe durante las persecuciones del emperador Diocleciano, eran indignos de  impartir los sacramentos. El donatismo fue rechazado  por la Iglesia , reafirmando la doctrina de  la objetividad de los sacramentos, es decir, la idea de que una vez transmitida  la potestad sacerdotal a un hombre mediante el sacramento del Orden Sagrado, los  sacramentos que éste administre son plenamente válidos por intercesión divina,  independientemente de la entereza moral del clérigo.
Se trata de un viejo error que puede  volverse tentación contra le fe en la Iglesia  y en la eficacia ex opere  operato de los sacramentos. Oigamos a San  Agustín:
 
Estos, al querer que sea de los hombres lo  que es de Cristo, intentan convencernos de las cosas más  falsas y absurdas, de suerte que hay casi tantos bautismos como son los hombres  que los dan. Así, lo que dice el Señor sobre el hombre y la obra del  hombre: Los  árboles sanos dan frutos buenos, los  árboles dañados dan frutos malos, intentan éstos deformarlo en  el sentido de que el bautizado por un ministro bueno es bueno, y malo el  bautizado por uno malo. De donde se seguiría, aunque ellos no lo admitan, que el  bautizado por uno mejor es mejor, y el bautizado por uno menos bueno es menos  bueno. De donde se sigue que los que antes de la Pasión  del Señor no bautizó el mismo  Señor, sino sus discípulos, serían más santos si hubieran sido bautizados por él  mismo. En efecto, ¿quién puede ni siquiera pensar la diferencia que hay entre él  mismo y sus discípulos, por quienes eran bautizados? ¿Luego privó él de una  regeneración más santa a los que, estando él  presente, quiso que fueran bautizados por sus discípulos? Sería una locura creer  esto.
¿Qué se  dignó, pues, demostrar con eso sino que era suyo lo que se daba, fuera quien  fuera el ministro, y que quien bautizaba era él, de quien había dicho el amigo  del Esposo: Este  es el que bautiza, cualquiera que fuera el  ministro que bautizaba a quien había creído en él? Dice también  Pablo: Gracias a Dios, no os bauticé a ninguno más que a Crispo y  Gayo, para que nadie diga que lo bauticé en mi  nombre. ¿Se va a creer que regateó a los hombres una  santificación mejor, si cuanto más santo era habían de recibir un bautismo más  santo quienes fueran bautizados por él? Precisamente a esto mismo prestó una  atención especial el dispensador tan prudente y tan fiel: a que nadie fuera a  pensar que había recibido un bautismo más santo por haberlo recibido de un  ministro más santo, atribuyendo al siervo lo que  era del Señor.