viernes, 29 de abril de 2016

San Pío X y los integristas españoles (1)

En tiempos de San Pío X, bajo el título Autorizadas instrucciones a los católicos, la Santa Sede dio unas normas prácticas a los integristas españoles. Fueron publicadas en El Siglo Futuro del 30 de enero de 1909. Según dicho diario integrista se trataba del «manual más soberano y completo de los deberes de los católicos en nuestros días» y de «sapientísimas instrucciones que, por venir de donde vienen, serán norma de nuestros actos». 
En esta entrada y en la que sigue reproduciremos las 11 normas prácticas con comentarios nuestros en azul. Algunas, sólo conservan interés histórico; otras, pueden ser útiles en el presente cambiando lo que haya que cambiar.
1. Sostener la tesis católica en España y con ella el restablecimiento de la Unidad Católica, y luchar contra todos los errores condenados por la Santa Sede, especialmente los comprendidos en el Syllabus, y las libertades de perdición, hijas del llamado derecho nuevo o liberalismo, cuya aplicación al gobierno de nuestra patria es ocasión de tantos males. Esta lucha debe efectuarse dentro de la legalidad constituida, esgrimiendo cuantas armas lícitas pone la misma en nuestras manos.
España era en ese momento una nación religiosamente homogénea, poseedora de una compacta unidad que la diferenciaba de otros países. Para salvaguardar el bien común de la unidad católica, la lucha contra los errores liberales era una prioridad. Lamentablemente, al finalizar el régimen de Franco comenzaría a perderse la unidad católica en un proceso que parece no haber concluido. Razón por la cual, mientras no se logre recuperar cierto grado de unidad religiosa, el sostenimiento de la tesis parece políticamente inviable.
En cuanto a los instrumentos, nótese la insistencia en el uso de todos los medios honestos dentro de la legalidad constituida entre los cuales destaca –en párrafos posteriores, de modo explícito- la participación política y la lucha electoral en un sistema de partidos.
2. No acusar a nadie como no católico o menos católico por el solo hecho de militar en partidos políticos llamados o no llamados liberales, si bien este nombre repugna justamente a muchos, y mejor sería no emplearlo. Combatir «sistemáticamente» a hombres y partidos por el solo hecho de llamarse liberales, no sería justo ni oportuno; combátanse los actos y las doctrinas reprobables, cuando se producen, sea cual fuere el partido a que estén afiliados los que ponen tales actos o sostienen tales doctrinas.
Se manda no cuestionar la catolicidad de nadie por su sola militancia partidaria. El documento advierte sobre lo que a nuestro juicio es una confusión derivada de la polisemia del término liberalismo, que da lugar a polémicas puramente verbales en que no se discuten pensamientos sino palabras. Lo que se ha de rechazar son las doctrinas erróneas, cualquiera sea el término con el cual se designen, así como los actos inicuos, sin importar el nombre del partido que los promueva. 
Otro aspecto importante es que el documento previene contra la posible logofobia. No es cuestión de batallar contra un término, aunque el uso de la palabra liberal no sea recomendable y pueda repugnar, sino contra errores y males sociales realmente existentes. 
3. Lo bueno y lo honesto que hagan, digan y sostengan los afiliados a cualquier partido y las personas que ejerzan autoridad puede y debe ser aprobado y apoyado por todos los que se precian de buenos católicos y buenos ciudadanos, no solamente en privado, sino en las Cortes, en las Diputaciones, en los Municipios y en todo el orden social. La abstención y oposición a priori están reñidas con el amor que debemos a la Religión y a la Patria.
Viene al caso citar aquí una anécdota que nos envió un amigo, que tuvo lugar en años posteriores, pero que es reveladora de una mentalidad: el padre Gafo había defendido, como diputado que era, desde la tribuna de oradores, un proyecto de ley de protección social a los trabajadores. Desde su bancada (el bloque de las derechas, con mayoría absoluta y sustentando al gobierno) le interrumpían el discurso con fuertes aplausos. Llegó la votación y ¡sus compañeros votaron contra el proyecto! Desolado, el Padre Gafo se cruzó en los pasillos con Lamamié que le dijo (la cita no es textual): ¡Déjese de pamplinas, lo que tienen que hacer los obreros es ser menos libertinos y rezar más el rosario! O sea, al final, el bien común consiste en utilizar la piedad religiosa como bálsamo pacificante de la sociedad evitando así tener que abordar las causas de las injusticias sociales...
