sábado, 20 de octubre de 2018

Racionalismo y fideísmo (1)


En esta entrada, y en las siguientes, nos ocuparemos de explicar algunos errores condenados por el concilio Vaticano I acerca de las relaciones entre la fe y la razón. No pocas veces encontramos presentaciones incompletas de este concilio, en las que sólo se recuerda la condena del racionalismo o naturalismo. Lo cual es verdadero, pero incompleto.
Las tres tendencias dominantes que acosaban a la Iglesia durante el siglo XIX fueron el racionalismo, el semirracionalismo y el fideísmo. Y contra estas tuvo que reaccionar el concilio.
El Vaticano I expuso la doctrina de un modo positivo (capítulos); y condenó las doctrinas opuestas, con fórmulas breves, claras y definitivas (cánones). La constitución dogmática Dei Filius (aquí) tiene importancia decisiva en las relaciones entre la razón y la fe. Preparada con gran conocimiento de causa por Franzelin, Schrader, Kleutgen, Dechamps, Pie y Martin, supone un cuidadoso análisis de las posiciones modernas, descarta las tres tendencias erróneas dominantes ya mencionadas y expone con claridad la doctrina católica. La constitución se considera como la culminación de la enseñanza de la Iglesia a lo largo del siglo XIX. Consta de cuatro capítulos y sus cánones correspondientes. Tras un primer capítulo en el que trata de Dios creador, los tres capítulos restantes abordan: las fuentes del conocimiento religioso (c.2); la fe (c.3); y las relaciones entre la fe y la razón (c.4). La mayor parte de los errores que se condenan en los cánones ya estaban anteriormente reprobados en documentos pontificios.
En una primera aproximación, racionalismo o naturalismo
«… en sentido estricto es un sistema que afirma el dominio supremo y absoluto de la razón humana en todos los campos, sometiendo a su control todo hecho y toda verdad, sin excluir el mundo sobrenatural y la misma autoridad de Dios. Este sistema tiende a humanizar lo divino, cuando no lo elimina, y a naturalizar lo sobrenatural, cuando no lo niega» (Parente).
El racionalismo exalta la razón hasta el punto de presentarla como única fuente del conocimiento humano. Con esto se opone, por definición, a toda religión revelada y sobrenatural. El racionalista no podrá concebir nunca la revelación como una intervención divina, exterior al hombre. A lo sumo dirá que se trata de una intuición humana, a la cual responde la fe, como actitud existencial de la vida. Los dogmas de fe, por tanto, no podrían aceptarse como realidades objetivas exteriores al sujeto, sino como expresiones poéticas de la realidad (Hegel) o como sentimientos religiosos expresados en fórmulas (modernistas).
Con el racionalismo se puede construir un cristianismo de «rostro humano» muy atractivo. Propiamente hablando, no habría revelación: sólo existiría la razón; no habría fe sobrenatural: sólo existiría la ciencia o el sentimiento religioso.
Hoy día puede notarse una cierta tendencia racionalista en la valoración que se hace del elemento subjetivo de la fe y la reducción o la negación de los contenidos intelectuales. La fe, se dice, no es una «información», sino una «postura ante la vida», cuyo modelo original es Jesús de Nazaret.


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