Se reprueba el obstruccionismo y el abstencionismo como contrarios a importantes virtudes.
4. En todos los casos prácticos en que el bien común lo exija, conviene sacrificar en aras de la Religión y de la Patria las opiniones privadas y las divisiones de partido, salvo la existencia de los mismos partidos, cuya disolución a nadie se le puede exigir.
Se aplica aquí el principio de primacía del bien común, que pide subordinar los intereses particulares al bien de la comunidad. Pero contra quienes censuran la política partidaria se recuerda que a nadie se le puede exigir la supresión de los partidos.
5. No exigir de nadie como obligación de conciencia la afiliación a un partido político determinado con exclusión de otro, ni pretender que nadie renuncie a sus aficiones políticas honestas como deber ineludible; pues en el campo meramente político puede lícitamente haber diferentes pareceres, tanto respecto del origen inmediato del poder público civil, como del ejercicio del mismo y de las diferentes formas externas de que se revista.
Se niega legitimidad a la pretensión de un partido católico único, exclusivo, al cual los fieles deban afiliarse como si fuera un deber de conciencia. Tampoco se puede pretender la renuncia a la actividad política como si fuera un deber moral. Por último, se recuerda que hay un campo de cuestiones opinables en materia política (origen inmediato del poder, su ejercicio, formas de gobierno) en el cual se impone el respeto por las personas y la libertad de sus conciencias.
6. No sería justo ser de tal manera inexorables por los menores deslices políticos de los hombres afiliados a los partidos llamados liberales que por tendencia y por actitud política sean ordinariamente más respetuosos con la Iglesia que la generalidad de los hombres políticos de otros partidos, que se creyera obra buena atacarles sistemáticamente, presentándoles como a los peores enemigos de la Religión y de la Patria, como a «imitadores de Lucifer», etc., pues semejantes calificativos convienen al «liberalismo doctrinario» y a sus hombres en cuanto sean sostenedores contumaces y habituales de errores y doctrinas contrarios a los derechos de Dios y de la Iglesia, abusando del nombre de católicos en sus mismas aberraciones, y no a los que quieren ser verdaderos católicos, por más que en las esferas del Gobierno o en su acción política falten en algún caso práctico, por ignorancia o por debilidad, a lo que deben a su Religión o a su Patria. Combátanse con prudencia y discreción estos deslices, nótense estas debilidades que tantos males suelen causar; pero en todo lo bueno y honesto que hagan déseles apoyo y oportuna cooperación, exigiendo a su vez por ella cuantos bienes se puedan hic et nunc alcanzar en beneficio de la Religión y de la Patria.
Se reprueba aquí la crítica destructiva, sistemática, diferenciando el liberalismo doctrinal y pertinaz, de los deslices cometidos por debilidad o ignorancia. Y se pide la cooperación –al menos actual- cuando se trata de luchar por bienes comunes concretos en beneficio de la Religión y de la Patria.
7. Estar siempre prontos para unirse con todos los buenos, sea cual fuera su filiación política, en todos los casos prácticos que los intereses de la Religión y de la Patria exijan una acción común. Esta unión no es unión de fe y de doctrina, pues en tales cosas todo católico debe estar unido con los demás católicos, y todos ellos sujetos y obedientes a la Iglesia y a sus enseñanzas; esta unión, por su naturaleza, no es una asociación católica, ni una cofradía, ni una academia, es una «acción práctica» no constante y permanente o per modum habitus, sino de circunstancias y necesidades o per modum actus.
Este punto es un desarrollo de la última parte del anterior. Se insiste en la distinción práctica entre colaboración habitual y actual en función de bienes comunes. Esta unión colaborativa entre personas de distinta filiación política no es unidad de fe. 
P.s. en la segunda parte de esta entrada abriremos los comentarios al debate.